11. Haciendo lo que no se debe
La reunión había sobrepasado las seis de la tarde, lo supo al observar el reloj de fuego consumiendo su última llama del primer periodo, para enseguida comenzar a desvanecerse poco a poco la siguiente.
Kydoni le preocupaba, le preocupaba por el hecho de dejarla en un estado de completa exposición; quizás si ella estuviera consiente podría detener a cualquiera que se le acercase. Pero con su estado débil aún por la falta de cosmo energía, y la pérdida de sangre, podría complicarse si quiera hacer tiempo hasta que él llegase.
—¡Aguanta Kydoni, ya estoy por llegar! —Se dijo a si mismo mientras apresuraba el paso, estaba a unos cuantos metros.
LA FUENTE DE ATENEA
STAR HILL
Milo abrió la puerta de aquel recinto, todo parecía vacío y en completa serenidad, avanzó un par de camas hasta llegar a su lugar. Sin embargo, el caballero se sorprendió al darse cuenta de que la cama yacía revuelta, la sabana estaba en el suelo, la bolsa de suero estaba chorreando, como si algo cortante la hubiera dañado. Además, había rastros de sangre en el colchón y en el piso.
Enseguida comenzó a buscarla, camino hacia el resto de camas, pero todas yacían vacías y en perfecto estado, luego se adentró al centro de la fuente, donde yacían las piletas de agua; también estaba vacío. Milo tiro algunos objetos en su desesperación al no saber del paradero de su hermana, hasta que entonces, el médico apareció. Aquel hombre de edad avanzada, piel morena y una túnica de lino verde se dirigió hacia él intentando calmarlo, sin embargo, fue imposible, Milo le sostuvo rápidamente por el cuello haciendo presión con el mentón.
—¿Dónde está?... ¿¡Donde esta!? — le pregunto con voz fuerte mientras tensaba los dientes.
—No... no se... mi señor, se puso de pie... intente calmarlo, pero se negó... — Milo estrujo a aquel hombre mientras hacía crecer la uña carmesí de su mano derecha frente a sus ojos. —Di-dijo que quería tomar aire fresco... que un baño en el río le haría bien... no se... me dijo que no le dijera nada —
El lloriqueo de aquel hombre se hizo presente, Milo frunció el entrecejo, molesto dejó ir a aquel hombre, luego salió rápidamente de aquel sitio en la búsqueda del paradero de su hermana.
El sol había comenzado a ocultarse, el reflejo dorado y anaranjado podía verse en el río mientras éste se arrastraba hasta desembocar en la costa.
Kydoni suspiró profundamente; había entrado al agua hace no mucho, era muy fresca y al chocar con su cuerpo, le causaba escalofríos, aún debía aclimatarse, además, debía ser cuidadosa de no golpear el borde con la mano, pues podía ocasionar el sangrado nuevamente. Apenas encontró un lugar para descansar, una voz conocida le perturbó.
—¡Kydoni! ¿Qué estás haciendo? ¡Deberías estar descansando! —Milo apareció de entre los arbustos, avanzando hasta quedar detrás de ella. Kydoni levantó la mirada solo para verlo, luego volvió hacia el frente;
—¿Ahora eres ciego? Estoy limpiándome. — Respondió rápidamente, cortésmente se cruzó de brazos bajo el agua, cubriendo la parte alta de su cuerpo.
—En la fuente de atenea hay piletas para eso. ¡Sal rápido antes de que alguien pueda verte! — Dicho esto le lanzó una sábana blanca, Kydoni con un poco de molestia la quito de su cabeza, la arrojó a su costado mojando el borde; que por poco era arrastrada por la corriente del Río.
—¡No pienso hacerlo contigo aquí! Además, esto me ayuda a pensar... —se zambulló levemente dejando que el agua cubriera sus hombros y rostro, hasta llegar casi a su nariz.
—¡Kydoni habló en serio, sal de ahí! — Respondió el mayor con fuerza, haciendo presión con sus dientes.
—¿Por qué? ¿Alguien podría venir? —Cuestiono la femenina una vez más sin si quiera verlo, mostrando una pequeña sonrisa despreocupada.
—Si, este es el río de Plata, todos los soldados vienen aquí a darse un baño. ¡Date prisa y sal! ¡O te haré salir! — Con aquellas palabras Kydoni bufo acercándose a la orilla, rápidamente tomó la túnica que le habían proveído en la enfermería. Asegurándose de que Milo no la viese, se enfundó en ella con un solo movimiento. Acto seguido, se acercó hasta él, se cruzó de brazos y entonces lo vio presionando sus labios.
—¿Y bien? ¿Me obligarás a ir a reposo nuevamente? — Milo suspiro profundamente, luego se tocó la cabeza delineando unas cuantas líneas entre su cabello.
— No Kydoni, aunque quisiera no puedo dejarte ir allí de nuevo. ¡Sígueme! —Y dicho esto último, comenzó a caminar entre los arbustos.
LOS DOCE TEMPLOS
COLINA DE NIKE
Kydoni lo siguió, aunque no con la misma rapidez que deseara, aún estaba muy débil, sentía un poco de dolor al apoyar sus piernas, sin embargo, no se lo mencionó a Milo, pero aquel se había dado cuenta cuando cuidaba de que lo siguiera.
Después de unos cuantos minutos de andar, el par había sobrepasado el bosque; aquella zona abarcaba desde el borde del Star hill hasta la espalda de la colina de Atenea; allí, observaron un muro rocoso, estaba muy alto y ciertamente inclinado, sería imposible de escalar.
Milo observó sobre el hombro a Kydoni, aquella también observaba el monte, luego vio cómo asintió con la cabeza y presionó el puño. Conocía aquella acción, se estaba diciendo a sí misma que lo haría. Aquel hombre sonrió y enseguida se dio la vuelta. Se acercó a Kydoni, colocó su brazo derecho tras la espalda y la otra por debajo de sus muslos. Enseguida la levantó llevándola como si de un pequeño se tratase. Kydoni no pudo objetar en lo absoluto, su corazón dejó de latir por un instante, en el mismo momento en el que el caballero la había tomado entre sus brazos.
Conforme Milo iba de un lado hacia otro sobre el monte, Kydoni no dejó de verlo, su rostro era fiero, cada vez que aterrizaban en un lugar su paso era firme y muy rápido, su cabello ondeaba con el viento sin llegar a interrumpir en su vista. Su hermano definitivamente era sorprendente, en ese momento se sintió como una niña pequeña e indefensa, se acurrucó entre sus brazos y el enorme pecho cubierto por la armadura de oro. Milo le transmitía una tremenda paz y calidez que añoraba desde hacía años, aún al estar bajo esa coraza que parecía impenetrable.
Sin embargo, aquella acción no duró mucho, pues enseguida se habían detenido. Milo bajo con cuidado a Kydoni, asegurándose de que estuviera bien parada sobre el suelo. Un poco apenada por haber sido vista aferrada a su pecho, Kydoni se mordió levemente el labio inferior viendo a su alrededor.
—¿Y qué es esto? ¿Dónde estamos? —Se encontraban en un lugar sumamente alto, donde si bien. Se observaban algunas partes del santuario. Dejó escapar un pequeño silbido al notarlo. —¡Wow!, realmente es muy alto. —
—Esta es la colina de Nike, aquí, descansan los templos de los Santos de oro. ¡Ven, sígueme! —
Kydoni lo siguió sin dejar de observarlo todo, las mesetas estaban muy bien marcadas, como si en un tiempo atrás aquellas hubieran servido de asentamientos humanos, además, había vestigios de construcciones y piletas.
Sin darse cuenta, Kydoni se encontró en el jardín exterior de un templo. Aquel a diferencia de todo a su alrededor, parecía cuidado y lleno de vida, había árboles y rosas, lirios y un pequeño estanque con nidos de patos y ranas. Su rostro se iluminó al ver el reflejo de la luna en el agua, las estrellas finalmente habían coronado el cielo.
—¡Bienvenida al templo de escorpión! —. Le dijo Milo con una sonrisa. Aquel caballero se había adelantado hasta colocarse en el pasillo perimetral que rodeaba el jardín del templo. Kydoni avanzó hasta él a paso lento detrás suyo.
—Así que este es el templo del letal escorpión rojo. ¿Eh? — Le dijo haciendo un ademan con la cabeza, fingiendo no estar interesada.
Milo negó con media sonrisa, recargándose en una de las columnas. —No. Este es sólo el área privada de mi templo, es mi lugar secreto. Nadie puede entrar aquí, así que considérate afortunada. —Se cruzó de brazos y después sonrió para su hermana. Ella hizo lo mismo, avanzó delante suyo y juntos se adentraron al interior del templo.
Dentro del templo todo parecía estar en completa calma, el eco que producían las botas de Milo la ensordecían evitándole pensar en cualquier cosa, sintió el frío del mármol bajo sus pies, sin embargo, no se quejó, las columnas corintias labradas en el mismo mármol blanco fortificaban el templo; apenas pudo visualizar una luz al final de un largo pasillo.
Giró la mirada para encontrar a Milo, aquel se había alejado un poco más hacia el ala izquierda de aquel templo, al acercarse de poco a poco, se dio cuenta que el templo era verdaderamente una mansión, aunque, la mayoría de este se encontraba vacía, en la zona privada estaba equipado con lo esencial para vivir cómodamente, en aquel sitio había una sala, una cocina, un par de habitaciones y un estudio o biblioteca personal que eran utilizadas por el residente en turno. Kydoni observó a su alrededor, estaba realmente emocionada, tanto que no paraba de sonreír y entonces soltó una pequeña risa, Milo de inmediato le correspondió con una igual.
—¿Sorprendida? ¿Es mucho mejor que el barrio de bronce, no es así? —
Kydoni lo vio y asintió un par de veces con la cabeza. —¡Ahora entiendo porque volvías tan poco a casa! ¡Esto es increíble! — Y dicho aquello el rostro de Milo se entristeció.
—Lamento no haber regresado a casa... Pero el ser caballero de oro es más que un título, conlleva una gran responsabilidad. El templo nunca debe estar sin protección, hay enemi...—
—No tienes que preocuparte... — Interrumpió la menor mientras se recargaba contra una de las columnas. Guardó silencio por un momento, luego simplemente continuo: —fue duro para ellos... después de perder a Atom, ellos creían que también te perderían a ti... Bueno... que nos perderían a los tres...— Kydoni tenía los brazos tras su espalda, sus pequeños pies jugaban de ir de adelante hacia atrás como si fuera un niño pequeño atemorizado y nervioso.
—Pequeña Doni... que mirada tan melancólica. —. Pensó Milo.
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