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Capítulo 32

La Batalla por Isla Coral
Parte 2

La batalla por Isla Coral continuaba con una intensidad ensordecedora. El rugido del mar se mezclaba con los gritos de guerra y el sonido de disparos, creando una sinfonía caótica de supervivencia. Belisario, con su determinación renovada, luchaba junto a sus compañeros, mientras las criaturas marinas y los soldados se enfrentaban a las bestias que emergían de las profundidades. La lucha había cobrado un alto precio, y la sombra de la muerte acechaba a cada momento.

A medida que la tormenta se intensificaba, Gael y el padre de Belisario se unieron a la lucha, nadando ferozmente hacia el frente de batalla. Ambos eran guerreros valientes, y su llegada infundió un nuevo espíritu de lucha en las criaturas marinas y los soldados.

—¡Nosotros también estamos aquí! —gritó Gael, lanzándose hacia una de las bestias que se abalanzaba sobre un grupo de soldados. Con un movimiento ágil, se deslizó bajo la criatura y comenzó a golpear su bajo vientre, tratando de incapacitarla.

El padre de Belisario, imponente y fuerte, se unió a su hijo. —¡Vamos, amigos! ¡No podemos dejar que nos derroten! —rugió, mientras se lanzaba a la carga, utilizando su fuerza para empujar a las bestias hacia atrás.

Sin embargo, la batalla era brutal. Algunas de las bestias eran más grandes y más fuertes de lo que habían anticipado. A pesar de su valentía, varios soldados y criaturas marinas cayeron en el combate, víctimas de los ataques feroces de las bestias. La escena era desgarradora; el agua se teñía de rojo mientras los cuerpos caían, y el dolor se apoderaba de los corazones de los combatientes.

—¡No podemos rendirnos! —gritó Belisario, su voz resonando por encima del caos. A su alrededor, las criaturas marinas se movían con agilidad, utilizando su destreza para esquivar ataques y devolver golpes. Pero cada pérdida era un duro golpe para la moral.

La batalla se extendía a lo largo de la costa, y cada rincón de Isla Coral se veía afectado por el estruendo de la lucha. Las bestias marinas, aunque poderosas, no eran invencibles. Con cada ataque, Belisario y sus compañeros se esforzaban por encontrar puntos débiles en sus adversarios.

Una de las criaturas más grandes se lanzó hacia el grupo, y con un movimiento de su cola, arrojó a varios soldados al aire. El impacto resonó como un trueno, y el miedo se apoderó de los corazones de aquellos que luchaban.

—¡Cúbranse! —gritó un soldado, tratando de organizar la defensa mientras las criaturas marinas formaban una línea. Pero el caos era abrumador, y la muerte parecía acechar a cada momento.

Mientras la batalla continuaba, Belisario sintió que la desesperación comenzaba a apoderarse de él. Miró a su alrededor y vio a sus compañeros, heridos y luchando por mantenerse en pie. La visión de sus amigos cayendo lo llenó de furia.

—¡No dejaremos que caigan más! —gritó, lanzándose hacia el frente de batalla con renovada energía.

Con su habilidad, comenzó a coordinar ataques, señalando a sus compañeros sobre las bestias que se acercaban. Cada grito, cada movimiento, resonaba en su corazón. Sabía que estaba luchando no solo por su especie, sino por la posibilidad de un futuro en el que humanos y criaturas marinas pudieran coexistir.

El padre de Belisario se lanzó de cabeza contra una bestia que intentaba devorar a un soldado. Con un poderoso golpe, logró desviar su atención y permitir que el soldado se alejara a salvo. Sin embargo, el costo de la batalla era alto, y la cantidad de bajas aumentaba.

—¡Luchamos por nuestros hogares! —gritó Gael, enfrentándose a una bestia que se abalanzaba sobre él, sus tentáculos enredándose con ferocidad. Con un esfuerzo titánico, logró liberarse y atacar nuevamente.

Las criaturas marinas, aunque valientes, eran conscientes de su desventaja. La mayoría de ellas eran más pequeñas que las bestias, y aunque luchaban con valentía, la fuerza bruta de los monstruos era abrumadora. A pesar de sus esfuerzos, varios de sus compañeros fueron derribados, cayendo en la lucha sin poder levantarse.

La tormenta, que había comenzado como un simple fenómeno natural, se había convertido en un reflejo del caos de la batalla. El agua salía disparada por todas partes, y el viento aullaba como si estuviera lamentando la pérdida de vidas. Cada relámpago iluminaba brevemente la escena, revelando la brutalidad del enfrentamiento.

Belisario y su padre, trabajando codo a codo, lograron incapacitar a una de las bestias más grandes, pero el costo fue alto. Justo cuando pensaban que la victoria era posible, un grito desgarrador resonó a su alrededor. Una de las criaturas marinas que había estado luchando junto a ellos cayó al agua, herida de muerte.

—¡No! —gritó Belisario, su corazón rompiéndose al ver a su amigo caer. La pérdida de cada compañero era un golpe devastador, y aunque la lucha continuaba, la desesperanza comenzaba a filtrarse en sus corazones.

Con un esfuerzo conjunto, lograron empujar a las bestias hacia atrás, pero cada victoria era seguida de una nueva pérdida. La batalla se tornaba más personal, y cada golpe que recibían era como un puñetazo en el estómago.

—¡No podemos rendirnos! —gritó el padre de Belisario, su voz resonando por encima del estruendo. —¡Luchamos por nuestra tierra!

El eco de esas palabras resonó en el corazón de todos. Belisario sintió que la energía fluía a través de él. Sabía que aún había esperanza, y que debían luchar por la posibilidad de un futuro en el que sus especies pudieran vivir en paz.

Con un último grito de determinación, Belisario se lanzó hacia la bestia más grande, aprovechando cada movimiento aprendido en su entrenamiento. Con un salto audaz, se aferró a su espalda, utilizando su fuerza para intentar desestabilizarla.

—¡Ahora! —gritó, y otros se unieron a su ataque. Las criaturas marinas, aunque agotadas, encontraron el valor para seguir luchando.

Sin embargo, a medida que la batalla avanzaba, las bestias comenzaron a retroceder. Con cada grito de dolor, cada movimiento torpe, parecía que la victoria estaba al alcance. La alianza entre los humanos y las criaturas marinas había mostrado su fuerza, y la posibilidad de un futuro compartido se vislumbraba en el horizonte.

Pero justo cuando creían que la victoria estaba cerca, un último rugido resonó desde el océano. Era un sonido profundo y aterrador, que hizo que la tierra temblara bajo sus pies.

Belisario, con el corazón en la garganta, miró hacia el mar. Una sombra enorme emergió de las profundidades, más grande que cualquier criatura que habían enfrentado. Sus ojos brillaban con una ferocidad indescriptible, y su forma era una mezcla de escamas y tentáculos, una aberración de la naturaleza que parecía estar hecha de pesadillas.

—¡No puede ser! —exclamó Gael, su rostro pálido al ver el monstruo que se alzaba sobre ellos.

—¡Prepárense! —gritó el padre de Belisario, sintiendo la urgencia de la situación. —¡No podemos dejar que nos derrote!

Las criaturas marinas y los soldados, agotados pero decididos, se reagruparon, formando un frente unido frente a la nueva amenaza. Sabían que tendrían que darlo todo en esta última resistencia.

—¡Es ahora o nunca! —gritó Belisario, mirando a sus compañeros, sintiendo la determinación crecer en su interior. —¡Lucharemos juntos, como uno solo!

Y así, mientras la tormenta arremetía con fuerza, la batalla se preparaba para un último enfrentamiento. La nueva criatura se alzaba entre las olas, y todos sabían que lo que estaba por venir sería la prueba definitiva de su unión.

La lucha por la supervivencia no había terminado, y el destino de Isla Coral colgaba de un hilo. Con cada latido de sus corazones, se preparaban para lo que estaba por venir, sabiendo que el futuro dependía de su valentía y determinación.

Continuará...

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