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Capítulo 12

Salimos del centro comercial a un restaurante de comida italiana, Tre Fratelli. Yo amaba las pastas de ese lugar. Nos quedamos en la parte del jardín donde la luz era tenue y el ambiente era propicio para seguir celebrando. El mesero tomó nuestra orden.

- ¿De dónde sacaste la idea? - dijo mientras rociaba de aceite de oliva y queso parmesano un pedazo de pan.

- Pues la verdad pensaba dártelo en otro momento más "romántico", pero la verdad me sacaste tanto de mis casillas que no pude contener la sorpresa. - solo escuché una pequeña risita. - La verdad nunca pensé usarlos. Siempre me burlé de Dante cuando hizo lo mismo con Alessandra. Él apostó a que un día iba a usarlos. Yo siempre negué la posibilidad. Tanto lo molestaba que decidió apostar conmigo. Me dio diez años para usar los anillos y correrían por su cuenta. Si en ese plazo no encontraba la "dueña de mi corazón", él iba a pagarme el triple del precio de los anillos. - dije comiendo un bocado de pan.

- Pero para él era perder o perder. No tiene lógica.

- Créeme que hoy que Alessandra le cuente que los use su pecho se inflará de satisfacción y abra ganado restregarme el resto de nuestras vidas que él tenía la razón. Para un italiano escritor, romántico y empedernido del amor, créeme que esto es ganancia en todos los sentidos.

- ¡Guau! Creo que quiero conocerlo.

- Sin duda que lo harás.

- ¿Cuántos años pasaron? - preguntó curiosa.

- Ocho. Me lo apostó a los quince.

- ¿Desde esa edad negabas la posibilidad de casarte? - dijo hablando con la boca llena y con los ojos bien abiertos de tanta sorpresa.

- De enamorarme. Me rompieron el corazón a los trece y luego lo volvieron a hacer los veinte - dándole un sorbo a mi bebida.

- ¡No! ¿Es enserio? Pero si eres apuesto y quitando tus arranques de agresividad eres muy interesante. - volteando su rostro a un lado para no hacerlo sonar tan en serio.

- Pues cuando te has enamorado de una chica cinco años mayor que tú y que te quita la venda de la inocencia y apuestas a amarla el resto de tu vida pero cinco meses después te deja por un universitario con carro deportivo, créeme, eso te cambia la vida. Y luego piensas que estás enamorado de una mujer más de diez años mayor que tu pero descubres que solo te estaba usando, créeme, eso te marca la vida.

- Mi amor, déjame decirte que estás lleno de sorpresas. - dijo dándole un sorbo a su bebida y viéndome directamente a los ojos.

No pude evitarlo, sus palabras hicieron que mi corazón retumbara en mi pecho y la manada de elefantes se hacía presente en mi estómago. Estaba, increíblemente, inesperadamente y sorprendentemente, NERVIOSO. "Mi amor", solo mi madre me decía así. Me hundí en un profundo silencio y ella al ver mis ojos de asombro llenó los suyos con preguntas. Yo no podía articular una palabra. No sabía por qué pero esas dos pequeñas palabras habían congelado mi mundo. Ella, ella siempre era más reservada que yo para demostrarme lo que sentía y yo siempre quise comprender que era así por su experiencia pasada o porque simplemente no era tan demostrativa o quizás porque yo sentía más que ella.

- ¿Ian?

Mi mirada estaba perdida en su rostro y parecía que había perdido mi voz. Mi corazón latía cada vez con más fuerza. Sentía recorrer la sangre caliente por todo mi cuerpo. Era... se sentía... me hacía importante, necesario, útil, capaz. Ella, ella de verdad sentía algo por mi.
Después de aquellos largos minutos de silencio y mi voz que aún no respondía, con dificultad me puse en pie y me dirigí a ella, me hinqué y busqué su regazo para hundirme en ella. Inevitablemente una lagrima rodó por mi mejilla seguida de otra y otra. Ella entonces metió sus dedos en mi despeinado cabello y comenzó a acariciar mi cabeza. Su roce por mi cicatriz hizo el momento agridulce. Unos minutos más de silencio gobernó entre nosotros y aquellas caricias me hicieron sentir tan seguro. De pronto ella elevó mi cabeza con sus manos y de inmediato retiro las lágrimas de mis mejillas.

- Tan fuerte, tan cerrado, tan impenetrable... pero desde que te conocí supe que eras esto. Y por eso me he enamorado tan estúpidamente de ti. Ian, conoces el amor, sabes lo qué es y aunque hace mucho no lo sentías, déjame decirte que no has olvidado cómo amar. Y dichosa yo que te encontré, que te descubrí y que ahora te tengo, mi amor. Escucha bien esto... no solo me enamoras, simplemente haces que mi mundo gire al revés. Todas las noches agradezco a Dios por tu vida. Ian, eres increíble. Simplemente te amo...- sin poder recuperar mi voz y dejándome más asombrado no pude más que unir mis labios a ella tratando de decirle todo lo que sentía a través de ellos.
Entonces quise que durara más para que ese momento estuviera pintado en mi cabeza. Esta mujer no solo estaba cambiando mi vida, estaba dejando marcas imborrables en mi memoria. ¡Oh, cuánto la amaba! Cuánto me hacía feliz.
Al separar nuestros labios juntamos nuestras frentes y una sonrisa asomó en su rostro y yo también sonreí.

- Te amaré por siempre, mi ángel. - acariciando su rostro con mi mano. Deposite un tierno, suave y pequeño beso en sus labios, cuando el mesero llegó con la comida haciéndonos reír un poco de vergüenza. Me puse en pie y me dirigí a mi silla. Tome los cubiertos y comencé a disfrutar de mi plato favorito, bisteca inferno, un corte de carne con una salsa deliciosamente picante, acompañado de una pasta en salsa blanca. Estaba delicioso, pero sin duda la compañía de Isabela hizo que mi noche, mi día entero fuera de lo mejor.

El reloj despertador sonó a las seis de la mañana en punto. Un poco en contra de mi voluntad me dispuse a tomar una ducha fría para poder despertarme. Me cambie y veía en el espejo un Ian nuevo, una sonrisa asomó a mi rostro y puse el toque final con mi loción favorita, 1 million de Pacco Rabanne. No solía usarla a menudo pues dejaba una estela de aroma que podía revolver a cuanta mujer pasara cerca de mi. A decir verdad, hasta había olvidado que la tenía. Nunca la había usado en mis salidas con Isabela. Reí, debía usarla y dejar a un lado mi clásica y fresca Polo Blue para los días normales que no incluyen a Isabela.

Al terminar de peinarme me dirigí al comedor donde el hostal brindaba desayuno continental. Frijoles fritos, huevo revuelto, queso, mantequilla blanca, plátano maduro frito, aguacate y tortillas, tan típicamente delicioso. Acompañe todo aquello con una taza de café. Me senté junto a otro hombre que vestía de manera ejecutiva. Hablaba por su celular y era muy expresivo con sus manos. No preste mucha atención a su conversación y cuando termine de comer solo me di cuenta que no había tocado nada de su plato y continuaba con el celular en la oreja. Solo espero que con trabajo no deje de alimentarme, amo comer y dejaría el trabajo por ello. Reí por dentro. Le di el último sorbo a la taza de café y me dispuse a salir camino a mi entrevista. Al salir me subí a la moto pero antes de arrancar saqué mi celular para enviarle un mensaje de buenos días a Isabela. Me puse el casco y encendí el motor para escuchar aquel estruendoso y motivante sonido.

Al llegar al enorme edificio una emoción invadió mi cuerpo. Aquel lugar podía ser mi catapulta al mundo de los negocios y parecía muy prometedor. Las 7:45 a.m. marcaba mi reloj cuando me presenté ante la recepcionista. Una joven de rostro fino, cabello rojo y amarrado en una cola alta, de complexión delgada, muy bien vestida y logré ver sus ojos verdes a través de sus lentes vintage, los cuales portaba con mucho estilo. La resumí en una palabra: curiosidad.

- Buenos... - sacudió un poco su cabeza. - Buenos días, bienvenido a Altia Business Park, ¿En qué puedo ayudarle? - sin respirar, con tono algo nervioso y hasta podría decir impresionada. En otros tiempos ella sin duda pasaría la noche en mi cama. Le sonreí.

- Buenos días. Vengo a una entrevista de trabajo.

- ¿Su nombre?

- Ian Estrada. - mientras buscaba en la computadora.

- Si, acompáñeme. - dijo poniéndose en pie y la seguí. Su falda ajustada, hasta la rodilla y con una notable abertura en la parte de atrás me distrajeron por un momento.

- ¿Cómo me dijiste que te llamabas? - tratando de sacar conversación.

- Nunca lo dije. - mientras caminaba con paso más rápido haciendo sonar sus tacones más fuerte contra el piso.

- ¿Y cuál es?

- Lucia y tu perfume enferma. - dijo abriendo una puerta donde estaba una sala llena de personas esperando. Sonreí por su comentario. - Debes esperar a ser llamado. Buena suerte. - dijo algo coqueta.
- Gracias.

"Mi perfume enferma", vaya expresión. Lo traduciré a que le encantó. Oh si... en estos momentos sentía que mi absurda necesidad de hombre escalaba a otros niveles pues Lucia había encendido la lucecita de curiosidad. Maldición... Ian, concéntrate. Todo está perfecto con Isabela, la amas y te ama. Lucia es una mujer bella pero ya no eres el de antes. Además estás aquí para avanzar y no ser el mediocre de siempre.

Suspire. Llevaba una hora esperando y ya me estaba inquietando. Veía entrar y salir a cada candidato. Algunos salían con enormes sonrisas y otros cabizbajos. Lo peor del caso es que no sé todavía para qué compañía voy. Te das cuenta hasta que estas adentro y eso lo hace más tortuoso. Pensé que había llegado temprano pero parece que muchos otros madrugaron.

La pelirroja abría la puerta cada tanto. Todavía no superaba su comentario. Trataba de percatarme de la reacción de los demás cada vez que ella entraba. Puedo resumir que a la mayoría se les caía la baba. Aquella mujer tenía un no sé qué.
El reloj marcaba las diez en punto de la mañana y yo ya estaba por levantarme e irme. Me puse en pie y me dirigí a la puerta cuando al mismo tiempo que yo la pelirroja la abrió y choco conmigo. La tome por los brazos para ayudarla a recuperar el equilibrio. Ella estaba avergonzada. Sus lentes se habían movido de su lugar y los acomodo de inmediato, seguido de su blazer. Raspó su garganta.

- Perdón.

- No te preocupes. ¿estás bien?

- Si. Venía por ti. Te esperan en la otra ala del edificio.

- Justo a tiempo, ya me había cansado de esperar.
Ella sin decir palabra se giró y comenzó a caminar y yo detrás de ella. Vaya que le gusta que la vean por detrás. Debería considerar usar ropa más holgada. Mi celular comenzó a sonar en mi interrumpiendo mis tontos pensamientos. Lo saque de la bolsa de mi saco.

- Hola, mi amor. ¿Cómo estás? - mientras seguía caminando y noté que ella me vio de reojo por sobre su hombro.

- Bien guapo, preguntándome cómo te fue.

- En unos segundos entro a entrevista. Te llamo al salir.

- Perfecto. Suerte, mi amor.

- Gracias, preciosa.

Termine la llamada y metí mi celular nuevamente en la bolsa de mi saco. Ella se detuvo frente a la puerta.

- ¿Casado?

- No, amarrado. - y sonrió con satisfacción.

- Pase, lo esperan adentro.

Entré a una especie de sala de conferencias pues en medio había una enorme mesa con sillas ejecutivas. Estaba complacido de admirar la arquitectura moderna y limpia del lugar, los toques en madera en la enorme pared donde estaban todos los logos de las empresas que pertenecían al complejo llamaba enormemente mi atención y comencé a curiosear.
La puerta se abrió.

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