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Capítulo 25

Cadenas y Decisiones

Anthony caminaba por las instalaciones del cuartel, donde un considerable movimiento militar indicaba que se estaban preparando para algo grande. La tensión en el aire era palpable, y su mente estaba llena de preguntas. ¿Cómo sabían ellos lo que ocurría en las profundidades? Mientras avanzaba, notó banderas estadounidenses en algunos pasillos, lo que explicaba el nivel de protocolo y armamento que había allí. Venezuela, su país, era hermoso y rico en naturaleza, pero no se destacaba por sus fuerzas armadas.

Anthony seguía caminando, sumido en sus pensamientos, hasta que, de repente, se encontró frente a una habitación que parecía "cualquiera otra". Sin embargo, un impulso lo llevó a entrar. Primero se fijó a su alrededor, asegurándose de que no hubiera nadie cerca. Cuando se sintió seguro, giró la perilla y abrió la puerta.

Lo que vio en el interior le heló la sangre. En enormes contenedores de vidrio resistente estaban los cuerpos de tres criaturas marinas. Sus cadáveres flotaban en un líquido que, a pesar de ser opaco, no podía ocultar la horrible realidad. Un escalofrío recorrió su espalda. —¿Qué hice? —se dijo a sí mismo, lleno de arrepentimiento. Había revelado la identidad de Belisario a aquellos hombres, y ahora temía que algo terrible le sucediera.

Anthony comprendió que aquellos militares no querían ayudar a las criaturas marinas; querían estudiarlas como si fueran simples objetos. Cuando decidió salir corriendo de allí para alertar a su madre y al anciano, escuchó voces fuera de la habitación. Necesitaba pensar rápidamente en algo, así que buscó un lugar donde esconderse. Detrás de los contenedores, encontró un pequeño espacio donde pudo ocultarse.

Desde su escondite, escuchó la conversación de quienes habían entrado. Reconoció la voz del coronel, quien decía que debían sacarles toda la información posible a él, a su madre y al anciano. Fue en ese momento cuando Anthony comprendió que no estaban ahí por casualidad; eran rehenes. La conversación se extendió durante unos 15 minutos que se sintieron como una eternidad, pero una vez que las personas se fueron, Anthony salió de su escondite y caminó con cautela hacia la puerta.

Antes de salir, se dio un último vistazo a las criaturas en aquel tanque. Las miró con pena y tristeza, lamentando que hubieran terminado de esa manera. Se prometió que no dejaría que Belisario terminara así, no podía permitirlo. Como si siguiera paseando, para no levantar sospechas, Anthony regresó con su madre y el anciano. Necesitaba contarles lo que había visto y oído, pero antes de que pudiera tocar la puerta, el coronel lo tomó con fuerza de la muñeca y lo jaló hacia una sala de interrogatorios a su derecha.

—¿Qué crees que haces? —preguntó el coronel, su expresión severa.

—Solo iba con mi madre y mi... abuelo —respondió Anthony, aún tratando de acostumbrarse a llamar al anciano así.

—¿Crees que soy estúpido? —replicó el coronel, su enojo evidente—. Te vi por las cámaras, muchacho. Sé que estabas en el salón de pruebas.

Anthony sintió que el terror lo invadía. ¿Qué pasaría ahora que lo habían descubierto? Lo que no esperaba fue lo que el coronel dijo a continuación. —¿Por qué crees que revelé tanto aún sabiendo que estabas allí dentro? ¿Por qué crees que entramos justo cuando tú entraste? No fue una mala coincidencia. La persona con la que estaba hablando era uno de los científicos que estudia a esas criaturas. Es el trabajo de su vida, y si hubiera sido él quien te descubre, la historia sería diferente para ti.

Anthony quedó anonadado. —Entonces, ¿ese científico no sabía que yo estaba ahí? —preguntó, sintiendo un alivio inesperado.

—Por supuesto que no —respondió el coronel.

Anthony suspiró, aliviado, aunque aún desconfiado. —¿Por qué haces esto? —preguntó, buscando entender su motivación.

—No soy una mala persona, jovencito. Estoy aquí para hacer un trabajo, y no es sacrificar a esas criaturas —dijo el coronel, su tono más calmado.

—¿Cómo puedo confiar en ti? —preguntó Anthony, sintiendo que la desconfianza aún lo invadía.

—Con el tiempo lo verás y confiarás en mí —respondió el coronel, y después de esa conversación, le permitió a Anthony regresar con su madre y el anciano.

Anthony salió de la sala, su mente aún procesando lo que había aprendido. Necesitaba contarles todo lo que había pasado, estaba decidido a mantenerlos informados sobre la situación crítica que se enfrentaban.

Mientras tanto, en el fondo del océano, Belisario se encontraba sumido en la desesperación. Nadaba de un lado a otro, buscando una solución a su situación. Su padre lo observaba, notando lo mucho que su hijo se había encariñado con los humanos. —¿Podrías parar? —le dijo Gael, al ver el frenético movimiento de Belisario—. Podrías provocar un remolino si sigues así.

—Si un remolino nos sacara de aquí, no me molestaría —respondió Belisario, sintiéndose atrapado.

Antes de que Gael pudiera replicar, alguien más habló desde el exterior de la celda. —No hay forma de que salgan de aquí —dijo con seguridad una hembra de su especie.

—¿Por qué nos retienen? —preguntó Belisario, sintiendo una mezcla de miedo y confusión.

—Si los capturamos es para asegurarnos de que no interfieran en lo que se avecina —respondió la hembra, su tono implacable.

El padre de Belisario se alzó y nadó hacia los barrotes de piedra. —Liberanos, Grecia. Hay mejores maneras de resolver las cosas —dijo con firmeza.

Grecia sonrió con ironía. —No esta vez. Lo que se avecina será el fin de un ciclo y el inicio de uno nuevo, uno mejor, donde el océano y todas sus criaturas... incluyéndonos, recuperaremos el control de lo que nos pertenece por derecho.

—Grecia —dijo el padre de Belisario, tratando de hacerla entender—, esto no es lo que queremos.

—Un día me lo agradecerán —aseguró Grecia antes de alejarse, dejando a Belisario, a su padre y a Gael preocupados por lo que estaba por suceder. La tensión era palpable, y Belisario comprendía que si se habían tomado la molestia de encerrarlos, significaba que la guerra estaba más cerca de lo que imaginaban.

De regreso en la superficie, Anthony finalmente se reunió con su madre y el anciano, y sin perder tiempo, les contó todo lo que había descubierto en el cuartel. Su corazón estaba lleno de determinación; no podían permitirse el lujo de esperar. La información que había reunido era crucial, y sabía que tenían que actuar rápidamente para proteger a Belisario y a todos los que amaban.

Mientras compartía su relato, la preocupación se reflejaba en los rostros de su madre y del anciano. —No podemos dejar que esto termine mal —dijo el anciano, su voz firme—. Debemos encontrar una manera de detener lo que se avecina.

Con la urgencia del momento, los tres comenzaron a trazar un plan, sabiendo que el tiempo se estaba agotando y que la lucha por la supervivencia de sus seres queridos y del océano apenas comenzaba. La conexión entre ellos y Belisario se fortalecería aún más, y juntos afrontarían la tormenta que se avecinaba, decididos a no dejar que su amigo se convirtiera en otra víctima de la guerra que amenazaba con desatarse en las profundidades.

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