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Capítulo 10




Promesas. A veces prometemos cosas que no podemos cumplir. Es mejor dejar el horizonte abierto y no amarrarte con tus palabras. Pero como humanos a veces solemos cometer errores. Las palabras tienen un peso casi mortal. Una palabra puede cambiar todo.

Luego de una deliciosa comida y un intento en vano de enseñarle a andar mi moto, la llevé a mi lugar favorito a ver las estrellas. La noche estaba algo fresca. Cuando subimos a la azotea sabía que el momento había llegado. Tomé su mano y la conduje a la orilla. Antes de acercarnos por completo cubrí sus ojos con mis manos y la acerque poco a poco. Quite mis manos.

-       Mira hacía abajo. – dije complacido.

En el área verde del edificio había sobre el suelo un enorme banner con la foto que nos tomó en paracaídas esa tarde Gabriel. Decía, "Concédeme toda la vida en las alturas. A tu lado solo siento que vuelo. No me cortes las alas y vuela conmigo. Isabela te amo.". Ella volvió hacía mi con lágrimas en sus ojos.

-       Isabela, sé que tus creencias y las mías son muy diferentes, pero si tu Dios existe, no cabe la menor duda que Él te puso en mi camino para que me guíes. Conozco la marihuana y la cocaína. Me he embriagado al punto de quedarme dormido en un retrete. Me he acostado con una docena de mujeres que ni de sus nombres me acuerdo. He vivido en perdición total. Yo no valgo nada... pero en estos últimos tres meses que he estado a tu lado tu has sabido sacar lo mejor de mi y eso me da valor. Sé que no debes decir que si ahora. Creo en las cosas bien pensadas. Solo te pido que me des la oportunidad de conquistarte como te lo mereces. De seguir dándote lo mejor de mi. Déjame volar. Te necesito en mi vida. Isabela, simplemente te amo... te amo como nunca lo había sentido ni imaginado.

-       Ian...todo esto es hermoso. Yo... yo también siento mucho por ti y créeme que nadie antes me había hecho sentir tan especial como lo haces tu. Ian, estoy dispuesta a dejarte entrar, pero quiero que me prometas algo...

-       Dime.

-       Que vendrás a mi iglesia de vez en cuando... o al menos cuando te lo pida.

-       Lo prometo. – ella sonrió ampliamente y me dio un fuerte abrazo.

En aquel momento nada más era importante que ella y yo. Nos quedamos un momento más a admirar las estrellas y conversamos un poco sobre como llevar las cosas en nuestra relación. Debo confesar que era extraño saber que ahora ella me pertenecía de alguna forma. Sentía el pecho inflado.

Llegamos a su casa y la noche parecía terminar de lo mejor, con un beso muy tierno y un fuerte abrazo. Los elefantes volvían ha hacer de sus fiestas en mi estómago. Todo aquello me ponía muy ansioso. Ahora soy feliz.

Me encontraba frente a la computadora matriculando mis clases del siguiente trimestre. Parecía sorprendente saber que ahora mi interés por graduarme era muy fuerte. Algebra II era mi siguiente reto importante. Le agregué un poco de mercadeo y administración para hacer más teórico el conjunto de clases y bueno, una electiva de arte, dibujo para ser exactos. Mamá entró a la habitación para dejarme un sándwich y un vaso con jugo de naranja. Ella estaba orgullosa de mi y yo me sentía muy bien con verla feliz. Se retiro de la habitación dándome un beso en la cabeza y yo aun concentrado en lo que hacía. Le di un mordisco al sándwich y me puse de pie para buscar mi billetera y poder pagar la matricula en línea. Saqué la tarjeta de crédito y realice la gestión correspondiente que inmediatamente fue denegada. Asumí que era por el internet así que lo deje para la mañana siguiente para poder ir a ventanilla y que fuese más seguro. Terminé de comer y luego me tiré a la cama para hablar un poco con Isabela antes de dormirme. Desde hace dos semana somos novios y debo confesar que me gusta mucho la sensación. Suena raro, aun no me la creo. Pase de ser aquel antipático chico rudo y rockero a un romántico sin compostura.

La conversación fue algo corta, su padre le pidió ayuda para elaborar una presentación, para lo cual ella era una experta. Entonces me dispuse a tocar un poco la guitarra. Tenía tiempos ya de no disfrutar de mi hobby. Además de la batería, podía tocar un poco el piano y la guitarra, pero la batería era mi fuerte. Mientras tocaba un poco, conversaba con Moisés por el Messenger de Facebook. Me comentaba que John estaba como loco buscando un baterista y que debía volver por mis cosas. Además, desenterró un poco de mi pasado contándome que Andrea y Erick se habían dejado. Vaya comentario. No me importaba la verdad, pero fue curioso saberlo. Deje a un lado la guitarra porque algo me llamó muy fuerte la atención. Un tal Diego le había dado ¨me gusta¨ a una fotografía que Isabela había subido ese día con uno de los niños de la casa hogar. Y vaya bendita tecnología. Su perfil no tenía restricciones de seguridad y pude entrar a husmear un poco y resultó ser quien yo pensé que era. Aquel tipo gallina que dejó a una mujer llena de ilusiones y falsas promesas. Pero ahora me llenaba de celos saber que Isabela aun lo tenía en sus contactos. Algo muy fuerte se encendió dentro de mi. No podía llamarla porque sabía que estaba con su padre, pero sentía una enorme necesidad de una explicación. Cerré la computadora de golpe. Tiré mi celular a una esquina del cuarto. Daba vueltas en mi habitación. Entonces mamá toco la puerta evitando que mi ira aumentará.

-       Hijo, tu hermana acaba de llegar con el nene. Pasaran la noche con nosotros. Está pasando por una pequeña crisis de primerizas.

-       ¿Y eso? – traté de preguntar con naturalidad para ocultar un poco el calor que corría por mis venas en aquel momento.

-       Es que al parecer Lorenzo cogió una gripe y no puede respirar bien cuando duerme. Es normal. Solo que no sabe como reaccionar.

-       ¿Y Camilo?

-       Vendrá en un momento. Fue por comida porque no han cenado.

-       Bajo en unos minutos.

-       Está bien, hijo. ¿Todo bien?

-       Si... - dije viéndola. Madre al fin, me conocía tan bien.

-       Te ves algo tenso. Relájate.

-       Gracias mamá.

Lo estaba, estaba muy tenso, pero logre calmarme un poco al ver a mi pequeño sobrino dormir tan plácidamente, aunque con ronquidos por su nariz congestionada, eso era gracioso. Milagrosamente Sofí no pregunto por Isabela y eso me mantuvo relajado. La conversación giraba entorno a Lorenzo y su gripe. Era toda una sensación mi sobrino. Mamá contaba un poco sobre cuando nosotros nos enfermábamos de bebés en lo que la puerta principal se abrió llegó dando paso a la entrada de mi padre.

-       Buenas noches. – dijo serio como de costumbre.

-       Hola papá. ¿Qué tal de trabajo? – dijo Sofía.

-       Bien, hija. Algo cansado.

-       ¿Quieres un masaje?

-       No te preocupes, hija, tu debes atender a Andrés.

-       Cuando quieras me avisas.

-       Claro, hija. Ian, acompáñame al cuarto de estudio. – trague grueso. Eso no sonaba bien. Lo seguí y cuando entramos él cerro la puerta. Me senté en el sofá y él en el escritorio. - ¿Cómo vas en la universidad? – preguntó retirándose los lentes.

-       Bien. Pasé la clase condicionada y estoy por matricular cuatro clases más. Mañana iré a pagar. Hoy no me pasó la tarjeta en línea.

-       Que oportuno. Eso fue gracias a mi. – quedé dubitativo.

-       No entiendo.

-       Pasa Ian que estoy harto de tus mentiras y de que me sigas viendo la cara. ¿Cuántas veces te di el efectivo para que pagaras tus clases porque me decías que no había sistema para tarjetas de crédito o que no estaban aceptando por nuevas políticas de la universidad o una de tus tantas mentiras?

-       Muchas.

-       Bueno, esa es la razón por la que decidí cancelarte la tarjeta de crédito. Ya no me vas a robar más para que vayas a derrochar ese dinero en drogas, alcohol y quien sabe que más.

-       Pero papá... te prometo que he cambiado. Isabela te puede asegurar que pasé mi clases con buena calificación y que hice todo lo posible por no quedarme ahí estancado. No te entiendo. Has esperado tanto tiempo para que le ponga interés a la universidad y ahora me sales con esto. Es estúpido.

-       Más respeto.

-       Es la verdad. – dije poniéndome en pie. - ¿Qué quieres de mi? Maldita sea. – dije confundido, molesto, impotente. – Desde que me levante de aquella cama te has empeñado en hacerme dura la vida, en tratarme como un enemigo y no como tu hijo. En vez de amarme y dar gracias porque estoy vivo, te has ensañado en restregarme en la cara que hubieras preferido que yo muriera y que Pablo viviera.

-       Es que así hubiera sido mejor.

-       Pues sabes qué... yo también preferiría estar enterrado en una tumba y no muerto en está vida. Por más que intento entender no logró concebir la manera de agradarte. Por eso me hundí como un miserable en los vicios.

-       Es que eres un miserable. Por Dios santo. Alcoholizaste a tu hermano y luego fuiste un imprudente. Tu tienes la culpa. Tu acabaste con su vida.

-       Basta. ¿Qué no entiendes que a mi también me duele? – le dije gritándole con lagrimas de impotencia en mi rostro. – Si yo lo hubiera alcoholizado, como tu dices, en mi examen también hubieran encontrado alcohol y no fue así. Pero quédate con tu idea. Ya no me importa. – dije retirándome de la habitación.

-       No he terminado. – dijo caminando detrás de mi y yo me detuve.

-       Pues yo si. – le dije cuando mamá y Sofía se acercaba.

-       Pero, ¿qué es este escandalo? – dijo mamá.

-       Perdón mamá, perdón Sofí, debo irme.

-       Si, huye, huye como siempre lo haces. Cobarde. – terminó escupiendo esas palabras con odio.

Vi su rostro, lleno de amargura y despreció. Dolía mucho. Era mi padre, mi ejemplo. Vaya responsabilidad. Nunca le haría eso a mi hijo. Arranque mi moto y no podía contener mis lagrimas, mi cólera, mi agonía. Si tan solo pudiera ver las fotografías de aquel momento tan horrible que viví con Pablo, se daría cuenta de toda la verdad. Aceleré y sabía que en aquel lugar lo encontraría o al menos sabría de él. Llegué y pregunté por él e inmediatamente lo parlantearon.

-       ¿Ian? ¿Estás bien? ¿Qué haces aquí?

-       Necesito que hablemos afuera.

-       Si, claro. – dijo quitándose la bata blanca que cubría su uniforme color azul. Salimos al estacionamiento y yo daba vueltas. No sabía como comenzar.

-       Matías, tienes que hablar.

-       Ian...

-       Tu mentira me está hundiendo. Ya no puedo más.

-       Ian... no sé... no puedo.

-       ¿Cómo que no puedes? – dije tomándolo de la camisa. – Mírame. – ordené con lagrimas en el rostro. – Mírame bien. ¿Puedes con otra vida? ¿Tu conciencia puede con otra vida? Porque tienes la mía en tus manos. – entonces lo solté y limpie mis lagrimas. Subí a mi moto y sostenía el casco en mis manos. – Si en realidad aun me guardas algún aprecio, cuéntale la verdad a mi padre y posiblemente consideré mi amistad contigo. No seas tan cobarde. – me puse el casco y arranque mi moto sin rumbo.

Aquella tarde abrí mis ojos de un sueño pesado y agotador. La luz blanca del techo me deslumbro y con esfuerzo parpadee rápido para poder aclarar mi vista. Con dificultad volteé mi rostro, buscando algo, alguien. Nadie. Mi voz parecía muda, no podía articular alguna palabra. En mi mano derecha tenía un medidor de presión de dedo. En mi mano izquierda estaba cateterizado. Las sabanas me cubrían las piernas que las sentía muy pesadas. Intente moverlas con esfuerzo. Todo aquello era raro. Un dolor punzante en mi cabeza me hizo mover mi mano derecha para tocarla. Estaba pelón y sentí una cicatriz en mi lado derecho de la cabeza. Ahora lo recordaba. Pablo. Debía verlo. Con esfuerzo me incorpore en la cama y estaba por poner mis pies en el suelo cuando la puerta de lo que parecía un baño se abrió. Sofía salió y su asombro fue enorme. Se puso pálida pero muy feliz. Se lanzó a mi con un abrazó. Yo también estaba feliz de verla.

-       Pablo. ¿Dónde está Pablo? ¿Qué pasó?

-       Tranquilo. Tuvieron un accidente. Debo llamar a mamá. Anda en la cafetería por un café. Espera aquí. No te muevas. Le diré a la enfermera que despertaste. Esto es un milagro.

Sofía se retiró de la habitación muy feliz. En cambio yo estaba lleno de preguntas. Necesitaba saber de Pablo. La enfermera entro con el doctor, un hombre blanco, de bigote gracioso y lentes, estatura media pero en buena forma. De inmediato comenzó a preguntarme cosas básicas. Mi nombre, fecha de nacimiento, edad entre otras cosas. Además tomó mis signos vitales e hizo pruebas de mis reflejos. El doctor estaba haciendo de sus anotaciones cuando mamá atravesó la puerta con gran euforia y se me arrojó a los brazos en un fuerte abrazo.

-       Todo parece estar bien. Creo que muy pronto le podremos dar de alta. Por los momentos estaremos observándolo y ayudándolo a incorporarse mejor. Sentirás las piernas algo débiles y el cuerpo algo pesado. A veces dolor de cabeza, pero eso es algo dentro de lo normal. Si llegaras a sentirte mareado y muy débil llamas a la enfermera. Estaremos pendientes de ti. Debo decirte que eres muy afortunado de estar con vida. Dios te salvo.

-       Gracias, doctor. – él se retiro y quedamos solos.

-       ¿Cuánto tiempo dormí? – pregunte extrañado.

-       Dos meses. – dijo mamá tragando grueso.

-       Ok. Ahora me dirán dónde está Pablo.

-       Ian, debes guardar reposo. Aun estás convaleciente.

-       Sofía, estoy bien. Solo hice una pregunta.

-       Ian... - entonces mamá se quebró en llanto y se retiro de la habitación.

Yo no entendía nada. Lo sospechaba pero tenía esperanzas. Por una semana no entendí nada hasta que al doctor, quien creyó que ya me habían dicho, me dio el pésame y logré comprender todo aquello. Estaba solo en aquella habitación. Acurrucado en la cama, llorando desconsolado. No podía creerlo. Desde aquel día mi vida cambio por completo. Si, admito haberle reprochado a mi madre y a Sofía por no haberme dicho, pero creo que aquel momento de desahogo a solas no lo hubiera podido tener con ellas, quienes hubieran buscado consolarme en todo momento.

No sabía a donde ir ahora. No estaba dispuesto a entrar a mi casa hasta que papá se fuera al trabajo. Me encontraba molesto con Isabela. Solo me quedaba subir a la azotea. Silencio. Un poco de paz. Incluso callé mi voz interna. Cerré mis ojos y suspiré. ¿Qué iba a hacer ahora? Debía encontrar un trabajo e irme de casa. Pensaba y pensaba con los ojos cerrados cuando sentí una mano rozar mi hombro izquierdo. Se sentó a mi lado y se acurruco en mi. Hubo un silencio total por varios minutos pero no pude evitar más el silencio de mi yo interno. La iba a decepcionar. A ella.

-       Perdóname.

-       ¿Por qué?

-       Porque no podré, Isabela, no podré.

-       Si podrás, si podremos. Mírame. Te amo y te quiero en mi vida. – dijo uniéndome a ella en un abrazo.

-       ¿Qué haces aquí tan noche? Podría pasarte algo. No me lo perdonaría.

-       Me escape. Sé que no se dieron cuenta. Pero es que tu no contestas tu celular. ¿Qué piensas? Me estabas matando. Cuando Sofía me llamó me preocupe mucho.

-       Isabela, Isabela... las cosas que aprendes de mi. – dije riendo un poco.

-       Al menos eres consiente de tus enseñanzas.

-       Por cierto... estoy furioso contigo.

-       ¿Por qué?

-       Por el tal Diego.

-       ¿Qué con él?

-       Creo que lo dejamos para luego. Debo llevarte a tu casa.

-       Y tu debes ir a la tuya.

-       No, no lo haré aunque me lo pidas tu.

-       ¿Y dónde pasaras la noche?

-       Aquí. Es buen lugar para pensar.

-       Estás loco. Ian, por favor.

-       No pienso discutirlo señorita. – dije cargándola en mi hombro y ella gritaba como loca.

Llegamos hasta su carro. La escolte en mi moto hasta su casa. Donde con mucho cuidado abrió el portón y la vi entrar algo cabizbaja por dejarme a la intemperie de noche. Le sonreí y le guiñe el ojo. Finalmente se desvaneció al cerrar la puerta. Me puse el casco y regrese a la azotea y pensé hasta quedarme dormido.


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¡Besitos!

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