Save me [🐎Seiya x Saori👸]
🛎️ N.T. Este capítulo NO es de un shipp Yaoi, aunque sí tiene ligeros tientes y guiños a otros shipp's Yaoi
Songfic dedicado a Scarlett_inclan
Por esta vez hice una pequeña excepción. Espero te guste ❤️
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Detesto esta noche, quiero respirar
Detesto mis sueños, quiero despertar
Me siento atrapado dentro de mí, me puedo asfixiar
No quiero estar solo
Solo quiero ser tuyo
La guerra contra Hades había finalizado, teniendo muchísimas consecuencias como la muerte del Dios de los muertos, la destrucción del Inframundo, las muertes de los caballeros dorados, y la lenta y dolorosa agonía del caballero de Pegaso.
Los días pasaban de forma extremadamente lenta, pero cada uno era un clavo más en el ataúd del castaño.
Sus amigos no sabían qué hacer, por más que cada uno intentaba seguir con su vida, la realidad es que no eran capaces de simplemente olvidarlo. No después de todo lo que vivieron juntos.
Saori se había dedicado a cuidar de Seiya desde el fin de la guerra. Se vió en la necesidad de huir a una cabaña enmedio del bosque, apartada de todo rastro de civilización. Ningún hospital o médico sería capaz de ayudar al castaño, no tenía caso permanecer en la ciudad, exponiéndose a qué algún enemigo los encontrara e intentase atacar a traición.
- Buenos días, Seiya.- Dijo la peli-lila desde el marco de la puerta, antes de entrar a la habitación del castaño.- ¿Cómo estás hoy?
Se acercó a la cama dónde Seiya permanecía acostado, con sus ojos abiertos.
Los primeros días el castaño era capaz de pronunciar unas cuántas palabras. Pero desde hace unas semanas, a duras penas era capaz de parpadear.
Saori se las había ingeniado para que Seiya pudiera comunicarse con ella. Había establecido que un parpadeo significaba una respuesta positiva, dos una negativa.
El jóven parpadeó una vez, dándole a entender que se encontraba bien.
- Me alegra.- Le sonrió cálidamente la joven diosa.- ¿Tienes hambre?- Un parpadeo confirmó.- Entonces vamos, ya está listo el desayuno.- Anunció la peli-lila, para después incorporar al castaño, y pasarlo a la silla de ruedas que comenzó a usar hace poco más de un par de meses. El mismo tiempo que llevaban viendo en ese lugar.
Saori lo llevó hasta el pequeño comedor, dejándolo en su silla, junto a la mesa, enfrente de un plato de comida caliente.
Seiya no era capaz de masticar, por lo que Saori se encargaba de alimentarlo con líquidos.
- Sé que odias las cremas y sopas, pero es lo único que aún puedes comer por tí mismo.- Comentó la chica.- Vamos, debes tener hambre.
Saori se encargó de alimentarlo con toda la paciencia y cariño que alguien podía tener. Llevaba meses viviendo así, sabiendo que Seiya poco a poco sería más y más dependiente de ella, hasta el día de su inevitable muerte, y era lo que más le dolía.
Cuándo terminó de alimentarlo, procedió a comer su desayuno, que también constaba de un plato de sopa. Era una forma de solidarizarse con el castaño, comiendo las mismas cosas que él.
- ¿Quieres ir afuera?
Seiya parpadeó dos veces, negando.
- ¿Estás cansado?
Un parpadeo le indicó a Saori una respuesta afirmativa.
- Entonces te llevaré a tu cama para que puedas descansar, ¿de acuerdo?
Otro parpadeo indicó el consentimiento del chico.
Saori lo llevó de vuelta a la habitación, y lo colocó en la cama, arropandolo cuidadosamente, y se quedó a su lado hasta que lo vió dormirse.
Una vez que se cercioró de que Seiya estaba dormido, colocó una de sus manos sobre el pecho del castaño, justo dónde fue herido por la espada de Hades. Encendió su cosmos, entregándole algo de su energía al chico que dormía tranquilamente.
Aún seguían tratando de averiguar cómo salvarlo, sin tener éxito en su cometido. Pero la Diosa de la guerra no se daría por vencida sin luchar, y aún sabiendo el peligro que corría, había comenzado a usar su propio cosmos para mantener con vida a Seiya.
No podía hacer nada para detener por completo el deterioro del chico, pero descubrió que si podía retrasarlo y ganar un poco de tiempo mientras encontraban una solución definitiva.
Solo unos minutos al día eran suficientes.
Cuándo terminó, escuchó que llamaban a la puerta. Reconoció el cosmos de la persona que llamaba, así que se dirigió a abrir.
- Hola, Shun.
- Buenos días, señorita Saori.- Le saludó el peli-verde.- ¿Cómo está Seiya?
- Tan bien como se pueda estar en sus condiciones.- Respondió la chica, con sus ojos cristalizados.- Ahora está durmiendo una siesta.
Shun asintió, sabía a lo que se refería la jóven. Seiya también era su amigo, y le dolía no poder hacer nada por ayudarlo.
- Puedes pasar a verlo si quieres, Shun.- Volvió a hablar Saori.
- Gracias.- Agradeció el chico.- Les traje algo de comida.- Habló de nuevo el peli-verde, limpiándose los ojos con el antebrazo.
Ambos ingresaron a la cabaña, atravesaron la cocina, dónde Shun dejó la cesta de comestibles en la mesa. Después fueron a la habitación del castaño.
Saori iba a entrar para despertarlo, pero Shun la detuvo de último momento.
- No quiero molestarlo.- Dijo el menor.- Necesita guardar energía, será mejor que descanse.
Saori asintió, y ambos volvieron a la sala.
Ninguno de los dos quería admitirlo, pero la verdad era que no soportaban ver al castaño en ese estado.
Esos ojos castaños tan brillantes, que alguna vez estuvieron llenos de vida y energía, capaces de alegrar a más de uno con solo una mirada, ahora habían perdido todo su brillo, y parecían apagarse poco a poco con cada día que pasaba.
De esa sonrisa tan contagiosa, capaz de hacer feliz hasta al humano más amargado, ya no quedaba ni la sombra, nada que diera un indicio de que alguna vez existió.
Esa voz, aunque algo chillona, tan alegre y energética, se había apagado por completo. Hace meses que la escucharon por última vez.
Y de esa energía, humor, personalidad y carácter del castaño, solo les quedaba el recuerdo.
El dolor que todos sentían era indescriptible. La guerra había dejado marcas permanentes en más de uno.
- ¿Cómo haz estado, Shun?
Preguntó Saori, intentando ignorar los sentimientos de dolor e impotencia que los invadían a ambos.
- Creo que no me puedo quejar.- Respondió Shun.- Al inicio me fue difícil manejar los asuntos de la fundación en su ausencia, pero gracias a la ayuda de Shiryu pudimos sacar todo adelante.
- Hacen un gran equipo.
La jóven heredera de la familia Kido había dejado a dos de sus santos de bronce al frente de la fundación y las empresas, cuándo ella tuvo que irse a un lugar aislado para cuidar de Seiya.
- Si. No sé qué habría hecho sin su ayuda.- Admitió el peli-verde.- Ha sido algo difícil encargarme de Kiki y la fundación al mismo tiempo, pero creo que ya me acostumbré.
- Hablando de Kiki, ¿cómo ha estado? Shiryu me dijo que lo inscribieron a una escuela.
El peli-verde y había tomado la custodia del discípulo del fallecido caballero de Aries, luego de que la guerra terminara.
- Se ha sabido incorporar bien.- Dijo Shun.- A veces se va a pasar temporadas con Shiryu y Shunrei en los cinco picos.
Los santos de bronce sabían lo que era ser un huérfano, sin nadie en el mundo a quién recurrir, y lo dolorosa que podía llegar a ser la pérdida de una figura paterna. Comprendían mejor que nadie lo que debía estar pasando el pequeño lemuriano, y no dudaron en acogerlo.
Siguieron hablando por unos minutos de varios temas más, intentando alejar los pensamientos tristes de sus mentes.
Esos meses no habían sido fáciles para nadie, y cualquier momento de paz y tranquilidad, por más mínimo que fuera, era valorado como un verdadero tesoro.
- Y, ¿cómo han estado Hyoga y tú hermano?
Shun suspiró antes de responder.
- No hemos sabido nada de ellos desde hace unos meses. Lo último que supimos de Hyoga es que estaba en Siberia, pero desde hace casi un mes dejó de responder las cartas y llamadas.- Era cierto. Los caballeros de Cisne y Fénix habían desaparecido casi tan pronto cómo terminó la guerra.- Y de Ikki... No sabemos ni siquiera su paradero.
- Ya veo.- Suspiró la Diosa.- Pero sabemos que ellos son fuertes, así que no te preocupes tanto, ¿de acuerdo?- Sonrió lo mejor que pudo para el peli-verde, que solo asintió, devolviéndole la sonrisa.
¿Por qué es tan oscuro estar sin ti?
Es peligroso cuán destruido estoy
Sálvame ya, porque no puedo controlarme
No puedo
Los días siguieron pasando, hasta estar cerca de convertirse en un año, y no conseguían encontrar una solución para salvar al caballero de Pegaso.
Habían intentado de todo, desde usar el cosmos de Athena para retrasar el deterioro, hasta intentar usar el Misophetamenos. Incluso pidiendo la ayuda de otras deidades, pero nada dió resultado.
Athena se encontraba en la mansión Solo, dónde consiguió sacar a Poseidón de su prisión por unos minutos. El tiempo suficiente para hablar con él y solicitarle consejo.
- Lamento no poder ayudarte, Athena.- Respondió el Dios de los mares.- Pero no hay nada que podamos hacer. El daño que causa el filo de la espada de Hades va mucho más allá del daño físico, daña el alma, destrozándola de a poco, hasta desintegrarla por completo. Es mortal hasta para los dioses.
Athena agachó la mirada. Sabía que era más que probable que Poseidón le diera una respuesta así, pero no dejaba de dolerle.
- Entiendo, Poseidón.- Respondió, cansada.- Gracias por tu tiempo.
El peli-celeste asintió, para después abandonar el cuerpo del jóven heredero de la familia Solo.
Saori se retiró unos minutos después, haciendo creer a Julián que todo el tiempo había estado ahí por asuntos de las empresas y negocios.
- ¿Segura de que estarás bien?
La joven asintió.- Claro, Julián.- Afirmó, tratando de sonreír.- Iré a caminar un poco por la playa, antes de volver a casa.
Se despidió del jóven, y se alejó a paso tranquilo, hasta perderse de vista, en medio de aquel paisaje tropical.
Mientras caminaba por la orilla de la playa, pensaba en todo lo que había vivido al lado del castaño, cuya vida pendía de un hilo.
Al mirar hacia el inmenso océano, que parecía no tener fin, miles de recuerdos le llegaron a la mente, todas las veces que Seiya luchó contra enemigos mucho más fuertes que él, llegando a arriesgar la vida en más de una ocasión, todo por ella.
Él se había arriesgado y hecho tanto por ella en más de una ocasión, pero ahora que los papeles se invertían, ella no podía hacer nada por él.
Se perdió enmedio de sus pensamientos, contemplando las olas del mar ir y venir. Hasta que un leve tacto en su hombro la hizo girar la vista, topándose con un joven que reconoció rápidamente.
- Oh, hola.- Dijo, algo sorprendida por verlo nuevamente después de tantos años.- Sorrento, ¿verdad?
El peli-lila asintió.- Es un placer verla de nuevo, señorita Athena.- Añadió, arrodillándose ante la Diosa.
- No es necesario que hagas eso. Ponte de pie.- Respondió la peli-lila, ayudándolo a incorporarse.- Hace años que nos vimos por última vez. Creí que no me reconocerías como Athena.
El jóven negó.- Hace casi un año, cuándo ocurrió la guerra contra Hades, el señor Poseidón se liberó de su prisión por unos minutos.- Explicó el peli-lila.- Por más que quiera, es imposible olvidar cosas así. Parece que una vez que los mortales nos involucramos con los dioses de una u otra forma, es para siempre.
Saori sonrió amargamente. Por desgracia el ex-general marino de Saren no estaba equivocado, y el caballero de Pegaso era prueba de ello.
- Ya veo.- Fue lo único que supo decir la jóven.- ¿Aún recuerdas la batalla que libramos?
Sorrento asintió.- Perdí a personas muy importantes para mí en esa batalla.- El jóven permaneció a su lado, contemplando las olas del mar.- Y en la guerra contra Hades también perdí a alguien.
- ¿Te refieres a Kanon?
Sorrento dió un pequeño respingo, mientras se sonrojaba levemente, pero no negó.
- Kanon...- Suspiró el nombre del peli-azul.- Ese idiota...
- ¿Lo odiabas?
Sorrento negó.- No puedo negar que en su momento me rompió el corazón saber que para él todos fuimos simples peones desechables en medio de su juego para dominar el mundo.- Añadió.- Pero... Creo que gracias a él aprendí varias cosas. Cómo que nuestra felicidad no puede ni debe depender de una sola persona. Así como que las cosas no son de color blanco o negro.- Saori vió como el chico sonreía levemente.- Es decir, hasta el humano más puro tiene algo de mal en su interior... Y hasta el humano más malvado tiene algo de bondad en él. Nadie es totalmente malvado.
- Los humanos son increíbles.- Aceptó sonriendo Saori.- El amor puede cambiar a todos para bien, y hacer volver a latir hasta los corazones más fríos.
Se quedaron sentados a en la orilla, contemplando el océano. El atardecer estaba cerca de llegar.
- ¿Sabe algo, Athena?- Volvió a hablar el jóven flautista.- Hace tiempo, antes de la guerra contra Hades, Kanon vino a buscarme.- Saori guardó silencio, dejándolo hablar.- Se disculpó por todo lo que hizo, y me dijo que estaba totalmente arrepentido.- Entonces Saori vió que los ojos del chico se cristalizaron.- Pero... Yo no quise escucharlo, y le grité que se largara y me dejara en paz.- Sorrento sacó de su bolsillo un pequeño colgante con forma de caracola.- Aún así, él me entregó ésto antes de marcharse... Ahora es lo último que me queda de él.
- Puedo asegurarte, sin miedo a equivocarme, que Kanon realmente cambió, Sorrento.- Le dijo Saori, colocando su mano en el hombro del peli-lila, que parecía al borde del llanto.- Y si vino hasta aquí para disculparse contigo, fue por algo.
Sorrento apretó el colgante contra su pecho, mientras apretaba los ojos, intentando mantener la compostura.
- Hay veces en que me arrepiento de no haberlo escuchado.- Admitió el flautista.- En ese momento yo seguía bastante enfadado y dolido por la forma en que nos traicionó a todos... Pero, meses después, cuándo supe por Poseidón que él, al igual que otros caballeros, había decido sacrificar su vida por el bien de la humanidad... No sé cómo explicarlo... Fue como una prueba para mí de que sus disculpas fueron sinceras.
Al final, el chico no pudo contenerse, y terminó sollozando. Saori guardó silencio, respetando su dolor.
Entendía cómo se sentía el contrario. Ella había perdido a varios de sus caballeros en esa guerra, y la vida de su más leal guerrero pendía de un hilo, que se rompía cada vez más con cada minuto que transcurría.
Las guerras siempre traían consigo la destrucción, el dolor, la tristeza y el arrepentimiento. Que fuese la Diosa de la guerra, no significaba que las deseara.
- Entiendo como te sientes, Sorrento. Kanon y todos los demás caballeros que perecieron, eran mis guerreros, y sus pérdidas también me dolieron muchísimo.- Dijo, después de que el chico consiguió calmarse.- Todos hemos cometido errores, de los que más tarde nos arrepentimos.
- Supongo que hay cosas que damos por sentadas, cuándo nadie tiene la vida asegurada.- Habló el peli-lila.- De haber sabido que esa sería la última vez que lo vería con vida, no lo habría tratado de esa forma... Después quise buscarlo, hacerle saber que aceptaba sus disculpas y perdonaba su error, pero nunca tuve el valor suficiente para hacerlo, y siempre los pospuse, diciendo que sería después... Y ahora ya es demasiado tarde.
- Yo también me arrepiento de varias cosas, Sorrento.- Comentó la jóven diosa.- Hay muchas cosas que nunca le dije a una persona, cosas que nunca hice por él... Y ahora no sé qué hacer para ayudarlo.
- ¿Qué es exactamente lo que pasó con el caballero de Pegaso?- La chica pareció sorprenderse de que Sorrento supiera de quién hablaba.- Oh, por favor, disculpe mi atrevimiento. Pero soy el asistente del señor Julián, y nunca estoy demasiado lejos de él. Así que no pude evitar escuchar la conversación.
- No hay problema, confío en que serás discreto.- Le sonrió levemente.
Saori le explicó a Sorrento el problema con el que llevaban meses lidiando, sin tener aún una solución definitiva.
Saren no podía hacer mucho por ella, a excepción de escuchar. Si ni siquiera Poseidón pudo darle una solución, mucho menos podría hacerlo un mortal, pero al menos era bueno poder desahogarse con alguien.
Escucha los latidos de mi corazón
Tu nombre está llamando por propia voluntad
En esta oscuridad
Estás brillando tanto
Los meses siguieron su curso, ese día se cumplía un año del fin de la guerra santa contra Hades. Y era considerada una fecha de luto para muchos por todas las vidas perdidas.
Saori se encontraba en la cabaña del bosque, sentada en el pórtico, mientras Seiya dormía una siesta.
Sabía por Shun que en el santuario varios santos sobrevivientes, así como aprendices pasaron los últimos días haciendo preparativos para una ceremonia en honor de todos los caballeros que sacrificaron sus vidas por la humanidad.
Le hubiera gustado asistir, pero no podía dejar a Seiya a su suerte. El castaño requería de sus cuidados, no podía simplemente irse y dejarlo de lado.
Envió al caballero de Andrómeda en su representación, cómo había hecho con casi todo desde hace un año.
El jóven peli-verde no parecía molestarse por aceptar las responsabilidades, sin embargo, Saori sentía que comenzaba a abusar de la buena voluntad del chico.
Shun tenía sus propios problemas, tarde o temprano se cansaría de ese estilo de vida.
Mientras pensaba en eso, la alarma del reloj en su muñeca le recordó que ya era la hora del almuerzo, y no debía hacer esperar a Seiya.
Volvió al interior de la cabaña, puso la mesa, y sirvió la comida. Solo le quedaba ir por Seiya a la habitación.
Minutos después, se encontraba alimentando al castaño, con la misma paciencia y amor de siempre.
De momento debía centrarse en Pegado y buscar una forma de salvarlo. Se lo debía por todas las eras en que estuvo a su lado, por todas las batallas que libró por ella, por todas las veces que la salvó, estando dispuesto a entregar hasta la vida... Y porque no quería perderlo.
Después de la comida, lo llevó hasta el pórtico. Sabía que a Seiya siempre le gustó mucho la naturaleza y el aire fresco. Adoraba estar en el bosque, escuchando el canto de las aves, y oliendo el aroma a encino y el aire ligeramente húmedo moviendo sus cabellos y golpeando su piel con suavidad.
Mientras más lo observaba, más le costaba creer que ese alegre castaño, ahora a duras penas respirara.
- Lo siento mucho, Seiya.- Susurró, intentando contener las lágrimas.- Por todo... Por la forma en que te traté cuándo éramos niños, por todo lo que tuviste que aguantar en Grecia, por todas las heridas que sufriste, por todas las batallas que peleaste, por todos los peligros a los que te expusiste... Y por cómo estás ahora, todo por mi culpa.
Sin poder evitarlo, terminó llorando recargada en el regazo del castaño, arrodillada a su lado.
- Tú siempre luchaste y arriesgaste tu vida por mí, y ahora yo no puedo hacer nada por tí... Perdóname por favor.
No podía evitar que lágrimas resbalaran por sus mejillas, cayendo sobre la manta que cubría las piernas de Seiya.
El castaño no podía responderle con palabras aunque quisiera. Saori lo sabía, y recordar ese hecho le destrozaba aún más el corazón.
- Él hizo todo eso porque era su deber, y porque quiso hacerlo.- Escuchó una voz conocida a sus espaldas.- El destino de Pegaso siempre es luchar al lado de la Diosa Athena y morir por ella.
- ¿I-Ikki?... Ikki, ¿eres tú?- La peli-lila alzó la vista, topándose con el desaparecido caballero de fénix.- Haz vuelto... Hace un años que no teníamos noticias de tí.- Dijo la chica mientras se incorporaba, permaneciendo al lado de Seiya.
- Lamento haberme ausentado por tanto tiempo. Pero creo que fuí muy claro cuándo dije que yo estoy a tu servicio, Athena.- Respondió el peli-azul. Tan orgulloso y altanero, igual que como la jóven Diosa lo recordaba.- Además, creo que nadie me necesita por aquí, ahora que la tierra está en paz.
- No te preocupes, Ikki.- Dijo la Diosa.- Cuándo terminó la guerra, yo misma fuí quién les dió libertad de hacer con sus vidas lo que creyeran mejor. Pero es tu hermano quién lleva todo este tiempo intentando encontrarte, ¿dónde haz estado?
Fénix se acercó hasta dónde estaban. Miró a Seiya por unos segundos, cómo si hubiera olvidado la situación del castaño, o no pudiera creerlo.
- Estuve viajando de un lado a otro, tratando de encontrar una solución para éste problema.- Respondió fénix, sin dejar de mirar al castaño.- Pero fue poco o nada lo que encontré.
Saori suspiró cansada.- Te lo agradezco, Ikki.
Entonces la peli-lila sintió un pequeño mareo y una repentina sensación de debilidad, que por poco la hacen caer al suelo, de no ser por la presencia de Ikki, quién la sostuvo en brazos, evitando su caída.
Sus párpados se sentían pesados, tanto que no pudo evitar desmayarse.
[...]
Cuándo abrió sus ojos nuevamente, se encontraba en su habitación. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero su cabeza aún daba vueltas.
- Deberías dejar de exponerte de esa forma.- Escuchó la voz de Ikki, quién se encontraba en el marco de la puerta.- Desde que llegué sentí tu cosmos mucho más débil de lo que recordaba. No podrás cuidar de él, si no te cuidas tú primero.
Saori agachó la mirada. Era inútil tratar de engañar a Ikki, y sabía que el peli-azul tenía razón.
Aún siendo una Diosa, haber vivido todo un año de aquella forma comenzaba a pasarle factura.
- ¿Acaso dejarás que todos sus esfuerzos y su dolor sean en vano?- Escuchó nuevamente a Ikki.- Seiya arriesgó siempre su vida porque creía firmemente en la justicia, en tu causa. Por eso se sacrificó, recibiendo la espada de Hades en tu lugar. No tires todo eso a la basura como si nada.
- ¿Qué quieres decir, Ikki?
- Deja de arriesgar tu vida de ésta manera.- La peli-lila no pudo evitar abrir los ojos con sorpresa por la petición de Ikki.- Deja de usar tu cosmos con él.
- ¡¿Enloqueciste acaso, Ikki?!- Se sobresaltó la peli-lila.- Si hago eso, él...
- Haciendo esto solo estás poniendo tu vida en riesgo y alargando su sufrimiento.
- La herida por la espada de Hades no es una herida común, Ikki. Daña el alma, carcomiendola de a poco, hasta destruirla.- Recordar aquello solo la hacía sentir peor.- Es peligroso hasta para los dioses. Si lo dejo morir, será su fin definitivo... No podrá volver a reencarnar nunca, ni siquiera ir al Inframundo.
Fénix no dijo nada, mientras la jóven lloraba. Se sentía impotente por no poder hacer nada.
Probablemente Ikki tenía razón, y solo estaba alargando el sufrimiento y la agonía de Pegaso, pero si lo dejaba, jamás lo volvería a ver, ni en esta vida, ni en la siguiente.
- En este tiempo descubrí algunas cosas.- Volvió a hablar Ikki.- Nadie había sido herido antes con la espada de Hades, ni Dios, ni mortal.
Saori seguía sollozando. Eso ya lo sabía, todos sabían que Hades nunca antes había herido con la espada a nadie, todos le tenían demasiado al arma como para enfrentarlo sin algún tipo de protección.
- Ningún Dios sabe con certeza lo que pasa al ser herido con ella.- Añadió Ikki.- Nadie, excepto quién creó las primeras almas.
- ¿Te refieres a...?
Ikki asintió.
Dame tu mano ahora y sálvame, sálvame
Necesito tu amor antes de caer, caer
Dame tu mano ahora y sálvame, sálvame
Necesito tu amor antes de caer, caer
Habían pasado un par de meses desde la aparición de Ikki.
Ahora mismo, Athena se encontraba despidiéndose de Seiya, antes de marcharse.
- ¿Seguro de que puedes hacerte cargo, Shun?
El peli-verde asintió.- Claro, Saori. Todo estará bien.
La joven se arrodilló hasta quedar a la altura del castaño, acariciando su mejilla.- Volveré pronto, Seiya. Y te prometo que te salvaré.- Susurró, para después besar la frente de chico e incorporarse.- Se lo encargo mucho, Shun. Cuídalo bien por favor.
El peli-verde asintió.- Ve tranquila. Yo cuidaré de él.
Después de despedirse, la Diosa de la guerra abandonó la cabaña que se había vuelto su hogar, al lado de Ikki.
Fue un camino largo por tierra, hasta llegar al mar, dónde se encontraba a punto de zarpar en una embarcación, acompañada únicamente por el caballero de fénix.
Si querían salvar a caballero de Pegaso, debían encontrar al creador de las primeras almas; Prometeo.
El titán había servido a los dioses por un tiempo, después de la Titanomaquia, ayudándolos en muchas cosas, entre ellas, crear a los primeros humanos.
Después de sus atrevimientos contra los dioses, en favor de la humanidad, terminó siendo condenado a permanecer encadenado por toda la eternidad, u que un águila le devorase el hígado cada día. Hasta que Heracles le liberó en una de sus doce tareas.
Desde entonces, los dioses no habían vuelto a tener mayor contacto con él, y ningún Dios sabía de su paradero.
- ¿Seguro de que sabes dónde encontrarlo, Ikki?
- Lo encontré de pura casualidad mientras viajaba por el mundo, buscando la forma de arreglar todo el daño que causó Hades.- Respondió Fénix.- Ha permanecido escondido de los Dioses por años.
Siguieron su viaje por un par de días, hasta llegar a una pequeña isla en medio de la nada, dónde desembarcaron.
Se adentraron a la espesa jungla, uno al lado del otro, Saori sin saber a qué se enfrentaba.
Siguió a Ikki, que la guió por toda la isla, hasta llegar a una caverna, en lo alto de una montaña.
Escalaron, hasta llegar a su destino, que no parecía habitado a simple vista.
Más, al mirar con más atención, consiguió encontrar con la vista a quién buscaban.
- Prometeo.- Habló la Diosa de la guerra, llamando la atención del titán.
- Athena.
La Diosa se postró ante el titán, dejando su báculo a uno de sus costados en el suelo.
- Prometeo, he cruzado el océano para llegar hasta tí, porque requiero de tu ayuda.- Habló la Diosa.
- ¿Qué necesitas tú de mí, Athena?
- Es sobre el caballero de Pegaso, fue herido por la espada de Hades.- Explicó la jóven.- Quedó en un estado casi vegetativo, y lo que sé por otros dioses es que su alma será destruida.
El titán no dijo nada, y Saori comenzó a tener lo peor.
- Tú creaste las primeras almas, ¿hay algo qué podamos hacer por él?
El titán comenzó a avanzar hacia la peli-lila, saliendo de la oscuridad.
- Un alma no puede ser destruida, ni siquiera por un Dios.- Dijo el titán, dándole una pequeña esperanza a Saori.- Pero... Sí puede ser aprisionada... Y fragmentada... Eso es lo que hace la espada de Hades, romperla en pedazos.
- ¿Hay alguna forma de revertirlo?
El contrario asintió.- El precio no es nada barato, Athena.- Le advirtió.- Reunificar un alma implicaría cambiar los planes del destino. La única forma de restaurarla sin alterar el tiempo y espacio, es hacer que otra alma tome su lugar... Y en casos como el de Pegaso, no basta el sacrificio de un alma mortal.
Fénix y Athena se sobresaltaron al escuchar el precio a pagar por salvar a Pegaso.
- ¿Estarías dispuesta a morir por salvar a tu caballero de Pegaso, Athena?
Fénix estaba por intervenir, y negarse rotundamente a entregar la vida de la Diosa, pero Saori habló.
- Por favor, Prometeo. Toma mi vida, pero salva a Pegaso.- Habló decidida la Diosa.
- ¡Athena!- Le interrumpió Ikki, intentando protestar.
- Seiya hizo mucho por mí, incluso desde vidas anteriores.- Le silenció la peli-lila.- Ahora seré yo quién se sacrifique por él.
La peli-lila tomó su báculo, entregándoselo a Prometeo.
- Adelante, Prometeo.- Dijo, mientras se despojaba de la parte superior de su armadura, dejando expuesto su cuello, y el titán tomaba el báculo de Nike en sus manos.- Daré mi vida a cambio de la salvación del alma de Pegaso.
Ikki vió como Prometeo tomó el báculo entre sus manos. Athena había tomado una decisión, y él no podía hacer nada para cambiarla.
No tardó en tomar lugar al lado de su Diosa, despojándose de su armadura.
- Toma también la mía.- Dijo, sorprendiendo a la misma Athena.- Un sacrificio de dos almas debería ser más que suficiente para que cumplas tu promesa y salves a Pegaso.
Los dos estaban dispuestos a aceptar su destino, y morir en favor del castaño que los salvó de una u otra forma en ocasiones anteriores. Sintieron el cosmos del titán incrementarse, estaba listo para tomar la vida del primero, pero ninguno de los dos movió un solo músculo.
El momento estaba cerca, pero tan solo escucharon el metal del báculo golpear fuertemente el suelo de roca.
Abrieron los ojos, y alzaron la vista rápidamente, dándose cuenta de que Prometeo había fallado el golpe a propósito.
- Realmente están dispuestos a morir por otro.- Habló el titán.- Solo los estaba poniendo a prueba, pero han demostrado que sus sentimientos son genuinos. Así que los ayudaré.
- Prometeo...
- Es posible salvar a Pegaso. Reunificando su alma.- Siguió hablando Prometeo.- Sin embargo, yo no poseo el poder para hacerlo.
- ¿Entonces quién?- Preguntó Athena.
- La Diosa del alma.- Respondió el titán.- Psique. Ella puede restaurar el alma de Pegaso y salvarlo de su destino.
- ¿Dónde podemos encontrarla?- Preguntó Athena. Si alguien podía salvar a Pegaso, no se rendiría hasta lograrlo.
- Psique habita en el monte Olimpo, pero de vez en cuándo baja al mundo de los mortales.- Respondió Prometeo.- Deberás buscarla. Estoy seguro de que no se negará a ayudarte.
Saori asintió, agradeciéndole al titán por su ayuda.
Ahora que sabía quién podía ponerle fin a todo ese sufrimiento, haría hasta lo imposible para encontrar a esa Diosa.
Dame tu mano ahora y sálvame, sálvame
Sálvame,
Dame tu mano ahora y sálvame, sálvame
Sálvame
Después de ver al titán Prometeo, Fénix y Athena volvieron a Japón, con las esperanzas más renovadas que nunca.
Los mortales no podían acercarse al Olimpo, y Athena no sería bien recibida, así que deberían seguir el rastro de Psique mientras la Diosa estuviese en el mundo mortal.
- ¿Psique, dices?
La peli-lila asintió.- Así es, Poseidón.
Nuevamente, había recurrido al Dios de los mares, esperando poder obtener al menos una pista de en qué lugar de la Tierra empezar a buscar.
- Hace años que no la veo.- Comentó el Dios.- Casi siempre está al lado de su marido, Eros y su hija, Hedoné, o de Afrodita en contadas ocasiones.
- ¿Sabes dónde pueden estar?
- Hedoné, al igual que Eros se la pasa de un lado a otro, llevando el placer del amor a los mortales. Será difícil dar con ella.- Comentó Poseidón.- Pero quizás puedas encontrar a Afrodita en la Isla de Chipre. Ella suele visitar ese lugar muy a menudo.
- Entiendo.- Asintió Saori.- Muchas gracias por tu ayuda, Poseidón.
El peli-celeste asintió, para después ponerse de pie, y llamar a su más leal lacayo, y el único que conocía su identidad como Dios de los océanos.
- ¿En qué puedo servirle, mi señor?- Se arrodilló en jóven, que no tardó en acudir rápidamente al llamado de su amo.
- Haz navegado incontables veces por todo el mundo como asistente de Julián Solo, ¿cierto, Sorrento?- Habló el Dios, a lo que el flautista asintió.- Conoces la Isla de Chipre a la perfección, y sabes dónde se esconden los dioses al bajar a ella, ¿no es así?
- Así es, mi señor.- Admitió el peli-lila.- He tenido el honor de acompañarlo en un par de ocasiones.
- Athena, necesitarás a alguien que pueda guiarte. El santuario de Afrodita no es visible a simple vista, siempre permanece oculto a los mortales.- Se dirigió Poseidón a Athena.- Sorrento, serás el encargado de guiarlos en su viaje.
- Como ordene, mi señor.- Obedeció el jóven la orden de su amo.
Athena agradeció al Dios por su ayuda, y se retiró, acompañada del caballero de fénix y el ex-general marino de Saren, dispuesta a encontrar a la Diosa a como diera lugar.
Partieron de Japón, luego de dejar a Seiya al cuidado de Shiryu y Shun, prometiendo volver lo más pronto posible.
Tal y como Poseidón le sugirió, empezaron su viaje buscando en Chipre.
- ¿Han estado en la Isla de Chipre alguna vez?- Preguntó el jóven que se había unido a su viaje, mirando por la borda.
- No es de mi agrado este tipo de lugares.- Respondió fénix, que se encontraba a un lado suyo.
El jóven asintió. Las memorias de la batalla en la que lucharon uno contra el otro aún seguían tan vivas como el primer día en su memoria. No podía evitar que un sentimiento de culpabilidad lo invadiera. Además de sentirse algo intimidado por el caballero de Fénix.
Ikki de Fénix, considerado uno de los más fuertes al servicio de Athena. Él, en cambio, sin el cosmos de Poseidón y sus escamas, no era más que un mortal ordinario.
- No haz cambiado mucho en estos años, Saren.- Le comentó el peli-azul.- Sigues siendo una persona con un enorme sentido de justicia y con un corazón bondadoso.
- Cometí errores en mi vida, pero estoy tratando de enmendar todo lo que hice mal.- Afirmó el chico, bajando la mirada.
- ¿Todo este tiempo estuviste al lado de ese tal Julián Solo?- Preguntó Fénix.- Creí que habrías vuelto con tu familia o algo así.
El peli-lila apretó el barandal en su puño, como si intentara contener las lágrimas.
- El señor Julián, y los demás generales marinos fueron la única familia que conocí.- Respondió con dificultad.- Antes de ellos, nunca tuve un lugar al cuál llamar "hogar". La familia Solo me recibió como acompañante de su único hijo... Después, ocurrió la batalla de Poseidón y Athena.
- ¿Entonces tan solo estaba Julián como para que sus padres le consiguieran un amigo personal?
- Él me trata como su amigo, pero sé cuál es mi lugar, y ese es como lo que soy: su sirviente.
- Julián no parece verte de la misma forma que tú a él.- Sorrento volteó a verlo, sin entender sus palabras.- No me digas que no te haz dado cuenta.
- Lo lamento, no entiendo de qué hablas.
Ikki pareció estar a punto de reírse, como si fuera algo obvio.
- ¿Qué es tan gracioso?
- Ese niño rico no te ve como un sirviente, ni siquiera como un amigo.- Hasta entonces el peli-lila pareció entender por dónde iba el asunto.- ¿Entiendes lo que quiero decir?
Sorrento negó rápidamente, con un leve rubor en las mejillas.
- ¡E-Eso es absurdo!- Tartamudeó.- Además...
Ikki notó como el muchacho se llevó una de sus manos al cuello, apretando algo por debajo de la camisa.
- Alguien le ganó la batalla, incluso sin luchar, ¿no?
El peli-lila sacó el pequeño colgante que llevaba siempre consigo, escondido por debajo de la ropa.
No dijo nada, y simplemente asintió, abrazando la pequeña caracola contra su pecho.
Unas pequeñas gotas saladas escaparon de sus rosados ojos, que no tardó ni un segundo en limpiar, para después esconder nuevamente el colgante.
- Llegaremos a la isla pronto.- Cambió de tema.- Debemos preparamos para desembarcar.
Hoy, la Luna brilla más en el espacio vacío de mi memoria
Estoy sintiéndome lunático, por favor, sálvame esta noche
(Por favor, sálvame esta noche, por favor, sálvame esta noche)
Soy como un niño travieso, y eres tú quien me salvará
Llegaron a la isla, y después de desembarcar, y alistarse, se pusieron en marcha para comenzar su exploración a través de la parte selvática de la isla.
Sorrento fungió como su guía a través de la espesa naturaleza, atravesando los arbustos, palmeras y demás plantas, hasta llegar a una cascada, en medio de todo.
- Hasta aquí es dónde he acompañado al señor Poseidón.- Comentó el jóven.- Después, él seguía su camino, atravesando la cascada. Creo que hay un especie de cueva o algo así detrás.
- ¿A dónde lleva esa cueva?
El peli-lila se encogió de hombros.- No lo sé. Cómo ya les dije, nunca he ido ahí. El señor Poseidón dice que es peligroso que un mortal se acerque más de la cuenta. Lo lamento.
- No te preocupes, Sorrento. Si te lo dijo por algo será.- Le sonrió levemente la chica.- Ustedes quédense aquí, yo iré a ver.
- Athena...
- Es una orden, Ikki.
El peli-azul, como pocas veces, aceptó la orden que le fue dada.
Saori subió sola, hasta llegar a la cascada, dónde, tal y como dijo Sorrento, había una cueva escondida.
Ingresó, sin saber con certeza qué encontraría al final, pero ya estaba ahí, era tarde para arrepentirse.
Caminó, usando su cosmos para iluminar sus pasos y no tropezar. Después de unos minutos, pudo ver la luz que señalaba la salida.
Al llegar, pudo ver el paisaje más hermoso que jamás haya existido, como unos campos Elíseos sobre la Tierra, y en medio de aquel paraje, había un especie de templo, todo hecho de mármol.
No tardó en sentir un cosmos divino cerca, para fortuna o desgracia suya, Afrodita estaba ahí.
Reuniendo todo el valor que pudo, avanzó y se adentró en aquel templo.
- Vaya, vaya, pero miren quién está aquí.- Escuchó una voz femenina apenas estuvo dentro.- Athena, la gran Diosa de la guerra, y la primera hija de Zeus. ¡Qué sorpresa verte por aquí, querida!
Rápidamente localizó a la hermosa Diosa del amor y la belleza, con una altanera sonrisa en los labios, sentada con las piernas cruzadas una sobre la otra, en un hermoso trono.
- Afrodita.- Se arrodilló ante la Diosa, sabiendo que ahora estaba en el territorio de ella.- He venido hasta tí porque requiero de tu ayuda.
La Diosa del amor se puso de pie, avanzando hasta dónde se encontraba Athena.
- ¿Tú, necesitando de mí?- Pareció burlarse la otra Diosa.- Por si lo olvidas, Athena, tú eras de los que me consideraban una inútil.
- Sé que en el pasado tuvimos nuestras diferencias, y cometí varios errores, Afrodita.- Aceptó la Diosa de la guerra, sorprendiendo a la Diosa de la belleza.- Pero ahora te necesito.
- ¿Y por qué habría yo de ayudarte?
Afrodita tenía en claro que aún si Athena se disculpaba, no iba a ceder tan fácilmente. No después de todo lo que la guerrera le había hecho pasar en la era del mito.
- Entiendo que estés molesta. Me he dado cuenta de mis errores, y estoy arrepentida de haberte ofendido. ¿Qué puedo hacer para que aceptes mis disculpas?
La Diosa del amor pareció pensarlo por unos minutos. Athena esperaba nerviosa su respuesta.
Sabía que Afrodita era una Diosa tan bella como peligrosa. A pesar de ser la Diosa del amor, era sumamente rencorosa, vengativa, sádica y radical con sus enemigos, y todo aquel se atreviera a ofenderla. Así que podía esperar cualquier cosa de ella.
- Es tu día de suerte, Athena.- Canturreó la Diosa.- Hoy estoy de buen humor, así que te pediré algo sencillo.
- Lo que sea, lo haré.
- No pude evitar notar que tienes un hermoso y largo cabello.- Comentó Afrodita, sujetando uno de los mechones de Athena.- También me fue imposible no notar las hermosas joyas que portas.
Saori entendió que Afrodita se refería al cinturón, el broche, la gargantera y la bracera de oro puro e incrustaciones de joyas que en ese momento cargaba con ella.
- Si los deseas son tuyos.- Aceptó las exigencias de la Diosa.- Incluso el cabello.
No tardó en despojarse de toda la ornamentación de oro, colocándolos a los pies de Afrodita. Después usó el filo de su báculo para cortar su cabello, mechón por mechón, hasta dejarlo a la altura de su mandíbula. Colocó los mechones junto a las piezas de oro, y esperó la respuesta de Afrodita.
La Diosa de la belleza parecía sorprendida por la acción de Athena.
Sabía que Athena era una Diosa celosa, orgullosa, y que a pesar de ser la deidad de la guerra y la sabiduría, muchas veces llegaba a ser extremadamente arrogante y egocéntrica cuándo de su atractivo físico se trataba.
Definitivamente no esperaba que Athena aceptara la condición de despojarse de su hermoso cabello y regalar todas sus joyas. Y estaba más que lista para echarla a patadas de su santuario secreto.
Si Athena cedía a sus exigencias con tal facilidad, debía existir una razón mucho más fuerte que su orgullo.
Cómo Diosa del amor no le fue para nada difícil saber la razón de las acciones de Athena. Pero fuese de la forma que fuese, un trato es un trato, y ella era una Diosa de palabra, pensó por unos segundos, hasta que finalmente respondió.
- ¿Qué es lo que quieres, Athena?
- Necesito que me digas dónde está Eros.
- ¿Para qué quieres tú a mi hijo?
No era un secreto para nadie que Afrodita era sumamente celosa cuándo se trataba de su hijo más querido, Eros.
- No es a él a quién necesito, sino a su esposa, Psique.- Se apresuró a explicar Athena, antes de despertar los celos, y con ellos, la furia de Afrodita.
- Esa mortal...- Masculló con desprecio Afrodita.- Si es ella a quién necesitas, te diré dónde encontrarla. Pero no te atrevas a acercarte a mi hijo.
- Te lo agradezco mucho, Afrodita.
Athena aceptó la ayuda de Afrodita, sabiendo que sería más fácil acudir directamente con la Diosa que buscaba.
Yo sabía que tu salvación
Es parte de mi vida y es la única ayuda que abrazará mi dolor
Lo mejor de mí, eres lo único que tengo
Por favor, habla más fuerte para que al fin pueda reír otra vez
Dale
Siguiendo indicaciones de Afrodita, su próximo destino fue la ciudad de Corintio, dónde según la Diosa de la belleza, encontrarían a Psique.
Y ahora estaba en uno de los templos, que antiguamente fueron usados para la veneración de Afrodita, en presencia de la Diosa del alma.
- Es complicado lo que me pide, Athena.- Le explicó la Diosa.- Pero no imposible.
- ¿Podrías ayudarme?
Psique asintió.- Prometo que haré todo lo que pueda.- Accedió la Diosa.- Pero debo advertirle algo, Athena.
- ¿Qué ocurre?
- Hay una pequeña posibilidad de que al reunificar el alma de Pegaso, él olvide algunas cosas.- Advirtió Psique.- Incluso a tí, ¿estás dispuesta a correr el riesgo?
Saori asintió, con la vista baja.- No importa si me olvida, solo quiero que él se salve.
Psique los acompañó de vuelta a Japón, hasta la cabaña dónde se encontraba Pegaso.
Psique les ordenó a todos los santos retirarse, no debían presenciar cosas que solo una Diosa podía.
Shun, Shiryu, Ikki, y hasta Sorrento se vieron forzados a retirarse, y alejarse de la cabaña lo más que pudieran.
Athena debió permanecer fuera de la cabaña, usando su cosmos para formar una barrera que impidiera que cualquier alma entrara o saliera del perímetro, sin saber qué pasaba dentro.
Debían dejar todo en manos de Psique. Únicamente podían tener fé y esperar lo mejor.
[...]
Las horas pasaron, tanto que el sol se ocultó y volvió a salir. Saori permaneció fuera de la cabaña, manteniendo la barrera toda la noche.
No era la primera vez que mantenía una barrera con su cosmos, pero eso no quitaba todo el agotamiento que conllevaba.
Cuándo sintió un cosmos arder con muchísima fuerza... ¿Acaso...?
Abrió sus ojos un momento, y pudo ver una luz de color azúl por una de las ventanas, la de la habitación de Seiya.
Si, era él, era su cosmos. Reconocería esa energía, ese calor, dónde fuera.
La luz se apagó poco a poco, hasta que el cosmos volvió a un estado neutro.
Minutos después, vió a Psique abrir la puerta, con una leve sonrisa en los la labios.
Su mirada decía más que mil palabras, Psique supo lo que pasaba por su mente, y simplemente asintió con la cabeza.
Y como hace tiempo no hacía, Saori sonrió de forma auténtica, y sintió que su corazón saltaba de felicidad.
Lo habían logrado, Seiya estaba a salvo.
Escucha los latidos de mi corazón
Tu nombre está llamando por propia voluntad
En esta oscuridad
Estás brillando tanto
- ¿Estará bien?- Preguntó, acunando el rostro del castaño en la palma de su mano.
- No se preocupe, está simplemente dormido.- Respondió Psique.- Pero, Athena...
La peli-lila alzó la vista, topándose con la expresión melancólica de la Diosa del alma.
Recordó la advertencia de Psique, la posibilidad de que Seiya olvidara partes de su vida, incluyendola a ella.
- ¿Hay una forma de saberlo?
- No, solo cuándo despierte sabremos la verdad.- Bajó la vista la Diosa.
Saori asintió, manteniendo su vista baja.
Tomó la mano de Seiya, enlazandola con la suya, mientras miraba la tranquila expresión del santo de Pegaso, que dormía pacíficamente.
- Athena, no todo está perdido. En caso de que pierda su memoria, hay una posibilidad de que él recupere sus recuerdos poco a poco.- Le consoló la Diosa del alma.- Los sentimientos puros se quedan arraigados para siempre en nuestra alma, incluso si nuestra conciencia no nos permite recordar los momentos.
Saori pareció reflexionar las palabras de Psique. Si Seiya recordaba todo lo ocurrido, hasta la batalla con Hades, Pegaso definitivamente querría volver a luchar.
Ya había estado a punto de morir en varias ocasiones, desde la batalla de las doce casas, pasando por la batalla contra Poseidón, y la que le causó tanto dolor, la guerra santa contra Hades.
No quería exponer más al castaño. Ni a él, ni a ningún otro santo, especialmente ahora, que con la muerte de Hades causaron la furia de medio Olimpo, y era cuestión de tiempo para que alguno de los dioses fuera tras ellos.
Si hacía que olvidaran todo lo vivido, no serían más que jóvenes ordinarios, podrían vivir tranquilos y en paz, sin correr ningún peligro.
Y si ella se entregaba voluntariamente al Olimpo, la Tierra estaría en paz, al menos durante unos doscientos años.
- Psique... ¿Podrías hacerme un último favor?
La Diosa del alma asintió.
- Psique, dices que los sentimientos puros se quedan arraigados, y es imposible borrarlos, ¿cierto?- Psique asintió.- Pero, ¿pueden modificarse los recuerdos?
Psique dió un pequeño respingo, ¿qué estaba pensando la Diosa de la guerra?- S-Si... Pueden modificarse.
Cuándo Athena le explicó su plan, Psique estaba impactada. ¿Por qué Athena querría hacer algo así?
Sin embargo, sabía que sus intenciones eran buenas, y comprendiendo los sentimientos de la diosa, decidió aceptar ayudarla.
Esa mañana, las cosas cambiarían para siempre. Si fue una buena o mala idea, solo el tiempo lo diría.
Dame tu mano ahora y sálvame, sálvame
Necesito tu amor antes de caer, caer
Dame tu mano ahora y sálvame, sálvame
Necesito tu amor antes de caer, caer
No podía ver absolutamente nada, todo era completa y pura oscuridad. Incluso era difícil saber si sus ojos estaban abiertos o cerrados.
Hasta que una brillante luz dorada comenzó a brillar en medio de la penumbra.
El brillo fue aumentando cada vez más y más, hasta hacer que la oscuridad se desvaneciera.
- ¡Seiya, ya despierta!- Lo sacudía su amigo peli-verde.
- ¿Q-Qué...?
Al abrir sus ojos, tardó unos segundos en ubicar dónde se encontraba.
- Ten, cámbiate rápido, o vamos a llegar tarde otra vez.- Volvió a hablar el peli-verde, entregándole un conjunto de ropa doblada.
Aún algo adormilado, se vistió casi en automática, y después caminó junto a su amigo hasta la puerta del dormitorio, y caminar por los pasillos, hasta y bajar escaleras, hasta salir del edificio.
- ¿A dónde vamos, Shun?- Preguntó, mientras caminaban apurados.
- ¿En serio lo olvidaste?- Preguntó incrédulo el menor.- Hoy es la visita de la señorita Kido al orfanato.
Hasta entonces abrió los ojos, y en menos de un segundo, había sujetado fuertemente de la muñeca a Shun, corriendo a toda velocidad.
- ¡No puede ser!, ¿cómo me olvidé de algo tan importante?
No paró de correr, arrastrando a su amigo en el proceso, hasta que llegaron a su destino; el auditorio del orfanato.
- Vaya, hasta que aparecen.- Les comentó una chica de cabello negro.
- Lo sentimos, Miho. Seiya se quedó dormido otra vez.- Respondió Shun, tratando de recuperar el aliento.
- ¿Ya llegó la señorita Saori?
Miho rodó los ojos. Seiya nunca cambiaría así pasaran mil años.
- No. Llegan justo a tiempo.
- Gracias al cielo.- Suspiró aliviado el castaño.- ¡Vamos, Shun!
Y así, Seiya volvió a arrastrar a Shun al interior del auditorio.
Apenas se asomaron, los recibieron todos los niños y jóvenes que ayudaban a decorar el lugar y preparar todo para la llegada de la jóven heredera.
- ¿Se te pegaron las sábanas otra vez, Seiya?- Preguntó burlón un joven de cabellos rubios, quién ayudaba a colgar algunas decoraciones.
- ¿Qué te importa, Jabu?
El rubio bajó de la escalera de un salto, acercándose a los recién llegados.
- Tienes razón, Seiya, después de todo ¿qué me importa si te aplasta un camión?
- No comiencen a pelear, por favor.- Los separó Shun, poniéndose en medio de ambos.- Ustedes nunca cambiarán, siguen comportándose como cuándo tenían cinco años.
Jabu sonrió levemente, despeinando un poco el cabello del peli-verde.- Está bien, Shun.- Sonrió, para después dar un pequeño beso en la mejilla del menor.- Solo por tí.
Shun se sonrojó levemente, pero asintió.- Gracias.
- Bueno, te veo más tarde.- Volvió a acariciar el cabello de Shun.- Debo volver al trabajo.
Ahora fue Shun quien se acercó a él, besando su mejilla en forma de despedida.
Jabu solo rió, y se retiró, siguiendo con su trabajo.
- Aún no entiendo qué le viste.- Le comentó Seiya a su amigo peli-verde.- Es grosero, descortés, tonto, arrogante... ¿Qué te gusta de él?
Shun rió levemente. La rivalidad que existía entre Seiya y Jabu tenía años, desde que eran niños.
- Supongo que hay cosas que no tienen explicación.- Se encogió de hombros el peli-verde.
Siguieron con los preparativos por un par de horas, hasta que todo estuvo terminado. Unos minutos después, les fue anunciada la llegada de la nieta del millonario Mitsumasa Kido.
A los pocos segundos, la jóven hizo su aparición en el auditorio, acompañada por su asistente.
- Hola a todos.- Saludó a los niños, que no tardaron en acercarse.
Seiya veía a los lejos como la jóven alzaba en sus brazos a algunos de los niños, mientras sonreía.
Ella no siempre fue así. Seiya recordaba que cuándo niños, ella solía ser bastante cruel, engreída y maleducada. Pero con el tiempo, poco a poco fue madurando y cambiando, hasta ser la mujer que era.
Saori notó que la miraba, y simplemente le sonrió levemente, haciéndolo desviar la mirada.
Desde la muerte de Mitsumasa Kido, Saori iba varias veces al año al orfanato con dulces, juguetes y ropa nueva para los niños y los cuidadores, quiénes en su mayoría, eran huérfanos que habían alcanzado la mayoría de edad.
Desde que era un niño, hasta ahora, muchas cosas habían cambiado. No solo por el cambio de actitud de Saori.
Iniciando por el hecho de que ni él ni sus amigos eran más niños, habían alcanzado la mayoría de edad, y cada uno había seguido su camino.
Shiryu, uno de sus mejores amigos, fue adoptado por una familia de China cuándo eran adolescentes, pero seguían en contacto con él por medio de cartas.
Ikki, el hermano mayor de Shun, él había elegido seguir su propio camino cuándo cumplió la mayoría de edad y fue libre de marcharse. Lo único que sabían de él era que trabajaba como guardaespaldas de un jóven multimillonario. Solía enviarle dinero cada mes y visitar de vez en cuándo visitaba a Shun.
Hyoga, el amor fallido de Shun, y eterno rival de Ikki. El peli-azul siempre supo las intenciones del ruso con su hermano. Ikki y Hyoga nunca consiguieron llevarse bien, y siempre se la pasaban peleando por cualquier tontería. Hyoga, en cuánto alcanzó la mayoría de edad, volvió a su país natal, y nunca más supieron nada de él.
Shun, al igual que él, había elegido quedarse en el orfanato para trabajar como cuidadores. El peli-verde quedó con el corazón roto cuándo Hyoga se alejó de su vida, sin aviso previo, pero entonces apareció Jabu. Nadie se esperaba que Jabu y Shun terminaran juntos, en especial luego de que Shun humillara al rubio en el torneo de artes marciales en el que participaron cuándo tenían entre 13 y 15 años.
Y él, él no había cambiado demasiado. Siguió tratando de ser amigo de todos, incluso de Saori. Vivió unas cuántas aventuras al lado de sus amigos y de Saori.
Aunque, entre más lo pensaba, más se daba cuenta de que sus sentimientos por la peli-lila iban más allá de una simple amistad. Pero bien sabía que era algo imposible. Ella era una chica de la alta sociedad, inteligente, culta, de buen corazón, y sumamente hermosa. Él era solo un huérfano, sin un centavo en su cuenta bancaria, ni nada que ofrecer.
¿A quién quería hacer reír? Saori jamás se fijaría en él. La chica debía tener mil pretendientes detrás de ella, todos mejores partidos que él.
Se perdió en sus pensamientos, hasta que la voz de la peli-lila lo devolvió a la realidad.
- Hola, Seiya.- Le sonrió la chica.
- H-Hola, Saori.- Tartamudeó nervioso.- ¿T-Te cortaste el cabello?
La peli-lila sonrió enternecida, riendo levemente.
Seiya se reprendió mentalmente, había señalado lo evidente. La chica, cuyo cabello antes llegaba casi hasta sus rodillas, ahora lo portaba a la altura de la mandíbula. Se había cortado el cabello hace poco tiempo, donandolo para la fabricación de pelucas para niñas víctimas de enfermedades que habían perdido su cabello.
- T-Te queda bien.- Añadió, tratando de tapar su error.
- Gracias.- Agradeció la chica.- Por cierto, Seiya. Quería preguntarte algo.
- ¿Q-Qué cosa?
- Bueno, el festival de Tanabata será pronto.- Comentó la peli-lila.- Quisiera llevar a los niños para que puedan ver los fuegos artificiales, y quería preguntarte si te gustaría acompañarme.
- ¡Claro!- Su corazón habló antes que su razón.- Quiero decir, si... Para ayudarte con los niños.
Saori sonrió.- Gracias. Nos vemos en dos semana entonces.
Dame tu mano ahora y sálvame, sálvame
Dame tu mano ahora y sálvame, sálvame
La noche del festival había llegado, y Seiya estaba listo, esperando a Salto con los niños, vestiendo un kimono rojo.
La peli-lila no tardó en aparecer, vestida con un hermoso kimono lila, y si cabello atado, junto a un par de limusinas para llevar a los niños al lugar donde sería el festival.
La jóven invitó a Seiya para ir sentado a su lado, y el castaño aceptó.
El festival transcurrió con relativa normalidad, nada fuera de lo común; gente caminando de un lado a otro, parejas y familias esperando para ver el espectáculo de fuegos artificiales...
Tuvieron que esperar unas horas para que el espectáculo comenzara, mientras tanto, les consiguieron comida y dulces a los niños para mantenerlos entretenidos, además de llevarlos a hacer algunas actividades.
- ¿Te gusta el festival, Seiya?- Preguntó la peli-lila, acercándose al castaño.
- ¿E-Eh...?, c-claro.- Sonrió el castaño.
- ¡Oh, mira!, está a punto de comenzar.- Comento Saori, al ver estallar los primeros fuegos artificiales.- ¡Ven, vamos!, o nos lo vamos a perder.- Añadió la peli-lila, tomando de la mano a Seiya, llevándolo hasta el punto más alto, un mirador.
Los dos miraron el espectáculo de fuegos artificiales, juntos. Era simplemente hermoso, y Seiya no podía evitar sentirse totalmente asombrado. Nunca había visto fuegos artificiales tan cerca, siendo un huérfano, era algo que solo podía ver en la televisión o desde su ventana del dormitorio en el orfanato.
Saori sonreía enternecida, viendo las expresiones de Seiya. Sin darse cuenta, terminaron tomándose de las manos, hasta que todo terminó.
- S-Saori... Y-Yo...- Tartamudeó el castaño, al darse cuenta de su acción.- L-Lo siento, yo...
- Está bien, Seiya.- Le sonrió la peli-lila, tomando nuevamente su mano.- Te quiero.- Susurró, para después abrazar al castaño.
Seiya no supo cómo reaccionar al momento, y se lo limitó a corresponder el abrazo.
Cerró sus ojos, oliendo el perfume de la chica; jazmín... Abrió sus ojos cuándo sintió una leve presión en sus labios.
¡¿Saori lo estaba besando?!
- Felíz festival de Tanabata, Seiya.- Le sonrió Saori.
- F-Felíz festival de Tanabata, Saori.- Respondió nervioso.
Saori le ofreció su mano, y sin decir nada más, se tomaron de las manos por el resto de la noche.
Sin saberlo, esa noche era tan solo el inicio de su historia.
Gracias por dejarme ser quien soy
Por dejarme volar
Por darme alas
Por arreglarme
Por despertarme cuando me estaba ahogando
- ¿Seguro que está todo en orden, Shun?- Preguntaba un nervioso Seiya a su mejor amigo.
- Si, Seiya.- Confirmó por enésima vez el peli-verde.
Ese día era la boda del castaño con la que sin saber cómo, terminó siendo la mujer de su vida.
Después de seis años siendo pareja, y aún más de conocerse, ahora uniría su vida por siempre a la de su amada.
Estaba nervioso, ¿cómo no estarlo? Si ese día se casaría con la que para él era la mujer más hermosa del universo entero, incluso más que la mismísima Afrodita.
Quizás no era perfecta, quizás cometió errores en el pasado, pero así la amaba. Después de todo, todos somos algo tontos cuándo niños, no podía culparla del todo, además de que con el tiempo cambió su actitud. Ahora era todo lo contrario a lo que alguna vez fue.
Después de los múltiples esfuerzos de Shun por convencerla de que su traje estaba impecable y su peinado perfecto, finalmente se pusieron en marcha, rumbo a la iglesia, dónde esperaría la llegada de la novia.
[...]
Las dudas lo estaban matando, ¿que tal si Saori se arrepentía de último momento y lo dejaba plantado en el altar?, ¿que tal si hacía el ridículo, como era típico en él?... Pero todas y cada una de ellas se desvaneció en cuánto la marcha nupcial anunció la llegada de la novia.
Al verla entrar por las enormes puertas, detrás de los niños que esparcían pétalos de rosas, vestida con un vestido blanco, casi tan precioso como ella, caminando hacía él... Sintió como si se enamorara aún más de ella.
No podía esperar para que finalmente fuera su esposa.
- Seiya, ¿aceptas a Saori como tu legítima esposa, para honrarla y respetarla en la felicidad y la tristeza, la riqueza y la pobreza, en la salud y en la enfermedad, y serle fiel por el resto de tu vida, hasta que la muerte los separe?
- Si, si acepto.- Respondió con una sonrisa dibujada en sus labios.
- ¿Y tú, Saori?- Le repitió la pregunta a la chica.
- Si, acepto.
Lo siguiente era que ambos dijeran sus votos, y el nerviosismo se apoderó del castaño.
- Saori... Te conocí hace años, cuándo éramos tan solo unos niños.- Comenzó Seiya.- Debo confesar que en ese entonces jamás me cruzó por la mente que terminaría a tu lado, amándote tanto como te amo.- Añadió, y pudo ver a su futura esposa sonriéndole.- Pero si volviera el tiempo, te diría desde hoy que no cambiaría este viento a ninguna dirección. Te amo, mucho más de lo que te puedas imaginar. Te he amado desde hace muchos años, y lo seguiré haciendo hasta mi último aliento, y si es que hay otra vida, te seguiré amando en ella... Gracias por quererme.
- Ahora tú, Saori.
La chica se limpió las pequeñas lágrimas de felicidad que escaparon de sus ojos, respiró profundo, y dijo sus votos.
- Seiya, la forma en que te conocí fue bastante inesperada.- Comenzó.- Pero solo puedo decirte "gracias". Gracias por enseñarme a valorar las cosas importa de la vida, por darme una razón para vivir, por estar siempre para mí, por hacer que mi corazón volviera a latir, por dejarme volar, por darme alas, por volar a mi lado, por arreglarme... Por ser quién eres, y por aceptarme por quién soy.- Añadió, tomando de la mano a su adorado castaño.- Te amo, y lo haré siempre, Seiya.
Unas palabras más, y un beso sellaron la unión de su amor. Su eterno amor.
Por despertarme de un sueño que era todo lo que estaba viviendo
Cuando te pienso, sale el Sol
Entonces tiro mi tristeza
(Gracias, porque somos nosotros)
- ¿S-Saori... Estás...?- Preguntó, viendo la pequeña prueba de embarazo en sus manos.
La peli-lila, quién asintió, sonriendo y con sus manos sobre su abdomen.
- ¡Tendremos un bebé!- Seiya no pudo contener su alegría, y terminó alzando en brazos a su esposa.
Saori rió levemente, abrazándose al castaño.
- Pellizcame, porque creo que estoy soñando.- Dijo Seiya, aún sin poder creer la alegre noticia.
- No estás soñando, cielo.- Le sonrió su esposa.- Tú fuiste quién me despertó del sueño en el que estaba. Tú fuiste la luz que me iluminó y me hizo cambiar a mejor.
Después de decir eso, Saori besó a su esposo como si fuera la primera vez.
[...]
Saori se encontraba en casa, caminando por los enormes jardines de la mansión.
Seiya no tardó nada en ir con todos sus conocidos para darles la noticia de que pronto sería padre.
- ¿Te arrepientes de tu decisión, Athena?
La peli-lila sabía quién se encontraba a su espalda, y simple negó con la cabeza.
- No, Afrodita.- Respondió, para después voltear a ver a la Diosa.- Estoy felíz con mi nueva vida.
- Ni Pegaso, ni ninguno de tus santos recuerdan las batallas que libraron a tu lado, ni la forma en que te conocieron. O al menos no de la forma en que ocurrieron.- Añadió la Diosa del amor.- Además de que perdiste tu trono en el Olimpo, tu autoridad, tu armadura y tu divinidad. ¿Valieron la pena todos esos sacrificios, Athena?
- Eres la Diosa del amor, Afrodita.- Dijo la peli-lila.- Además de que tú misma sabes que por amor todos hacemos mil cosas.- Añadió.- Perdí mi trono en el Olimpo y todo mi poder como Diosa, pero a cambio de eso, he podido garantizar la seguridad de la humanidad, por lo menos durante esta era.
- Bueno, después de todo ese fue el trato de Zeus.- Mencionó la Diosa de la belleza.- Pero si yo fuera tú, no confiaría tanto en la palabra de ese idiota.
- Lo sé. Pero un trato es un trato, ¿no, Afrodita?- Replicó.- Y... Aún si mis santos no recuerdan nada de Athena, yo sí los recuerdo a todos y cada uno de ellos; Shun de Andrómeda, Shiryu de Dragón, Hyoga de Cisne, Ikki de Fénix... Y Seiya de Pegaso... Recuerdo todo lo que viví a su lado, y todos sus sacrificios y esfuerzos. Y te lo juro, Afrodita, jamás los olvidaré.
La Diosa del amor le sonrió. Al parecer de la arrogante y testaruda Athena no quedaba ni la sombra. La hacía sentir felíz, después de todo, era la Diosa de la belleza y el amor. Y todo el mundo merecía tener amor en su vida.
- En ese caso, creo que yo puedo marcharme.- Se despidió Afrodita.- Le diré a Zeus y los demás que todo sigue en orden.
Saori asintió sonriendo. Y pudo ver a Afrodita desaparecer tal y como llegó.
Quizás él precio que eligió pagar voluntariamente fue demasiado. Quizás se arrepentiría años después, quizás no.
Quizás Zeus no cumpliría con su parte del trato.
Quizás debería levantarse nuevamente en armas, al lado de sus santos.
Quizás podría vivir en paz, al lado de ese castaño que le robó el corazón desde hace años.
No lo sabía, ni tenía forma de saberlo. Pero hasta una Diosa se puede enamorar.
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