1 | Sakura
Sábado de enero, claro y sin luna
Era día de descanso y ellos habían decidido quedarse a disfrutar el uno del otro.
Jimin estaba sentado en su sillón azafrán, ese que él siempre ubicaba frente a un ventanal en cualquier casa que le tocara habitar, sencillamente porque ver la lluvia y sentir su sonido cuando ella canta es uno de sus placeres favoritos y esa noche, el cielo prometía un concierto de aguas.
Aunque nunca lo hubiera dicho, Jungkook sabía que ese, sin ninguna duda, era el rincón predilecto de Jimin, dentro de la casa.
El contraste de la tenue luz que entraba por la ventana, marcaba una aureola brillante alrededor de mollera platinada de Jimin, generando una visión surrealista del omega.
Jungkook se quedaba mirándolo por tanto tiempo que llegó a pensar que un día de estos, sus pupilas grabarían a fuego la imagen perfecta del chico que ama.
Ellos habían estado muy juntos el último tiempo y él comenzaba a querer más y más, su cuerpo no iba a saciarse nunca de Jimin. A veces sentía que su lobo se quedaba sin control frente al lobo blanco del omega.
Jungkook y Jimin sabían que si querían permanecer juntos necesitaban vencer prejuicios para dar riendas suelta a lo que sentían y si eso equivalía a poner el cuerpo frente a los estigmas de odio y discriminación, ellos lo harían. No dejarían pasar ni un segundo más sin disfrutar y gozar del sentimiento que había anidado en sus corazones.
Pero nada ocurrió como deseaban porque nada era fácil en un mundo en donde las clases sociales mandaban y la atracción romántica o sexual entre miembros de la misma casta estaba condenada a muerte súbita en cuanto viera la luz.
Ellos, ambos, eran omegas y como si eso no fuera suficiente obstáculo a vencer, Jimin sobre su espalda cargaba una relación que había acabado en malos términos y el alfa detrás de ella se negaba a que el omega diera por finalizado el compromiso. Sistemáticamente, lo acosaba en cada lugar que Jimin frecuentaba, lo hostigaba con llamadas todo el tiempo y a cualquier hora, porque a este hombre, no le importaba nada de nada, él quería a su omega de regreso y continuaría con la cacería hasta obtener a su presa, a cualquier precio.
Jimin no podía comprender en qué momento se había transformado en ese monstruo. Él lo había querido con locura pero Taeyang lo había engañado con cuánto hombre y mujer se le hubiera cruzado, había sido tan infeliz en esta relación desigual que cuando le puso fin, se sintió increíblemente dichoso e empoderado.
Él y Jungkook se conocieron el día que Jimin huyó de la ridícula fiesta de compromiso que el alfa había organizado de sorpresa y a la que había invitado a la familia de ambos a festejar.
¡Casi imposible de creer!
Llevaban meses separados pero Taeyang, haciendo uso de su poderío, creyó que dominaría al omega una vez más, como tantas veces lo había hecho.
Creyó mal.
Jimin abandonó el lugar y le dejó muy en claro que él era dueño de su vida, de sus sentimientos y no por ser omega se doblegaría ante el dominio inescrupuloso de los alfas.
Se fue pisando fuerte, no sin antes besar la mano de su madre y hacer reverencias a los invitados dando por sentado que no se quedaría ni un segundo a representar una farsa.
Ellos habían roto relaciones meses atrás pero la insistencia del ex comenzaba a transformarse en una obsesión asfixiante.
Salir de allí significaba muchas cosas, entre ellas poner fin a un ciclo de dolor y humillaciones, Jimin necesitaba que Taeyang se diera por vencido y aceptara que él ya no era ese chico tonto al que había engañado con todo el mundo, rompiendo su autoestima y su corazón en el proceso, convirtiéndolo en el hazmerreír de toda la manada.
Durante tres largos años de una relación denigrante, Jimin solo fue capaz de concebirse a sí mismo como un patético rey cuya corona no era otra cosa, más que una sombría cornamenta de lágrimas y espinas.
Puso fin al período más oscuro de su vida, pero Tae, no.
Jimin sabía lo que estaba desatando al abandonar ese festejo... pero igual se fue.
Tomó su coche, subió a lo alto del monte Namsam y en uno de los miradores se quedó a la espera a que la luna le diera una señal de aprobación.
Y la señal que la luna le envió llegó en forma de un omega de ojos grandes y una sonrisa capaz de conquistar imperios.
Observó al extraño de arriba abajo e hizo un gesto con la mano para que el intruso se fuera a otro de los miradores, pero el sujeto no tenía ganas de hacerle caso y se quedó a su lado.
Él estaba furioso y el extraño, feliz. Jimin entendió que no se iría cuando este dejó fluir sus olores dulzones para que le quedara en claro que también era omega y que a su lado no corría riesgos, ni peligros.
Aunque no hubo riesgos, sí hubo peligro cuando las feromonas de Jungkook se metieron profundo en la nariz de Jimin y lo dejaron atontado y con una incipiente excitación que le costó dominar.
Jungkook era dueño de un aroma que a Jimin le despertó los sentidos y lo llevó a desear su piel para descubrir a qué sabía el jugoso olor que se escondía en su cuello.
—Sakura —comentó
—¿Cómo dices?
—A eso huelo. Tu nariz se abre y cierra de manera muy graciosa. ¿Intentas adivinar mi aroma? A ver si esto te ayuda a descubrirlo.
Él deslizó el cuello de su camisa dejando su garganta a la vista del omega y se arrimó despacito a la pequeña nariz de Jimin dejando fluir una estela rosada que le palpitó en el cuello como si un pecado subliminal se hubiera escondido dentro de los pétalos del cerezo.
Y a Jimin le palpitó más que el cuello.
¡No entendía nada de lo que estaba pasando!
¿Por qué se sentía así frente a otro omega?
Lo peor de todo es que Jungkook no parecía estar vibrando en la misma sintonía que él.
«Obvio que no» —Se reprendió a sí mismo— Jungkook era un omega. No había forma de que sintiera lo mismo que él estaba experimentando en este maldito momento.
«Mi puta suerte» —maldijo entre dientes y le dio la espalda para no sentirse tan frustrado pero ya era tarde porque sus feromonas alteradas por el olor del extraño, salieron de paseo por su nuca y le llegaron a Jungkook cual trompada en el plexo solar.
Jimin creyó ver por un nanosegundo, que los ojos grandes del chico, brillaban en azul. Regresó sobre sus pasos y se pegó a Jungkook que respiraba agitado incapaz de quitar sus ojos de la boca de Jimin.
Se acercó lo suficiente para ser él quién diera el primer tarascón a la boca del sakura, pero no mordió, en lugar de eso rozó los labios de Jungkook y sus respiraciones se sincronizaron. No se besaban. No era un beso. Solo era el roce perverso de sus pieles encendidas.
Jungkook no se contuvo y mordió suave el labio inferior de Jimin y se deleitó con el gemido del rubio. Sin separar sus bocas, la libido hirviendo en sus venas, balbuceó un diálogo por ellos.
—¿Qué crees que haces?
—Te pruebo.
—¿Quieres morderme?
—Quiero que me devores.
—No sé tu nombre.
—¿Necesitas saber cómo me llamo para comerme?
Jungkook gruñó y Jimin no fue tan fuerte como para seguir soportando la tortura de no meter su lengua en esa boca que ardía.
Y lo besó. Fuerte, profundo, húmedo.
Friccionó su cuerpo contra el extraño y maldijo en mil idiomas.
—Jimin —balbuceó sin retirar sus labios de los ajenos— Me llamo Jimin.
Jungkook lo tomó del cuello, separó su rostro para mirarlo a los ojos y con el pulgar deshizo el hilo de saliva que los unía...
—Ahora que sé tu nombre ¿puedo comerte?
Por toda respuesta, Jimin tomó de la mano al omega que acababa de conocer, sin ningún esfuerzo lo arrastró hasta su auto, puso seguro a las puertas y se quitó la camisa.
—Ahora puedes comerme.
En la oscuridad de la noche cerrada y con un cielo sin estrellas, Jimin y Jungkook se entregaron al placer sin cuestionar el hecho de que ambos eran omegas y que una relación entre una misma casta, nunca florece nada, más que dolor.
Jungkook entró en el cuerpo del chico como si este hubiera sido modelado para él. Se deleitó con sus sabores y comió su sexo cual fruta madura.
—Mierda, Jimin...
Jungkook se hundió en el chico y derramó hasta su alma junto con su simiente.
—Por cierto, soy Jungkook —fue lo último que se escuchó decir a sí mismo, antes de que Jimin iniciara una nueva ronda de besos y lamidas de fuego.
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