Capítulo 1
La vida cambia. Cambia cuando menos lo esperas. Cambia porque para toda acción hay una reacción. Cambia porque simplemente vivimos para tomar decisiones. Decisiones que tal vez piensas que son las correctas porque en ese momento no piensas en las consecuencias. Consecuencias que a veces duran para toda la vida.
Observaba mis botas de cuero negro algo gastadas mientras estaba sentado en un amplificador en el cuarto de ensayo de la casa de John, fumando un cigarrillo. Se venían a mi mente las imágenes de la noche anterior con la bartender que me atendió en el nuevo bar de la Zona Viva. Sexy, coqueta pero mezquina en la cama. Me hizo reír por un momento mientras le daba un jalón a mi cigarrillo. En el fondo podía escuchar como discutían los de la banda, ya era costumbre que lo hicieran cada vez que introducíamos una nueva canción. En ese momento vibro mi celular y me cayó una notificación de Facebook. Mi hermana había posteado una foto familiar muy antigua y divertida. Yo abrazaba gracioso a Pablo mientras ella salía enseñándole la lengua muy molesta, mamá se veía en el fondo cocinando algo y pues papá, papá estaba tras el lente de la cámara. Sonreí.
Pablo, tan inocente que a veces caía tan fácil en tonterías, pero tenía un corazón que irradiaba alegría. Recuerdo como amábamos la naturaleza, las cuatrimotos, los anime, compartíamos eso y más. Es difícil explicar como existía tanta conexión entre él y yo si nos llevábamos tantos años de diferencia. Sus ocurrencias eran tan particularmente interesantes, que mantener una conversación con un adulto era cosa fácil.
Crecí en casa privilegiada con gustos y lujos, ya que mi papá era un hombre exitoso en su carrera profesional. Trabajaba para una maquila transnacional como gerente comercial a nivel regional, Centroamérica para ser exactos, aunque llegar a ese puesto le costo mucho trabajo y esfuerzo, pero su brillantez lo hizo subir como la espuma. Mi madre siempre fue de gran apoyo y nunca lo dejaba darse por vencido. Papá era admirable.
Tres hermanos. Por ahí dicen que es el número perfecto de hijos, realmente no estoy seguro de ello. Sofía era la mayor, seguía yo y Pablo el menor. La verdad solíamos divertirnos mucho, pero porque Pablo y yo siempre andábamos buscando jugarle alguna broma épica a Sofía.
Sin embargo, todo eso no es más que un recuerdo, fotografías mentales que están almacenadas en lo más profundo de mi mente. Si aquello fuese hoy, creo que toda mi vida sería diferente.
Sumergido en el recuerdo me distraje de mi presente, hasta que Moisés me transporto de nuevo a la realidad. Hoy vivo en un mar de vicios y desorden. A veces me pregunto por qué lo hago y lo más fácil de responder es: "Porque es la única manera que tengo para olvidar lo que pasó aquella tarde de invierno". El alcohol me ayudaba a olvidar, la marihuana a vivir el momento y el cigarrillo a relajarme. Todo aquello que un día pensé era una locura ahora lo experimento a diario. ¿Cómo comenzó? Ni yo mismo recuerdo.
- Oye Ian... ¿Recuerdas a que tiempo va "Enter Sandman? – me preguntó Moisés.
- 6/8 y comienza en mi bemol.
- ¿Escuchaste John?
- Si, si, si. No sé porqué todo quieren hacerlo tan perfecto. Deberíamos ponerle algo nuestro.
- ¿Crees que James Hetfield se rompió la cabeza componiendo esa canción para que tu quieras cambiarle lo que se te venga en gana? Se llama "cover" John, porque imitamos lo que hacen, no tratamos de "arreglar" lo bueno que hicieron. – le dije.
- Pues entonces hagamos nuestra propia música. Estoy harto de que me quieras cuadrar sin darme libertad. – dijo molesto poniendo su guitarra en el trípode y de inmediato sus manos cruzadas al pecho.
- Entonces deberías comenzar a componer algo bueno, guíanos en tu camino del amplio conocimiento musical que posees. – me puse de pie en un salto del amplificador donde estaba sentado, camine hacía la puerta y tomé mi chaqueta de un gancho donde colgaban también las demás.- Espero mañana me tengas algo. – dije retirándome del cuarto de ensayo.
Subí a mi moto, me coloque el casco, encendí el motor, que sonaba tan maravilloso como siempre, y me dirigí a la peor pesadilla del mundo, la universidad. Tenía cuatro años de estar en la universidad y orgullosamente puedo decir que he pasado treintaicinco. No entiendo porque mis padres insisten en que estudie. Es la quinta vez que repito algebra y hoy es mi quinta primera clase y para variar y hacer algo nuevo llevo quince minutos de retraso. Entré con mucha confianza. El licenciado en matemáticas Jorge, ya me conocía y pues hasta buenos amigos éramos. Después del tercer trimestre de llevar la clase consecutivamente decidió rendirse y aceptar que no estaba hecho para las matemáticas. Me asomé por el vidrio de la puerta y el licenciado estaba anotando en la pizarra. Giré la perilla de la puerta con mucho cuidado, tratando de no hacer mucho ruido para no interrumpir más la clase de lo que ya estaba haciendo.
- Buenas tardes Ian. – dijo retirando el marcador de la pizarra acrílica viéndome a través de su lentes, interrumpiendo su clase para saludarme. Algo muy inusual en él, ya que cuando entraba siempre ignoraba mi presencia sin importar lo que estuviera explicando en la pizarra.
- Buenas tardes Lic. – dije deteniéndome a mitad del salón de clases en la parte de enfrente.
- Hijo, te están esperando en rectoría. Temo que te perderás nuestra primera clase. – con voz suave pero nada alentadora.
- ¿Dónde es eso? – pregunté perdido y la clase comenzaba a reírse cuando los volteé a ver con mirada seria. Las risitas menguaron pero el cuchicheo fue inevitable. Entonces dirigí mi mirada nuevamente al licenciado.
- Del pasillo que lleva a admisiones a mano derecha veras varias oficinas, la del fondo a la izquierda es rectoría. Ahí conocerás a la licenciada López. – dijo esperando alguna otra pregunta.
- Bueno... - me di la vuelta y me retiré.
Por un momento se me cruzó por la cabeza ignorar la cita con la licenciada López. Pero bueno, que más da. Tal vez y me tenían la grandiosa noticia que me expulsarían de la universidad por reprobar tantas veces una clase. Me declararán incompetente y mis padres no tendrán más remedio que aceptarlo. Eso parecía grandioso. Me animé con un cigarrillo antes de entrar a la oficina.
- Permiso. – dije con los pocos modales que recordaba me enseñó mi madre.
- Buenas tardes. Supongo que eres Ian. – dijo la señora detrás del escritorio, quien suponía era la licenciada López. Frente a su escritorio estaba sentada una joven que me daba la espalda. Al parecer interrumpía una reunión, quizás y la chica estaba en problemas como yo.
- Si...
- Toma asiento. Mi nombre es Sarah López y soy la rectora de esta institución. – decía señalándome con la mano, el asiento al lado de aquella joven pelo largo, ligeramente amarrado con un pequeño gancho en forma de mariposa que brillaba en color rosa.
- Si, así escuché. – dije sin verla a los ojos, porque me intrigaba aquella joven que no se inmutaba ante mi presencia. - ¿Puedo quedarme parado? Me da ansiedad estar sentado al lado de alguien que no conozco. – dije con el ceño fruncido, un poco molesto por la inesperada falta de atención y respeto de la joven. Entonces, ella, se puso en pie y al ver su rostro me inquietó mucho. Parecía un ángel, y eso que no creo en ellos. Pero para ser un poco del montón es mi mejor explicación por los momentos.
- Hola, soy Isabela Jiménez. – dijo extendiendo su mano. – Perdón por mi momento de mala educación, estaba leyendo un documento. – dijo con una sonrisa que me atemorizó. Le respondí el saludo con cara apacible y nos sentamos casi al mismo tiempo.
- Bueno, la razón por la que estás aquí Ian es porque consecutivamente has reprobado una clase y el código de nuestra institución dictamina que a la quinta falta solo podrás llevar esa clase, sin tener derecho de faltar y con la suma obligación de aprobar finalmente esa clase. Tengo aquí tu expediente y según éste tienes matriculadas otras dos clases, las cuales automáticamente quedan canceladas desde hoy. De igual manera el código dice que debemos asignarte un tutor para ayudarte con la asignación. Es por eso que estamos en presencia de Isabela, quien será tu ayuda durante todo este trimestre. Tendrás reforzamiento de la clase todos los días a las ocho de mañana.
- ¡¿Qué?! – dije atónito, a esa hora venía durmiéndome.
- Así es. – con rostro asombrado, retirándose los lentes de lectura.
- ¿Y si me retiró de la universidad? Eso nos ayudaría a los tres. Usted no tendría que preocuparse, ella no tendría que donarme su tiempo y yo, pues yo me liberaría de está tortura.
- No es la solución Ian. Hemos conversado con sus padres y ellos están de acuerdo con que se proceda de está manera.
- Si, pero ya no soy un niño. Puedo tomar esa decisión por mi cuenta. – dije muy molesto.
- Claro, no es un niño, por ello tomará la decisión más madura. Si usted desea retirarse no hay ningún problema, pero piense si es la solución para su problema. Creo que es capaz de lograrlo Ian. Un día lo hizo al graduarse con méritos de la secundaría. Nada le quita que lo pueda lograr de nuevo. – su tono tan suave me mortificaba. Parecía estar hablando con un discapacitado mental, lo que me molestó aun más.
- Pues decido retirarme. Cancele todas mis matriculas. Da igual, solo estoy aquí cumpliendo un capricho de mis padres. Siéntase libre de borrarme de las listas. – poniéndome en pie y vislumbrando en la chica, Isabela, un rostro de asombro, por sus ojos bien abiertos y su boca entreabierta.
- Considero que debería pensarlo mejor. Su futuro es más seguro con un título universitario.
- Un pedazo de cartón no dictamina mis capacidades. Permiso... La decisión ya la tomé. – finalmente retirándome de la oficina.
Estaba muy molesto. Mis padres sabían del asunto. Muchas veces les dije que no quería seguir estudiando y me he mantenido aquí solo por respeto y nada más. Pero hoy todo termina, los confrontaré de una buena vez y les dejaré todo claro. Hoy mismo me iré de la casa. Estoy harto que quieran controlar mi vida manipulando mi culpa a su antojo. Soy capaz de mantenerme. Me ponía el casco cuando su grito pronunciando mi nombre interrumpió mi discusión interna. Al voltear veía su silueta acercarse a mi. Su rostro pálidamente blanco con esos ojos grandes y almendrados, y su voz agitada hicieron que me congelará.
- ¡Oye! Bueno, espera. Déjame que tome aliento. – dijo inhalando profundo y yo cancelando la acción de ponerme el casco. – Lo siento, pensé que no te alcanzaría. – poniendo su mano en su pecho e inhalando más profundo.
- Vaya que corres bien... ¿Qué quieres? – dije apoyando el casco sobre el tanque de combustible de la moto y luego mis brazos sobre él.
- Se que no me conoces... pero creo que no deberías rendirte.
- No me estoy rindiendo. No es una batalla para mi, ni un reto, ni un sueño... solo trataba de agradar a mis padres. No tiene sentido seguir. – puse mis ojos en blanco, riendo un poco por dentro al escuchar su inocente descripción de los hechos.
- Ese es el problema... no lo hagas por ellos. Hazlo por ti. Sé que puedes y que un día te interesaron los estudios. Vi tus notas del colegio. Eras muy bueno y no creo que todo eso lo hayas hecho solo por complacer a tus padres. – dijo cruzando sus brazos bajo sus pechos, poniendo cara de decepción.
- Mi vida para ese entonces era diferente. – dije con media sonrisa asomando a mis labios. Era graciosa.
- No sé lo que pasó, porqué cambiaste de opinión pero... dejarte vencer tan fácilmente por unos números. No pareces de ese tipo... - su pausa la hizo tomar valor. - Al verte creí que eras más rudo. Tu aspecto de rockero fortachón no es más que un disfraz escondiendo tu debilidad.
- No me estoy dejando vencer por nada. – dije con sonrisa burlona. – No me conoces para juzgar mi apariencia... - tomando mi casco lo coloque sobre mi cabeza y lo asegure debajo de mi barbilla. La vi con rostro expectante, encendí el motor de mi moto y lo hice sonar un poco. - Mejor vete a fornicar con tus libros, chiquilla estudiosa.
- ¡Eres un tonto! – dijo cuando arranque...
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Agradezco tus comentarios y bienvenido(a) a mi mundo, espero lo disfrutes.
¡Besitos!
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