🔥☠CAPÍTULO 9☠🔥
GARRETT
El puño de Michelle se estrella en el ojo derecho de la rubia que lleva toda la noche intentando entrarme.
Jodidamente eso me acaba de poner duro. Ha sido un golpe cojonudo.
Mi pelirroja está hecha una fiera y vuelve a la carga. Agarra un puñado de cabello de su víctima y empieza a tirar, con tanta saña que trastabilla y cae de rodillas al suelo – seguramente por lo borracha que va – por donde la arrastra sin piedad.
La multitud se aparta de su camino y contempla el espectáculo con estupefacción mientras yo silbo por lo bajo.
Es la primera vez que la veo sacar a relucir ese lado territorial y salvaje y me encanta.
Sin embargo, por mucho que me excite verla dejar claro que soy su hombre voy a tener que intervenir porque ya han alertado a seguridad y si alguno de esos bastardos pone un dedo sobre mi perra tendré que amputarles la mano de cuajo.
Así que me acerco en dos zancadas a la zona de guerra – que resulta ser la barra del casino, de la que el barman ha salido huyendo cuando han empezado a romper botellas – y la sujeto por la cintura desde atrás, separándola de su víctima. Forcejea, chillando como loca, y tengo que llevármela a rastras hasta la salida ante la estupefacción de todos y las amenazas de la otra chica.
— ¡Te mataré, zorra!
Michelle se retuerce como una serpiente, intentando volver a la carga. Pero la tengo bien sujeta y no tiene escapatoria.
— ¡Atrévete a intentarlo para que pueda terminar de arrancarte esas extensiones, puta oxigenada! — brama, dando manotazos y patadas al aire como si fuera un mañana.
Me río y eso solo hace que dirija su ira hacia mí.
— ¿Qué? ¿Te parece muy divertido, idiota? Suéltame.
Hago caso omiso, pero cuando me canso de las miradas curiosas, espeto:
— ¿Y vosotros qué coño miráis? Seguid gastando el dinero como perdedores antes de que os haga un agujero nuevo en la cara.
De inmediato, apartan la mirada o agachan la cabeza. Me alegra ver que no son tan tontos y después de todo saben reconocer el peligro cuando lo tienen delante.
La pequeña fiera que llevo en brazos no deja de forcejear. Sus golpes son como la picadura de un mosquito para mí, pero preferiría que no llamaran a la pasma. Me gusta demasiado esta ciudad como para tener que largarme tan rápido.
— Vale, vale, cálmate tigresa. Ya es suficiente — la suelto, para terminar acorralándola contra la pared del callejón a pocos metros del casino.
Deberíamos alejarnos más de aquí y tengo la moto aparcada en el estacionamiento, pero la verdad es que ahora mismo no tengo demasiada prisa. Verla así, descontrolada con las mejillas rojas y la respiración agitada me da ganas de follármela aquí mismo, en plena vía pública.
— No me toques. No después de haber dejado que otra ponga un dedo sobre ti — gruñe, rabiosa todavía. Va a ser difícil aplacarla, pero se me ocurren un montón de truquitos sucios que podrían ayudar.
Ni siquiera el mal olor de los contenedores de basura a nuestro lado me disuaden.
— No imaginaba que podías ser tan posesiva, pero ni te imaginas cuánto me pone eso — susurro, en su oído, deleitándome con la manera en que su cuerpo se tensa involuntariamente por mi cercanía. Estamos pegados y puede sentir mi erección al completo.
— Vete a la mierda — me escupe, tremendamente desafiante. Apenas un segundo después ya estoy sujetándola de la nuca y estampándole un beso rudo en la boca, que ella no tarda en devolverme con el mismo ímpetu y un extra de rabia apenas contenida. Se desahoga mordiéndome el labio inferior y la dejo tomar las riendas por un rato.
Ese fuego que tiene dentro me vuelve loco.
— Nunca vuelvas a dejar que otra mujer te mire o te toque, o no te gustará lo que puedo llegar a hacer — sisea, en cuanto nos separamos para recuperar algo de aliento. Sus ojos son un par de brasas y tiene los puños apretados a los costados. No dudo que sería capaz de muchas cosas, pero se equivoca. Me gustaría y mucho.
Aunque no tengo intenciones de estar con ninguna que no sea ella. Pero eso tampoco estoy preparado para confesarlo tan abiertamente. No estoy acostumbrado a la fidelidad, ni a atarme a una sola mujer. En el club tenía todos los coños que quería a mi disposición, pero ahora que llevo tanto tiempo fuera me sorprende que no echo de menos tirarme a ninguna de nuestras zorras.
Con mi pelirroja, en cambio...tengo que hacerme a la idea de que tarde o temprano seguiremos caminos distintos. Mi expresión se ensombrece y me separo un poco de ella.
Es justamente mi cambio de humor lo que aplaca su temperamento para reemplazarlo por preocupación.
— ¿Te ha molestado? — inquiere. Y toda su seguridad de antes se ve reemplazada por una pequeña chispa de temor. ¿Piensa que voy a darle la patada solo porque se haya puesto celosa? Joder, ¿con qué clase de imbéciles se ha topado esta chica?
— No, no es eso. Es que no quiero que desperdiciemos el tiempo peleando. Esta ciudad es especial para mí, solía venir con mi hermano cuando éramos más jóvenes — no sé por qué demonios le estoy hablando de Kurt, desde lo que le pasó ni siquiera menciono su nombre en voz alta, ni con mis hermanos. Pero por primera vez, siento la necesidad de desahogarme y Michelle...me siento cómodo hablando con ella porque sé que no me juzgará.
Es extraño y me acojona, pero es como si nuestras partes más rotas encajaran y nos complementáramos.
Estoy borracho, tiene que ser eso.
Su expresión se suaviza y sonríe. Me quedo mirándola, parece más joven y menos dura cuando sonríe. Cuento sus pecas y me dan ganas de besarlas y morderlas todas. Joder, ¿seguro que no he consumido coca esta noche? Algo está mal conmigo.
— ¿Vivíais aquí, en Reno? — pregunta, con una chispa de curiosidad.
— No, pero veníamos todos los fines de semana que podíamos. A él le encantaba la feria, ¿quieres que vayamos? Aún está abierta — propongo, antes de que ella pueda decir algo como que lo siente. Odio que me compadezcan.
— ¿Ahora? — inquiere, con el ceño fruncido. Asiento, encogiéndome de hombros y su cara se ilumina —. La verdad es que hace mucho que no voy a una feria y me encantan.
— Entonces, ¿a qué esperamos? — Ella se ríe y de pronto, sin previo aviso se sube a mi espalda. Es un peso pluma. Niego con la cabeza, sorprendido por el gesto —. Pero recuerda que tú y yo tenemos un asunto pendiente, pelirroja — reclamo, y me señalo la entrepierna todavía abultada por si le quedaban dudas.
Eso le arranca varias carcajadas que son como música para mis oídos y se muerde el labio, traviesa.
— Bueno, ya veremos — se hace la dura, pero sé que lo está deseando.
— Dame un par de horas y verás que no dices lo mismo — me jacto, bromeando con ella.
Y la llevo a cuestas hasta la motocicleta. Arranco a toda velocidad y justo al doblar la esquina veo por el espejo retrovisor que acaba de llegar la policía.
Les hago una peineta a pesar de que no pueden verme y Michelle se agarra más fuerte a mi espalda por la velocidad suicida a la que conduzco.
Como sigamos así vamos a salir en todos periódicos, pero ahora mismo me importa una mierda.
...
Si hace tan solo un par de semanas alguien me hubiera dicho que estaría sentado frente a una noria comiéndome un puto algodón de azúcar con la pelirroja caliente a la que rescaté del arcén en mitad de la nada, probablemente me habría reído en su cara y si me pillaba de malas le habría soltado un puñetazo. Pero ahora aquí estamos.
Michelle se las ha apañado para convencerme de subir a varias atracciones en las que todo el mundo me miraba como si fuera un mono de feria. En cualquier otro momento, me habría cabreado, pero ella se lo estaba pasando tan bien que no merecía la pena arruinarlo por cuatro imbéciles.
— Ha sido increíble, debería haber ido a más ferias joder. Ahora me arrepiento — se queja ella, devorando los restos de su algodón como si no hubiera un mañana.
Yo hace tiempo que me acabé el mío.
— Podemos ir a más, si quieres. Nos tendremos que alejar un poco dela zona, pero seguro que encontramos algo.
— Y si no, no pasa nada. Con lo bien que me lo estoy pasando esta noche ya tengo suficiente — comenta, con ligereza, encogiéndose de hombros. Pero la rapidez con la que se conforma me molesta más de lo que estoy dispuesto a admitir. Porque, maldita sea, cualquier cosa que quisiera se la daría sin pensarlo si está a mi alcance.
— ¿Te apetece un perrito caliente?
Ella se queda mirándome como si acabara de proponerle la mayor atrocidad sobre la faz de la tierra.
— ¿Qué estás diciendo? ¿Ahora? ¿Después del algodón de azúcar? — suena hasta indignada y frunzo el ceño.
— Sí, ¿qué pasa? — inquiero, sin entender cuál es el problema.
— Por Dios, no puedes mezclar eso. Es...simplemente no.
— Todavía tengo hambre — me defiendo, imperturbable. Al fin, tras pasarse un buen rato mirándome de hito en hito, parece asumir que hablo en serio y me acompaña hasta el puesto.
Por fortuna, la cola está avanzando a buen ritmo, porque nunca me ha gustado esperar. Michelle se entretiene curioseando toda la comida que hay en busca de algo que se le antoje.
No puedo evitar sonreír al verla. Se nota que está acostumbrada a estar tensa y alerta, pero conmigo ha bajado la guardia varias veces y me encanta su lado tierno. Y el salvaje también, que conste.
Si mis hermanos me vieran ahora pensarían que he consumido drogas alucinógenas. Pero me siento bien. Amo al club y la vida en la carretera, pero me faltaba algo que jamás pensé que encontraría; una mujer.
Michelle es la compañera perfecta, pero por muy valiente y decidida que sea, convertirse en la dama de un motero es algo para lo que no cualquiera vale. Hay que estar hecho de una pasta especial.
Sin embargo, ahora no quiero arruinar el momento pensando en eso.
— ¿Sabes qué? A la mierda las mezclas. Quiero una hamburguesa con patatas — declara, orgullosa de sí misma. La gente se queda mirándola, pero le da igual y me encantaría besarla por ello.
Y también para que el idiota del puesto que no le quita los ojos de encima se entere de que es mía antes de que tenga que arrancárselos de esa fea cara que tiene.
— Que sean dos y el perrito también. Por cierto, será mejor que dejes de mirar a mi dama o saldrás de aquí con los pies por delante, ¿he hablado claro? — suelto, con el tono grave y mortalmente serio.
El desgraciado se pone pálido y empieza a sudar, aterrorizado. No duda de mis palabras, por lo menos no es tan idiota.
Enseguida asiente y tartamudea una disculpa, sin atreverse siquiera a levantar la vista mientras se apresura a preparar nuestros pedidos. Yo sonrío, satisfecho, e ignoro las miradas de reproche que me lanza mi pelirroja.
— No tenías que haber sido tan bruto — me susurra, poniendo los ojos en blanco.
— No, debería haber sido peor. Es solo que me ha pillado de buenas —contesto y luego empiezo a silbar por lo bajo. Ella me deja por imposible.
Al final, he aterrorizado tanto al tipo que no me cobra nada, alegando que invita la casa. Es evidente que es su forma de rogar que le perdone la vida y acepto la oferta, pues nunca digo que no a algo gratis.
Le paso un brazo a Michelle por la cintura y nos sentamos en un banco viendo a la gente subir y bajar de las montañas rusas y los tiovivos. La verdad es que hace una noche de verano muy agradable y la sorprendo mirando las estrellas con gesto ensimismado, casi melancólico.
Comemos en silencio, hasta que su curiosidad toma de nuevo el mando. Pero no me molesta, al contrario; me gusta que quiera conocerme mejor.
— ¿Cómo eras de pequeño? — pregunta, observándome con interés. Tiene un poco de kétchup en el labio y se lo limpio con una sonrisa torcida. Me muero de ganas por besar y mordisquear esos labios, pero me obligo a aguantar un poco más. La noche es larga y tenemos todo el tiempo del mundo.
— Un terremoto. Siempre estaba haciendo trastadas y metiéndome en líos con mi hermano. No parábamos quietos, volvíamos loca a mi madre — le cuento, sin poder evitar que se me escape un suspiro al recordar esos momentos donde todavía era un niño inocente que no tenía ni idea de la mierda que acabaría salpicándolo. Pronto lo averigüé, sin embargo.
— Estabais muy unidos, ¿verdad? — aventura ella, que parece que me está leyendo la mente a juzgar por la intensidad de sus pupilas. Hay también empatía y cierta curiosidad en su expresión. Sé que eventualmente me preguntará qué le pasó.
Y por primera vez, estoy preparado para compartir esa truculenta historia.
— Más que eso; éramos inseparables — admito. El nudo que siento en el pecho al hablar de Kurt sigue ahí, pero aprieta menos que de costumbre y la rabia ya no arde con la potencia de diez bombas nucleares. El sentimiento es nuevo para mí y me siento extraño.
— ¿Cómo se llamaba?
— Kurt.
Pronuncio su nombre con cariño. Joder, no creo en Dios pero a veces para soportar un poco el dolor de su ausencia intento convencerme de que está ahí arriba, viéndome y guiando mis pasos erráticos.
Una fantasía jodidamente buena como para ser verdad, pero cada quien se engaña como quiere.
— Es un nombre bonito. Por lo que me cuentas, era un buen hermano.
No se me escapa que Michelle ha asumido que era buen hermano, no buena persona, y me agrada lo sagaz que es. Porque son dos cosas muy distintas y no, para la sociedad ni Kurt ni yo somos buenas personas, pero eso no quiere decir que no hubiéramos sido capaces de dar la vida por el otro una y mil veces.
Por eso, cuando me enteré de que lo habían matado sentía que me acababan de arrancar la mitad del corazón del pecho. Fue una puta agonía.
Michelle se vuelve más cauta y apenas le sale un hilo de voz cuando hace la pregunta que tanto temía y esperaba.
— ¿Puedo...saber qué le pasó?
Asiento mecánicamente y lo resumo, apretando los puños con tanta fuerza que las palmas me sangran. La cena me bulle en el estómago y toma todo mi autocontrol no apuñalar cualquier cosa que se me ponga delante.
— Lo mataron. Unos hijos de perra del club rival, lo trincaron a traición y se divirtieron torturándolo hasta que se cansaron. Entonces lo quemaron vivo — cada palabra arde como si me estuvieran marcando con un hierro, pero cuando lo digo...hay liberación.
Michelle me sujeta las manos entre las suyas para evitar que siga haciéndome daño y deposita un beso en ellas, con cuidado. Me pongo rígido, sin saber cómo manejar esas muestras de cariño con las que no estoy familiarizado. Pero me gusta, ella apaga el fuego que hay en mi interior.
— Joder, eso es...lo siento mucho, Garrett — al final acaba encontrando las palabras y sé que lo siente de corazón.
— Más lo sintieron ellos — digo, en cambio. Mi tono se ha vuelto mucho más grave y siniestro.
Pero ella no se asusta. Ya debería saber que no es de las que se amedrentan con facilidad.
Aun así, su siguiente pregunta sí que me sorprende.
— ¿Qué les hiciste? Cuéntamelo todo con detalle — me pide, casi me suplica. Necesita saber que recibieron su castigo. Y eso me enorgullece, casi tanto como me excita.
Recordarlo me provoca un placer indescriptible y se lo relato con pelos y señales, esperando que se horrorice. Pero no hay nada, su expresión está en blanco. Y al final, me besa. Es un beso arrebatado y pasional al que correspondo de buena gana.
— Bien hecho — musita, con los ojos febriles.
Le acabo de describir las formas brutales en las que torturé a los bastardos durante días hasta que me cansé y acabé cortándolos en pedacitos y los dejé junto con sus cabezas en la puerta del club de los Ejecutores y ella reacciona como si fuera un sueño hecho realidad. Empiezo a pensar que los dos estamos jodidos y la sola idea hace que me empalme todavía más.
Pronto la tengo sentada a horcajadas sobre mí mientras la beso y la estrujo entera. De seguir así ni siquiera podré aguantar hasta que lleguemos a nuestro motel.
Así que me apresuro a buscar una distracción, porque no es justo que no sepa nada de ella después de lo que acabo de contarle.
— ¿Y tú? ¿Cómo fue tu infancia? ¿Tienes hermanos? — me intereso por saber. Y me parece que se tensa un poco antes de contestar.
— No demasiado feliz. Éramos muy pobres y mi padre...bueno tenía problemas con la bebida. Y tengo una hermana, nuestra relación está llena de altibajos pero daría mi vida por ella — confiesa, con una feroz protección en su tono. Puedo identificarme con eso.
Definitivamente somos más parecidos de lo que creía.
— Tu padre...¿te ha puesto la mano encima? — casi gruño, con todas las venas en tensión. Sería capaz de hacer una locura si ella me dice que sí y debe de ver la muerte reflejada en mis ojos, porque traga saliva. Pero niega.
— No, a mi madre sí. Pero a nosotras no nos ha tocado, solo una vez y fue hace mucho Garrett — se me escapa un gruñido y me besa, para aplacarme —. Lo juro. Se cae de borracho todo el tiempo, apenas paso tiempo con él — asegura.
Y aunque eso no me basta, me tranquiliza un poco. Porque si me llego a enterar de que la toca, estará acabado. No me importa que sea su padre. Para mí un padre que maltrata a sus hijos no merece recibir ese título y lo digo por experiencia.
— Más le vale. Lo mataría si te pusiera la mano encima. Lo sabes, ¿Verdad?
— Lo sé — musita, acomodándose en mi pecho mientras un castillo de fuegos artificiales brilla en lo alto del cielo sobre nuestras cabezas. Es un bonito espectáculo, pero nada comparado con la visión que tengo delante.
— ¿Garrett? — me llama de pronto, insegura.
— ¿Uhm?
— Gracias por no haberme dejado tirada como hacen todos los demás cuando la cago — dice, con la voz tan vulnerable que es como un puñetazo directo a mi estómago.
Decido tirar de humor porque podría arrasar el mundo por esta mujer si alguien le hiciera daño.
— Créeme pelirroja, aunque hubiese querido no habría podido. ¿Quién si no iba a pelearse por mí como una gata salvaje?
Eso la hace reír y me da un suave puñetazo en el brazo.
— Jódete.
— Mejor jódeme tú — replico, enarcando las cejas cuando se sienta a horcajadas sobre mí.
Acabamos montándonoslo bajo los putos fuegos artificiales que en poco se pueden comparar con nuestra intensidad.
AAA chillando me tiene este cap, en serio es de mis favoritos. Personalmente me encanta la complicidad que hay entre G y M y cómo empiezan a conocerse y compartir confidencias 🥺❤espero que os haya gustado mucho! Esto se va cociendo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro