✞ Saints ✞
'Me confieso ante mi dios porque he pecado'
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Era grande y hermoso como una bestia salvaje. Su cuerpo blanco resplandecía con la luz de la luna y pequeñas manchas salpicaban su piel como un lienzo recién pintado.
Me quedé sin aliento cuando lo vi correr hacia nosotros, más por su hermosura que por la situación dantesca que se desarrollaba ante nuestros ojos. Era tarde en la noche, casi rayando el alba, mis ojos y mis pies estaban cansados. Sin poder salir de mi estupor por la extraña aparición, pude ver que las pequeñas manchas, que en un principio confundí con lodo, eran de sangre. Mis ojos se abrieron espantados cuando el hombre se fue de bruces frente a mí y se aferró a mi túnica, clavando sus uñas en la tela oscura.
—Ayuda... por favor...
Mi cuerpo se congeló del susto hasta que una mano se apoyó en mi hombro con delicadeza y parecí despertar de nuevo.
—Hermano, debemos seguir camino.
Moví la cabeza hacia abajo y miré al hombre que se abrazaba a mis piernas con una fuerza descomunal.
—Joven —dije apoyando una mano sobre la piel blanca y helada— debe venir con nosotros. Es tarde y puede haber enemigos cerca.
El hombre despegó la cara de mi cuerpo y me miró. Y aún sigo lamentando el haberlo mirado a los ojos. Sus ojos oscuros parecían escrutar mi alma y algo se removió en mi interior.
—Gra... gracias —balbuceó entre sollozos.
La garganta se me hinchó y solo pude esbozar una sonrisa y en un intento por infundirle tranquilidad le apoyé las manos en los brazos. Sus músculos formidables se tensaron en respuesta y por un momento me maravillé con la suavidad de aquella piel de alabastro.
Uno de mis acompañantes se quitó la capa y se apresuró a cubrir su espléndida desnudez y por fin pudimos retomar nuestro camino. El monasterio quedaba a pocos kilómetros y según mis cálculos y mi experiencia, deberíamos estar allí antes de que el sol saliera. De vez en cuando no podía evitar mirar al desconocido que caminaba a mi lado con la cabeza gacha. ¿Qué podría haberle pasado para que hubiera estado deambulando desnudo y ensangrentado en medio de la oscuridad del bosque? ¿Acaso estaba obrando bien al llevarlo con nosotros? Por supuesto que no tenía otra opción, mi corazón y mi fe no me hubieran perdonado dejarlo a su suerte. Pude notar que sus pies estaban lastimados pero sus pasos eran firmes y constantes. ¿Sería un soldado? Por su porte lo parecía y me avergoncé íntimamente al imaginarme cómo se vería con el uniforme verde. Agradecí la oscuridad porque mis mejillas se habían calentado ante el pensamiento. Yo era muy joven aún y no conocía nada del mundo. Lamentablemente pasé mi juventud en medio de una cruenta guerra y debido a mi posición como religioso, debía prestar asistencia y apoyo espiritual a cualquier persona que lo necesitara. Y ese hombre parecía necesitarlo.
Cuando llegamos, el cielo había empezado a clarear y apuramos los pasos hacia el interior. Los demas hermanos se dispersaron en distintas direcciones y el hombre me miró. Sonreí un poco para transmitirle que todo estaría bien y que ahora cuidaríamos de él. Pero no me devolvió la sonrisa. Sólo inclinó su cabeza en señal de respeto y miró sus manos. Tenía algunos cortes y pequeñas heridas que parecían ser quemaduras.
—¿Tienes hambre? —le pregunté invitándolo al interior del monasterio. Le hice un gesto con la mano, indicándole que siguiera, pero entonces él hizo algo que me turbó por completo. Me echó los brazos al cuello y su cuerpo se sacudió por la fuerza del llanto. Mi mente se había desconectado por completo de la realidad y no pude hacer más que acariciar su espalda y susurrarle que todo estaría bien. Que estaba a salvo con nosotros.
Han pasado incontables años ya, pero su recuerdo aún está muy fresco en mi memoria. Puedo recordar con exactitud cada gesto suyo, cada rasgo de su rostro. Aprendí a reconocer sus cambios de ánimo a fuerza de contemplarlo a la distancia. Si cierro los ojos todavía puedo verlo parado bajo las arcadas del claustro*, con la mirada perdida.
Es curioso cómo suceden las cosas. Él nunca había hablado después de esa noche cuando lo encontramos en el bosque. Rara vez comía en el refectorio* con todos los demás y si no hubiera sido por ese día en donde la paz del lugar se vio alterada, no habríamos notado su existencia. Al menos no los demás. Yo estaba muy consciente de su presencia porque iba intoxicando cada fibra de mi ser. Cuando él estaba cerca yo podía sentirlo en mi cuerpo sin necesidad de voltear a verlo. Esa tarde me encontraba en mi cuarto, terminando de asearme cuando alguien tocó a mi puerta. La abrí inmediatamente pues los ruidos eran muy poco comunes en los pasillos donde se encontraban las celdas de los hermanos.
—Hermano —el hermano Yoo tenía la frente perlada de sudor y lucía nervioso— debe venir conmigo. Él... él está fuera de sí.
No necesitaba decirme de quién hablaba. Todos sabían quién era Él. No conocíamos su nombre y todos empezaron a llamarlo por el artículo en su forma masculina. Asentí cerrando la puerta y lo seguí hasta la primera planta donde le habían destinado una habitación. Era un depósito amplio que se había usado para guardar muebles viejos. Le habían puesto una cama y algunas cosas para que él no tuviera que estar merodeando mucho tiempo por el monasterio alterando la paz de los hermanos. Cuando estábamos acercándonos a la puerta pudimos escuchar que había alboroto del otro lado. Por precaución le pedí al hermano Yoo que se mantuviera detrás mío.
—Se ha vuelto loco —dijo asustado— el hermano Lee ha venido a limpiarle las heridas pero no lo ha dejado acercarse...
Asentí comprensivamente y expulsando el aire de mis pulmones, abrí la puerta. Y me quedé boquiabierto con la escena que se desarrollaba antes mis ojos. Él estaba parado sobre la cama, completamente desnudo, empuñando una banqueta de madera hacia el hermano Lee que lo miraba preso del terror. Mis ojos estaban fijos en su hermoso cuerpo. Se asemejaba a esas pinturas del renacimiento que poblaban los libros que solía leer en mis primeros años en el monasterio. Grandioso y poderoso. Cada músculo estaban hermosamente cincelado y estaba seguro de que si hubiera nacido en una época más antigua, Él podría haber servido de modelo para esas maravillosas obras. La luz que se filtraba por las ventanas pegaban en su cuerpo confieriéndole un aura de santidad de la que me fue imposible escapar en los años que siguieron. Sólo le faltaban las alas para parecerse a los ángeles de las historias del libro sagrado.
—Hermano Chae —parpadeé en dirección al hermano Lee que se aferraba a los bordes de una mesa. Entonces Él giró su cara y sus ojos encontraron los míos. Su rostro se suavizó más no bajó la banqueta— le juro que sólo quise curarle las heridas cuando ha empezado a gritar y a retorcerse impidiendo que me acercara.
Tenía la boca reseca. Jamás había sentido tal turbación antes y estaba empezando a creer que había perdido la razón. Caminé hacia la cama con los brazos en alto dándole a entender que no éramos una amenaza y entonces bajó la banqueta y la dejó caer al piso. Los dos hermanos respiraron aliviados y les ordené que nos dejaran solos. Ambos corrieron hacia la puerta sin mirar atrás y entonces me acerqué un poco más.
—Está bien. Siento mucho que te hayas sentido en peligro —dije rodeando la cama hasta llegar a su lado y estiré la mano esperando que la tomara. Entonces bajé la mirada a sus piernas y noté los surcos morados en sus pantorrillas y muslos. El color iba mermando en algunas partes y eso me alegró pues pronto sanarían y su piel recuperaría su precioso color pálido. Sin pensarlo demasiado y con ánimos de explorar si tenía más marcas similares, subí la mirada y entonces el aire se atascó en mis pulmones y un fino sudor me recorrió la espalda. Su miembro dormido era grueso y las venas resaltaban en su piel lampiña. Aparté la mirada rápidamente cuando sentí su mano sobre la mía. Levanté la cara y lo vi pasarse una mano por la frente secándose la fina capa de sudor que la cubría. Lo ayudé a sentarse y acomodé la banqueta a un lado.
—¿Pu... Puedo? —susurré señalando sus hombros cubiertos de sangre seca. Asintió apretando los labios y me giré para agarrar la jofaina y una esponja—. Limpiaré tus heridas ahora.
Tomé asiento frente a él, remojé la esponja en el agua jabonosa y escurrí apenas. Comencé a pasarla por su piel, refregando con suavidad cuidando de no maltratarla más. Podía sentir su mirada sobre mí y sentí que mi piel ardía.
—Debes permitir que el hermano Lee te asee. Tus heridas podrían infectarse.
Sacudió la cabeza de manera negativa y obstinada.
—¿No te gusta el hermano Lee? —pregunté tomando su mano para voltear su brazo y limpiarlo.
Otra vez sacudió la cabeza. Luego de terminar con sus brazos, volví a verter agua limpia y procedí a hacer lo mismo en su torso. Mi respiración se sentía errática y el aire se me antojó pesado. Mis dedos apretaban la esponja con demasiada fuerza mientras recorría su pecho amplio. Suspiró cuando la deslicé por sus pectorales y la tela rugosa rozó sus pezones. Procuré no pensar demasiado en lo que estaba haciendo intentando en vano convencerme que estaba haciendo una obra de bien ayudando a un hombre lastimado. Pero mis manos se detenían fascinadas ante cada surco musculoso y mi aliento salía pesado de mi boca. Pasé saliva con fuerza y la garganta me ardió.
—Aún no sabemos tu nombre —dije con la voz trémula— aunque si no te sientes cómodo diciéndomelo, podrías inventar uno. Mi nombre es HyungWon.
Detuve mis movimientos y lo miré. Sus ojos estaban más oscuros que de costumbre. Se humedeció los labios y de nuevo mi mente reprodujo ese gesto en cámara lenta como queriendo dilatarlo eternamente.
—Hoseok —dijo. Su voz había salido inestable pero profunda. Era un sonido cautivador y no podía esperar a escuchar más de ella.
—Hoseok —repetí en voz baja grabando el sonido en mi cabeza. Se echó un poco hacia atrás cuando la esponja bajó hacia su ombligo y carraspeé. Me quedé inmóvil sin saber qué hacer a continuación entonces su mano grande cubrió la mía por completo e hizo presión en mis dedos. Levanté los ojos, confundido y aterrado en partes iguales. Comenzó a mover mi mano entre la suya, despacio y en pequeños movimientos circulares. Mis ojos seguían fijos en su rostro. Sus fosas nasales aletearon cuando la esponja tocó su pelvis. El tiempo parecía haberse detenido por completo. Mi cuerpo se sentía extraño y sentí un hormigueo agradable en el vientre. Hoseok echó la cabeza hacia atrás y su boca se entreabrió dejando ver apenas sus dientes blancos y parejos. Era una imagen muy hermosa de ver. Su rostro estaba lleno de colores, sus labios generosos y llenos tenían el color de las fresas recién cosechadas y sus mejillas resplandecían de un bonito color aduraznado. Y entonces lo sentí. Mis ojos viajaron hacia nuestras manos y mi corazón dio un vuelco. Su miembro se alzaba hinchado y orgulloso. Jamás había visto algo parecido. Todas las abluciones* se hacían en la intimidad de nuestras celdas y jamás había visto a un hombre desnudo por completo. Y estaba pasmado. La intimidad jamás había sido algo por lo que tuviera que preocuparme. Sabía que la vocación para la que había nacido implicaba sacrificios. Me había ofrecido voluntariamente a una vida penitente y resignada. Había oído de los placeres de la carne, pero era algo tan ajeno a mí que jamás le dediqué un pensamiento. Era cierto que a veces mi cuerpo se sentía pesado y caía en un estado de ansiedad insoportable. Y no era ajeno a los secretos a voces que se corrían en los pasillos sobre lo que habían visto hacer al hermano Son una vez. Pero jamás me había atrevido a hacer nada que atentara contra la paz de mi alma. Aunque eso implicara pasar noches en vela sudando de frustración entre las sábanas sin saber cómo aliviar ese dolor que me ponía a rezar entre susurros y maldiciones.
Mis ojos estaban fijos en la extensión gruesa que palpitaba rozando mi mano. La piel aterciopelada emanaba un calor casi febril y yo no sabía cómo despertar de aquel hechizo que me tenía hipnotizado. Cerré más los dedos, reprimiendo el deseo de pasarlos por ese maravilloso pedazo de carne y de mi boca se escapó un jadeo triste. Abrí la mano y me eché hacia atrás espantado por mis propios pensamientos pecaminosos.
La esponja cayó sobre piso haciendo un 'plaf' seco y la banqueta se tambaleó haciéndome trastabillar. Hoseok se incorporó asustado y me tomó por un brazo para impedir que me estampara contra la pared. Sus fuertes brazos me apresaron en un movimiento envolvente y caí contra su pecho. Su rostro perfecto me miraba con recelo. Como un depredador a su presa.
Me aclaré la garganta y apoyé ambas manos en sus hombros para alejarme de su cuerpo caliente.
—E-Estoy bien... —dije temblando ligeramente bajo su tacto—. Creo que podrás terminar las abluciones tú mismo. Tengo trabajo que hacer...
Me alejé con pasos torpes y me acomodé la túnica con las manos. Y apenas cerré la puerta de su habitación me eché a correr hacia mi celda. La cabeza me daba vueltas y me sentía completamente avergonzado de mis actos. Caí de bruces al piso y escondí la cara en mi precario colchón. Todo el peso de mi conciencia cayó sobre mis hombros y entonces lloré. No entendía qué sucedía conmigo. Necesitaba purificar mi alma y mi mente. Sacar la intoxicante presencia de Hoseok de mi cuerpo. Me desnudé por completo y saqué una gruesa cuerda de cuero del cajón del único mueble de mi habitación y la asesté con fuerza por encima de mis hombros. Sentí el chasquido del latigazo y la piel me escoció por el golpe. Cerré los ojos y las lágrimas corrieron por mi cara mientras imploraba el perdón divino por haber incurrido en una falta tan grave. Mi padre me había enseñado que la lujuria era un pecado capital y egoísta ya que solo perseguía el deseo personal y era una clara muestra de odio a Dios porque malgastaba la energía que lo alejaban de su adoración. Estaba perdido.
Esa noche fue la primera de muchas en las que no pude conciliar el sueño pues cada vez que cerraba los ojos, la imagen de aquel cuerpo apolíneo* me asaltaba sin piedad y me despertaba jadeando y con las sábanas empapadas. Y si mis noches no tenían paz, mis días eran una pesadilla.
Hoseok había decidido hacer las comidas en el refectorio. Yo empezaba a agitarme cuando veía su espalda colosal inclinada sobre la mesa y continuaba en un estado lamentable que no cesaba con los golpes ni con los incontables baños de agua helada a los que me sometía por día. Mi cuerpo era mi propio infierno. Comencé a hacer ayunos forzados para no tener que verlo más de lo necesario y sino me encerraba en mi celda a rezar frenéticamente.
Una noche, luego de dos horas de penitencia autoimpuesta y lavarme el cuerpo, coloqué mi camisón de lino y me recosté a repasar las tareas que debía hacer al día siguiente cuando sentí un pequeño toque en mi puerta. Me levanté y abrí apenas, esperando que no fuera alguno de los hermanos con alguna queja. El cabello cobrizo del hermano Lee brillaba bajo la luz de las velas.
—Lamento molestarlo, hermano —dijo con gesto compungido—, pero no sabía qué hacer. Él...
—¿Hablas de Hoseok? —pregunté alarmado. Asintió—. ¿Qué sucede con él?
—Creo que tiene fiebre.
Sin molestarme en ponerme la túnica pedí que me preparara una jofaina* con agua fría y una compresa. Cuando salí al claustro, una corriente de aire helado me recorrió entero y apuré el paso.
—¿Puedo ayudarlo con algo más? —El hermano Lee reprimió un bostezo.
—No, está bien. Yo me encargaré. Ve a descansar.
Lo vi alejarse por el pasillo y entonces empujé la puerta. La habitación estaba a oscuras y apoyé la jofaina sobre una mesita antes de acercarme a encender una vela. Pero no había dado dos pasos cuando una mano se cerró sobre mi boca y me vi impulsado hacia atrás. Un grito se atoró en mi garganta y mis ojos buscaron alguna forma en la oscuridad.
—Shhh, soy yo...
Dejé de moverme apenas escuché su voz en mi oído. El aliento caliente golpeó mi nuca y cerré los ojos.
—Ho-Hoseok —balbuceé sin atreverme a moverme. Pude sentir su cuerpo duro sobre mi espalda– ¿qué... qué sucede?
—Estaba esperándolo —dijo respirando pausadamente. La voz ronca me hizo estremecer de pies a cabeza.
—¿P- Por qué? —mi voz se quebró en un jadeo cuando una mano cayó sobre mi muslo derecho y reptó por la tela—. ¿Qué... Qué haces? El- el hermano Lee dijo que tenías fiebre... —la mano grande se movía despacio por mi pierna y moví la mía para detener su toque.
—Estaba pensando en usted. Mi cuerpo arde, ¿puede sentirlo? —dijo tomando mi mano y llevándola apenas hacia atrás para posarla en su miembro duro. Mis ojos se abrieron más allá de sus órbitas y boqueé buscando el aire perdido. Todo lo que estaba pasando estaba terriblemente mal y probablemente me iría al infierno de los lujuriosos por haber permitido que mis apetitos sobrepasaran mi razón. Pero no podía apartar la mano, sino que mis dedos se movieron cerrándose sobre su carne y un gemido se escapó de sus labios.
—Hermano, Chae... —jadeó en la oscuridad. Se movió lentamente hacia adelante sobre mi puño cerrado y entonces yo también gemí cuando su otra mano giró mi cara y su boca atrapó la mía en un beso sucio. Estaba perdido. Mi alma había saltado gustosa a la condenación eterna y yo no quería que fuera de otra manera. Hoseok se movió frente a mi y me alzó para terminar chocándonos contra la mesa que se tambaleó por el impacto. Mis brazos seguían sobre sus hombros y entonces volvió a besarme y yo no pude más que corresponderle. Hoseok me había abierto las puertas a un mundo de pecado que estaba ansioso por conocer y explorar cuando después de recorrer con su lengua cada rincón de mi boca, me tomó por la cintura y me giró, inclinándome hacia adelante haciendo que mi cara quedara contra la madera pulida. Por un segundo me asusté, no sabía qué esperar del asalto pero cuando iba a incorporarme, unas manos levantaron mi túnica y el aire frío golpeó mi trasero desnudo.
Abrí la boca, avergonzado e intenté moverme pero cuando sentí su lengua húmeda y caliente sobre mi piel helada, mi cerebro se adormeció de gusto. Hoseok estaba haciendo algo sucio y seguramente prohibido. Mi espalda se curvó en respuesta cuando su lengua lamió lentamente mi entrada.
—Oh... santo dios...
Podía entender por qué los deseos carnales estaban condenados. Uno podría fácilmente perderse en el pecado si se sentía así de bien. Mi cabeza era incapaz de racionalizar lo que estaba pasando en aquella habitación. Mis dedos se clavaron en la madera y apoyé la frente en la mesa.
—Eres maravilloso —dijo Hoseok dejando algunos besos sobre mis piernas temblorosas.
Quise replicar algo, pero Hoseok ya había decidido no dejarme hablar. Sus manos me voltearon de nuevo y su enorme cuerpo escaló el mío con fiereza, volviendo a tirarse sobre mi boca que solo podía soltar suspiros entrecortados. La luna se alzó en el cielo e iluminó parte de su cuerpo. La visión etérea de su piel blanca era una imagen de locura. Parecía una escultura de mármol que hubiera cobrado vida para martirizar la mía. Alzó una de mis piernas y lo sentí moverse contra mi cuerpo.
—Hoseok... detente... esto es un pecado... —mi voz salió distorsionada por mi agitación y levanté los ojos a tiempo para verlo lamer su boca y sonreír de costado. Era el dios Hímero* que había bajado en la oscuridad para tentarme con su lascivia*–. Su mano diestra acarició mi entrada con delicadeza y mis ojos se cerraron, disfrutando su toque maestro. Mi carne cedió a sus caricias y lo sentí enterrarse de a poco en mi cuerpo. Un dolor lascerante fogoneó mi cuerpo y mis lágrimas saltaron de mis ojos. Pero el dolor cedió y entonces él se movió con una lentitud torturante. Mi piel se crispó por completo y me estremecí bajo sus brazos. Sus movimientos eran certeros y precisos y el placer explotó en mi cuerpo. Una parte de mí quería sentirse asqueado por lo que estaba experimentando, pero la voz no era lo suficientemente fuerte como para acallar mi deseo ni mis gemidos. Era una locura.
Esa noche me entregué a él de todas las maneras posibles y para cuando el sol se alzó en la mañana, mi cuerpo ya era un mapa marcado por el deseo.
Los días que siguieron son un recuerdo borroso de encuentros fogosos e innmorales. Mi alma y mi conciencia estaban deshechas, pero yo estaba feliz. Había abierto los ojos a un mundo de placer al que no estaba dispuesto a renunciar. Las noches se me hacían cortas a su lado y los días eternos en su ausencia. Porque a pesar de estar haciendo todo lo contrario a mi fe, yo debía seguir con mis deberes eclesiásticos.
Para agosto, el enemigo ya había tomado todos los pueblos aledaños y había muchos aldeanos que habían buscado refugio en el monasterio. Todo era un caos y los encuentros con Hoseok se redujeron a toqueteos intensos por los rincones libres, que desafortunadamente eran pocos y besos furtivos por los pasillos oscuros de la segunda planta. Pero yo lo notaba ansioso y malhumorado.
Una tarde, caminando por el pasillo para dirigirme al claustro, una mano jaló mi brazo y me sumergí en la oscuridad. Como aquella noche en su habitación, me besó con desesperación y a pesar de conocer su boca y sus besos al derecho y al revés, había algo extraño en ese beso. Cuando nos separamos, acuné su cara entre mis manos y junté nuestras frentes. Me gustaba tenerlo cerca y a veces no podía esperar a la noche.
—Escapemos juntos —soltó para mi sorpresa.
Reí porque pensé que era una de sus tantas bromas tontas que solía hacer, pero cuando frunció el ceño y su sonrisa no apareció, mi corazón cayó por el peso del temor.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunté asustado.
—Lo que oíste. Huyamos de aquí. Lejos. Sólo tú y yo.
Me alejé unos pasos y parpadeé.
—¿Escapar? Hoseok, estamos en medio de una guerra.
Suspiró y se asomó para constatar de que no hubiera nadie cerca.
—Yo no puedo seguir aquí, mi amor. Debo irme y no quiero hacerlo sin ti.
Sus palabras golpearon en mi corazón con fuerza y me invadió la angustia y el pánico.
—¿Qué...? ¿Por qué debes irte? Yo no... Quédate aquí, no puedes irte.
Agarró mis manos y las besó cariñosamente.
—Sabes que no puedo quedarme aquí para siempre. Por eso estoy pidiéndote que escapes conmigo. Podríamos cruzar la frontera, si llegamos...
—Hoseok —mis ojos habían empezado a escocer por el llanto retenido— yo no puedo irme...
Me miró unos minutos que parecieron siglos.
—Entiendo, yo... Lo siento. Olvídalo, ¿si? ¿a dónde te dirigías? —preguntó dándome una de sus hermosas sonrisas.
Me quedé un momento contemplándolo. Me sentía inquieto.
—Iba a buscar unas mantas, han llegado algunas personas más y...
—¡Señor Shin!
Hoseok dio un respingo y se acercó a besarme una vez más. Fue un beso inolvidable y cada vez se me hacía más difícil alejarme de él.
—Te amo —dijo antes de darme un último beso en la frente y salir corriendo al encuentro del hermano Yoo.
Por la noche, cuando todos dormían, salí de mi celda y corrí a nuestro lugar secreto, pero Hoseok no se encontraba allí. No podía buscarlo en su habitación porque él ya no estaba solo, había muchas personas apiñadas en ese lugar. Resignado bajé al claustro y recorrí cada estancia del monasterio. Pero Hoseok no estaba en ninguna de ellas. Me senté en el pequeño jardín del lugar y esperé.
Cuando amaneció, una mano me sacudió por los hombros y entreabrí mis ojos cansados.
—Hermano Chae, ¿se siente usted bien? ¿Qué hace aquí afuera? Puede enfermar...
Me ayudó a incorporarme y vi que las personas empezaban a despertar.
—No es nada, hermano. Salí a tomar un poco de aire y debí quedarme dormido. Iré a preparar el comedor. A propósito, ¿puedes pedirle al señor Shin que vaya a ayudarme? Son cada vez más personas y es mucho trabajo para hacerlo solo.
El hermano Yoo ladeó la cabeza.
—¿El señor Shin? Pero él... Él se fue. Ha dejado el monasterio ayer por la tarde noche. De hecho, venía a entregarle este sobre que dejó para usted.
Puso el sobre en mi mano y se fue dejándome solo. Yo miraba el sobre amarillento, pero mi mente parecía no estar funcionando apropiadamente. Volví a sentarme y entonces lo abrí.
Tuve que escapar. Lo siento, mi amor. Nunca fui bueno con las palabras y me temo que nada de lo que diga cambiará las cosas en este presente. Pero el tiempo es mi enemigo y no podía llevar más desgracias al monasterio. Si he extendido mi estancia ha sido por ti. Me enamoré profundamente y temo que si seguía quedándome aquí, tu vida correría peligro. No me odies, te lo ruego. Nunca pensé que encontraría el amor en esta vida y por eso necesito alejarte de mi. Soy un soldado desertor y mi cabeza tiene precio. Te buscaré cuando termine la guerra si es que sigo con vida. Te amaré siempre...
Shin Hoseok
Corrí fuera del monasterio con la esperanza de que todo hubiera sido un malentendido. El día estaba gris y neblinoso, un día de guerra.
Abrí las pesadas puertas y cuando salí una explosión me lanzó contra la pared y todo mi mundo se oscureció.
Cuando desperté, dos semanas después, todo alrededor era una postal del infierno. Columnas de humo y fuego por todas partes. Pero la guerra había terminado. Los hermanos cuidaron de mi cuerpo maltrecho, pero mi corazón estaba hecho pedazos y sólo él podía curarlo. Han pasado más de cuarenta años ya. Hoseok nunca regresó y quiero pensar que pudo escapar y empezar su vida en otro lugar. Quizás con otra identidad, en otro país y que ahora tiene una vida feliz. Porque mi cabeza y mi corazón no pueden pensar en otro escenario. Lo amé con locura, con el ímpetu y la fogosidad de una juventud llena de prohiciones y represión. Y nunca dejé de hacerlo. Una parte de mi todavía espera su regreso.
—Padre Chae —alcé mi cabeza al cielo y me despedí de él— es hora de irnos.
He estado pensando en una forma en que
podría recuperar
La noche que me perdí en ti
Sabes que cada vez que pienso en tu nombre,
reproduzco las yemas de tus dedos contra mi piel.
Y he estado orando por una forma en que
podría sentirme salvado.
Pero nunca te olvidaré.
Ojalá nunca te hubiera dejado amarme.
Glosario
Abluciones: Acción de lavar o lavarse. Purificación ritual por medio de agua que se hace antes de la oración en ciertas religiones.
Apolíneo: De Apolo, significa apuesto o hermoso. Que responde al canon de belleza masculina.
Claustro: Galería con columnas que rodea un jardín o patio interior.
Dios Hímero: En la mitología griega, Hímero (en griego antiguo Ίμερος Himeros, ‘deseo’) era la personificación de la lujuria y el deseo erótico.
Jofaina: Recipiente circular, ancho y poco profundo, usado especialmente para lavarse.
Lascivia: Deseo y actividad sexual exacerbados.
Refectorio: Sala en conventos, monasterios y ciertos colegios que se utiliza como comedor común.
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