Abril del XX13
Se encontraron con Sandy cuando entraban al edificio, regresando de la fisioterapia, mientras ella aparentemente iba de salida. Skoll no la conocía mucho; había coincidido varias veces con ella en el elevador y gracias a esos breves intercambios sabía que vivía justo debajo de su departamento. Hoy estaba vestida con un vestido color azul pastel, con tacones de similar color. Skoll jamás la había visto vistiendo otra cosa que no fuera color azul.
— Hola, Skoll —saludó ella, al verlos esperando el elevador.
— ¿Qué tal, Sandy? Te ves bien hoy.
— Gracias, igualmente. Oh, tú debes ser James, ¿cierto? — preguntó Sandy, sonriendo.
James no respondió, al menos con palabras. Lo que hizo fue echar un vistazo a las manos de Sandy. Frunció el ceño, irritado por algo, y en lugar de alzar la mano para saludar, lo hizo para mostrarle a la chica de azul el dedo medio. Sorprendido, Skoll tomó la mano de James, por lo menos para mantener la seña fuera de la vista.
— ¿Qué haces?
— No te preocupes, Skoll—. Sandy parecía molesta por la falta de respeto, e incluso su voz tenía un ligero tono ácido, pero igualmente les dedicó una sonrisa amable—. He escuchado las discusiones sobre el psiquiatra.
— ¡Tú qué sabes, zorra! — replicó James, enojado por la insinuación de que estaba loco.
— ¡Lo siento! — se disculpó Skoll, metiendo con brusquedad la silla dentro del elevador, antes de que James siguiera gritándole a la pobre chica.
Esperó hasta que el elevador hubiese cerrado sus puertas para respirar hondo.
— ¿Por qué has hecho eso? Sandy es una vecina muy agradable — preguntó Skoll. Cuando hablaba así sentía que estaba hablándole a un niño y bien sabía que era una de las cosas que James más detestaba, pero esto ya había sido demasiado—. Deberías de disculparte con ella.
Pese a ello, James no parecía particularmente enojado por eso, sino irritado por la vecina del vestido azul.
— No me voy a disculpar.
— ¿Acaso fue grosera contigo antes?
—No.
Skoll suspiró.
—Bien. Entonces me disculparé yo, le diré que tenías un mal día, y no volverás a llamarla zorra.
— Si te parece tan agradable quizá deberías invitarla a salir—. Pese a ser un reflejo distorsionado, Skoll todavía podía sentir la furiosa mirada azul reflejada en el metal del elevador.
— ¿Ahora estás enojado conmigo?
—Tal vez ella no me agrada tanto como a ti—. Casi parecía estar escupiendo las palabras—. Pero insisto, invítala a salir, a ver si de una vez dejas de actuar como perro faldero a mi alrededor.
Eran palabras que dolían, por supuesto, pero después de vivir con James, su modo burdo y su sarcasmo, uno aprendía por las malas a no tomarse tan personal lo que decía. Además, muchas veces ni siquiera era exactamente su culpa. La sarta de problemas con los que James luchaba cada día lo volvían mil veces más voluble de lo que quizá solía ser. Desafortunadamente, intentar ponerse en sus zapatos no volvía a James más fácil de entender. Pese a todo, Skoll nunca estaba seguro de qué era lo que quería escuchar. Lo que solía funcionar la mayor parte de las veces, aunque no entendiera por qué, era seguir declarando su amor:
— ¿Sabes que te amo, verdad? Yo te amo sólo a ti. Incluso si conociera a mi alma gemela, no dejaría de quererte.
James le observó fijamente, con el ceño fruncido y la espalda muy recta. No, no había funcionado esta vez.
— ¿Sí? Pues no te creo. Esto es un error, Skoll. No deberías estar amándome.
No es su culpa. Y sin embargo no dolía menos.
Por lo menos esta vez no dijo "Yo no"
Con frecuencia le dolía el pecho. Con frecuencia tosía tanto que sentía que estaba empezando a desmayarse a causa de la falta de aire. Incluso había días en los que estaba seguro de que podía sentir las flores creciendo lentamente dentro de su pecho, tomando cada vez más y más espacio. Notaba, por supuesto, la mirada desaprobadora de Hati en su espalda cada vez que tenía que salir del cuarto a causa de la tos. Al principio ni siquiera era frecuente; después de la primera vez tardó al menos dos semanas en volver a manifestarse, pero ahora era muy raro el día en que no escupiera los pétalos anaranjados.
Ahora sabía que eran pétalos de amapola, sólo que todavía no había conseguido saber por qué siempre eran de amapola naranja. El mismo James le había dicho que en realidad no era de la clase de personas que se detenían a pensar en cuál era su color favorito, o su prenda favorita. Skoll sospechaba que si le preguntaba cuál era su flor preferida contestaría algo similar, pese a que la respuesta eran las amapolas naranjas.
Un día las flores no lo dejaron en paz. Lo despertaron a medianoche; la falta de aire lo despertó con un sobresalto y los pétalos no tardaron en hacer su aparición. Por la mañana, ni siquiera quiso salir de su habitación por miedo a que volvieran los pétalos y James lo descubriera. No fue hasta que le envió un mensaje a Roxana, rogándole que pasara tiempo con James para así poder lidiar con las flores a solas, que se atrevió a salir.
Por casi pura suerte Hati no estaba; después de la mala noche de sueño y pasar toda la mañana aquejado por la tos y el malestar general, sinceramente no tenía ganas de lidiar con la mirada crítica de su hermano.
Fue cuando estaba tirado de espaldas en medio de la sala de estar en el departamento, con el tic tac del reloj y su respiración silbante, que se dio cuenta.
Voy a morir. Las flores van a matarme.
A pesar de ello, no se le pasó por la cabeza quitárselas, al menos en ese momento. Más bien pensó... ¿Cuándo? ¿Cuándo se iba a rendir su cuerpo de luchar contra flores que no dejaban de crecer en donde no les correspondía? A veces las sentía dentro y siempre dolía.
Quizá debería quitármelas pensaba, cuando el estómago y los pulmones le dolían del esfuerzo por toser y escupir los pétalos. Esto sólo me está haciendo daño a mi. Me está jodiendo desde adentro. Por supuesto, esa no era una verdad desconocida; Hati jamás había dejado de señalarlo. Un par de veces el mismo James se lo había dicho; después de conocer a Sandy directamente le dijo que esto era un error. Y ya no se trataba realmente de las flores; James siempre fue de trato muy difícil, lo amaba demasiado pero era desgastante. Incluso los días buenos eran duros, pese a la suavidad de sus manos, pese a la suavidad de su mirada, pues James jamás tenía palabras dulces para él. ¿Por qué sigo intentándolo? Él no me ama.
Era como quitarle los pétalos a una flor. "Me ama, no me ama" deseando con todo el fervor del mundo que el último pétalo sea "sí, me ama". Sólo que todos los pétalos estaban dentro de su pecho y todos decían "no me ama"
Quizá James tenía razón. Quizá el amor unilateral jamás iba a ser suficiente.
¿Y aun así era capaz de quitarse las flores? Hace unos momentos era perfectamente capaz, pero bastaba con cerrar los ojos e imaginar las manos de James sobre las suyas para saber que jamás podría hacer algo como eso. Simplemente no podía dejarlo ir.
— Me gustaría que me lo dijera — dijo Skoll en voz alta al departamento vacío, sintiendo su pecho doler—. Antes de morir, me gustaría que me diga que me ama. Aunque sea una mentira.
Esa tarde cuando James regresó al departamento y se despidió de Roxana, Skoll tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no ir directamente hacia él. En su lugar, esperó, pues sabía que a James le gustaba ver por la ventana. Lo saludó con normalidad y tuvo que obligarse a usar el tiempo en cualquier otra cosa, como limpiar su propia habitación, pero cuando James se detuvo al lado de la ventana, bien entrada la noche, no pudo resistirse más. Se acercó a él y se arrodilló al lado suyo, sólo para poder apoyar la cabeza contra las rodillas de James. No era especialmente cómodo con la silla de ruedas en medio, pero en este momento apenas le importaba.
Skoll pronto sintió los dedos de James deslizarse por su cabello. Sus palabras nunca son dulces, pero sus manos sí. Era por este suave toque por el que Skoll vivía, por el que intentaba vivir todo el tiempo posible.
— ¿Si te pido que me digas una mentira, me la dirías? — pidió Skoll.
—Supongo. ¿A qué viene eso?
—Si te pido que me digas que me amas, aunque sea mentira, ¿me lo dirías?
— No.
— ¿Por qué no?
James no respondió inmediatamente; en lugar de eso le dio una serie de leves toques en la barbilla a Skoll, como instándole a levantar la cabeza. Tuvo que cambiar de posición, pero siguió arrodillado. Cuando lo miró, James puso sus manos sobre las mejillas de Skoll y se aseguró de que estaba mirándole a los ojos. En momentos como ese, Skoll podía permitirse ser feliz con el simple toque de sus manos y la suavidad de su mirada. Amo tanto sus ojos azules que podría seguir mirándolos toda una vida. Moriría feliz siendo apuñalado si quien sostuviera el cuchillo fuera él.
— ¿No te parece que esa sería una mentira demasiado cruel?
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