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Capítulo 7

Emociones

Luego de que ambos llegaron a casa, Anthony se quedó asegurando la lancha para que no flotara lejos. Belisario siguió hasta adentro, mostrando una leve expresión nostálgica que logró disimular rápidamente.

La señora Silva aún no había regresado del mercado, y Adriana estaba en casa de su amiga Sofía. Belisario consideró la posibilidad de tomar la iniciativa de cocinar, pero prefirió esperar a que la dueña del hogar regresara, ya que seguramente usaría parte de sus compras para preparar el almuerzo. En su lugar, sirvió un poco de agua en un vaso de cristal y la bebió con calma, luego preparó otro vaso para llevarle a Anthony, quien entraba por la cocina.

—Gracias —dijo el mayor al aceptar el agua de Belisario.

Como si hubiera sido convocada por el pensamiento, la señora Silva apareció por la puerta principal. Inmediatamente, tanto su hijo como su nuevo inquilino se apresuraron a ayudarla con las bolsas que traía. La mujer les agradeció con una sonrisa.

Anthony llevaba cinco bolsas, dos en una mano y tres en la otra, mientras que Belisario solo sostenía una en su mano derecha, que había logrado tomar antes que Anthony.

—Parece que hiciste una compra considerable —comentó Anthony al notar la cantidad de artículos y alimentos en cada bolsa.

—La verdad no gasté tanto como parece. Resulté ser la clienta número 100 del día y me hicieron un descuento en todo lo que compré —informó con alegría—. Fue mi día de suerte.

Belisario sonrió, sintiéndose feliz por ella. Esa familia merecía toda la suerte del mundo, después de todo lo que habían pasado y cómo la vida los había tratado.

Mientras Anthony y Belisario comenzaban a desempacar las compras, la señora Silva organizaba todo en su sitio: en la nevera, los estantes y los gabinetes. Los tres trabajaban en equipo, disfrutando de la compañía mutua. Sin embargo, cuando Belisario sacó unas latas de atún de una de las bolsas, sintió un retorcijón en el estómago. El hambre comenzó a crecer dentro de él, tanto que ni siquiera se dio cuenta del tiempo que pasó mirando la lata, que, aunque estaba cerrada, podía percibir su olor, haciéndole agua la boca.

—¿Estás bien? —preguntó la señora Silva, notando la expresión de Belisario. Anthony también se volvió al escuchar la pregunta de su madre.

Belisario reaccionó de inmediato—. Sí, lo siento... Me distraje un poco.

—¿Te gusta mucho el atún? —inquirió la mujer. Belisario la miró y sonrió, algo avergonzado.

—Sí, la verdad es que sí. Mucho.

—Bien. ¿Les gustaría comer pasta con ensalada de atún? —preguntó la señora Silva, y ambos jóvenes respondieron al unísono.

—Sería maravilloso —dijo Belisario.

—¡Estupendo! —secundó Anthony.

La señora Silva sonrió y se dispuso a organizar todo para preparar el almuerzo, con la ayuda de Belisario, ya que Anthony no era muy diestro en la cocina. Normalmente, eso lo dejaba en manos de su madre y hermana; él se encargaba de las labores más pesadas.

Pasaron al menos 40 minutos hasta que todo estuvo listo. Por primera vez en el hogar de los Silva, la madre no fue quien preparó la ensalada de atún, sino su invitado, Belisario Porras.

—¡Ey, no hagas eso! —regañó Belisario cuando Anthony intentó robar un poco de la ensalada, que aunque ya estaba lista, aún no estaba servida junto a la pasta.

—Discúlpame, pero se ve y huele realmente bien —respondió él, sonriendo.

—No me importa, espera a que esté todo servido y entonces podrás probarla —dijo el rubio, con un tono juguetón. Anthony se quejó por lo bajo, pero se contuvo.

Poco menos de media hora después, ya estaban los tres sentados a la mesa, disfrutando de un almuerzo delicioso. Anthony y su madre estaban sorprendidos por el talento culinario de su invitado; esa ensalada era algo que nunca antes habían probado. Era exquisita, una verdadera maravilla para el paladar. Era la segunda vez que probaban algo preparado por Belisario y en ninguna de las ocasiones se habían decepcionado.

—Mijo, ¿dónde aprendiste a cocinar así? Está delicioso —habló la señora Silva.

—Uno de mis tíos, el mayor de todos, es especialista culinario. Él me enseñó todo lo que sé.

—Debe ser un gran chef. ¿Dónde está él ahora? —preguntó la señora Silva. Anthony no hablaba, estaba demasiado concentrado en comer su delicioso almuerzo.

—Suiza, su trabajo lo llevó hasta allá.

Era cierto. El tío de Belisario fue uno de los primeros de su tribu en ascender a la superficie y adoptar las normas y costumbres de la vida humana, tanto que incluso se había hecho un nombre en el mundo como un chef reconocido. Aunque nadie sabía de su conexión con Belisario y su vida previa.

A diferencia de ellos, de Belisario y su tío, el resto de la familia nunca estuvo muy de acuerdo con explorar la tierra firme con piernas humanas. Para ellos, eso era algo demasiado arriesgado. Por algo habían logrado permanecer ocultos durante décadas, generaciones tras generaciones, para que su especie pudiera prevalecer por muchos años más. Pero, claro, cada generación tenía un integrante rebelde, dispuesto a revelarse para descubrir el nuevo mundo; antes fue su tío, ahora era él, Belisario.

El almuerzo continuó en un ambiente de camaradería y risas, mientras los tres intercambiaban historias y anécdotas sobre sus vidas. Anthony, sintiéndose más a gusto, comenzó a contarle a Belisario sobre sus aventuras de pesca y los días en el mar. La forma en que sus ojos brillaban al hablar de su padre mientras le enseñaba a manejar la lancha transmitía la profunda conexión que ambos habían tenido.

Por un momento, Belisario dejó volar su imaginación, pensando en cómo sería su hogar. La vida bajo el agua era hermosa, pero el deseo de explorar el mundo en la superficie lo consumía. No podía evitar sentir un retorcijón en su estómago al pensar en su familia y en lo que había dejado atrás, pero sabía que no podía revelar nada de su pasado. Debía mantener su secreto a salvo.

Mientras tanto, la mente de Anthony divagaba entre las conversaciones y las risas, pero también se sentía atraído por el "momento" que había compartido con Belisario en la lancha. La cercanía, la calidez de su cuerpo, el roce casual que había experimentado; todo eso había despertado en él un torbellino de emociones que no podía ignorar. Anthony no sabía exactamente qué significaba, pero sentía una conexión especial con Belisario, algo que iba más allá de la simple amistad.

—¿Tienes algún sueño, Belisario? —preguntó la señora Silva, interrumpiendo sus pensamientos.

—¿Un sueño? —repitió él, un tanto confundido.

—Sí, algo que te gustaría lograr en el futuro —aclaró Anthony, interesándose por sus aspiraciones.

Belisario dudó un momento. ¿Debería compartir sus verdaderos deseos? ¿Debería hablar de su anhelo por explorar el mundo y entender lo que significaba ser humano? Sin embargo, había una parte de él que temía ser juzgado por sus ambiciones, especialmente por su misterioso pasado.

—Me gustaría... —comenzó, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Me gustaría aprender más sobre la vida, sobre la cultura de otras personas mas allá de las costas, sobre cómo viven y lo que les apasiona. Me gustaría entender cómo se sienten al estar tan cerca del cielo y del mar al mismo tiempo.

Anthony y su madre lo miraron con interés, y él continuó.

—Siempre he sentido una curiosidad insaciable por el mundo, hay tanto más allá que no conozco.

La señora Silva sonrió, viendo la pasión en los ojos de Belisario.

—Eso suena maravilloso, querido. A veces, los sueños son el primer paso para descubrir cosas increíbles —dijo, alentándolo.

Anthony asintió, sintiendo que finalmente podía ver la esencia de Belisario, más allá del misterio. Era un chico que deseaba conocer el mundo, que anhelaba vivir experiencias significativas.

—Quizás puedas unirte a mí en mis aventuras en el mar —sugirió Anthony, sin pensar en las implicaciones—. Siempre hay algo nuevo que aprender y descubrir. Te prometo que te mostraré todos los secretos de la pesca.

Belisario sonrió, sintiendo que la oferta era un regalo.

—Me encantaría —respondió sinceramente.

Después de terminar el almuerzo, los tres se levantaron de la mesa y comenzaron a limpiar. Mientras lo hacían, la señora Silva propuso que fueran a dar un paseo por la playa más tarde, para disfrutar del sol y el aire fresco. Anthony y Belisario aceptaron con entusiasmo; una tarde en la playa sería la oportunidad perfecta para fortalecer su nueva amistad.

Cuando terminaron de limpiar, la señora Silva se dirigió a su habitación para descansar un poco. Anthony y Belisario, por su parte, salieron al patio, donde el aroma del mar y el canto de las aves les daban la bienvenida. Mientras se sentaban en la terraza, Belisario miró hacia el horizonte, sintiendo una mezcla de paz y anhelo.

—¿Crees que algún día podré ver mi hogar nuevamente? —preguntó, su voz apenas un susurro.

Anthony lo miró, comprendiendo la profundidad de la pregunta.

—No lo sé —respondió con sinceridad—. Pero tienes un hogar aquí ahora, y siempre tendrás una familia que te apoyará.

Belisario sonrió, sintiéndose agradecido por la calidez que rodeaba a la familia Silva. En ese momento, supo que, aunque su camino aún estaba lleno de incertidumbres, había encontrado un lugar donde podía ser él mismo, un lugar donde podría soñar sin miedo, eso le hacía cuestionar si debería confiar en ellos y revelar su secreto.

El sol comenzó a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Anthony y Belisario se quedaron en silencio, contemplando la belleza del paisaje y el murmullo del mar. Mientras lo hacían, Anthony no podía evitar recordar el momento en la lancha, esa cercanía que había sentido. Su mente se llenó de preguntas: ¿Qué significaba todo esto? ¿Era solo una amistad, o había algo más en juego?

Y así, mientras el día llegaba a su fin, ambos supieron que lo mejor estaba por venir, que las aventuras y los descubrimientos apenas estaban comenzando. Con una nueva amistad construyendo un lazo entre ellos, el mar susurraba promesas de nuevos comienzos, y en el corazón de Belisario, la esperanza florecía. Mientras tanto, en el de Anthony, una chispa de emoción y expectativa comenzaba a arder, dejando entrever que tal vez, solo tal vez, esto era el inicio de algo especial.

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