Dax

El deseo se extendía por cada hebra de mi carne. Se introducía en mi sistema y me hacía temblar.

No sé cómo es que llegamos a la habitación del motel, pero solo al cruzar la puerta yo estaba destrozando su ropa. Dejándola desnuda frente a mí.

Nos tumbamos en la cama, desnudos, deseosos, jadeando de placer, con la garganta seca y estas inmensas ganas de sentirme dentro de ella.

Metí una mano debajo de su rodilla y levanté su pierna para tener mejor acceso a su intimidad. Sin pensarlo y sin pedir permiso me introduje en su interior. La calidad de su sexo me recibió y sus paredes estaban tan apretadas que me fue imposible no soltar una maldición.

La tenía debajo de mí, su cuerpo desnudo, sus manos en mi espalda arañando mi piel y dejando marcas lineales.

Mi boca fue directo a sus senos. Mis labios rodearon sus pezones y mi lengua se deslizaba de un lado al otro, de arriba abajo. Con los dientes tiré de su piel. Ella jadeó. Yo jadeé, moviéndome dentro de ella.

Todo en mí era fuego. Apreté sus muslos, enterrando mis dedos en su piel. Mordí su senos, sus hombros, su cuerpo.

Me sentía tan pleno que si hubiese podido quedarme así para siempre sin duda lo hubiera hecho. Estar dentro de ella se sentía cálido y era un maldito frenesí que me devoraba por completo.

—Todo lo que yo me imaginé sobre este momento no se compara en nada a esto.

Me besó como si no hubiera un mañana. Mordía mi lengua y de paso mis labios que sangraron en el proceso. Sus uñas se enterraron en mi espalda y un jadeo salió de su boca.

—No me vayas a privar de esta maravillosa sensación, mein lieber, por favor.

Pasó su lengua por mi mejilla hasta que se detuvo en mis labios.

La probé, la sentí dentro de mí. Abrió sus piernas para mí y me sentí en el jodido cielo cuando me corrí dentro de ella. Bombeaba en su interior, sacando todo aquello que había estado aguantando desde que la conocí.

Gimió y dijo mi nombre en un grito que me provocaba escalofríos.

Cuando termine salí de ella y rodé a su lado. Mi pecho subía y bajaba. Estaba excitado pero no cansado.

Cogí su mano y le di un beso en los nudillos.

—Creo que te amo mucho más.

Estaba desnuda frente a mí. Todo su cuerpo era magnífico. Sus pechos pequeños, sus pezones rosados. Su cintura era pequeña y podía notar los huesos de sus caderas. Tenía las piernas largas y la piel blanquecina.

Mis dedos quedaron marcados en sus muslos, su cintura y su espalda.

Tenía marcas de mi boca en su pecho y su cuello.

La amaba. La amaba más que a nadie en este mundo y por ella iba a destruir todo.