Capítulo 10
Ecos en la Oscuridad
En la otra parte de Isla Coral, la noche se extendía sobre la playa como un manto de terciopelo. La brisa fresca del océano acariciaba la arena, y el sonido de las olas rompiendo contra la orilla era el único ruido que perturbaba el silencio de la noche. Un joven llamado Lucas paseaba con su perrito, un pequeño chihuahua llamado Max, disfrutando del momento bajo la luz de la luna.
Mientras caminaba, Lucas sintió que algo llamaba su atención. De repente, un canto hermoso resonó en el aire, un sonido que parecía surgir de las profundidades del océano. Era un canto melodioso, casi hipnótico, que llenó el espacio con una belleza indescriptible. Lucas se detuvo, su corazón latiendo con fuerza, y miró hacia el mar, donde la oscuridad parecía cobrar vida.
—¿Escuchas eso, Max? —preguntó, mirando a su perrito, que ladró suavemente como si estuviera advirtiéndole.
El chihuahua se quedó inmóvil, mirando hacia el agua con inquietud, como si pudiera sentir la extraña energía que emanaba de la voz en la distancia. Pero Lucas, atraído por la melodía, no pudo resistir la tentación de seguirla. Sin pensarlo dos veces, comenzó a adentrarse en el agua.
—Vamos, no tengas miedo —le dijo a Max, quien ladraba con insistencia, como si intentara advertir a su dueño del peligro. Pero Lucas estaba demasiado cautivado por el canto, sintiendo que lo guiaba hacia algo extraordinario.
A medida que avanzaba, el agua se volvió más fría, y la oscuridad del océano lo rodeaba. El canto se hacía más fuerte, envolviendo su ser en una sensación de paz y curiosidad. Pero, en su mente, una pequeña voz le decía que debía regresar. Sin embargo, el deseo de descubrir la fuente de aquella melodía era más fuerte.
—Solo un poco más —murmuró para sí mismo, ignorando los ladridos desesperados de Max. Pero cuando el agua alcanzó su cintura, Lucas se detuvo, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. La voz era cautivadora, pero algo en su interior le decía que debía tener cuidado.
De repente, el canto se detuvo. El silencio se hizo pesado y opresivo, y Lucas sintió una punzada de miedo. Se dio la vuelta, listo para regresar a la orilla, pero el agua parecía más profunda de lo que recordaba. En un instante, la oscuridad del océano lo rodeó, y la sensación de estar siendo observado lo envolvió. Sin pensarlo más, se dio la vuelta y nadó hacia la playa, sintiendo el impulso del instinto de supervivencia.
A la mañana siguiente, al amanecer, los primeros rayos del sol iluminaban Isla Coral, y la calma de la mañana contrastaba con la inquietud que se había apoderado de la noche anterior. Anthony se encontraba en el patio trasero, trabajando en su lancha. La luz dorada del sol le daba un aire de vitalidad mientras ajustaba los cabos y revisaba el motor. Era un trabajo que disfrutaba, y cada tornillo que apretaba lo hacía sentir más conectado con su pasión por el mar.
Mientras tanto, en la cocina, Belisario y la señora Silva estaban preparando el desayuno. El aroma de las arepas recién hechas llenaba el aire, creando una atmósfera acogedora que contrastaba con la inquietante noche que había pasado en la playa. Belisario sonreía mientras ayudaba a la señora Silva, disfrutando de la calidez de la cocina y de su compañía.
—¿Te gustaría ayudarme a hacer las arepas? —preguntó la señora Silva, viendo la habilidad de Belisario en la cocina.
—Claro, me encantaría —respondió él, sintiéndose feliz de poder contribuir.
A medida que trabajaban juntos, Belisario no podía evitar recordar el beso que había compartido con Anthony la noche anterior. Aunque había sido impulsado por el alcohol, ambos recordaban claramente el momento, y no se arrepentían. En su mente, la conexión que habían forjado era real y valiosa.
Anthony entró en la cocina justo cuando Belisario le daba la vuelta a una arepa en la sartén. Al ver la sonrisa de su amigo, sintió que su corazón se aceleraba. Las miradas cómplices que intercambiaron eran como un secreto compartido entre ellos, un eco de lo que había sucedido la noche anterior.
—¿Hueles eso? —preguntó Anthony, acercándose a la estufa—. ¡Huele delicioso!
—Gracias —respondió Belisario, sintiendo el calor de la cercanía de Anthony. Su corazón latía con fuerza, recordando el beso y deseando que ese momento no fuera solo un destello fugaz.
—¿Te gustaría que te enseñara a manejar la lancha mejor? —preguntó Anthony, buscando una forma de pasar más tiempo juntos. La idea de poder compartir más experiencias con Belisario lo emocionaba.
—Me encantaría —respondió Belisario, sintiendo que la emoción de la propuesta lo llenaba de alegría. Había algo en la idea de navegar juntos que lo hacía sentir vivo.
La mañana avanzó, y mientras la señora Silva preparaba el desayuno, Anthony y Belisario se sumergieron en conversaciones sobre los planes para el día. Pero en el fondo, ambos sentían la tensión de lo que había sucedido la noche anterior, una mezcla de emoción y nerviosismo que los mantenía alerta.
Finalmente, se sentaron a la mesa, donde el aroma de las arepas y el café recién hecho creaban un ambiente acogedor. La hermana de Anthony, Adriana, todavía dormía, ajena a la actividad que ocurría en la casa.
Mientras compartían el desayuno, una vecina llegó a la puerta, visiblemente preocupada. Era doña Rosa, una mujer mayor que vivía al otro lado de la isla.
—Buenos días, señora Silva —saludó, su voz temblorosa—. Disculpen la interrupción, pero necesito hablar con ustedes.
La señora Silva se levantó, notando la seriedad en el rostro de doña Rosa.
—¿Qué sucede? —preguntó, preocupada.
—Es mi sobrino, Daniel. Desapareció anoche. Sus padres y yo lo hemos buscado por toda la casa, pero no hay rastro de él. —La voz de doña Rosa se quebró—. Estoy muy preocupada.
Anthony y Belisario se miraron, sintiendo un escalofrío recorrer sus espinas. La calidez de la mañana se desvaneció, y un aire de inquietud llenó la habitación.
—¿Desapareció? —preguntó la señora Silva, su voz llena de preocupación—. ¿Cuántos años tiene?
—Diez. Es un chico inquieto, pero nunca se aleja de casa. Anoche, salió a pasear al perro y no regresó.
La tensión en el ambiente se hizo palpable. Anthony sintió que su corazón se aceleraba. Sin saber por qué, la desaparición del niño lo impactaba profundamente.
—Vamos a ayudar a buscarlo —dijo Anthony, decidido. Miró a Belisario, quien asintió, sintiendo la misma urgencia.
—Sí, claro, lo ayudaremos —respondió Belisario, sintiendo que su conexión con Anthony se intensificaba en momentos de dificultad.
Los cuatro se dirigieron hacia la puerta, listos para enfrentar lo que fuera que se presentara. Mientras caminaban hacia la playa, la preocupación por el niño desaparecido pesaba en sus corazones. La noche anterior había sido mágica, pero ahora el misterio de la desaparición de Daniel traía una sombra sobre su alegría.
Anthony y Belisario intercambiaron miradas de complicidad, sabiendo que, a pesar de la situación, estarían juntos en esto, apoyándose mutuamente mientras el día se convertía en una búsqueda por la verdad y la esperanza. La conexión que habían comenzado a forjar se fortalecería en la adversidad, y ambos sabían que el amor y la amistad eran fuerzas poderosas que podían superar cualquier obstáculo, incluso en los momentos más oscuros.
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