Capítulo: 1
Miedo. Puede que esa sea la palabra idónea para describir lo que sentí la primera vez que lo hice. Había leído en muchas páginas web todos los pasos que tendría que seguir para llegar a hacerlo. Para sentirme bien, al menos por un corto período de tiempo. Parecía muy simple a primera vista pero, como no, me equivoqué. Me encontraba ahí, arrodillada delante de la taza del váter mientras, con mis brazos, me abrazaba a mí misma. Las raudas lágrimas surcaban mi rostro. Yo era consciente de que lo que estaba a punto de hacer no estaba bien. No era la solución a ninguno de mis problemas. Pero todo dolía demasiado y fue la primera salida que encontré así que me dediqué a aferrarme a ella como si no existiese un mañana. Recuerdo como lo único que se escuchaba era el sonido del agua del grifo del lavabo mientras se dejaba caer sobre la pila del mismo. Estaba sola, no había nadie más conmigo, por lo que no era necesario abrir el grifo y dejar correr el agua ya que nadie escucharía lo que tenía en mente de hacer. Nadie, salvo yo. Y ese ya era motivo suficiente como para abrir el grifo y desear que el ruido del agua no me hiciese escucharme a mí misma, que se tragase mis sollozos, que se apoderase de mis pensamientos. De mí. Que me hiciese desaparecer.
Con las manos temblorosas, despegué los brazos de alrededor de mi cintura y me limpié las mejillas, retirando los restos de lágrimas que pudiesen permanecer allí. Iba a hacerlo, tenía que hacerlo. No lo soportaba más. Tal y como leí en una de las páginas web, lo primero que tenía que hacer era beber agua, de modo que coloqué mis manos de forma que recogiesen un poco de la propia agua que caía del grifo y bebí varios tragos. Después, me volví a arrodillar en el mismo lugar que al principio y acerqué mi cuerpo un poco más a la taza y, poco a poco, fui introduciendo el dedo índice y corazón de mi mano derecha en mi boca a la vez que presionaba fuertemente mi estómago con el antebrazo izquierdo con ayuda de la propia taza que, al acercarme a ella, me presionaba el abdomen. Cerré los ojos con fuerza mientras comenzaba a sentir unas fuertes arcadas. Mis dedos se iban introduciendo más y más hasta que me vi obligada a retirarlos. Dejé que mi estómago se vaciase por completo y lo hice repetidas veces, hasta que un agudo dolor recorrió mi garganta. Cogí un poco de papel higiénico y limpié la comisura de mis labios mientras me levantaba del suelo. Arrojé el trozo de papel al interior de la taza del váter y tiré de la cadena. Allí no solo se fue la comida del medio día, sino que se fue una cierta parte de dolor. Se podía decir que incluso sentí alivio. Vomitar todos los días iba a hacer que me viese tal y como yo quería. Al menos, eso era lo que yo pensaba. Frente al espejo, me levanté la camiseta dejando ver mi abdomen desnudo. Pasé mis manos sobre él mientras miraba mi reflejo en el espejo. Algo estaba claro, esa fue la primera vez que me provoqué el vómito, pero no iba a ser la última...
-¡Oh! ¡Venga ya!- grita Eden llevándose las manos a la cabeza- ¡No puede acabar así! ¡Me niego a que tu libro tenga ese final! ¡Cámbialo!
Su comentario hace que una leve sonrisa asome en mis labios. Hace demasiado tiempo que no sonrío de verdad, y mucho menos reír. La situación en la que me encuentro no es algo divertido, sino todo lo contrario. No se la recomiendo a nadie.
-Dime que vas a cambiar el final, por favor- me suplica juntando las palmas de sus manos y haciendo pucheros. Yo niego con la cabeza.
-¡Pero no puedes hacer eso! ¿¡Cómo van a morir ambos protagonistas en la última página de la historia!?- Eden alza las manos por encima de su cabeza mientras abre sus ojos de par en par. Por un segundo, pienso que van a salirse de sus órbitas.- Todos tus lectores van a odiarte cuando lo lean, y luego no digas que no te avisé.- reprocha haciendo un nuevo puchero.
Me levanto de mi cama y le arrebato el portátil de las manos a mi compañera de habitación desde hace tres o cuatro semanas. Ya ni siquiera recuerdo cuando atravesé las puertas de este hospital del que no veo fecha en la que pueda salir. Eden es todo lo contrario a mí, es una chica extrovertida y tiene unas inmensas ganas de comerse el mundo a pesar de su enfermedad. Una enfermedad que ambas compartimos, solo que hay una diferencia. Lo más probable es que Eden abandone este hospital en menos de dos meses. Ha mejorado mucho durante este tiempo. Su cuerpo ha vuelto a aceptar la comida sin pensar que es algo dañino para ella, ya no ha vuelto a encerrarse en el baño durante varios minutos para devolver y todas las marcas de sus brazos han desaparecido. Eden era el caso más extremo de bulimia que yo había visto en toda mi vida, aunque tampoco había visto a mucha gente que padeciese la misma enfermedad que yo. Ahora hemos intercambiado los papeles. Las cicatrices de esta infernal lucha han aparecido en mis brazos, el desprecio hacia la comida ha aumentado considerablemente, al igual que su odio hacia mí misma. Ahora soy yo la viva imagen de la enfermedad.
Eden y yo congeniamos realmente bien al conocernos, supongo que sería porque somos tan distintas que nos complementamos muy bien. Su locura se apaciguaba con mi calma y mi saber estar en diversas situaciones. Sus expectativas en la vida se mezclaban con mi realismo ante la misma. Nuestros caminos, por desgracia, se han unido en un frío hospital, pero estoy segura de que continuará permaneciendo esta amistad fuera de él. Como debe ser. Aunque a alguna de las dos le quede mucho más tiempo encerrada, anclada a una rutina diaria basada en cinco comidas al día, a un control agobiante y a no ser comprendida más que por el resto de chicas que se encuentran en el mismo lugar y en la misma situación que yo. En especial, por Eden.
-¿Has vomitado hoy?- me pregunta ella dejándome desconcertada. Me siento en mi cama con el ordenador portátil sobre mis delgadas piernas. Mis ojos se clavan en los de Eden, unos hermosos ojos azules que, ahora mismo, derrochan vida. Como tantas otras veces, intento evitar el tema de mi enfermedad. Todo el mundo que está aquí tiene conciencia de él, pero nadie ha hablado conmigo sobre él. Y quiero que siga siendo así.
-¿Sabes la fecha en la que te darán el alta definitivo?- le pregunto sin dejar de mirarla. Al oír esa pregunta, la vitalidad que derrochan sus ojos aumenta. Con solo su mirada conozco la respuesta.
-El doctor Matterson me ha dicho que seguramente vuelva a casa en un mes aproximadamente. Todavía no puedo creerlo...voy a salir de aquí...- sus ojos adoptan un aspecto vidrioso mientras habla. La verdad, es emocionante como una persona que entró aquí sin ninguna esperanza de recuperarse pueda volver a su vida normal. Pueda volver a vivir.
-Has luchado mucho, Eden.
Me coge de la mano, intentando transmitirme un poquito de esa vitalidad demoledora que desprende.
-Alex- me llama ella. Es de las pocas personas que me llaman por el diminutivo de mi nombre, Alexia.- vas a conseguirlo, estoy segura de ello.
Sé a lo que se refiere, habla de que voy a poder salir de todo esto. Habla de que, algún día, voy a mirarme al espejo y voy a sonreír mientras me digo a mí misma que soy preciosa, que me merezco ser feliz. Habla de que voy a ser capaz de conseguir todos mis propósitos. Habla de que, como más de una vez me ha dicho, voy a ser la nueva J.K Rowling. Ella siempre tan optimista...tal vez eso sea lo que a mí me falta...ganas de vivir. Pero eso es algo que la bulimia que me ha arrebatado.
-¡Por cierto!- exclama Eden- Mientras esperaba a que el doctor Matterson me diese la noticia, he escuchado hablar a un par de enfermeras sobre entrada la de un nuevo chico en el hospital. Un tal Derek Thompson...pero no me ha dado tiempo a escuchar por qué lo ingresan aquí...
Yo simplemente me limito a encogerme de hombros porque, lo que todavía desconozco, es que la historia de Derek Thompson tampoco le deja indiferente...
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