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Por fin apago el ordenador tras una intensa tarde de trabajo. Aparto el último manuscrito corregido de mi mesa de trabajo y estiro los brazos con cansancio. Recojo con cuidado las diferentes hojas que tenía esparcidas sobre la mesa y las ordeno para después meterlas todas en el archivador y guardarlo en mi cajón.

Por un momento me quedo quieta en la silla de ruedas donde estaba sentada. El día de hoy a sido muy productivo. Llevo toda la tarde trabajando sin parar y poder respirar tranquila me alivia. Se acabó por hoy.

Echo un rápido vistazo a la hora en mi teléfono móvil. Son las ocho y media de la noche. Llevo encerrada en este despacho desde las tres de la tarde. Aún tengo que acostumbrarme a este horario. Soy nueva trabajando aquí. A penas llevo tres meses currando para mi jefa. Me sorprendió mucho que me cogieran a la primera en su día. Acababa de graduarme en la universidad y no había trabajado nunca, ni siquiera en un local de comida rápida igual que mis amigos. Y supongo que trabajar un día como canguro cuidando al pesado del hijo de mi anterior vecino no creo que cuente. Me alegro de no seguir viviendo allí, no soportaría tener que verle la cara más a ese mequetrefe de ocho años. Y espero no tener que volver a cuidar de un niño como él nunca jamás. Mira que yo adoro a los niños... Pero esa tarde me las hizo pasar canutas. Imagínate la escena: Mi yo de dieciséis años temblando de miedo al ver la casa completamente destrozada. Pintadas en las paredes, las cortinas en el suelo, el gato acojonado en un rincón de la bañera, ... Creo que el niño lo hizo a propósito.

De cualquier modo, me sorprendió que tres meses atrás me aceptaran para ocupar la vacante libre de correctora en esta editorial de tan alto prestigio. Me llamaron a los dos días. Supongo que les gustó que hubiera optado por la carrera de estudios literarios, aunque quizá les llamaron más la atención mis altas calificaciones. Siempre he sido una alumna aplicada. Recuerdo que cuando estaba en el instituto me ponía a llorar cuando sacaba menos de un ocho. En la universidad las cosas cambiaron un poco. Ya tenía claro que no iba a obtener una matrícula de honor ni nada parecido, y cada vez que he sacado un ocho me sentía tan feliz que me daban ganas de montar una fiesta.

Y ahora estoy aquí. Tengo mi propio despacho. Es pequeñito, pero sigue siendo un despacho y no me quejo. Aunque para mi lo mejor son las vistas. Estoy en la planta ocho del edificio, y desde aquí arriba las vistas son espectaculares. Tras mi silla hay un ventanal gigantesco desde donde veo perfectamente toda Manhattan. Cada vez que entro a mi despacho me vuelvo a impresionar como el primer día. Es increíble cómo han cambiado los diferentes escenarios donde he vivido mi vida y cuán diferentes son. Antes vivía en una casa grande en Arkansas. A pesar de también tener sus cosas y albergar grandes edificios, estaba mucho menos concurrida que La gran Manzana. Cuando salía de casa yo estaba rodeada de vegetación y veía verde por todos lados, en cambio a hora me es algo difícil ver ese color a no ser que se trate del toldo de algún bar o de algunas flores en las floristerías. Central Park queda a unos quince minutos caminando desde mi casa, así que muchas tardes cuando plego del trabajo voy allí para leer. Aquel lugar consigue relajarme. Aquel sitio y la cafetería que suelo frecuentar cerca del edificio de la editorial. Mi piso se encuentra muy cerca del Times Square y en tan solo un par de minutos puedo llegar al trabajo sin dificultad, bueno, eso si no me aplastan durante el camino. Mucha gente transita estas calles.

A pesar de todo me encanta vivir aquí. Sentirme libre de ir a donde me plazca y cuando a mi me apetezca me hace sentir poderosa. Antes a penas me dejaban salir de casa. Pero desde que me mudé cuando comencé la universidad todo ha sido distinto. Hablo con mis padres cada dos días y los visito los fines de semana que puedo, aunque intento cumplir todas las semanas. En mi família no se puede decir que seamos pobres, todo al contrario, aunque tampoco somos ricos. Mi padre es el jefe de una empresa de dentífricos y eso nos permite vivir bastante bien. Mi casa es grande y nos sobra bastante espacio ya que tan solo la habitamos mis padres, mi hermana y yo. Es algo solitaria, aunque desde que me mudé cuando voy a visitarlos me parece más viva que cuando yo vivía allí. Supongo que son los efectos de no ver a tus seres queridos en días. Todo se vuelve más cálido en los reencuentros.

Olvidaba mencionar que mi hermana pequeña se llama Cassidy y tiene doce años. Cuando les visito ella es el alma de la casa. Parece que está en la edad pre-adolescente y, a pesar de que ella no lo nota, yo la veo como una mujercita chillona metida en el cuerpo de un bebé de cuatro años. Es demasiado mona para hacerse mayor. Desde que comenzó a hablar siempre me ha hecho reír. A pesar de ser tan pequeña tiene un ingenio y una picardía tremendas. Aunque se nota que aún es pequeña, es muy inocente.

Mientras que acabo de recogerlo todo el reloj mueve la manecilla cinco minutos más. Observó la ciudad, iluminada por completo con colores de todo tipo. El momento más bello del día para observar el paisaje desde aquí es justamente este, cuando es de noche.

Me echo el bolso al hombro. Pesa más de lo normal ya que hoy me llevo mi ordenador a casa. Quizá adelante algo de trabajo, así mañana no me tocará trabajar más de la cuenta. Supongo que mis horarios son tan extraños porque sigo siendo nueva, pero aunque haya tardes que no trabaje yo siempre adelanto un poco la faena en casa. Trabajo todas las mañanas, pero los martes y los jueves no tengo que ir a trabajar por las tardes. En cambio, el resto de días me toca currar hasta las tantas de la noche. Como hoy.

Después de haber cerrado mi despacho con llave bajo con el ascensor hasta la planta cero. Antes de salir por la puerta cruzo mi mirada con mi amiga Audrey, la recepcionista, que me dedica un saludo alegre antes de que salga al exterior.

Cuando el aire gélido de la noche choca contra mi piel siento placer y a la vez me entra un escalofrío. Estamos a 1 de diciembre y el ambiente que se vive en la calle me enamora. Camino a paso rápido, agarrando mi bolso fuertemente por si acaso. A pesar de que hay mucha gente en la calle puedo oír a la perfección el repiqueteo de mis tacones sobre la acera grisácea.

No me hace falta recorrer un gran tramo de calle porque, después de un par de minutos caminando giro a la derecha y me encuentro con la puerta de mi bloque de pisos. El bloque es enorme, hay quince plantas y yo estoy situada en la número once. Mi piso es el 11A. Tras haber subido en el ascensor y haber sacado las llaves, por fin abro la puerta y enciendo las luces de la habitación. La puerta da directa al salón. El piso no es muy grande, pero es perfecto para mi e incluso estoy segura de que si otra persona se viniera a vivir no tendríamos problema alguno con el espacio.

Con rapidez me preparo una ensalada y me saco unas galletitas saladas para utilizarlas como acompañante. Esta noche no estoy especialmente hambrienta, asi que devoro con lentitud la ensalada mientras veo un programa donde los concursantes luchan por dinero en la televisión. No llevo aún ni media hora en el piso cuando ya estoy saliendo de nuevo por la puerta. Me envuelvo el cuello con una bufanda de color beige y cojo mi bolso. Esta vez pesa menos ya que he intercambiado el ordenador por un libro. Todas las noche tengo la misma rutina. Después de cenar me acerco a la cafetería que hay junto a la editorial para tomarme un café tranquila mientras leo. Lo hice el primer día que estuve en Manhattan y ahora ya es toda una tradición. Incluso tengo mi sitio reservado exclusivamente para mi en una esquina de la barra.

No tardo más de dos minutos en abrir las puertas de cristal de la cafetería y sentarme en la esquina más oculta de la barra. Detrás mío hay un par de mesas vacías. Me siento en el taburete de madera con parsimonía y saludo a la chica de la barra.

- Buenas noches, Aline.

La muchacha morena se gira en mi dirección y al verme acude desde la otra punta de la barra con una sonrisa en los labios.

- ¿Que tal, Kriss? ¿Cómo ha ido hoy?

Unos rizos rebeldes se le escapan de la coleta de cabello negro que lleva y se resbalan por su frente. Yo me encojo de hombros. Se ha acostumbrado a mi presencia durante todo este tiempo y nos hemos hecho amigas. Es una chica bastante parlanchina, y no la culpo, yo también lo soy. Sólo me molesta cuando le entran ganas de hablar y estoy intentando leer. Pero a pesar de eso es encantadora.

- Bien, como todos los días.

- Me alegro - Dice - ¿Te pongo lo de siempre?

Asiento con la cabeza y mientras que ella prepara mi pedido yo saco el libro de la bolsa. Deslizo las manos sobre la tapa y luego por las páginas. Mi lectura de hoy es de acción y estoy más que ansiosa de comenzar con la historia.

Antes de comenzar a leer Aline vuelve con mi descafeinado y yo asiento con la cabeza en señal de agradecimiento. Doy un pequeño sorbo a la taza y agradezco a dios por crear tal delicia. El café y yo somos grandes amigos desde hace años y nuestra amistad no se romperá jamás.

La espuma se me queda sobre el labio superior y con la lengua me la limpio, aprovechando al máximo cada gota del exquisito café. Abro el libro por fin y me decido a zambullirme en la historia por completo.

Quince minutos después el café está más que acabado y la lectura me tiene enganchada. Llevo pocas páginas, pero el libro me tiene realmente intrigada. Cuando paso de página algo me distrae de mi ensoñación. Mi teléfono, que está sobre la barra, comienza a vibrar. Observo la pantalla y me percato de que mi mejor amiga Chelsea me está llamando. Siempre tan oportuna... Nos hicimos amigas en la universidad y ahora no hay quien nos separe. Le encanta hablar por teléfono a todas hora, y ella es consciente de que las charlas telefónicas no son de mi agrado, pero lo paso por alto (como de costumbre) y descuelgo el teléfono.

- ¿Krissy? - Pregunta - ¿Estás ahí?

- Hola, Chels - Suspiro - ¿Ocurre algo?

Ella parece emocionada por que le haya cogido la llamada. Se nota en el tono de su voz.

- Qué bien que puedas hablar ahora - El local está prácticamente lleno, tan solo queda una mesa libre tras de mi. Muchos grupos de personas y parejas conversan animados y se me hace difícil entender lo que dice mi amiga por el ruido. Supongo que estaba tan concentrada leyendo que no me he percatado de ello - Verás, tengo que explicarte una cosa sobre Koby...

- Chelsea - Intento interrumpirla pero ella no me hace caso - Chelsea, escúchame - Por fin cierra el pico y es mi momento de hablar - Sé que es muy importante para ti lo que debas decirme, pero ahora mismo no soy capaz de escucharte, hay demasiado bullicio aquí dentro.

- No hay problema. Sal fuera y ya verás que bien me escuchas.

- ¿Y perder mi estupendo sitio en le barra ? - le digo - Ni hablar. Mañana por la tarde que no tengo que trabajar quedamos aquí y me explicas todo lo que tu quieras.

Mientras voy hablando me giró para observar a la jauría de personas que estan sentadas en el bar. Cuando mi mirada llega a la puerta frunzo el ceño. Unos pasos pesados resuenan en el parqué del suelo. Luego, cuando me percato de lo que creo que va a ocurrir abro los ojos como platos y la mano que sostiene el teléfono comienza a temblarme.

- Pero Kriss...

- Tengo que colgarte - Me apresuro a cortarla de nuevo sin separar la vista de los cuatro hombres con pasamontañas que entran en la cafetería - Nos vemos mañana.

- ¡Kristel Amery, - Comienza ella - Ni se te ocurra colg...!

Cuando finalizo la llamada el pánico parece apoderarse de mi corazón, que cabalga desbocado sobre mi pecho. Me apresuro a guardar el teléfono y el libro en el bolso lo más rápido que puedo. Mientras tanto, los cuatro hombre ya están situados en el centro de la cafetería. Muchas personas los observan con caras de horror, pero otras muchas si quiera se han percatado de su presencia. El más corpulento de todos parece que esconde algo tras la espalda. Parece bastante enfadado. A través del pasamontañas solo se divisan los ojos y la boca. Cuando alza un revólver negro hacia arriba consigue arrancar un alarido de sorpresa de alguno, pero para acaparar la atención de todos se ve obligado a pegar un disparo al techo.

El tiro resuena por todo el café. Se escucha cómo una taza cae al suelo y se rompe en mil pedazos.

- ¡Silencio todo el mundo! - Sentencia.

Aterrorizada, intento moverme pero las piernas no me responden. Entonces me doy cuenta de que los otros tres hombres llevan una arma idéntica a la del grandullón en la mano. Los ladrones se esparcen por la cafetería. Dos se van hacia el lado contrario de la cafetería y el grandulló se queda en medio. Yo estoy de pie y con la espalda pegada a la pared. Me da la impresión de que el corazón se me va a salir del pecho cuando veo que el último hombre viene en mi dirección. Entre el agujero del pasamontañas logro divisar unos ojos de un azul esclarecedor. Me parecerían preciosos si no me encontrara en esta situación, pero ahora su mirada afilada y calculadora me perturba más que cualquier otra cosa. Me fijo en que no veo arrugas en la zona de los ojos, por lo tanto debe de ser joven. Creo que se va a acercar más a mi y me va a agarrar del brazo, sin embargo, el chico se sube sobre la mesa vacía. Camina de pie por el filo de la mesa redonda de madera balanceando el arma en la mano. Me sorprende escuchar una voz aterciopelada proferir de su garganta. Hace que me entren ganas de hacer exactamente lo que dice. En su voz no se nota un tono amenazador, pero es claro y conciso, y no le hace falta chillar ni enseñar los dientes para que la gente se encoja en su asiento y guarde silencio.

- Estimados caballeros, señoritas... Ruego mil disculpas por esta intrusión. Pero ahora que ya estamos aquí y no pueden evitarlo les anuncio que les conviene guardar silencio y hacernos caso y si quieren salir ilesos.

La gente parece tan aterrada como yo, pero ellos no tienen a un hombre armado justo delante suyo, tampoco están solos ni contra la pared.

Mientras continua hablando decido aprovechar la ocasión para moverme. Está de espaldas, así que no debería verme. Aunque corro el riesgo de que los otros tres hombres me vean intentar huir y vengan a por mi. Me deslizo por la pared despacio, con un movimiento casi imperceptible.

- Ahora - Continua él - Quédense todos muy, muy quietos. ¿No quiero ver a nadie mover un músculo, de acuerdo? - El silencio sepulcral le deja claro que nadie va a resistirse y que están bajo sus órdenes - Bien - Sonríe - Cuando mis compañeros pasen por las mesas les daréis todos los objetos de valor que tengáis. Y no quiero oír a nadie rechistar.

- Bien dicho Sallow - Dice el grandullón riendo - Venga señores, esto es pan comido.

Comienzo a moverme algo más deprisa, veo que me quedaré acorralada sin poder escapar y estoy sudando a mares. Dos hombres comienzan a registrar a los presentes mientras que un tercero se acerca a Aline y le dice que le de el dinero de la caja mientras la apunta con la pistola. Entonces, el chico de los ojos azules se gira en mi dirección. El pánico me corroe por dentro y hago lo único que podría salvarme en estos instantes. Echo a correr.

Pero él es más rápido, y antes de que yo haya dado dos pasos se interpone en mi camino y me acorrala contra la pared. Me saca una cabeza. Tengo el corazón en la garganta. Tiene un brazo a la izquierda de mi rostro, situado encima de mi cabeza, y el otro está junto a mi cadera, con la boca de la pistola contra mi piel. Sus ojos felinos me observan desde arriba, y cuando me ve, acorralada entre sus brazos y aterrorizada sonríe.

Con una voz suave y aterciopelada me habla. Observo como sus labios se mueven con lentitud, marcando cada palabra. Su voz, ahora un poco más grabe al hablar más bajo, me envuelve y me engatusa, utilizando mi terror en mi contra. Él niega con la cabeza.

- No deberías hacer eso, bombón.

Trago saliva con dificultad.

- Escucha, no quiero hacerte daño. Pero si me obligas lo haré. ¿Lo entiendes, verdad? - Asiento rápido con la cabeza. Entonces él acerca más su rostro al mío, está apunto de rozarme la nariz con la suya. Puedo sentir el calor en mi rostro que se mezcla con la sudor fría que me recorre todo el cuerpo - Perfecto, preciosa. Entonces quédate aquí quietecita y todo saldrá como la seda.

Noto cómo su respiración cálida me golpea el rostro y entonces se separa. Por fin soy capaz de respirar de nuevo.

-Espera - Digo de pronto. No se de dónde me salen las fuerzas para hablarle. Doy un paso hacia delante - No... No podéis hacernos esto.

-¿Qué te he dicho?

Hace el ademán de volver a acercarse y yo cierro los ojos con fuerza. En ningún momento he notado violencia o malicia en su voz. Por contra en esta última respuesta suya le noto inquieto. Aún con los ojos cerrados pienso en una solución, sin embargo no noto su calor corporal o su respiración cerca, así que vuelvo a abrirlos y le veo parado donde estaba, escudriñándome el rostro.

Espero a que me arranque el bolso de las manos y se ponga a rebuscar entre mis cosas, pero no lo hace. Se queda unos segundos observándome, mordiéndose el labio inferior con indecisión y frunciendo el ceño. Parece que está dudando.

Yo no entiendo nada, aún sigo esperando a que haga lo que ha venido a hacer, y en ese momento dice para si mismo algo intelegible en voz baja y suelta un gruñido mientras deja de influenciar mis ojos con su mirada y se da media vuelta.

A mi me ha parecido una eternidad, aunque en realidad se que no han pasado más que un par de minutos. Interroga a las demás personas, al igual que sus compañeros, en busca de algo de valor. Unos cinco minutos después a todas las personas del café les falta algo. El grupo de hombres se sitúa delante de las puertas formando una piña y apuntando con la pistola a cualquier alma que se atreviera a respirar. El chico de ojos azules es el último en unirse. Cuando está a punto de llegar junto a los demás el grandullón alza la voz y me señala con el brazo. De nuevo noto que las piernas me tiemblan.

- ¿Oye, y la rubia de allí?

El de ojos azulados gira la cabeza y me observa de soslayo, en un gesto fugaz veo que frunce el ceño y toma aire. Luego se acerca a los demás y contesta.

- No te preocupes, ya la he cacheado yo.

El grandullón asiente mientas ríe y noto un destello de picardía en sus ojos. El tal Sallow observa a su público de nuevo, que le miran aún con el corazón en la mano. Entonces, como si de un galán se tratara, hace una leve reverencia.

-Señores, señoritas... Un placer hacer negocios con ustedes. Hemos gozado mucho de vuestra presencia. Espero que no nos volvamos a ver pronto. Si nos disculpan...

En cuanto acaba de pronunciar aquellas palabras uno de los hombres abre las puertas y los cuatro atracadores salen por patas. La gente entonces, pasado ya el momento de miedo, se levanta y sale a la calle chillando. Pero para cuando están fuera ya no hay rastro de los hombres de los pasamontañas. La cafetería se va vaciando poco a poco. La gente parece tener bastante prisa por marcharse de allí, y con razón.

Pero yo en cambio aún sigo en estado de shock. Toda la gente ha perdido algo. Joyas, relojes, dinero... Me pregunto por qué razón le habrá mentido a su compañero. Pero más importante aún, ¿Por qué ni si quiera ha intentado quitarme nada?

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