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Noche del 6 de Febrero del XX11

Encerrado en el garaje de la casa de sus pesadillas, James respiró hondo, temblando, y se cubrió la cara con las manos. Había sangre resbalando del corte en su mejilla y dolía como el infierno.

Zehael siempre fue fuerte. Monstruosamente fuerte. James no sabía qué clase de espíritu era (es un demonio, tiene que serlo), pero definitivamente tenía que ser uno.

Y de vuelta en esa maldita casa de pesadillas, sentía que se quedaba sin fuerzas.

Irónicamente, después de tanto tiempo temiendo entrar al infierno, seguro de que haría cualquier cosa por no volver... ahora que estaba de vuelta ahí no podía encontrar la fuerza para correr de nuevo. Todo lo contrario, apenas Skoll llegó y apartó a Zehael de él ¿qué fue lo que hizo? Esconderse. Sabía que ni Skoll, ni Hati, ni siquiera Jade eran rivales para Zehael. Ellos iban a morir y todo iba a ser su culpa. Y aun así, de todas formas, no se interpuso entre Zehael y sus amigos, sino que huyó como el maldito cobarde que era.

—¡James! —escuchó la voz de Roxana gritar dentro de la casa—. ¿Dónde estás?

Responderle no fue necesario, pues ella misma entró al garaje y al verlo se precipitó a abrazarlo con fuerza. Estaba pálida como el papel y el maquillaje se le había corrido a causa de las lágrimas.

—¡Vamonos! Jade puede vencerlo —exclamó Roxana, sujetandolo de los hombros. Pero James negó con la cabeza y se quedó plantado donde estaba, entre sollozos—. James por favor.

— ...no pueden— consiguió decir, sujetando su mandibula con fuerza; de lo contrario sentía que se abría todavía más el corte de la cara—. Sabes que no pueden.

—¡Basta! ¡Deja de hablar! —chilló ella y su agarre se volvió un poco más fuerte—. Llamaré a la policía y a una ambulancia. Zehael no es un demonio, James. Incluso si Jade no puede con él, la policía vendrá y lo arrestará.

James quiso responderle, estaba desesperado por encontrar algo que refutara, algo para evitar involucrar todavía más personas inocentes con este maldito demonio salido del invierno. Pero no encontró nada. Jade no podía vencerlo, Skoll tampoco podía.

Miró desesperadamente alrededor, tratando de encontrar una salida. ¿Y qué harían cuando llegara la policía? ¿Quedarse a contemplar la masacre que sin duda ocurriría? ¿Rezarle a un dios que jamás escuchaba? En el garaje no había nada; basura botada, ropa sucia, cuerdas, herramientas...

Sus ojos se detuvieron en el bidón de gasolina.

—Llama a los bomberos— le dijo a Roxana antes de acercarse cojeando a su salvación.

Una vez lo vió quemarse con fuego.

Y sí, se supone que el infierno está hecho de fuego, pero James estaba seguro de que Zehael provenía del noveno círculo.Tuvo que armarse de valor para abrir la puerta.

Zehael ya había acabado con Jade, quién se encontraba en el suelo y tenía marcas de estrangulamiento en el cuello. Los mellizos estaban inconscientes sobre la acera y James no quería saber a cuál de los dos pertenecía la sangre que se expandía sobre el concreto. ¿Skoll? ¿Hati? ¿O quizá ambos? ¿Siquiera estaban vivos todavía? A James se le encogió el corazón al ver a sus amigos tan heridos, pero no podía huir esta vez.

El demonio lo observó parado en la puerta y sonrió, dejando a un lado el cuerpo de Jade. Esa fue toda la advertencia que James necesitó para cerrar la puerta y correr a la sala de estar.

James jamás sabrá cómo es que encontró la fuerza suficiente para mover el librero y mucho menos cómo es que encontró la fuerza para tirarlo encima de Zehael en cuanto él cruzó la puerta de la sala.

Lo único que sabía esa noche era que iba a morir. Y que lo último que haría sería llevarse a Zehael consigo.

James no necesitaba que su muerte tuviera sentido, ni siquiera le interesaba convertirse en un héroe o mártir. Él sólo necesitaba matar al demonio. Si no lo hacía, Roxana, Jade, Skoll y Hati iban a ser atrapados por él, y una vez que James estuviera muerto seguramente Zehael querría encontrar a una nueva víctima. Si sus amigos estaban muertos, los vengaría. Y si no, evitaría que fueran lastimados otra vez.

No soportaba la idea de que alguno de ellos fuese torturado por Zehael.

— ¿Crees que un mueble me va a detener? — le preguntó Zehael, furioso como nunca.

Zehael es fuerte como un monstruo, demasiado fuerte para ser un hombre, para ser real. Y no pasó mucho tiempo para que empezara a forcejear para quitarse el gran peso del librero de encima. Lo conseguiría, sí, y probablemente ya se lo hubiera quitado de no ser porque estaba en una mala posición para moverse.

James sabía que no bastaría, pero jamás pensó en detenerlo simplemente con eso. Esa no era su arma. La gasolina sí lo era.

Vació buena parte del bidón de gasolina sobre la cara de Zehael y mientras éste tosía, horrorizado por reconocer el olor, James se dirigió a la chimenea encendida, dejando a su paso un rastro del líquido inflamable.

Zehael ya estaba de pie cuando James arrojó el bidón, aún con un poco de gasolina, a las llamas en la chimenea. La poderosa ola de calor hizo a James retroceder y caer.

James se encontró en el suelo, mirando el techo. La pérdida de sangre parecía finalmente estar acabando con él, pues a pesar de que notó a medias que su ropa se había encendido en fuego, sólo sentía frío. Ni siquiera le dolía, apenas percibía a sus propios pulmones tratando de conseguir oxígeno en medio de todo aquel infierno y humo. ¿Lo había logrado? Giró la cabeza lo suficiente para contemplar cómo Zehael gritaba, tratando de apagar las llamas en su cara.

"Es un poco dulce" pensó "Saber que lo último que hará será gritar como yo lo hice"

Para bien o para mal, todo había acabado. Sólo lamentaba no haberse despedido apropiadamente de Skoll. Si se le hubiera ocurrido, habría sonreído.

Observó cómo un fragmento del techo en llamas se desprendía y le caía encima. Entonces su mundo dejó de ser anaranjado y asfixiante y se volvió oscuro y nada más.





Roxana había llamado a la policía y a los bomberos poco después de que el fuego hubiera empezado. Las ambulancias ya estaban ahí, se acababan de llevar a los chicos, pero ahora los paramédicos estaban acomodando en una camilla a James y a lo que quedaba de Zehael para llevarlos inmediatamente al hospital.

Los dos estaban vivos, al menos de momento. Zehael, rezaba, moriría esa noche. Y de igual forma rezaba para que James no lo hiciera. Tenía quemaduras en la mayor parte del cuerpo, había perdido mucha sangre y para variar una viga le había caído encima. Era prácticamente un milagro que todavía estuviera vivo.

Sola, en medio de la noche y con los restos de una casa ante sí, Roxana sólo pudo pensar en qué hicieron todos ellos para merecer esta vida. Y cuando estaba en la ambulancia, escuchando como los paramédicos intentaban salvarle la vida a James, ella no pudo hacer otra cosa más que llorar.

Su novio estaba herido, sus amigos estaban heridos, y la única persona que de verdad comprendía cada uno de sus tormentos, porque los había vivido peores, estaba al borde de la muerte.

Estaba sola. Estuvo sola mientras contemplaba cómo llevaban a James urgentemente a cirugía, estuvo sola mientras esperó a tener noticias de alguno de sus amigos, y mientras lloraba en la sala de espera. También estuvo sola cuando le dijeron que Zehael no había resistido el traslado al hospital y murió en la ambulancia.

Eso, al menos, fue como una pequeña prueba de que todavía quedaba un poco de misericordia en el mundo.

¿Cómo es que todo había acabado en ese desastre? ¿Por qué? Ella fue la unica ilesa mientras las cuatro personas que más le importaban estaban en el hospital.Todos habían hecho todo lo posible para deshacerse del demonio y todos habían fallado. No había sido sino hasta que James había provocado el incendio que logró matar a Zehael.

Sí, se había deshecho de él. Pero ahí estaba el precio.

No era justo. Después de todo lo que había sufrido, después de tanto tiempo resistiendo, Roxana estaba segura que James moriría por las quemaduras, a pesar de que rezaba por lo contrario. Moriría lentamente y sólo si todavía había misericordia en el mundo, estaría demasiado drogado para darse cuenta. Lo único que James quería era ser libre, escapar de su sufrimiento. ¿Por qué su propia vida había sido el precio de su único deseo?

Roxana lloró desconsoladamente, de pura desesperación y no vino nadie a acompañarla en su dolor.

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