Capítulo 28
La Lucha por la Supervivencia
Belisario se encontraba atrapado en una cueva submarina, junto a su padre y Gael, sintiendo cómo el agua se volvía cada vez más fría y densa. Una sensación de inquietud se instaló en su pecho; la tormenta ya había comenzado y los seres malignos habían despertado. Sabía que su mundo estaba a punto de cambiar, pero lo que más le preocupaba era que las demás criaturas marinas no comprendieran que los humanos no eran sus verdaderos enemigos. El verdadero peligro provenía de las profundidades, de seres diferentes, más salvajes y rebeldes, que no seguían reglas.
—Necesitamos hacerles entender de alguna manera —dijo Belisario a su padre y a Gael, su voz llena de determinación.
—¿Alguna idea? —preguntó Gael, su desánimo evidente.
—Podrías ayudarme a pensar en lugar de ser tan pesimista —replicó Belisario, sintiéndose frustrado.
Gael no dijo nada más, lo que aumentó la tensión en el ambiente. Belisario comenzó a observar la cueva en la que estaban encerrados, buscando una solución.
—Cuando intentaron salir, ¿lo hicieron individualmente o juntos? —preguntó, mirando los barrotes de piedra que los mantenían prisioneros.
—Individualmente —respondió su padre, con la intuición de lo que su hijo estaba planeando—. ¿Por qué?
—Si lo intentamos los tres juntos podríamos... —Belisario dejó la idea en el aire.
Gael lo interrumpió, entendiendo lo que quería decir. —Generar la suficiente fuerza para romper las rocas que nos aprisionan —dijo.
Belisario asintió, una sonrisa comenzando a formarse en su rostro. —¡Hagámoslo! —exclamó su padre, alzándose con determinación.
—Papá, tú irás en el medio, Gael y yo estaremos a los lados —dijo Belisario, organizando rápidamente la estrategia.
Los tres se posicionaron, el padre en el centro, Belisario a la izquierda y Gael a la derecha. Con un gesto de Belisario, se prepararon para nadar, intentando empujar y romper las rocas que los mantenían cautivos. Las extremidades marinas se movieron a gran velocidad, tratando de generar suficiente fuerza. Dos minutos pasaron, aunque sintieron como si fueran diez, hasta que un ligero crujido llegó a sus oídos.
—¿Escucharon eso? —preguntó Gael, sus ojos llenos de expectativa.
Belisario y su padre asintieron, la esperanza brotando en sus corazones.
—Yo me encargo —dijo el padre de Belisario, alzándose imponente entre ambos.
Belisario y Gael se hicieron hacia atrás, observando cómo su padre, con toda su fuerza, comenzó a golpear la roca con tremenda potencia. Con cada golpe, la piedra se debilitaba más y más. Finalmente, en un último y decidido golpe, logró atravesar los barrotes, provocando un gran ruido que hizo que una nube de sedimento se levantara en el agua, dificultando la visibilidad.
Los tres quedaron en silencio, y en medio de la nube submarina de tierra, un sonido desconocido resonó en el agua. De repente, múltiples criaturas comenzaron a aparecer nadando a través de la nube, emitiendo sonidos que se asemejaban a chillidos agudos.
Eran cuatro criaturas, una mezcla entre calamares y pirañas, pequeñas en comparación con Belisario pero extremadamente agresivas. Con sus tentáculos y colmillos afilados, se lanzaron contra los tres, listos para atacar.
La batalla fue inminente. Los tres lucharon contra las criaturas, pero a medida que la pelea se intensificaba, el padre de Belisario logró sujetar a dos de ellas por los tentáculos, manteniéndolas a raya con fuerza. Gael se encargó de las otras dos, tratando de mantenerlas a distancia.
—¡Nada a la superficie! ¡Tienes que avisarles! —gritó su padre, forcejeando con las criaturas que intentaban liberarse de su agarre.
Belisario dudó, mirando a su padre y a Gael, pero sabía que no había tiempo que perder. Con un último vistazo, vio la determinación en los ojos de ambos y comprendió que debía actuar.
—¡Confío en ustedes! —gritó Belisario antes de nadar rápidamente hacia la superficie. Sabía que las criaturas marinas, machos y algunas hembras de su misma especie, ya estarían allí. Tenía que convencerlos de que los humanos no eran sus enemigos, sino que el verdadero peligro provenía de las sombras del océano.
Mientras nadaba a gran velocidad, su corazón latía con fuerza. La angustia por dejar a su padre y a Gael atrás lo acompañaba, pero sabía que debía hacer lo correcto. Las criaturas malignas estaban emergiendo, y si no lograba unir a su especie, todo estaba perdido.
Al llegar a la superficie, Belisario emergió en medio de la tormenta que ya había comenzado a desatarse. El cielo estaba cubierto de nubes oscuras, y el viento aullaba como un lamento. A su alrededor, los humanos estaban en pánico, tratando de protegerse de lo que parecía ser una tormenta sin precedentes.
—¡Escuchen! —gritó Belisario, su voz resonando sobre el sonido de la tormenta—. ¡No son nuestros enemigos! ¡Los humanos no son el peligro!
Pero su llamado se perdió en la confusión. Las criaturas marinas que emergían del agua estaban enojadas y asustadas, y la situación era crítica. Aunque algunas de ellas lo reconocieron, la mayoría no comprendía su mensaje, ni parecían querer hacerlo.
Las olas chocaban contra la costa, y la tormenta arremetía con fuerza. Las criaturas marinas, que antes eran guardianes del océano, ahora se veían atrapadas entre su instinto de proteger su hogar y la confusión que los humanos habían provocado. Belisario necesitaba encontrar una manera de unir a ambas especies, de mostrarles que juntos podían enfrentar al verdadero enemigo que se acercaba.
Mientras tanto, en la costa, la familia Luna observaba con horror cómo las criaturas emergían del agua. La preocupación lo invadía. Las criaturas que se acercaban eran desmesuradamente grandes, y su presencia era aterradora.
—¿Qué está pasando? —preguntó Sofía, sintiendo la tensión en el aire.
—No lo sé —respondió el señor Luna, mirando a Adriana, que sostenía su teléfono con fuerza—. Pero debemos mantenernos juntos.
Todos estaban en la entrada de un edificio, donde habían sido llevados por el coronel. Anthony se habia ido con el militar con la intención de rodear el edificio, ya que las puertas estaban cerradas y la tarjeta de acceso del militar no funcionaba. Al regresar al frente Adriana, sintiendo la urgencia, decidió correr hacia su hermano y ver lo que estaba ocurriendo.
—¡Adriana! —llamó Anthony desde el jeep, viendo a su hermana correr hacia ellos.
—¡Anthony! —gritó ella, aliviada de verlo.
Anthony la abrazó, sintiendo que la conexión familiar se fortalecía en medio de la tormenta. —Debemos convencerlos de que los humanos no somos el enemigo —dijo, mirando a las criaturas que se acercaban.
—Pero, ¿cómo haremos eso? —preguntó Adriana, su voz temblando de miedo.
—¡Tenemos que hacer que lo entiendan! —exclamó Anthony, viendo cómo las criaturas marinas se preparaban para enfrentar a los humanos. Sabía que el tiempo se estaba agotando y que la guerra podría estallar en cualquier momento.
El coronel, observando la escena desde el jeep, comprendió que no podían permitir que las criaturas y los humanos entraran en conflicto. Había una delgada línea entre la supervivencia y la destrucción, y todo dependía de la comunicación.
En ese instante, las criaturas emergieron en su totalidad, y la batalla por la comprensión y la paz estaba a punto de comenzar. Belisario sabía que debía unirse a ambas especies para evitar que la tormenta se convirtiera en una guerra, y que el destino de ambos mundos dependía de la unión en medio del caos.
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