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Capítulo 3.

Mein lieber

Devon

Llevaba dos días aquí y sabía que algo malo ocurría. No solo por la manera que todos aquí me miraban, mucho menos por los gritos a media noche que podían despertar a cualquiera. Había algo extraño en todos, en todo lo que representaba este lugar.

Era una fortaleza a las afueras de la ciudad de Hell, con muros altos, impenetrables, rodeados con alambres electrificados. Cuatro torres de control con guardias dentro, que vigilaban nadie fuese a entrar, pero muchos menos que nadie fuese a salir de este lugar.

El lugar era húmedo por dentro, las paredes escurrían agua, olía a moho y las ratas se paseaban entre los pies de los reclusos. Porque eso éramos, reclusos, no éramos pacientes cómo tanto les hacían creer a nuestras familias, o a quienes tenían familia, porque la mayoría de los que estábamos aquí lo habíamos perdido todo, incluso la voluntad.

Aquella noche lluviosa, baje al comedor, que consistía en muchas mesas metálicas con sillas del mismo material, en total diez sillas por mesa, veinte mesas adornaban el lugar. En uno de los extremos había una barra y detrás de esta una puerta de dos piezas, detrás estaba la cocina, a la cual muy pocas personas podían entrar.

La piel de la espalda me escocía, era un ardor que me quemaba los huesos. Sentía las heridas abiertas y podía jurar que la sangre todavía fluía por mi piel blanquecina. Me aferré a mí misma, con mis brazos cubriendo mi parte delantera, hacía frío, mucho frío, pero los demás parecían ignorar que estábamos en un inmenso refrigerador. Algunos de los pacientes conviven con los demás, otros más se mantenían alejados de todos, más que nada de los enfermeros y los guardias que custodiaban toda la fortaleza.

Caminé entre las mesas, siendo vigilada por los pacientes que cenaban entre risas y murmullos. Muchas de las miradas eran curiosas, quizá habían escuchado mis gritos la noche anterior, así como aquellos gritos que se escuchaban a todas horas del día y la noche.

Me coloque frente a la pequeña barra donde servían la cena. Una de las mujeres, que se veía un poco vieja, me entregó un plato con algo viscoso y con un olor un tanto desagradable. Después me entregó un vaso con agua. Fui a una de las mesas y me senté, metí la cuchara en aquella cosa y el olor que desprendió me revolvió las entrañas. Estaba débil y tenía hambre, pero no quería comer esto.

Aparté el plato con las yemas y solo bebí del agua. Observaba todo lo que había aquí. Aún no me acostumbraba a estar aquí, no debía estar aquí, yo solo me había defendido, no quería ser violada y lo tuve que matar, tuve que hacerlo en defensa propia y ahora estaba en este lugar. Estaba segura que no iba a salir de aquí y moriría en estas cuatro paredes. Sería olvidada por mi madre y este sería mi fin.

En una de las esquinas había un grupo de chicos, entre ellos había uno que más me llamaba la atención. Era alto, de piel clara, sus cabellos eran rubios y caían a sus costados. Percibí un aura de malicia, pero más que nada algo salvaje que se encontraba en su interior.

Sabía que nada aquí era normal, pero al verlo a él, lo entendí mejor.

La alarma empezó a sonar por los altavoces que estaban distribuidos en toda la fortaleza, era la hora de ir a dormir. Subimos las escaleras y cada uno entró a la ratonera que se suponía era nuestra habitación. Me tomé mi tiempo, observando el lugar, buscando alguna salida de esta fortaleza. Quería irme de aquí, quería escapar o morir, pero no quería estar aquí. Solo había estado dos días y mi cuerpo había sido lastimado a tal grado que seguía llorando por la noches.

—Será mejor que abandones aquellos pensamientos de esa cabecita tuya —escuche entre la oscuridad.

Un relámpago me dejó ver de quien provenía aquella voz oscura y poderosa. Era el chico oscuro.

—¿Qué quieres decir? —estaba apoyado a un lado de la puerta. Entre sus dedos sostenía un cigarrillo que movía con agilidad sin romperlo.

—Que no pienses en escapar de aquí, no lo lograras.

Se acerco un poco, quedando frente a mí. Era alto, muy alto, me miraba hacia abajo y yo tuve que alzar la cabeza para poder apreciarlo mejor.

—No hasta que ellos lo digan —musitó.

Se agachó un poco, pensé que me iba a decir algo confidencial, pero no, él solo me olisqueó, era cómo un perro oliendo a su dueño después que regresa de trabajar.

—¿Me has olisqueado?

—Hueles a virgen —se incorporó —, y a sangre.

—No lo vuelvas a hacer.

—Es imposible que no lo haga —entornó los ojos —, eres cómo una gacela entre leones, tarde o temprano alguien te va a cazar.

Tragué saliva. No sabía como tomarme sus palabras.

—Y quiero ser yo quien sea el primero, mein lieber.

Me rodeó, observando, sentí un escalofrío recorrer cada una de las terminaciones de mi cuerpo.

—¿Qué?

Cuando volteé él ya se había ido, había desaparecido entre la noche, dejando un rastro de oscuridad a su paso.

🔥🔥🔥🔥

¡Hola!, vengo con esta historia que se me acaba de ocurrir, sí, lo sé, soy un desastre, pero así me aman. Debo aclarar algunos puntos: esta será una historia con capítulos cortos, algunos no van a pasar de los mil palabras y otros mas serán de unas 500 palabras nada más. Habrá solo dos narradores, Devon, que sí, es una chica y su foto está allá arriba y un chico de nombre Dax a quien pronto vamos a conocer. Díganme si les ha gustado la historia. 

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