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15 de Diciembre del XX12

— James. Te hemos estado buscando toda la noche — dijo Skoll, sin saber si sentirse enfadado o aliviado —. ¿Por qué...?

— ¿Sabías que mi madre es una dodomeki? Su nombre era Nanoko Sasaki, cuando todavía no se casaba con mi padre. Los dodomeki tienen un montón de ojos en los brazos — hablaba James, sin importarle realmente que Skoll estuviera escuchando o no. Se pasó una mano por el brazo, que sin tela que lo protegiera dejaba ver la piel, más precisamente, la cicatriz de la quemadura—. Todavía no estoy muy seguro de todo lo que podía ver con todos esos ojos, pero sé que podía ver los hilos que unen a la gente. Ver, cortar y volver a unir si quisiera.

— En algún momento me dijiste que podías ver los hilos de las personas. Y algo me habías dicho de tu madre — aceptó Skoll, dudando si debía de interrumpirlo o no. Esta no parecía ser una de esas veces que se desconectaba de la realidad, pero tampoco estaba muy seguro de a dónde quería llegar James.

— Sólo si me concentro lo suficiente. También puedo cortarlos. Aquí está el hilo que nos une —. James sostuvo algo invisible y fino en el aire—. Es dorado. A veces me pregunto... qué pasaría si lo cortara. Si lo hago en este mismo momento ¿qué pasaría? ¿Uno de los dos moriría? ¿Acabaría en el hospital? ¿O simplemente bajarías por esas escaleras y nunca nos volveríamos a ver?

— ¿Podemos volver abajo? —preguntó Skoll, tomando la pálida mano de James; por experiencia reconocía el terreno peligroso en el que repentinamente estaba—. Por favor. Estás helado. ¿Te puedo llevar dentro?

James negó con la cabeza, pero no opuso resistencia cuando Skoll destrabó la silla de ruedas para dirigirlos al elevador. 

— Zehael lo sabía. No sé cómo, pero él lo sabía. Lo de los hilos. Estaba loco, Skoll, lo sé... la mayor parte del tiempo lo sé. Era igual en ese entonces, la mayor parte del tiempo sabía que todo eso no era más que alguno de sus delirios, pero había veces en las que te arrastraba con él. Y... y le creías. Roxana llegó a creerle un par de veces, también.

"O está al borde de una crisis... o simplemente quiere hablar" ambas cosas eran preocupantes, porque la mayor parte del tiempo la segunda cosa dirigía a la primera. James era bastante extremista cuando se trataba de hablar de Zehael. O no decía nada o lo decía todo. O le afectaba tanto que no podía casi respirar o simplemente no le afectaba. En momentos como este, Skoll realmente no sabía si iba a afectarlo o no. Pero sea lo que sea, decididamente no podía dejar que sucediera afuera.

— Antes de todo esto, vivía con otros dos chicos. En Toronto. Todos de fuera, como yo. Creo que Tim es de Estados Unidos. Arturo, de España. Nos gustaba ir de fiesta, con Leslie y Ally. Ah, y Leon—. Hizo una pausa, durante la cual pareció darse cuenta de que Skoll le estaba sujetando la mano y la apartó —. Zehael me hizo cortar los hilos que me unían a ellos. Sé que lo del incendio y eso apareció en las noticias, pero pensándolo bien, seguramente ellos no saben qué fue de mí, ni lo sabrán nunca.

— ¿Y quieres volver a unir esos hilos? — preguntó Skoll, respirando hondo por primera vez en toda la conversación. Solo era eso. No tenía que preocuparse.

— Sí, claro. ¿Y tener que explicarles esto? —Replicó James, señalándose el cuerpo entero—. Voy a ir y me voy a aparecer en el departamento: "hola, me secuestraron, ahora tengo un diagnóstico de estrés postraumático y un poquito de psicosis por ahí, ¿quieren tomar un café?"

—No seas así. Dices que eran tus amigos — protestó Skoll con suavidad —. Creo que se alegrarán de saber que estás vivo. Aunque no quieras verlos.

—Pero no es eso—insistió James —. No quiero explicar nada. Y si hablo con ellos tendré que decirles lo que pasó, incluso si me salto la peor parte.

— ¿Por qué estás tan preocupado al respecto, de todas formas? Hace un momento me dijiste que habías cortado los hilos. ¿Por qué te importa tanto encontrarte con ellos si de todas formas no quieres unir los hilos otra vez?

—Esta mañana me di cuenta de que los había cortado todos, menos el de Ally. Es extraño, ¿no crees?—. Repasó sus dedos, probablemente buscando el hilo que le unía con Ally—. No quiero enfrentarme a ninguno de ellos, y sin embargo, ahí está el hilo y yo no puedo armarme de valor para cortarlo.

— Yo creo... que sí quieres hablar con ellos. Pero tienes miedo de hacerlo.

Enojado, James se cruzó de brazos y se limitó a mirar su reflejo distorsionado en el metal del elevador. Se veía mucho mayor de lo que en realidad era. Tiene veintiún años. Skoll también guardó silencio e intentó no pensar en que se supone que debería estar en la universidad, debería estar en fiestas. Disfrutando su vida.

—Zehael habría dicho que soy un cobarde —murmuró el rubio con malhumor.

—Zehael pudo haber tenido razón en algunas cosas — respondió Skoll. Hubiera querido decir que no tuvo razón en nada, pero entonces James se habría puesto a insistir en que todas sus promesas se cumplían y no era momento para discutir sobre eso—. Pero en esto se equivocó.

— ¿Y cuál es tu cursi razón para afirmar eso?

—No fui yo quien lo mató. No fue Hati, ni siquiera Jade—le recordó Skoll—. Te hizo todo; y podrías haber huido o quedarte paralizado y nadie te hubiera juzgado por eso. Pero en cambio lo desafiaste.

La respuesta de James no fue inmediata, antes de decir nada se llevó una mano a la cara, a la cicatriz en la mejilla; una fina curva que partía desde la comisura de su labio hasta casi alcanzar el oído. James tenía muchísimos recuerdos de la noche del incendio: las quemaduras, la espalda rota... pero Skoll sabía que, por mucho, ésa cicatriz en particular era la que más le molestaba. Algún día volvería a caminar. Las quemaduras no le importaban: eran su memoria del triunfo porque a pesar de todo él estaba vivo y Zehael no. Sin embargo, esa cicatriz en la cara era la única herida que las quemaduras no habían cubierto. Era el recordatorio de Zehael, su forma más pura de demostrar que jamás sería el monstruo olvidado; siempre sería la sombra detrás de la puerta.

—No estaba pensando bien y lo sabes.

—Pero lo hiciste. Sé cuánto miedo le tenías. Le tenías más miedo que todos nosotros, incluyendo a Roxana, juntos. Y de todas formas te enfrentaste a él y le prendiste fuego.

James no le respondió.

— Alguien capaz de hacer algo así... no podría calificarla como cobarde —. Tomó su mano y le besó cada dedo con cuidado—. Yo diría, más bien... que es la persona más valiente del mundo.

— Él solía decir que me lo merecía.

—Nunca podrás merecer algo como eso. Nunca.

—Lo que tú digas. Es sólo... que a veces empiezas a creer lo que escuchas todos los días —. Inclinó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos —. Hubo una época donde creía que si él moría yo podría estar en paz. Que la sensación de ser acosado se iría. Pero lleva casi dos años muerto: yo lo maté, yo vi como el fuego se lo tragaba vivo. Y de todas formas siento su sombra en cada esquina.

— Las sombras son sólo eso, sombras. Además, si te molesta demasiado siempre puedes prenderle fuego otra vez a la casa.

—Eres un tonto — dijo James, pero pese a ello Skoll vio la sombra de una sonrisa en sus labios.

— Vamos. Necesitas calentarte y dormir, ¿cuánto tiempo llevabas afuera? ¿Tienes hambre?

— No lo sé — replicó James encogiéndose de hombros—. Te escuché llamarme hace rato desde abajo. Y no, no tengo hambre.

— Oye. Si sabías que estaba buscándote, ¿por qué no me dijiste nada? — protestó Skoll—. Te llevo buscando desde hace horas.

—Necesitaba pensar. Además, dos cosas: no fue tanto tiempo y siempre estás encima de mí. Está bien que no pueda caminar, pero tienes que darme un descanso.

— ¿Estás diciendo que soy agobiante? —. No sabía si sentirse dolido al respecto.

—Peor que mamá gallina — replicó James. Entrando al departamento Hati ya estaba despierto y estaba cocinando—. Hola, Hati.

— Hola, James.

— Pero... ¿En serio soy agobiante? — insistió Skoll—. Hati, ¿tú crees que soy agobiante?

— No me gusta meterme en discusiones de pareja.

—Dile que sí y ya —se río James, por una vez obviando lo de pareja. Quizá no tenía energía para eso. Lastimosamente, sí la tenía para discutir sobre otras cosas—. Oye, perro, ¿a dónde crees que me estás llevando? Suficiente guía por hoy, no voy a escaparme saltando por la ventana, lo juro. Me faltan como ocho meses de terapia para eso.

— Estuviste afuera quién sabe cuántas horas, en diciembre, sin la mitad del abrigo adecuado...

— ¿Sabes que está techado, verdad? ¿Con paredes y todo? No hace ni la mitad de frío que afuera.

—La calefacción del edificio no funciona, James.

—No puedo respirar. Mamá gallina me está aplastando. ¿Hati? Ayúdame, no respiro.

— ¡Bien! Tú ganas—. Skoll soltó la silla—. Pero si te resfrías ten por seguro que no te vas a quitar de encima a mamá gallina.



Después de tomar un baño y asegurarse de que James estuviera dormido en su habitación, Skoll se dirigió a la cocina, donde Hati ya había terminado su desayuno y le esperaba viendo las noticias del día.

— Me alegra que al final lo hayas encontrado — le dijo, mientras se servía jugo de naranja—. Parece que está de buen humor.

—Diez minutos antes me estaba hablando de Zehael— replicó Skoll con cansancio. Se acercó a la cocina y recargándose en la pared, se frotó la cara con las manos, como para quitarse el sueño de esa manera—. Cambia tanto de humor que es difícil seguirle el paso.

— Desayuna —respondió Hati, señalando lo que recién había cocinado—. Y después me hablas de lo que te haya dicho.

Skoll asintió y se acercó a la estufa. Sin embargo, se interrumpió a medio camino por un ataque de tos muy violento. De inmediato tenía a Hati a un lado, sosteniéndolo para que no cayera. Skoll sentía que se estaba ahogando, pero ¿con qué? Lo descubrió unos segundos más tarde, cuando al lograr escupir lo que tenía en la garganta no vio otra cosa sino los pétalos ensangrentados de una flor.

Se hubiera desplomado si Hati no lo estuviera sosteniendo. Estaba tosiendo pétalos de una flor anaranjada. ¿¡Por qué estaba tosiendo pétalos!? Al cabo de un rato la tos se calmó, y había dejado como resultado un montón considerable de pétalos anaranjados.

— Voy a llamar a Jade — murmuró Hati con preocupación y dejó a Skoll junto a todos los pétalos.

Mareado, el lobo blanco se llevó una mano al pecho, tratando de discernir de dónde había salido eso. Sólo se le ocurría que alguien lo hubiera encantado y esa era una perspectiva tonta. Aparte ¿de veras? ¿Te maldigo con mi último aliento poniéndote una flor en la garganta? Poético, sí, pero muy estúpido.

Jade, pese a que no vivía lo que se dice cerca, en realidad no tardó en llegar. Cuando empezó a tocar insistentemente la puerta del departamento, Skoll ya estaba derrumbado en uno de los sofás, con una mano en el pecho, tratando de discernir si sentía algo extraño o no cada vez que respiraba.

— ¿Pétalos de flores? — preguntó Jade nada más llegar—. ¿De veras son pétalos de flores?

— Compruébalo tú mismo — respondió Skoll señalando el montón—. Oye, ¿crees que soy agobiante?

— ¿Agobiante? — inquirió Jade.

— Déjalo —zanjó Hati—. Concentrémonos en las flores, ¿quieres?

— Claro, las flores —. Jade le lanzó una mirada extraña a Hati, como preguntando a qué venía eso, pero se concentró en lo importante, pero no se atrevió a tocar los pétalos. No era un experto, pero éste cuento lo conocía gracias a Roxana; cuando todavía era la chica a la que le gustaba leer historias de amor, de las que duelen y de las que no—. En Japón le llaman "la enfermedad de Hanahaki. A largo plazo, es mortal.

— ¿Y por qué la tengo yo? — gruñó Skoll.

— Sobre todo en Asia, las personas se enferman de esto cuando tienen un amor no correspondido — respondió Jade, y aunque no mencionó a James, los tres sabían de qué hablaba—. Las flores empiezan a crecer en tus pulmones y al cabo de un tiempo mueres ahogado. Sólo se secan de dos formas; mueres o te corresponden. También te las pueden quitar en una cirugía.

— Pues hagamos eso —dijo Hati.

Jade se encogió de hombros.

— No estoy seguro de que ocasionará eso. Algunas versiones del mito dicen que hacer eso le quitaría todos los sentimientos. Otros, que simplemente dejaría atrás su amor.

— Pero ya he querido a otras personas que no me han correspondido — dijo de repente Skoll—. ¿Por qué ahora?

— Porque la madre de James es japonesa, una yokai — respondió Jade—. Porque él puede ver el hilo del destino y eso, si mal no recuerdo, es japonés, igual que la enfermedad de Hanahaki. Es la magia que tiene, la influencia japonesa, Skoll. El hecho de que lo quieras precisamente a él es lo que ha ocasionado esto.

Hubo un minuto de silencio.

— No puedo decirle — dijo de repente Skoll, paseando por el cuarto—. ¡No pueden decirle nada!

— Skoll, ¿no escuchaste nada? ¡Vas a morir si no haces nada! — exclamó Hati.

— ¿Y tú no lo conoces a él? Además ya tiene suficientes problemas como para enterarse de que... esto es su culpa. Es lo último que necesita ahora ¿Sabes lo que me dijo hoy? Que llegó a creerse que merecía todo ese infierno. Si le digo algo como esto ¿crees que va a ayudar en algo? Si de repente decide culparse por esto, nada lo va a convencer de que no mereció eso.

— ¿Y se supone que tengo que sentarme aquí a ver cómo te mueres lentamente? —increpó Hati, enojado.

— Haré que me las quiten, Hati. Lo juro. Sólo necesito tiempo.

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