20 de Diciembre del XX11
En realidad, el hospital psiquiátrico no estaba mal. Era un lugar diseñado para la paz mental, un lugar espacioso, cálido y limpio. A James no tardaron en trasladarlo ahí, asegurándole que iba a continuar con la recuperación física ahí. Lejos de lo que James se había imaginado, con todas las películas de terror sobre asilos de esa clase, en realidad fue varias veces más agradable que el hospital médico. Las reglas eran mucho más estrictas; nada de joyería, ropa con bolsillos o incluso agujetas. Básicamente, nada con lo que pudieras matarte. Pero había más lugar para pasear, incluso en la estúpida silla de ruedas, y más en qué matar el tiempo.
Aparte de la depresión, también tenía que lidiar con el estrés postraumático complejo. "Suele diagnosticarse cuando alguien ha vivido un trauma prolongado" le dijeron "cuando pierde la capacidad de autorregularse en sus emociones, en sus impulsos o en su propia percepción". Sus doctores (¿Psiquiatras? ¿O terapeutas?) cuando hablaron con él por primera vez, le dijeron que en realidad jamás lograría deshacerse del estrés postraumático. "Habrá días buenos y días malos" le había dicho la doctora que parecía estar a cargo "Podemos ayudarte a lidiar con eso... pero al final será como vivir con un compañero de piso muy molesto. A veces perderás la paciencia y a veces podrás ignorarlo. Pero nunca te vas a poder deshacer de él"
Como ella le dijo, tenía días malos y días buenos.
Había días donde convencido de que Zehael vendría. Esos días cuando estaba demasiado asustado como para salir de su habitación o para siquiera hablar con alguien. El juez tuvo razón al decir que era un peligro tanto para sí mismo como para los demás, porque si estaba convencido de que vendría, entonces tenía que encontrar la forma de huir. Esos fueron lo que los médicos llamaron brotes psicóticos. Porque intentaba tanto huir o matarse como atacar a cualquiera que intentara impedírselo. A veces despertaba y no recordaba exactamente qué había hecho el día anterior pero le hablaban de cómo había intentado atacar al guardia de seguridad al intentar escapar. A veces le sorprendía lo que era capaz de hacer incluso en la silla de ruedas.
Estos fueron días terribles y, lamentablemente, muy frecuentes también.
Los mejores eran cuando trabajaba junto a sus doctores, cuando podía hacer frente a la terrible depresión que se cernía sobre él; entonces podía con la cansada rehabilitación física, e incluso se enfrentaba al trauma. Eran agotadores pero a veces le dejaban una pequeña sensación de satisfacción: estaba progresando. Estaba mejorando. Algún día esto dejaría de ser una pesadilla detrás de la puerta y se convertiría en un molesto compañero de piso.
Pero esos días eran raros.
También estaban aquellos días donde James no tenía energía siquiera para comer. Mucho menos para lidiar consigo mismo.
A los diecisiete años, nunca le había costado trabajo a James hacer amigos, se había considerado una persona muy extrovertida, porque casi cada fin de semana tenía fiestas y rara vez pasaba una tarde en el diminuto departamento de sus padres de acogida. Sí o sí tenía que salir a divertirse. En la universidad, cuando consiguió entrar en el programa de intercambio y largarse a Canadá apenas había sido distinto, seguía siendo el mismo desastre neurótico, sólo que en otro país. Pero ahora, casi tres años después, le parecía que todo eso lo había vivido otra persona.
El James de ahora evitaba a toda costa hablar con alguien, las únicas excepciones eran el personal del hospital y un par de locos más con quienes solía jugar dominó. Obviamente, en un lugar con tantas personas y tanto tiempo libre, era imposible que alguien no quisiera hablar con uno, pero casi todas las conversaciones comenzaban preguntándole qué le había pasado en la cara y ésa era una pregunta que James odiaba responder. Maldito Zehael. En definitiva ya no se veía capaz de empezar siquiera una conversación. Por eso no se sentía capaz de ir a hablarle a nadie. Claramente lo había intentado, dos veces al menos, pero en ambas ocasiones había terminado llorando y ni siquiera le habían preguntado sobre las cicatrices. Jugando era más fácil. Dejaba que sus compañeros hablaran entre sí y si ganaba se limitaría a hacer la sombra de una sonrisa mientras volvía a mezclar las fichas.
Era diciembre. Llevaba poco más de un mes ahí; no sabía cuál era la fecha exactamente, pero sabía que no había pasado Navidad todavía porque los demás no paraban de hablar de las visitas que tendrían en Nochebuena. Como en especial le gustaban los jardines, era ahí donde le gustaba más pasar el tiempo, porque los demás pacientes se reunían ahí. Observarlos no era tan deprimente como quedarse a jugar dominó. Como ya habían empezado las nevadas, muchos se reunían a jugar una guerra de bolas de nieve. Claramente, James no iba a jugar con ellos.
Pero también le gustaba porque era el único lugar donde podía ver la recepción del hospital. Casi parecía el pequeño portal entre el sueño y el horrible mundo real. Normalmente le reconfortaba mirar porque podía ver a las personas yendo a visitar a sus seres queridos o yendo de paseo con ellos. Para James, entre todo su caos mental, era un pequeño recordatorio de que quizá el mundo no estaba tan mal. Pero también había otra razón.
Durante el último mes Skoll Thallon había ido, una y otra vez, sin lograr absolutamente nada.
James era totalmente consciente de su situación. Había exigido saberlo, no exactamente porque le fuera a resultar útil, pero no quería estar a ciegas. Sabía que no tenía permitidas las visitas ni salir de paseo como algunos de los pacientes y sabía por qué; temían de la posibilidad de un ataque de pánico. Razón no les faltaba, considerando lo hipersensible que se había vuelto y que había intentado matarse dos veces, por no hablar del incendio. Lo consideraban inestable y peligroso. En un principio no le había importado, claro está, porque no pensaba que hubiera nadie que fuera a visitarlo a un asilo de locos. Pero ver ahí a Skoll Thallon lo hacía pensar al respecto.
Era raro el día en que no lo veía en la recepción. Aunque le habrán dicho que James no tenía permitidas las visitas, de todas formas volvía, a intentar convencer a los médicos y a la secretaria. Una y otra vez. A veces no venía solo, su hermano Hati lo acompañaba, a veces Roxana y Jade. Pero nunca lograba nada.
Toda su opinión sobre el espíritu de lobo blanco estaba, por no decir menos, en la basura. No podía decidir si le desagradaba o si simplemente lo hacía sentir incómodo. Es decir, en realidad no podía decir nada malo sobre Skoll. Literalmente lo había salvado de morir congelado. Había intercedido por él. Había enfermado por él. Roxana le dijo que, mientras estaba inconsciente en el hospital, nada lo movió de su lado.
En circunstancias normales a James no le habría molestado recibir ese tipo de atención, de un conocido. Posiblemente para desgracia de Skoll, James lo veía como un extraño. Uno muy altruista, pero extraño al fin. Such a weirdo.
No le hubiera molestado tanto si en lugar de Skoll, hubiera sido Roxana quien hiciera todo eso.
Pero claro, tampoco esperaba nada de Roxana, al menos, racionalmente. Ese mismo lado mezquino suyo que sentía envidia insana de Roxana era el mismo lado que la odiaba, por haberse apartado tanto de él después del incendio. Antes del juicio apenas la había visto. Ella le había pedido quedarse, por ella se quedó, por causa suya es que Zehael lo encontró. De no habérselo pedido, nada de los últimos meses habría pasado. No tendría quemaduras en la mitad del cuerpo, no estaría en silla de ruedas, no tendría en sus manos la sangre de un monstruo. Casi murió esa noche, ¿y toda la respuesta de Roxana fue tomar distancia?
Cuando hablaba con sus médicos era más sencillo comprenderla. Ella también tenía un monstruo escondido. Ella también había sido lastimada. Ella también había sufrido. Puede que no estuviera encerrada en un hospital mental, pero también tenía sus propios médicos. También estaba un poco loca. Quizá para ella compartir el dolor no era tan útil como lo era para él. Quizá ella no lo necesitaba.
Quizá nadie.
No se percató cuando se acercó uno de sus médicos hasta que sintió la silla moverse.
— Quizá no deberías estar aquí — dijo el médico, un hombre canoso que se llamaba Yves.
— ¿Viendo a la recepción? — preguntó James, dejando que Yves destrabara la silla de ruedas para llevarlo dentro del edificio.
El hombre hizo una pausa antes de responderle.
— Sí.
— No me importaría — respondió James casi sin pensarlo —, hablar con ellos, digo. Sé que insisten mucho para venir a verme...
Si nadie me necesita, ¿por qué Skoll Thallon sigue aquí?
—Tarde o temprano voy a tener que afrontar esta parte. Pero no me da miedo la idea de hablar con ellos.
— James, sabes por qué no tienes permitidas las visitas.
— Soy demasiado sensible, lo sé. Podría ocasionar que vuelva a poner mi vida en riesgo, ya sé. Pero hace semanas que no hablo con una cara familiar. Es deprimente pensarlo con Navidad tan cerca.
Aunque aquella conversación no duró mucho más, y James supuso que el asunto iba a quedar así, y que quizá Skoll se cansaría de insistir, a los pocos días le informaron que ya estaba autorizado para recibir visitas, aunque era un permiso que podrían retirar sin previo aviso.
Skoll no vino acompañado de nadie más. James se imaginaba que sería el primero en venir, con lo insistente que había estado todo el mes y lo distante que era Roxana. La visita fue en un gran salón para las visitas, al lado de la recepción. Estaba lleno de gente, cada familia o grupo de amigos en una mesa distinta. La de James estaba vacía, a excepción de Skoll.
— Lo siento, James — fue lo primero que dijo Skoll, una vez se sentó.
— ¿Por qué? ¿Quién murió? —preguntó James, conteniendo el impulso de hacer una mueca de disgusto al mismo tiempo que apartaba a Skoll de sí.
— Por todo esto —contestó el lobo, ignorando el sarcasmo.
—¿Qué estás haciendo aquí? — soltó James.
—... ¿Visitándote?
—Exacto. A eso me refiero. ¿Puedes tener sentido común por un minuto? Siendo muy generosos, a lo mucho somos conocidos. ¿Por qué sigues insistiendo en venir conmigo?
— Yo vendría a visitar a cualquier amigo.
—Ajá. ¿Crees que Roxana no me contó todo lo que hiciste mientras estaba en el hospital? ¿Crees que soy tonto?
— Si quieres una confesión, muy bien, te la daré: me deslumbraste desde el primer momento, James. Te amo.
— Pero yo no —respondió James, enojado—. Y no necesito un príncipe azul que venga a salvarme de un asilo para locos.
— Por supuesto que no. Me duele decirlo, pero nadie te salvó nunca. Siempre fuiste tú. Vas a salir de esto.
— Gracias, necesitaba recordar mi falta de amigos.
—No estoy hablando de eso. Es sólo que... me contaste cómo huiste de tu padre cuando eras niño...
—Nada más heroico que huir.
—Te salvaste de tu padre.
James no respondió.
—Te salvaste de Zehael la primera vez.
—De no ser por tí habría muerto de hipotermia—gruñó James.
—La segunda vez le prendiste fuego. Más que eso, salvaste a Roxana. Nos salvaste a todos cuando te encerraste con Zehael en su propia casa y lo mataste.
— Eres insoportable. ¿Sabes qué? Lárgate. Lárgate, maldito perro.
Se arrancó el zapato de una de sus inútiles piernas y se lo arrojó a Skoll a la cabeza, él lo esquivó, sorprendido, pero incluso si no lo hubiera hecho no le hubiera dado: James falló por casi medio metro y estuvo a punto de darle a una niña que estaba visitando a su hermana.
— ¡Jódete! ¡No quiero tu lástima! No te quiero aquí, no te quiero a ti —exclamó, sabiendo que probablemente uno de los guardias de seguridad ya estaba avanzando a toda prisa hacia ellos—. ¡Vete a joder a otra parte! ¡Te odio, perro sarnoso! Eres molesto como una mosca, sólo dando vueltas donde nadie te llamó. Y no sabes con cuánta fuerza odio que te estás entrometiendo en lo que no te importa.
Jamás olvidaría la expresión de Skoll en ese momento; exactamente la expresión que tendría un cachorro al darse cuenta de que lo han abandonado. El lobo ni siquiera pareció prestar atención a la nerviosa enfermera que le indicaba que debería de irse. A pesar de todo ello, James todavía le gritó mientras el guardia se lo llevaba en la silla de ruedas.
— ¡Ojalá me muera mañana y así no vuelva a ver tu puto rostro otra vez!
Una vez que Skoll se perdió de vista entre las paredes y puertas blancas, James se llevó las manos al rostro y comenzó a llorar de pura desesperación.
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