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26 de Abril del XX10


El chico estaba vestido con una especie de kimono e iba descalzo. Skoll no sabía mucho de Japón, pero estaba seguro que ésa no era la prenda más abrigadora que tenían, por no decir lo anticuada que era.

Lo notó primero a la distancia, primero era sólo una mancha tambaleante caminando en dirección contraria, en el lado opuesto de la avenida. Pero a medida que ambos caminaban, acercándose cada vez más, se hizo más notable. El chico caminaba torpemente, tropezando con sus propios pies, apoyándose en el muro, o en cualquier lado en realidad. Skoll no comprendía que se supone que estaba haciendo ese joven ahí; era medianoche, estaban a temperaturas bajo cero y además estaba nevando. Era Abril, por lo tanto, una de las últimas nevadas del año, pero aun así... Iba descalzo y ni siquiera llevaba un abrigo ¿en qué estaba pensando?

Así lo miró durante un rato más, al otro lado de la avenida. El joven llegó hasta una calle e intentó cruzar pero, al no tener dónde apoyarse, terminó cayendo. Normalmente Skoll lo hubiera dejado pasar; usualmente ignoraba a los locos de la ciudad, sobre todo a aquellos que lucieran como ex adictos. Normalmente simplemente lo hubiera dejado ahí y se habría ido; sólo había salido por cerveza, su hermano lo estaba esperando en el departamento y de todas formas ya se había tardado, pero... No podía dejar de verlo.

No había nadie más en la calle vacía, ni siquiera un coche ocasional. Sólo estaba Skoll y el chico descalzo. "Déjalo" se obligó a pensar, al tiempo que seguía su rumbo "No es asunto tuyo lo que le ocurra. ¿Por qué te detuviste? Sólo sigue caminando"

Ciertamente no pudo. Es cierto que continuó caminando un rato más, susurrándose que dejara de pensar en eso. Probablemente estaba borracho. Probablemente estaba loco. Quizá era un reto entre amigos drogados. Uno hace cosas raras cuando está drogado; todo parece ser una buena idea. Pero sea lo que sea, podría morir.

Miró atrás.

El chico no se había levantado todavía, ni siquiera estaba haciendo el intento por hacerlo. ¿Se había desmayado? En medio de la calle, en una noche como esa, no iba a sobrevivir. Se moriría de hipotermia o un coche le pasaría por encima. "No vayas, no vayas" pensó, cuando casi en contra de su voluntad cruzó la avenida vacía y se acercó al chico "Hati va a matarte"

De cerca podía ver mejor. Sí se había movido, pero no para levantarse, sino para hacerse un ovillo. De todas formas, ya se había desmayado. Empapado por la nieve, con las manos y los pies azules, terriblemente pálido. El color blanco de su piel sólo hacía más notables las manchas amarillas y moradas en su rostro. Tenía una férula en el hombro y sus pies estaban vendados. Dentro del estómago de Skoll se formó un nudo cuando le llegó el pensamiento de que, más que estar loco o drogado, lo más probable es que estuviese huyendo de alguien.

Para ese punto de la hipotermia, el chico ya ni siquiera temblaba. Skoll respiró hondo y miró a su alrededor. Quizá en algún momento pensó en simplemente quitarlo de la calle, pero ahora... no podía dejarlo simplemente ahí.

"Y ni siquiera llevo la cerveza"

Se quitó la chaqueta para colocársela encima, lo levantó del suelo, con un brazo debajo de sus piernas y otro debajo de su cabeza, y empezó a caminar hacia el departamento.

El chico era delgado, quizá demasiado, y debajo de la fina tela podía notar los huesos. Era rubio. Por la falta de luz no habría sabido si era un rubio oscuro o quizá más claro. Skoll no pudo evitar preguntarse qué lo había llevado a caminar descalzo y con ropa tan poco abrigadora en una noche nevada. De quién estaba huyendo como para arriesgarse de esa forma.

El departamento no estaba tan lejos y Skoll era bastante fuerte. Aún así, no acostumbraba a cargar a nadie y menos durante tanto tiempo, y realmente lo duro no fue llevarlo hasta el edificio, sino subir las escaleras. Normalmente no le molestaba subir las escaleras, pero ahora fue todo un reto con el peso muerto en los brazos. Debería de haber llamado a una ambulancia, "pero claro, Skoll, tienes que ser tonto"

Por lo menos no había cerrado con llave la puerta del departamento. Se lo habría pasado en grande intentando sacar la llave del bolsillo.

Respiró hondo cuando entró en el pequeño apartamento, observando a su hermano mirar con desinterés la televisión. En un primer momento, el único reconocimiento de éste fue alzar la mano, pero cuando Skoll no dijo nada, volteó a mirarle. La expresión de Hati se transformó inmediatamente al notar al chico inconsciente en brazos de su hermano menor.

— ¿Qué mierda? —preguntó su hermano acercándose—. Te dije que fueras por cerveza, no que trajeras muertos de frío.

— No está muerto todavía. Lo encontré caminando y se desmayó. No había nadie cerca para ayudarlo—respondió Skoll, dejó al chico rubio sobre uno de los sofás, mismo que empujó hacia el calefactor—. Ve por todas las mantas que tenemos en esta maldita casa.

Colocó al rubio al lado de la chimenea, y luego él también fue por todas las mantas que encontraron. Con ayuda de Hati, le quitó la ropa que traía puesta, haciendo una mueca al darse cuenta de que los moratones en el rostro no eran las únicas heridas que tenía, y le cubrió con la única frazada del departamento. Era lo más cálido que tenían a la mano, además de las chaquetas. Luego le envolvieron con las sábanas que tenían a la mano. Por lo menos estaba respirando todavía. "No te mueras, por favor"

Internet decía que no debería de mover demasiado a las personas con hipotermia, (por eso no se había atrevido a más que cubrirle con mantas, lidiarían con la falta de ropa más tarde) y ahora Skoll estaba nervioso por eso. Se iba a morir y ahora tendría que explicarle a la policía cómo es que tenía a un muerto desconocido en su sofá.

Durante un buen rato, mientras Skoll se aseguraba de que el chico rubio no dejara de respirar y la nieve caía lenta y silenciosa afuera, ninguno dijo nada. Aunque intentaba ignorarlo, podía notar la furiosa mirada de su hermano en la nuca.

— Eres un idiota — empezó Hati, cuando el silencio se hubo alargado demasiado.

— Sé que me vas a decir que debería de haberlo dejado donde estaba — suspiró Skoll, masajeándose con un suspiro el puente de la nariz. Conocía a su hermano, tan bien como éste también lo conocía—. Que fue una estupidez, que debí de haber comprado las cervezas y que la factura va a llegar muy alta por culpa del calefactor.

Escuchó un gruñido de enfado y también los furiosos pasos. Al darse la vuelta, descubrió que Hati ya se había adueñado de la última lata de cerveza que quedaba en el departamento y estaba caminando con furiosas zancadas de un lado a otro de la pequeña sala.

— No sabes a quién recogiste de la calle, perro idiota. Las heridas, los moratones —. Agitó la mano libre en el aire —. ¡La maldita férula del hombro! Alguien le hizo eso y ahora nos va a tocar a nosotros lidiar con eso. ¿Siquiera hablaste con él?

— No. Te dije que cuando llegué con él ya se había desmayado.

Hati se detuvo un momento, sólo para mirarlo como si se hubiera puesto verde.

— ¡Ni siquiera sabes cómo se llama! ¿Y qué tal si es peligroso? ¿Y si alguien lo está buscando? ¿Alguien lo estaba esperando?

— ¡Ya sé que no fue lo mejor! — exclamó Skoll, y se obligó a bajar la voz al recordar que era de noche y que probablemente sus vecinos se iban a enfadar con ellos más de lo que ya estaban —. Escucha, yo me voy a ocupar de esto, lo juro. Por la mañana que haya despertado voy a hablar con él y, no sé, llevarlo al hospital o con la policía.

Aquello no sirvió de nada para calmar a Hati, puesto que continuó dando vueltas, dándole un largo trago a la lata. Bajo el agarre de sus dedos el aluminio ya estaba empezando a deformarse.

— Tú siempre dices eso. Que tú te encargas de todo, y que tú lo vas a solucionar. Pero siempre ¡cada vez! Tengo que lidiar yo también con tus tonterías. Ya tenemos problemas ¿recuerdas? ¿Quizá te suena Roxana?

La mención del nombre provocó un momento de incómodo silencio. Roxana, bella y encantadora Roxana, llevaba casi un año desaparecida. Jade, su novio, estaba a un paso de perder la cabeza por la desesperación. Los dos hermanos no habían dejado de buscarla, pero a esas alturas parecía que nada de lo que intentaran iba a tener éxito.

— No me he olvidado de Roxana, Hati. Esta será la última vez, lo prometo—. Skoll alcanzó a su hermano y lo detuvo, sujetándole el brazo con suavidad—. Mi última tontería y yo voy a solucionarlo. ¡Lo llevo al hospital y nos olvidamos de este asunto!

— Más te vale que te ocupes de esto — suspiró su hermano con cansancio.

— Vete a dormir. Yo me haré cargo.

Skoll permaneció despierto prácticamente toda la noche. A medida que el color pálido era reemplazado por uno menos enfermizo, el rubio se removía con incomodidad en sueños. Un par de veces despertó, pero aparte de murmurar incoherentemente, no dijo nada más. En algún punto de la madrugada Skoll debió de haberse quedado dormido también, puesto que despertó con un sobresalto al escuchar un montón de mantas moverse. Se estiró, maldiciéndose por haberse quedado dormido en una silla y parpadeó confuso mientras el chico rubio se sentaba.

— ¿Qué haces? —preguntó cuándo lo vio levantarse.

El rubio lo miró, quizá percatándose por primera vez de su presencia. Tenía los ojos azules.

— Tengo que irme — respondió él, dándose cuenta también de su incómoda falta de ropa. Se cubrió los hombros y la cabeza con la manta, evitando mirar a Skoll—. ¿Dónde está mi ropa?

— ¿Estás hablando de ese... kimono?

— Es un yukata. No voy a salir así. Necesito vestirme — insistió el chico rubio—. ¿Dónde está mi yukata?

¿Salir? ¿Es que estaba loco? Ni siquiera parecía estar en condiciones para ir a ningún lado. No debería siquiera tener la energía para hacerlo. Estaba empezando a pensar que Hati había tenido toda la absoluta razón para desconfiar ahora; no sabía con quién se había metido. Te metiste con un loco. Ni siquiera estaba preocupado por casi haber muerto de frío o porque afuera estuviera nevando todavía. Quería irse con ese maldito... como sea que se llamara la ropa.

— ¿Puedes calmarte un momento? — espetó Skoll, poniéndole las manos sobre los hombros para obligarlo a sentarse en el sofá, ya que se estaba levantando —. No sé qué estás pensando que está sucediendo, pero debes de calmarte. En primer lugar no puedo dejarte ir así como así. ¡Ayer casi te mueres de frío! Debería llevarte a un hospital.

Por primera vez en toda la conversación, el joven rubio lo miró a los ojos. "Son azules" Y estaban llenos de pánico. A pesar de sí mismo, eso fue bastante tranquilizador. El pánico es una buena señal cuando te despiertas sin ropa en el departamento de un desconocido, ¿verdad? Hasta ese momento, la conversación le había parecido de lo más irreal.

— No puedo ir al hospital. Tengo heridas, van a preguntar — respondió el chico con un claro temblor en la voz, al tiempo que se aferraba más a la manta sobre los hombros—. Sólo tengo que irme. Necesito el yukata. Puedo volver por mi cuenta, pero necesito irme ya.

— Por si no lo recuerdas, casi mueres y necesitas un descanso. Además, ¿quién te está esperando con tantas ansias? —. La pregunta flotó en el aire durante unos segundos. Cada segundo sin respuesta Skoll estaba seguro de que tendría que hablar con la policía, así que decidió presionar más—. ¿Es quién te hizo todo eso? Lo del hombro y los golpes.

Y los cortes, las marcas rojas y...

No obtuvo respuesta. De repente todas las ganas de irse se desvanecieron del joven rubio, y se quedó sentado en el sofá luciendo derrotado. No lo miró, sino que se cubrió el rostro con las manos y comenzó a temblar. A Skoll le tomó unos segundos darse cuenta de que estaba llorando.

— ¿Quién te hizo todo eso? — preguntó, sentándose a su lado. Si el chico se dio cuenta de eso, no lo aparentó—. Estoy intentando ayudarte, puedes decírmelo.

— Tengo que volver. O sino... él... Roxana...

Roxana.

El nombre resonó y casi pareció hacer eco contra las paredes. "No puede estar hablando de nuestra Roxana. Ella está desaparecida. Después de tanto tiempo..."

— ¿Dijiste Roxana? ¿La conoces? — susurró, obteniendo sollozos y un asentimiento por respuesta —. ¿Sabes cómo se apellida?

— Roxana Hemingway.

Skoll escuchó su corazón latir con fuerza y la sangre rugir en sus oídos. De todas las personas del mundo, de la ciudad, de todos los locos que podría haber encontrado.

Tenemos que llamar a Jade.

Corrió a despertar a Hati.

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