Capítulo 2
La tormenta que trajo sorpresas
Cuando el brillo comenzó a molestar a través de sus párpados, Anthony empezó a despertar, abriendo ligeramente los ojos.
"¿Estoy muerto?" pensó, colocando su mano izquierda sobre su frente para mitigar la intensidad de la luz.
Su cuerpo le dolía intensamente; había áreas donde incluso sentía ardor. Al reunir fuerzas, logró sentarse y se dio cuenta de que se encontraba en una playa que no reconocía, a pesar de ser familiar con cada rincón de Isla Coral.
—¿Dónde estoy? —se preguntó con la voz seca, sintiéndose deshidratado.
Anthony miró a su alrededor, tratando de identificar algo familiar, pero nada parecía reconocible; todo le resultaba extraño y diferente a lo que conocía. Con esfuerzo, se puso de pie y obtuvo una mejor perspectiva del lugar en el que se encontraba. No comprendía cómo había llegado allí, especialmente cuando lo único que recordaba era el impacto de aquella ola contra su lancha, el sabor del agua salada en su boca mientras luchaba por oxígeno y su cuerpo girando en la profundidad, tratando de encontrar la superficie. ¿Podría haber sido la corriente la que lo arrastró hasta allí?
A medida que su vista se aclaraba, divisó su lancha a varios metros de distancia. Estaba abollada, rasgada y cubierta de suciedad, pero nada que no pudiera repararse. La mitad del vehículo descansaba sobre la arena seca de la playa, mientras que la otra mitad se encontraba en el agua. El sonido de las olas rompiendo en la orilla podría haber sido relajante, de no ser por la incertidumbre del momento.
Anthony se acercó a su lancha, deseando evaluar la magnitud de los daños, pero lo que vio del otro lado lo desconcertó aún más. Un chico desnudo yacía inconsciente sobre la arena, con sangre fluyendo de su costado izquierdo. Estaba herido.
—Dios mío —murmuró Anthony.
¿Qué debía hacer? Se encontraba en medio de la nada, con un extraño desnudo, inconsciente y herido tendido en la arena. Lo único que se le ocurrió fue quitarse la camisa, dejando al descubierto un torso que, aunque no era muy definido, mostraba el resultado del trabajo duro realizado a diario. Su piel bronceada era similar a la del 80% de los habitantes de Isla Coral.
Antes de usar la camisa para cubrir al chico, la limpió de la arena que la cubría. Anthony, notablemente más alto que el desconocido, sabía que su camisa lo cubriría adecuadamente. Se agachó a su lado y lo alejó de la orilla, donde el agua comenzaba a rozar sus pies.
—¡¿Pero qué demonios?! —exclamó internamente al observar las piernas del chico. Por un momento, pensó haber visto... No, eso no podía ser posible.
Desestimando lo que claramente había sido una alucinación provocada por la exposición al sol, se dispuso a cubrir al chico con su camisa. Como había anticipado, la prenda le quedó lo suficientemente grande como para cubrirlo hasta los muslos. Lo siguiente era intentar despertarlo; quizás él supiera dónde se encontraban. Primero, sin embargo, lo llevaría a la sombra de unos árboles que había detrás de ellos, posiblemente el inicio o el final de un bosque.
Tras asegurarse de que el chico respiraba, se fijó más detenidamente en sus rasgos. Tenía un rostro atractivo, con una piel que simulaba un tono caramelo, probablemente resultado del sol. Quizás, al igual que Anthony, el chico misterioso era pescador y pasaba horas bajo el implacable sol. Su cabello, aunque seco por la sal marina, era moderadamente largo y ligeramente rizado, tan brillante como el sol, al igual que sus cejas. Sus facciones eran marcadas, dándole una definición a su rostro que parecía escasa en la isla. Anthony habría pensado que provenía de una familia adinerada, de no ser por su piel bronceada.
—¿Quién eres? —se preguntó, observando su rostro. En ese instante, el chico se quejó. ¿Estaría despertando?
—¡Hola! ¡¿Hay alguien por ahí?! —Anthony alzó la mirada al escuchar un llamado a la distancia. Debían ser rescatistas.
—¡Ey! ¡Por aquí! —gritó Anthony, sintiendo cómo su garganta ardía en el proceso. Sabía que su grito podría no ser escuchado, así que decidió acercarse a esas voces si quería recibir ayuda. Tomó al chico, pasando un brazo por detrás de sus rodillas y el otro por su espalda, y así comenzó a cargarlo. En ese momento, no pensaba en dejar su lancha; podría regresar por ella más tarde.
Anthony se movió entre los árboles tan rápidamente como sus pies se lo permitían. Aún podía escuchar el llamado de los rescatistas, pero cada vez se hacía más distante. Debía apresurarse.
Al cruzar lo que parecía ser un pequeño bosque, se dio cuenta de que del otro lado también había mar. Era una isla pequeña. A lo lejos, divisó un bote medianamente grande con los rescatistas a bordo.
—¡EY! —gritó, rogando para que lo escucharan —¡AQUÍ... aquí estamos!— Anthony nuevamente sentía que se desvanecía.
Cuando sus rodillas golpearon la arena, y sintió que no podía más, dejó al chico a un lado y todo se oscureció. Se había desmayado.
Al volver en sí y abrir los ojos, no sabía cuánto tiempo había transcurrido; se sentía como una eternidad. La luz lo cegaba nuevamente, pero esta vez era diferente. No era la intensa y molesta luz del sol mañanero, sino el brillo de un bombillo ahorrador de luz blanca dentro de una habitación. ¿Era su habitación?
Al intentar incorporarse, sintió un dolor punzante en su antebrazo. Una intravenosa perforaba su piel en esa misma área.
Ahora que observaba con detenimiento, la habitación parecía ser un hospital. ¿Qué hacía él allí? ¿Cómo había llegado? Lo último que recordaba era estar en esa playa desierta con ese chico... El chico. Lo había olvidado. Anthony giró su cabeza en ambas direcciones, esperando verlo, pero no había nadie. ¿Sería que todo había sido un sueño?
—Oh, veo que despertaste —se escuchó la voz de un hombre desde la puerta. Su vestimenta indicaba que era el médico que lo atendía.
—¿Cómo llegué aquí? —inquirió, aún sintiendo su garganta reseca.
—Un grupo de rescatistas te encontró desmayado en una isla a pocos kilómetros de la costa de Isla Coral. Por suerte, llegaron a tiempo; un poco más y habrías muerto por deshidratación.
—Tengo sed —respondió Anthony, incapaz de soportar más la sensación.
—Hay una botella de agua en la mesa junto a ti —indicó el doctor. Anthony giró la cabeza y la vio. La abrió de inmediato y bebió todo el líquido en menos de 15 segundos. Aunque todavía sentía un poco de sed, el agua le permitió respirar con mayor facilidad.
—¿Dónde está el chico? El chico que estaba conmigo —preguntó Anthony tras unos segundos de silencio.
—Ya lo están atendiendo en otra habitación.
—¿Él está bien? Estaba muy herido cuando lo encontré —recordó Anthony con preocupación.
—Sí, no te preocupes por tu amigo. Sufrió una leve contusión en el costado izquierdo de la cabeza y algunos cortes en las piernas, pero logramos desinfectar las heridas y estabilizarlo —explicó el doctor.
Anthony suspiró aliviado. Aunque aquel chico era un extraño, le alegraba saber que estaba bien y a salvo de cualquier peligro.
—¿Puedo verlo? —se atrevió a preguntar.
—Por ahora, enfócate en descansar y recuperar tus fuerzas. Sobreviviste en alta mar a una de las tormentas más fuertes de Isla Coral, y no cualquiera puede decir eso.
El doctor tenía razón; aún se sentía muy débil, incluso para caminar. Era mejor no arriesgar su recuperación.
—Doctor, mi familia...
—Tu madre y tu hermana están afuera firmando los documentos de tu alta.
—Gracias —volvió a suspirar Anthony.
Después de un par de horas y varios exámenes de rutina, finalmente le dieron de alta. El hospital no se encontraba tan lejos de su hogar, aproximadamente a 30 o 40 minutos en automóvil, pero no quería irse a casa sin antes ver al chico misterioso. Le costó un poco, pero logró convencer al médico que lo atendía para que le permitiera visitarlo. La habitación estaba junto a la suya.
Sin saber por qué, al estar frente a la puerta, se sintió nuevamente mareado. Tenía unas náuseas casi incontrolables, pero tratando de ignorarlas, puso su mano sobre el pomo de la puerta y la giró, permitiendo que se abriera. Allí estaba él, acostado en la camilla, con una bata similar a la que Anthony había usado hasta hacía unos minutos. El chico giró su rostro y lo miró.
—Sabía que vendrías —dijo, con una voz suave que resonaba como una melodía en un gran estadio vacío. Anthony se estremeció.
Continuará...
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