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Capítulo 2




Cuando llegué a casa, el carro de Sofía estaba afuera, las cosas iban a ser un poco más difíciles de lo que pensaba. Sofía siempre me escuchaba y aconsejaba. Desde siempre la vi como mi mejor amiga. Cuando se casó todo cambio, pero mi respeto y admiración no. Al entrar vi que los tres, papá, mamá y Sofía estaban cenando en el comedor. Decidí no distraerme y correr a mi habitación era la solución. Pero al poner el pie en el primer escalón, Sofía me llamó.

- ¡Ian! Ven, mamá preparó pizza. – entonces forzadamente di la vuelta y fui al comedor.

- ¡Hola! – dije a todos.

- Salúdame como se debe. – dijo Sofía y me acerque a darle un beso y un abrazo, era con la única que no me costaba tanto hacerlo. Su barriga parecía más grande. Tenía seis meses de embarazo y esperaba un niño. - ¿Qué tal la universidad?

- Pues les tengo la noticia que no seguiré. – dije tras un suspiro y sentándome al lado izquierdo de Sofía.

- ¡¿Qué?! – dijo papá con el bocado a medio masticar. - ¿Estás loco? ¿Piensas que todo lo que he invertido en esa universidad es para que lo botes así por así, solo porque no quieres seguir? Pablo nunca me haría algo así... - negué para mi solo y simplemente esperaba que la misma historia de siempre comenzara otra vez a ser recitada.

- Papá tranquilízate... - interrumpió Sofía.

- Déjalo Sofía... Nunca entenderá que no soy Pablo. Nuevamente perdóname por haberte arrebatado a tu hijo predilecto. Lo hice con toda la intención del mundo para hacerte infeliz, porque soy un mal hijo. – nuevamente el sarcasmo se apoderó de mis palabras necias.

- Ian, por favor... no abras más la herida. – me dijo mamá en tono angustiado, esperando una vez más la pelea diaria.

- ¿Qué no abra más la herida, mamá? ¿Piensas que quise hacerlo? – entonces me puse en pie. - No te preocupes, no heriré más las susceptibilidades de está familia. - retirándome del comedor tragando amargamente, dándome cuenta una vez más que nada cambiaría nunca entre papá y yo.

Entré a mi habitación desordenada. Ahí no contuve más mi enojo y golpeé desesperadamente la pared. No sentía dolor porque mi ira era más grande. Me detuve cuando escuche su voz decirme que parará. Volteé a ver y no había nadie. La voz de Pablo en mi cabeza solo era parte de mi trauma, pensé. Me senté en el suelo y comencé a llorar. Yo también lo extrañaba, yo también lo amaba. Era mi hermanito. Nunca fue mi intención.

Luego de unos minutos de sollozos y lágrimas recorriendo mi rostro fruncido, enojado y lleno de ira, tomé mi mochila y decidí comenzar a empacar mi ropa. Tomé un par de jeans desgastados de una gaveta, luego unas camisas color negro, tan negro como mi interior. Vi a mi alrededor, buscando algo más que llevar. Tome unos libros de música con partituras cuando cayó al suelo un pedazo de papel. Lo recogí y lo desdoble para leer su contenido. Era un dibujo de los que Pablo solía hacer, animé. Un samurái peleando contra un ejercito y un pequeño detrás de él. El pie del dibujo decía: "Eres mi héroe. Hoy me salvaste de un ejercito. Quiero ser como tu, hermano". Nuevamente me eche a llorar sentado en el suelo. Recuerdo ese día en el colegio, estábamos en recreo, yo comía en la cafetería mientras Pablo jugaba fútbol con sus compañeros, cuando lo vi correr hacía mi con desesperación y detrás de él otros seis. Le había pegado con el balón de fútbol al más gruñón de su clase y junto a su banda querían masacrarlo a golpes. Me puse en pie y Pablo detrás de mi. Héctor, el gruñón, se detuvo con todos los demás al verme de pie.

- Es con él no contigo. – dijo viendo a Pablo y yo sonreí.

- Si es con él, es conmigo también. ¿Crees que se vale tu y tus perros falderos contra Pablo? Pues aunque no tenga una manada como tu, me tiene a mi y eso basta.

- Está bien. – dijo exaltado seguido de un golpe que esquivé, el cual respondí con uno más fuerte que lo tumbo al suelo.

- Si te crees tan macho, aprende a pelear. Si vuelves a meterte con Pablo te masacro. ¿Escuchaste? – pregunte con firmeza.

- Sss... si... - dijo entre cortado.

Fue divertido. Ese día mi hermanito no paraba de agradecerme y con su habilidad dibujó aquel acontecimiento de una manera graciosa y creativa. Sentía que ser su ejemplo era tan valioso, que ser el mejor era mi objetivo final. Ayudarlo era parte de mí sin importar la dificultad. Tareas, amigos, fútbol, motos, guitarra, incluso hasta para las chicas estaba ahí, para ayudar o solo para responder alguna inquietud.

Cuando mamá quedo embarazada de Pablo mi papá se emocionó increíblemente, porque añoraba un tercer hijo, pero la situación económica por la que atravesaban no era la ideal para traer otro hijo al mundo, pero Pablo desde el vientre supo como hacer las cosas. Fue sobrenatural como contrataron a mi padre en la empresa donde aun labora. Sin embargo, Pablo se adelanto un poco. Nació prematuro lo que conllevo a una serie de problemas de salud. Sus pulmones no estaban desarrollados al cien porciento y estuvo en una incubadora por un mes y medio. Cuando llegó a casa era una locura. Todo giraba alrededor de él y fue así casi siempre porque era débil en muchos sentidos. Crecí con la responsabilidad de siempre cuidarlo, y no me importaba, por el contrario me agradaba hacerlo. Pablo tenía un encanto singular. Sabía llevarme la paz y nuestra comunicación era incomparable. Era mi hermano menor, mi hermanito. Pero la vida cambia y cuando lo hace lentamente es aceptable, pero cuando cambia de golpe lastima profundo. Si algún día llegase a superar lo que aquella tarde viví será un milagro.

Me fui al baúl de recuerdos y encontré tantos momentos felices. Fue cuando me di cuenta que ese estado emocional ya no tenía cabida en mi vida. "Infeliz desde los dieciocho", pensé en voz alta. No parecía justo para nadie albergar tanta rabia, tanta impotencia desde tan joven. Cinco años de tortura emocional parecían el comienzo de una deuda infinita, peor que el propio infierno.

¿Yo decido? En ese momento me detuve y tomé mi chaqueta y subí a mi moto. Faltaba una hora para que todo acabara. Prácticamente volé en mi moto. No me aparque donde debía, el guardia quiso quitarme pero mi mirada pudo más. Caminaba rápido por los pasillos. Toque la puerta y entre. La luz estaba apagada, ya no había nadie. Me enfurecí. Por primera vez en cinco años pensé que estaba tomando la decisión correcta. Ante la ira golpeé tres veces la pared cuando presencié que alguien me observaba. Era ella, a unos dos metros de mi, viéndome con ojos de asombro. Su expresión me pareció graciosa y me reí por dentro. Lo analice de nuevo en segundos, estaba riendo, por dentro, pero riendo. Su reacción retardada me dio aun más risa. Luego de unos treinta segundos de haberme detenido se acerco.

- ¿Estás bien?

- No pasa nada. – dije sin querer prestarle tanta atención. Entonces invadiendo mi espacio personal tomó mi mano y la vio.

- ¡Dios mío! ¿Hace cuánto le pegas a la pared? – preguntó anonadada. Fue cuando vi mi mano algo inflamada y tornándose morada.

- No es nada. – le dije para no preocuparla. Pero volviendo a mis cinco cabales me dolía muchísimo. La palpó un poco y la movió, entonces mi rostro expresó un poco de dolor.

- Si no pasará nada no dolería. Ven, acompáñame a enfermería.

- No es necesario. Estaré bien. – dije soltándome de ella. Pase a su lado para tomar mi camino. Ella me seguía. Entonces me molestó mucho y me detuve. - ¿Piensas seguirme hasta mi casa?

- No, simplemente yo también me dirijo al estacionamiento. Pero si tienes algún problema en que vaya detrás de ti puedes dejarme ir enfrente.

"¡¿Qué?!", me pregunté en mis adentros. El ángel me respondió sin reflejar más interés. Me sorprendió tanto que debo aceptar que me atrajo mucho. Por lo general son las mujeres las que me buscan, pero ésta me dio una bofetada en silencio. Movió en mi interior un poco de intriga, deseé conocerla más. Sin embargo, no bajaría la guardia.

- Pasa... no quiero que sigas morboseando mi trasero. – dije sonriendo.

- Ni por cerca lo veía. De seguro se esconde entre tus pantalones. – su rostro inexpresable me abrumo, pero su comentario me molesto tanto que la tomé del hombro como primera reacción.

- No te creas muy inteligente...

- ¡Suéltame animal! Me lastimas. Solo respondo tus pensamientos al mismo nivel para que entiendas. – comencé a arder más, pero si de algo estaba muy seguro era que a una mujer no se le levanta la mano, porque ganas no me faltaban. La solté y caminó tranquila.

Caminé detrás de ella, casi siguiendo su paso. Simple curiosidad de saber en que se transportaba, pero se fue de paso cuando llegué a mi moto. Me puse el casco y decidí sencillamente dejarlo pasar. Cuando encendí la moto y estaba listo para irme sentí un dolor insoportable en mi mano derecha que me imposibilitaba conducir bien. Apague la moto y pensé en qué hacer. Solo esto me faltaba. Entonces fue cuando vi acercarse muy despacio un auto compacto, para ser exacto un Chevrolet Spark LT color verde. Muy simpático el auto. Pude ver bajo el polarizado claro del auto y era ella, quien como hoy en día, esclavos de la tecnología venía con sus ojos puesto en su iPhone; por eso la lentitud. Inmediatamente me puse frente a su camino, lo hice porque venía tan lento que una tortuga podía rebasarle. Ella freno y se bajó del auto.

- ¿Quién te crees que eres? ¿Estás loco? – dijo frenética.

- ¡Oye! Tranquila. Sabía que no me harías nada. – dije con mis manos arriba, a la altura de mi pecho en señal de que se detuviera.

- Quítate de mi camino, tengo cosas mejores que hacer que estar discutiendo contigo. – para luego darme la espalda.

- Espera... - le dije antes que subiera de nuevo al auto y acercándome a ella. – Necesito tu ayuda.

- ¿Cómo? ¿Escuché bien eso? – dijo con tono de sarcasmo.

- Si. No puedo conducir mi moto.

- ¿Y eso?

- No puedo cerrar bien mi mano. ¿Me puedes llevar a mi casa, por favor? – sonrió complacida.

- Espero algo a cambio.

- ¿Qué te parece un beso?

- Ni lo sueñes... no encontraría nada en ello. Sube que ya se me hizo tarde. – entrando por la puerta del conductor y yo dirigiéndome a la del pasajero.

Subí a su mini auto y gobernó el silencio por unos segundos mientras salíamos del estacionamiento de la universidad. Se miraba graciosa conduciendo. Ella tenía algo y en mi interior estaba muy dispuesto a descubrirlo.

- ¿Dónde vives?

- Colonia El Pedregal, segunda etapa. Cuando estemos ahí te dirijo.

- Está bien. – seguido encendió la radio y sintonizó una emisora.

Me llevaba loco con los coritos que iba escuchando. Era una santurrona. Para quitarme un poco el estorbo, le baje a la radio, claro, con la excusa de querer hablar con ella para que no se molestará. Ser abusivo no era del todo mi pasión.

- ¿Qué estudias?

- Ingeniería en Telecomunicaciones.

- ¡Vaya! Con razón eres buena en los números.

- Algo... - dijo esquiva, haciéndose la concentrada en el camino.

- ¿Ya te vas a graduar?

- Si, me faltan diez clases. Ya casi.

- Felicidades.

- Gracias... solo faltan las palmaditas en la espalda. ¿Sabes? No eres bueno para iniciar una conversación.

- ¿Ah si?

- Si... toda la vida que si.

- Entonces comiénzala tu.

- ¿Por qué regresaste?

- ¡Vaya! Pensé que nunca lo preguntarías. Pues regresé para seguir adelante. Creo que de está noche en adelante me seguirás viendo aunque no lo quieras.

- ¡Dios! Pensé que mi pesadilla terminaría en el portón de tu casa.

- No, hablando en serio. No me odies, no quiero que me pongas mucho trabajo en el reforzamiento.

- No te odio... solo me provocas lastima.

- ¡Auch! Si que eres insensible.

- Tu comenzaste, ahora come de lo que has sembrado.

- ¡Qué rápido coseché! – rió un poco. La conversación se tornaba amena. No podía creer que estaba teniendo una conversación con alguien. Cuatro años sin hablar trivialidades, simplezas, cosas ridículas con alguien. Se sentía bien. – Gracias por traerme. Espero no dormirme mañana.

- Oye... no es por nada, pero deberías ver a un doctor. Tu mano está muy hinchada. – entonces volteé a verme y en efecto, estaba bien hinchada y algo morada.

- No es nada.

- Bueno, si tu lo dices... Buenas noches.

- Buenas noches.

Al entrar a la casa todo estaba en silencio. La mayoría de las luces estaban apagadas. Al parecer mis padres ya estaban en su habitación. Suspire de alivio. Me fui directo a la cocina. El estomago proclamaba comida y entonces tome tres pedazos de pizza que preparó mamá. Me senté frente a la mesa para desayunar que estaba en la cocina. Tomé mi celular y le marque a Camilo, mi cuñado.

- Aló. – contestó tranquilo.

- Hola, cuñado. ¿Cómo estas? – dije entre mi bocado de comida.

- Bien, esperando a que venga Sofía por mi a las canchas. Ya sabes, hay que ahorrar en combustible.

- ¿Qué tal el partido?

- Perdimos, no vino Alejandro y Elías tuvo que cubrirlo en la porterilla.

Todos los lunes mi cuñado juega futbol con sus amigos en una cancha de césped artificial para futbol rápido. Alejandro era su mejor amigo y un muy buen guardameta.

- Que pasada. Oye, ¿aun tienes la llave de repuesto de mi moto?

- Si, la cargo en mi billetera como me lo pediste. ¿Pasa algo?

- Necesito que me ayudes. Bueno, tu y Sofi. Creo que me doble la mano y no pude conducir de regreso. Tuve que dejar la moto en el estacionamiento de la universidad. Se que te encanta conducirla y pensé en pedirte el favor.

- Si, está bien. Solo que te la iré a dejar mañana temprano, porque hoy ya es muy tarde.

Si, no te preocupes. Mil gracias cuñado. Te debo una. – colgué y me sentí más tranquilo.


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Agradezco tus comentarios. Espero lo sigas disfrutando.

¡Besitos!

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