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Capítulo: 4

CAPÍTULO: 4

DEREK.

-Hemos traído tu portátil, gran parte de tu ropa, unos cuantos libros y esas pinturas que te gustan tanto, ¿te parece bien?

Unos cuantos tibios rayos de sol penetran por la ventana de mi habitación. A través de ellos, consigo ver como las motas de polvo se suspenden en el aire. Despacio, intento cazarlas con las puntas de mis dedos, absorto en mis pensamientos. Haciendo caso omiso a la voz de mi madrastra.

-¡Derek!- se alarma mi madre cerrando de un golpe seco las cortinas de la ventana, impidiendo a los tenues rayos de sol entrar hasta mi cama. Suspiro despacio, intentando recobrar la tranquilidad que mantenía hasta este momento.

-¿Habéis traído la guitarra?- pregunto poniéndome en pie. Camino hasta el montón de ropa y la examino.- ¿Y mi camiseta de baloncesto?

-Ese trasto con cuerdas lo traerá tu padre en el coche, está de camino.- resopla palpándose la sien con su mano derecha.- Y en cuanto a ese trapo...

-No es ningún trapo.- respondo secante.

-Está en alguna de las bolsas, tu padre se ha empeñado en meterla.

Mi padre. El bueno de mi padre. La persona más valiente que conozco. Inevitablemente, una sonrisa se dibuja en mi cara al pensar en él. En mi ejemplo a seguir, el mayor de todos. Desde niño he dicho que quería ser como él, vivir como él, reír y llorar como él, amar como él. Amar a alguien como él amó a mi madre. Tal y como todavía la ama a pesar de todo.

Rápidamente, me dispongo a rebuscar en cada una de las bolsas de ropa que mi madrastra ha depositado sobre el suelo. Ese "trapo" como ella misma ha designado, es mi camiseta de los Lakers. La mejor camiseta del mejor equipo del mundo, regalada por dos de las mejores personas de este planeta.

El baloncesto lleva formando parte de mi vida desde que tengo razón de ella. Fue mi mismo padre el que me incitó a adentrarme en ese mundo. Han sido tantas las madrugadas que hemos compartido juntos viendo los partidos de la NBA, tantos uno contra uno en los que, cuando era niño, siempre me dejaba ganarle aunque siempre lo haya negado, han sido tantas las entradas para los encuentros que se disputaban en la ciudad. Todo gracias a él. Una gran parte de mí, por no decir todo, es gracias a él. Porque no todo ha sido el baloncesto en sí, pero siempre ha sido la figura de mi padre el mayor motor de mi vida.

-¡Eh chaval!

Sobresaltado, a la vez que emocionado por escuchar de nuevo esa voz, me doy la vuelta encontrándome con un hombre adentrado ya en los temidos cincuenta, con el pelo canoso y ciertas arrugas de expresión en su rostro. Un hombre alto y con unos pequeños ojos azules capaces de congelar el tiempo.

Mi padre.

-Creo que vas a tener que afinarla de nuevo.- me aconseja dejando la guitarra en el suelo.- ¿No vas a darle un abrazo a tu padre?

Por primera vez en toda la mañana se me escapa una sonora risa, ya hasta había olvidado como sonaba y sabía esto que llaman felicidad. Juntos nos fundimos en un abrazo bajo la atenta mirada de la que será en un futuro su próxima mujer, muy a mi pesar.

-Bueno- suspira la mujer alzando los brazos al cielo rompiendo el varazo padre e hijo.- será mejor que me vaya. Te espero en el coche, cariño.

Un beso en la mejilla y se va, dejando una estela de perfume barato que se cala hasta lo más hondo de la nariz. Odio que intente reemplazar el papel de mi madre, no lo soporto. Y mi padre lo percata:

-Sé que no termináis de llevaros bien, Derek. Pero dale una oportunidad. Helen es una buena persona y sabes que a mí me ha ayudado mucho desde lo de tu madre después de un tiempo.

-Ella nunca será mi madre, papá.

-Lo sé.- posa con firmeza una mano sobre mi hombro y mi mira directamente a los ojos, sin bacilar.- Y no podrá serlo, tu madre es tu madre y eso ninguno de los dos lo olvidamos. Pero ella es buena.

Suspiro resignado.

-Si tú lo dices...

Sin terminarme de creer lo que me cuenta sobre su prometida, me siento sobre la cama y me dispongo a afinar las cuerdas de mi guitarra. Aunque tan solo haya pasado una semana, echaba mucho de menos tenerla entre mis manos, desahogarme con ella, crear con ella.

Tanto la música como el baloncesto, son dos de las cosas que más me han ayudado en uno de los momentos más difíciles de mi existencia.

En el cáncer también.

-Y cuéntame hijo- comienza mi padre. Si sienta a mi lado y apoya su mano sobre mi rodilla, propiciándome un ligero apretón. Le miro desconcertado. Nunca hemos hablado directamente sobre mi enfermedad, en este tiempo no le ha hecho falta para entenderme y escucharme.

-Tan solo llevo un día aquí, es tal y como me lo imaginaba.- me detengo por unos instantes.- Bueno, no todo...

Aquella chica. El baño. No contaba con ello cuando entraba por primera vez por las puertas del hospital.

-¿Ha pasado algo?- se interesa mi padre.

-No.- es mejor así.- Solo he hablado con una enfermera, ha sido quien me ha acompañado hasta mi habitación. Una señora agradable, lo reconozco.

-¿Y tu compañero?

Me encojo de hombros, nadie me ha informado todavía. Eso también es mejor así.

-Tengo algo para ti- me advierte mi padre despertando mi curiosidad. Con agilidad, saca del bolsillo trasero de su pantalón un papel doblado en cuatro veces.- Llevo ya unos días trabajando en ella, échale un vistazo.

Despliego el papel. Es una partitura. Una de las muchas que mi padre compone, ese es su trabajo al fin y al cabo. Comienzo a leer en mi mente las notas del filio, imaginando en mi cabeza como puede sonar la melodía.

-Quiero que, cuando salgas de aquí, podamos escuchar juntos como suena.

Ligeramente emocionado por sus palabras, esbozo una pequeña sonrisa y, con delicadez, repaso con las yemas de los dedos las líneas del papel. Esa misma delicadeza me lleva a pensar en aquella muchacha del lavabo.

Supongo que será mera casualidad, aunque yo no creo en ellas.

-Y yo papá, yo también lo espero.- haré lo posible para no decepcionarle.

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