Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Prólogo

Una mujer encapuchada corría bajo la lluvia tan rápido como se lo permitían sus piernas a través de los árboles de un frondoso bosque, mirando frenéticamente a sus lados, temiendo tropezar o ser alcanzada por alguien. La capa que usaba como abrigo ondeaba al viento, al igual que su melena azul marino. Del mismo color estaba teñido el cielo de esa noche, salpicado además por numerosas motas brillantes e iluminado por la suave luz de la luna.

El bulto en sus brazos, clamando por libertad que no podía darle en ese momento, la distrajo unos momentos. Saril reafirmó su agarre sin detenerse a revisarla, pues no era un momento oportuno.

Finalmente, cuando consideró que estaba a una buena distancia, se detuvo a recuperar la respiración a la vez que revisaba a la pequeña en sus brazos. La dejó un momento en el suelo para envolverla bien con las mantas, pues con tanto movimiento se habían desecho. Al fin podía moverse con libertad.

Mientras lo hacía, escuchó unos pasos acelerados. Todos los vellos de su cuerpo se erizaron, a la vez que todos sus sentidos se ponían alerta. Alzó sus brazos y se concentró en sentir latidos cercanos. Así, logró sentir su pulso. Un pulso el cual reconoció como uno muy familiar.

El alivio que sintió la elemental agua cuando la tenue luz de la luna iluminó el rostro del encapuchado fue aún mayor. En su cara se dibujó una sonrisa, aunque no lo fue del todo ya que el malestar en su corazón no se lo permitía.

Nuriel se agachó junto a ella, mientras las revisaba a ambas.

—¿Quieres que la lleve yo? Así te puedes concentrar en sentir si alguien se acerca —ofreció.

—No —respondió con firmeza mientras jugaba distraídamente con la pequeña mano de su hija-. Seguramente esta es la última oportunidad que tengo para cargarla, y si no te importa quiero llevarla.

Saril ya sabía que nunca volvería a ver a su hija, al menos no en esta vida. Pero decirlo en voz alta fue una confirmación desgarradora de eso. Un trozo de su corazón —que nunca llegaría a recuperarse— se rompió en ese instante.

Nuriel la rodeó en un abrazo, mientras Saril descargaba toda la penuria de su corazón en apenas unos minutos, en forma del líquido al que llamamos lágrimas. Mientras tanto, la pequeña Kya jugueteaba con una brizna de hierba que había logrado arrancar del suelo, ajena a todo a su alrededor.

—Sabes que podemos llevárnosla e irnos lejos de aquí. Con nuestras capacidades no creo que nos cojan hasta dentro de unos años. Pero por lo menos podremos tener ese tiempo -propuso el pelirrojo, aún abrazándola.

Saril se separó rápidamente, se limpió las lágrimas y lo miró con decisión.

—Y tú sabes que no podemos hacer eso.

Nuriel quiso hablar, seguramente reclamando que ella usaba la excusa de que le debían lealtad a Los Seis y que tenían que cumplir con su misión, aunque fuera a costa de su propia felicidad y seres queridos. Sin embargo, Saril se adelantó. Con los ojos brillando con decisión —o tal vez a causa de las lágrimas— habló.

—Ya no es cuestión de lealtad, Nuriel. Alguien tiene que arreglar las cosas aquí. Los elementales y brujas que queden aquí no tendrán un país si nadie lo reclama. Serán segregados y exterminados por las demás razas.

Nuriel rodó los ojos mientras retenía las lágrimas, molesto por su discurso de moralidad y ética.

—Perdón por anteponer mi felicidad a la de los demás —reclamó el elemental fuego.

—No sé tu, Nuriel, pero yo prefiero nuestro sufrimiento al de una raza completa.

Finalmente, el pelirrojo se rindió aceptando su destino. Recordó en su momento que se había comprometido a llevar el plan acabo, por muy doloroso que le resultara. Ya no podía echarse atrás. Ambos estaban comprometidos con su causa en cuerpo y alma.

Se levantó, aún con todo el pesar en su corazón, y ayudó a Saril a incorporarse, con su hija en brazos.

Corrieron por lo que les parecieron horas por el bosque. Finalmente, pudieron divisar las luces del pueblo a lo lejos. Como era evidente, no se reunirían ahí, sino a un claro a unos pocos metros, siendo así ocultados y resguardados por los árboles. No podían arriesgarse a aparecer por el pueblo siendo una de las personas más buscadas de todo Fadless.

Ya en el claro, Nuriel encendió una pequeña llama lo suficientemente grande como para alumbrar el lugar, pero no tan grande para no llamar la atención. Mientras tanto, Saril sujetaba con un brazo a Kya. El otro lo llevaba oculto bajo la capa, para que en caso de emergencia lo pudiera usar con libertad. Ese brazo podría al menos con un par de personas, fueran hadas, elfos o brujas.

Se mantuvieron tensos mientras avanzaban hasta el claro. Ambos sabían que Saril podía sentir el pulso de cualquier persona a una distancia presumible, pero aún así no se confiaban. Con los soldados que los buscaban podía venir una bruja traidora, que con tal de no ser encerrada vendería a su sangre. O tal vez un hada de la mente, hábiles en el arte de la ocultación.

Ambos se sintieron inmensamente aliviados cuando vieron el rostro de Hailee.

—Oh, Saril —la saludó el hada con una sonrisa triste, mientras le acariciaba el rostro ante la imposibilidad de abrazarla, limpiándole el rastro de las lágrimas.

Saril le entregó su hija a Nuriel para poder abrazarla. Llevaban tiempo sin verse y ambas habían echado en falta la compañía de la otra. Ambas habían estado separadas por los conflictos entre los de su raza.

De nuevo, a la elemental agua se le había escapado alguna que otra lágrima, que limpió antes de que nadie pudiera verla. Ilógico, porque mientras el hada le acariciaba la espalda, podía sentir perfectamente esa pequeña alteración en ella.

—Lo siento tanto, Saril —murmuró Hailee, mientras juntaba su frente con la de su mejor amiga.

Lo que ella quería decir con eso era la disculpa que nunca formularían las hadas, culpables de toda la situación en esos momentos. Y aún más importante, culpables de separar a Nuriel y Saril de su hija.

—¿Estás segura de que nadie te ha seguido? —inquirió Nuriel mientras miraba a todas partes.

Hailee negó rotundamente con la cabeza, alzando la cabeza.

—Lo habría sentido.

La elemental agua se sacó del bolsillo una pequeña bolsa de tela. Fue ahí cuando notó que tenía las manos temblorosas. De igual manera, Nuriel lo notó y la rodeó con el brazo, dándole el apoyo que necesitaba. Mientras tanto, aún sujetaba a Kya con el otro brazo.

—Aquí está la piedra de ocultación. Tiene uno de los hechizos más poderosos de ocultación que haya visto, deberá servirle. Hay otra, por si llegas a necesitarla.

De nuevo, se sacó otra bolsa de debajo de la capa, que llevaba atada al cinturón. Esta era de mayor tamaño que la anterior y pesaba bastante más.

—Aquí hay joyas de mucho valor y bastante el dinero -explicó Saril, entregándole esa bolsa también.

Hailee se la ató al cinturón bajo su capa al igual que la elemental agua antes.

—Si llegas a necesitar las joyas, recuerda venderlas en el mercado nocturno. De no ser así, te rastrearán por creer que tienes relación con nosotros —aconsejó Nuriel.

El hada asintió con una sonrisa burlona en el rostro.

—No me des consejos sobre traficar, chispitas. Además, no saben que ella siquiera existe. Estará a salvo.

Nuriel bufó, molesto. Saril, por el contrario, intentó sin éxito ocultar su risa tosiendo.

Ese fue el momento más normal que tuvieron desde hacía semanas. Por un momento, se permitieron volver a ser jóvenes disfrutando de la vida, riendo y bromeando.

Los tres estaban en los jardines del palacio, disfrutando una tarde de clima favorable. Saril le había dicho a Hailee que la acompañará, pues temía estar sola con Nuriel y meter la pata de cualquier manera en la que solo ella podía. Hailee había aceptado entre risas y burlas, logrando poner a Saril colorada.

Por la tarde, y ya con Nuriel, el hada se había excusado de mil maneras, dejando solos a los dos elementales. Mientras se iba, riéndose por lo bajo, podía sentir la mirada asesina de Saril en la espalda, en un silencioso grito de 'Traidora'. Más tarde, la propia elemental le había dado las gracias por eso.

Pero ese instante se desvaneció tan pronto como llegó, tan rápido como un parpadeo o el aleteo de un colibrí. El miedo y la desolación volvieron, desgarrando el corazón de los tres, dejando un trozo de cada uno en aquel lugar.

Saril tomó a su hija de los brazos de Nuriel, abrazándola tan fuerte como podía. Luego se la entregó al hada, con lágrimas corriendo por sus mejillas de nuevo. Kya mantenía una expresión extrañada por observar al nuevo rostro que la recibía, aunque duró poco, porque sus padres aprovecharon para darle las últimas cosquillas, caricias y besos que podían.

Mientras tanto, Hailee usó su magia para grabar ese momento en la memoria de la pequeña Kya.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro