La Caracola |CruzQueen|
El cielo estaba completamente despejado.
Había una que otra nuve esponjosa en él, por lo que los rayos de la luz del sol de esa mañana, podían colarse a la perfección por el balcón de la habitación del ahora jefe de mecánicos.
Desde allí, era posible admirar perfectamente la vista hacia la playa; hacia ese perfecto paisaje donde las olas chocaban contra la arena y las gaviotas volaban sobre el hermoso mar. Esa maravilla del mundo donde sólo había sol, arena y mar.
Aferrado al barandal metálico y de perfecto y singular color blanco, Rayo respiraba el placentero y peculiar viento salado, mientras trataba de apartar esos pensamientos que provocaban que sus ojos se cristalizaran. Ese horrible recuerdo y situación que aún no lograba superar.
Por otro lado, Cruz se encontraba sentada estilo Peter Pan sobre la cama, mientras que con su mirada, examinaba las piezas de color blanco de un juego de ajedrez, para luego odenarlas con cuidado sobre el tablero de madera.
Era su segundo año siendo parte del equipo Dinoco. Habían transcurrido dos años desde que finalmente su sueño de ser corredora pudo ser realizado...
Dos Copas Pistón consecutivas, y un excelente mentor que la apoyaba en el área de los pits.
Había sido un poco difícil convencer a Tex, pero finalmente, Filmore, Sargento, Guido y Luigi, formaban parte del equipo.
No podía quejarse. Todo iba de la mejor manera.
Actualmente, estaba alojada en una pequeña casa junto a la playa con McQueen y los demás.
En dos días sería la carrera para dar inicio a la nueva temporada, en el mismo aeródromo en el que Cruz corrió por primera vez...
Era irónico, aunque algo nostálgico.
La joven de ojos claros no pudo evitar morderse un labio después de sentir un raro cosquilleo de emoción en el estómago, al recordar que en poco tiempo, volvería a la pista.
Tal vez era una de las pocas cosas que tenía en común con su mentor. Ese sentimiento de amar las carreras con tanta pasión.
Sacudió la cabeza ligeramente, procurando así volver al presente.
Fijó su vista en las piezas de color negro. Tomó al caballo de madera perfectamente elaborado, y sin pensar, exclamó:
-¡Señor McQueen!
Aquél grito hizo que el hombre de cabellos rubios volviera a la tierra. Estaba tan perdido en sus meditaciones que tardó más de un segundo en responder.
-¿Cruz? ¿Qué sucede? ¿Perdiste las llaves de tu auto otra vez? -preguntó, mientras entraba de vuelta a su habitación.
Ella alzó una mano restándole importancia.
-Nah, no es eso... Sólo quería saber si gustas jugar un rato conmigo -respondió, mientras le exhibía como si fuera una modelo de manos el tablero de ajedrez con todas sus piezas ya ordenadas, listas para dar inicio a una partida.
El mayor arrugó el ceño. ¿En serio le había pedido que jugarán ajedrez?
-Oh vamos, antepasado -insistió, al ver su expresión-. ¿O a caso temes que te vensa como en el entrenamiento de esta mañana? -inquirió, mirándolo retadoramente.
-Cruz, Cruz, Cruz -dijo, meneando la cabeza a la vez-. ¿Cuándo entenderás que nadie vense al Rayo McQueen? Yo te dejé ganar -bromeó, recibiendo como respuesta un golpe con la almohada por parte de la latina.
McQueen tomó asiento en la orilla de la cama, mientras que Cruz continuaba en la misma posición desde que él regresó del balcón.
El juego dio inicio de forma tranquila y normal, sin romper reglas y riendo de forma amigable y natural.
Con el paso del tiempo, habían logrado forjar un enorme lazo de amistad.
Se apoyaban y aconsejaban en la mayoría de las cosas; incluso guardaban algunos secretos del otro. Y aunque nunca se lo hubiesen dicho, se querían.
Pero a pesar de todo, ese cariño que se tenían mutuamente, se estaba volviendo confuso. Un sentimiento peligroso. Una emoción incoherente que no podía pasar a más.
Se tenían bastante confianza ciertamente, pero eso no quería decir que se conocieran por completo. Pues como toda persona, cada quien guarda secretos.
-Cruz, no puedes mover a la torre así -advirtió McQueen, mientras veía como la mencionada lo ignoraba y de todas formas, movía de manera incorrecta a aquella pieza.
Ella resopló.
-¡Es una torre! Claro que puede moverse así -respondió, como si fuera algo obvio.
El de ojos azules meneó la cabeza. Tomó la mano de Cruz y la guió hasta la torre de madera, haciendo que la sostuviera con sus dedos, para luego hacer que la moviera de forma correcta.
-Debe moverse en línea recta. Puede ser una horizontal o vertical. Todo depende de la oportunidad que se presente -explicó, soltando con delicadeza la mano de la joven.
Aunque él no la vío, Cruz se sonrojó debido a ese pequeño e imprevisto tacto.
Sus dedos temblaron, provocando que su reina se escapara de sus manos con su siguiente movimiento, la cual cayó al suelo, provocando un pequeño golpe que resonó en el silencio de la habitación.
McQueen se levantó y agachó para recoger la impecable pieza de madera, pero antes de que pudiera extenderla a su contraria, ella se la arrancó de las manos, y como si nada, se puso de pié de un salto.
Con una mano arregló sus cabellos castaños. Se disculpó sin motivo aparente, y salió del cuarto, con la escusa de que iría a sus aposentos a tomar un baño.
Rayo le restó importancia al peculiar comportamiento de su corredora, pues ella podía ser algo peculiar, eso y sin mencionar que como cualquier hombre, no entendía a las mujeres por completo.
Después de haber recogido el juego de ajedrez y haberlo dejado sobre la mesita de noche para no olvidar devolvérselo a su corredora, regresó al balcón en que había sido interrumpido, apoyando una vez más sus brazos de manera horizontal sobre el barandal.
Se perdió y hundió en sus pensamientos. Dejó que el viento salado alborotara sus cabellos rubios. Permitió que el sol le brindara calor.
Ya nada le importaba. En sus recuerdos y meditaciones el mundo exterior no tenía importancia.
Aunque su mirada estuviera fija hacia el mar; al hermoso y despejado cielo azul, no prestaba mucha atención a lo que tenía al frente, sino a unos singulares y cálidos ojos verde azulado que quedaban y quedarían grabados en su mente hasta el final.
"¡Entiende! ¡Esto se acabo!"
Aunque no la tenía cerca ni mucho menos presente, las palabras de Sally aún resonaban como una canción de mal gusto que no podía borrar en su mente. Se repetían una, una, una y otra vez, hasta que terminaban desvaneciéndose, y retirándose para luego volver con la menos o la misma intensidad.
"He visto como la miras. No te das cuenta, pero eso me lastima... No quiero continuar con una relación en la que soy la única que pone empeño en ella..."
Sin darse cuenta, se clavó las uñas en las manos.
"Ya basta. Es suficiente. No hay que seguir lastimándonos mutuamente"
Sus ojos se cristalizaron, para luego aferrarse con más fuerza al barandal.
"Te amo, pero... ya no puedo... Adiós, Letritas..."
Unos gotas que aterrizaban sobre sus manos lo hicieron volver de su trance. Eran sus lágrimas las cuales salieron sin aviso o alcance...
Una semana exacta desde aquella conversación. Siete días desde que su relación de tantos años se terminó...
La había perdido. Había perdido a su novia. Había perdido a su hermosa Sally...
Antes de que pudiera soltar una lágrima más, o meditar sobre que era lo que había hecho mal, una mano sobre su hombro lo hizo parar.
Se sobresaltó ligeramente. Giró sobre sus pies, y miró con una pequeña sonrisa a Cruz, para así disimular su tristeza.
Por su parte, la joven de ojos color avellana lo miró un poco preocupada; de seguro notó sus ojos cristalizados debido a sus lágrimas.
-Señor McQueen... ¿Te encuentras bien? -preguntó, llamándolo por el apodo que hace dos años era dicho por respeto y formalidad, pero que ahora era dicho con cariño y como un apodo más.
Él sonrió con tristeza. Se volvió hacia el paisaje que había admirado desde un principio, sin si quiera mirar de reojo a la joven.
-El día está muy agradable... ¿Quieres salir?
[...]
McQueen y Cruz caminaban tranquilamente por la arena.
Rayo daba con lentitud un paso frente a otro, con ambas manos en los bolsillos y la cabeza gacha, para que de esta forma el sol no le diera de lleno en la cara.
La latina camina con una pequeña sonrisa, la cual aunque era disimulada, lograba resaltar su conjunto con falda y top de tirantes y estampado de girasol, el cual le lucía a la perfección.
Sus pies estaban descalzos y llenos de arena, y sus manos húmedas gracias al agua salada que había tocado sólo porque le apetecía.
Ninguno decía palabra alguna o un comentario para dar inicio a un tema. Andaban en silencio, y lo único audible eran las olas que chocaban contra la arena.
Cada quien estaba hundido en sus propios pensamientos.
El ojiazul buscaba un tema de conversación, pero antes de que pudiera decir algo, su corredora lo interrumpió:
-¿Jamás has pensado en como se siente navegar?
Él la miró un poco confundido. Vaya que Cruz lograba sorprenderlo.
-¿Qué? -preguntó, sin poder evitar reír un poco.
-Sólo digo. -Alzó los hombros-. ¿Sabes? Aprendí a nadar en Cancún, y antes de conocer las carreras, quería saber que se sentía navegar en un bote de vela...
McQueen rió entre dientes.
-Bueno, agregaré eso a mi lista invisible de cosas raras sobre ti que nunca comprenderé -bromeó, recibiendo como respuesta un golpecito con el codo por parte de Cruz.
-¡No te burles de mis deseos! -exclamó, siguiéndole el juego, alzando y haciendo esas expresiones raras con sus brazos como acostumbraba.
Pocos segundos después, se sentaron en la arena suave y humeda, expuestos al agua salada que crecía y luego disminuía a medida que impactaba en la arena, la cual sólo mojaba sus pies y parte de sus piernas.
Les gustaba. Era agradable pasar una tranquila mañana en la playa después de unos arduos días de entrenamiento.
El agua para McQueen era como un relajante masaje, mientras que para la joven era... algo distinto.
Cruz tomaba entre sus manos el agua y se la rociaba sobre su cabeza, mojando sus cabellos castaños y salpicándose los hombros y parte de los brazos.
Rayo no sabía porque hacía tal acción, sin embargo, procuró no prestarle atención. A pesar de eso, mientras ella se mojaba con las aguas saladas y sus cabellos se humedecían, no pudo evitar sonreír un poco; pues aunque le parecía su acción bastante peculiar, no iba a negar que se veía algo linda...
Ella apartó su vista del paisaje, para finalmente mirarlo, y aunque él no lo notó, Cruz lo estudió con su mirada rápidamente.
Tal vez no lo conocía desde hace tiempo como Mate o cualquier miembro de Radiador Springs, pero la falta de bromas y sonrisas, o ese comportamiento tan distante por parte del americano, la tenía preocupada. Sabía que algo no andaba bien con él.
Desde que partieron del pueblo, para ir camino a Florida y prepararse para la carrera, no lo había visto y ni siquiera oído hablar con Sally ni una vez, lo cual le resultaba bastante extraño, considerando que él se desvelaba hablando con la abogada hasta altas horas de la noche.
Fue entonces cuando las piezas de su pequeño rompecabezas mental tuvo sentido.
Sí, Cruz podía ser algo ingenua o lenta en algunos aspectos, pero no quería decir que fuera tonta o ignorante.
Presionó sus pies contra la arena humeda, para inspirar disimuladamente un poco de aire, y finalmente, averiguar a que se debía el extraño comportamiento de su mejor amigo, quien tenía la vista clavada en el mar.
-La señorita Sally me comentó una vez que no le agradaba poner sus pies descalzos sobre la arena... ¿Eso es cierto? -preguntó, con una ligera sonrisa. Tal vez a través de allí podría sacar el tema.
Al oír el nombre de aquella mujer, inmediatamente Rayo alzó su vista, para luego mirar a la joven.
-¿Qué? -Estaba tan pensativo que no había oído bien la pregunta.
-Sí, Sally, ya sabes... ¿No le gusta mucho la arena, no?
McQueen arrugó el ceño. ¿A dónde quería llegar?
Sin embargo, no pudo evitar sonreír un poco, incluso dejó escapar una ligera y baja risa.
-Dice que le parece molesta la sensación de sentir un montón de arena entre sus dedos... Al menos la mojaba o húmeda -Meneó la cabeza-. Siempre sabía como sacarme una sonrisa...
Cruz lo miró con expresión comprensiva.
Hablar de Sally, hizo que el rostro y los ojos azules del jefe de mecánicos se iluminaran, pero a pesar de eso, su sonrisa se desvaneció sin aviso, al recordar como habían quedado las cosas entre ambos...
-Tal vez no esté bien que lo pregunte pero... ¿Pasó algo entre ustedes dos hace poco? -soltó, así sin más.
Rayo abrió sus ojos de par en par, al parecer ya no tenía escapatoria.
Aquél tema que desde hace varios días ocultó por no querer tratar, finalmente lo tendría que explicar.
Por un momento, sintió que su garganta estaba presionada.
Tragó saliva y respondió:
-De hecho, Cruz... Sally y yo rompimos...
Los ojos color avellana de la latina, expresaban completamente su sorpresa e incredulidad. Por un momento pensó que McQueen le estaba jugando una broma, pero al ver su expresión triste y desanimada, supo que aquello no era una broma. Él hablaba en serio.
-Lo siento mucho... Sé que la apreciabas bastante... -fue lo que alcanzó a murmurar.
Aunque no lo admitiría, quería abrazarlo, porque sabía que él necesitaba un abrazo; quería abrazarlo porque quería consolarlo. Pero por alguna extraña razón, no lo hizo.
Rayo pasó una mano por sus cabellos rubios y no añadió nada más. Fijó su vista en las olas y se olvidó por un momento de su alrededor.
Aún la amaba. Aún amaba a Sally. ¿Cómo olvidar de la noche a la mañana la mujer que ha estado contigo por más de once años? ¡Es imposible! Sería como arrancar de su corazón una parte que había formado parte de él durante tanto tiempo, y así era.
Por otro lado, Cruz no sabía que agregar o que opinar.
De alguna forma o manera, quería ayudarlo, pero no sabía como.
Pasó sus manos húmedas por su cabello castaño, buscando alguna solución, o al menos, un comentario que pudiera animar a su mentor.
Miró al cielo despejado como si estuviera suplicando, y fue entonces, cuando una idea surgió.
A sus pies, gracias a las olas del mar, una caracola llegó.
Cruz estiró su mano hasta tomar dicho objeto marino, y al tenerla en su posición, una pequeña sonrisa se asomó en sus labios.
Con su pulgar, retiró la arena que aún tenía, sintiendo así su textura lista aunque algo corrugosa.
Admiró por un momento su peculiar color salmón, sin poder evitar que un recuerdo de su niñez en Cancún pasará por su cabeza.
-¿Sabes, señor McQueen? Antes de mudarme a este país, acostumbraba ir seguido con mi madre a la playa... -empezó, captando así la atención del ex-corredor-. Amaba las caracolas de mar, por lo qué, siempre quería llevarme a casa las que encontraba en la arena, o esas que las olas traen...
》Pero mi madre nunca me lo permitió. Así que cuando las tenía en mi poder, sólo las admiraba, e incluso encariñaba con ellas. Pero cuando llegaba la hora de volver a casa, yo las regresaba al mar, no sin antes despedirme o artícular un adiós.
》Me dolía ¿sabes? Pensar que no las volvería a ver, o que estarían lejos de mí... Pero cuando me alejaba de la playa para volver con mamá a casa, la tristeza desvanecía de apoco, porque sabía que esa caracola de mar no me pertenecía, y si ella quería irse con las olas, yo tenía que permitírselo...
Las palabras de Cruz sonaban tranquilas y relajadas. Dichas desde el corazón, con humildad y comprensión.
McQueen sólo la observaba, en silencio.
Entendió.
Sabía a que quería llegar.
Sintió que sus ojos se criztalizaron y un sabor amargo en la boca.
Fue entonces cuando los ojos de la joven miraron con atención los suyos, estudiándolos, posiblemente mirando así su silenciosa tristeza.
Cruz acarició una última vez con su pulgar la caracola, dibujando en sus labios esa ligera sonrisa.
-Ten... Creo que ya es hora de regresarla al mar -añadió, mientras se la extendía.
Los dedos de Rayo temblaban ligeramente mientras la tomaba, sintiendo ahora en su palma aquella maravilla marina.
La estudió detalladamente, como si nunca hubiera visto una, para luego mirar de nuevo a su contraria.
-¿Y qué pasa si la caracola de mar regresa?
-Pues... es poco probable que eso ocurra... -murmuró, mientras se ponía de pié-. Pero si decide volver, ya es tu decisión aceptarla o no...
Al igual que ella, el rubio se levantó.
Aún con sus dedos temblorosos, apretó con fuerza la caracola en su palma, despidiéndose mentalmente de ella, e incluso deseándole lo mejor.
Tomó aire, y la lanzó hacia al mar, viendo de inmediato como las olas la hacían apartarse de él.
Por un momento, sintió como si en su interior, una pequeña herida hubiera empezado a sanar. Como si le hubieran dado un punto de sutura de unos diez que necesitaba. Y así es cuando se está herido: no se sana de inmediato, pero sí se alivia ligeramente.
-¿Mejor? -preguntó la castaña.
Rayo se volvió para verle y asintió ligeramente.
-Podría decirse... -murmuró-. Gracias, Cruz...
Ella alzó una mano, restándole importancia.
-No agradezcas, anciano. Para eso estoy. -Sonrió, con esa sonrisa tan dulce de ella-. Ahora dejemos las lágrimas a un lado y vayamos por nuestros autos. Este lugar está perfecto para entrenar.
Él rió entre dientes. Sí que sabía animarlo.
-¿Emocionada porque la derrote una vez más, señorita Ramírez? -bromeó.
-Pff. Ya verás, antepasado. Esta chica sabe hacer de las suyas -dijo, para luego señalarse a si misma-. ¡Oye! ¿Qué es eso? -preguntó, mientras apuntaba con su dedo al mar.
-¿Qué cosa? -El ojiazul miró hacia dicho lugar, para luego volver a mirar a Cruz, pero al hacerlo, la vio alejarse de allí, corriendo como si no hubiese un mañana hacia la casa de playa en la que estaban hospedados con el resto del equipo.
-¡A ver si tus huesos desgastados me alcanzan! -exclamó ella entre risas.
Al igual que la latina, no pudo evitar reír, y sin más, corrió tras ella.
Mientras corrían como niños pequeños por la playa, Cruz no pudo evitar sonreír al darse cuenta de que había logrado animarle.
Haría cualquier cosa para sacarle una sonrisa a McQueen...
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¿Por qué la mayoría de las historias CruzQueen están incompletas? :c
Ah caray, este no es mi muro ;-; XD
¡Nuevo One Shot, chicas/cos!
Perdón si no tiene mucho CruzQueen. La idea vino de repente y no pude resistir compartirla con ustedes.
Espero que haya sido de su agrado.
No olviden dejar su bella estrellita ^^ ♡ No sean malos; no hagan que me ponga triste
:'') jsjs
¡Hasta el siguiente relato!
Honey
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