Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Princesa (💎AlberichxMime🎶)

¿Qué milagro tiene que pasar
Para que me ames?
¿Qué estrella del cielo ha de caer
Para poderte convencer?
Que no sienta mi alma sola
Quiero escaparme de este eterno anochecer

Siempre a su lado... Esa era la frase que mejor describía su amistad con aquel chico de cabello rosa.

Se conocieron cuando eran tan solo unos niños, y al instante surgió aquel pequeño pero fuerte lazo entre ellos.

Mime aún recordaba a Alberich como aquel pequeño y delgado niño, de piel pálida y mejillas sonrojadas, con esos enormes y brillantes ojos verdes. También recordaba que ninguno de los demás niños del orfanato quiso siquiera acercarse a él, bueno, no podía culparlos del todo.
A pesar de esa linda apariencia, Alberich desde siempre había sido bastante agresivo.

Tampoco podía culpar a Alberich, el hecho de haber vivido años luchando por sobrevivir en las peligrosas y frías calles por su cuenta no podía pasar inadvertido.

Todos los niños lo dejaron de lado desde el primer día en que llegó, excepto él. Mime decidió acercarse a aquel niño, después de todo, no perdía nada con intentar.

Y aunque le llevó días ganarse la confianza del pequeño peli-rosa, lo consiguió. Así descubrió la historia de Alberich, y comprendía perfectamente porqué se comportaba de esa forma.

Alberich había tenido la mala suerte de nacer en un hogar violento, hijo de una prostituta y un proxeneta. Lo primero que conoció apenas llegó al mundo no fue el amor, ni el cariño, ni tampoco el calor de un hogar, no. Lo primero que el pequeño bebé conoció fue la violencia, el dolor, el hambre... Todo lo que ningún niño debería conocer a tan temprana edad. Pero eso era solo el principio de la serie de desgracias que había sido su vida.

Años después, siendo tan solo un niño de tres años de edad, justo el día de su cumpleaños, el miserable que tenía por padre, decidió que era buena idea ofrecer a su hijo en el negocio que dirigía. A Mime aún le parecía increíble que hubo varias personas dispuestas a pagar cantidades exorbitantes para cometer actos tan aberrantes con un niño.

Pero Alberich escapó de aquel infierno, refugiándose en las calles de Asgard por varios años, huyendo de los hombres que trabajaban para su padre.

La vida de Alberich nunca fue un cuento de hadas, y nunca recibió un trato siquiera digno, y al estar completamente solo en las calles, tuvo que aprender a valerse por sí mismo. El pequeño pasó más de tres años haciendo lo que fuera necesario para sobrevivir: huyendo, hurtando, robando, peleando con otros niños en sus mismas condiciones... Hasta que uno de sus robos salió mal.

Fue cuando intentaba robar un trozo de pan y algo de carne, pero no contaba con que la mujer a la que intentaba robar, en vez de gritar como solían hacer todas, fuera tras de él. Intentó perderla corriendo por los estrechos callejones, y mezclándose con la multitud, pero la mujer era bastante ágil, y terminó por alcanzarlo, acorralandolo en un callejón.

Estaba listo para recibir cualquier tipo de castigo físico, no sería la primera ni tampoco la última vez, pero jamás sucedió.

La mujer de cabellos platinados simplemente le acarició la mejilla. Alberich no estaba acostumbrado a ese tipo de tratos, y estaba listo para luchar, pero esa mujer le sonrió cálidamente, y le dijo que podía quedarse las cosas que había tomado, con la pequeña condición de que aceptara comer con ella.

Alberich se negó en un inicio, pero llevaba días sin probar alimento, y terminó aceptando. Así que tomó la mano de la mujer y volvieron a aquel edificio dónde se habían encontrado.

Alberich no sabía que ese edificio era el único orfanato en Asgard, ni tampoco contaba con que aquella mujer fuera la directora de aquel orfanato.

Mientras comía, descubrió que el nombre de esa mujer era Hilda. Ella le sugirió quedarse en el orfanato, pero él se negó.

Sorprendentemente, Hilda no insistió y lo dejó comer tranquilo. Al terminar, tal y como le había prometido, le permitió quedarse con el pan y la carne, incluso le dió un poco más y una manta. Al despedirse, solo le dijo que cuando lo deseara, podía volver y quedarse en el orfanato si así lo decidía.

Alberich solo agradeció a su manera por todo, y se marchó sin un rumbo fijo. Volvió a su rutina, buscar algún lugar donde pasar la noche, y luchar por no morir. Pero, para desgracia suya, los esbirros de su padre seguían buscándolo a pesar de los años que habían pasado, y esa noche, al verlo, por poco lo logran capturar.

Pasó una semana, con todos esos hombres pisándole los talones a cada momento, así que, después de pensar que no podría huir por siempre, decidió ir al orfanato donde conoció a Hilda.

Y tal y como la directora le había prometido, fue recibido ese mismo día.

Así fue como había llegado al orfanato.

Cuando supo la historia, Mime entendió porqué Alberich se comportaba tan arisco con todos sus compañeros, y no permitía que nadie se le acercara. Y no pudo evitar sentir compasión por aquel niño.

Era verdad que ninguno de ellos estaba ahí por gusto, cada uno tenía sus razones, incluído él. Algunos fueron dejados en la puerta siendo unos bebés, y jamás conocieron a sus padres, como Bud. Otros tenían una historia similar a la de Alberich, como Fenrir, que había sido criado por lobos y encontrado por unas personas hace un par de años. Y otro más, como era su caso, habían perdido a sus padres y al no contar con un adulto que tomara su custodia, había terminado ahí.

Mime había perdido a su padre hace unos tres años, cuando éste murió a causa de una herida infectada. Mime y su padre jamás fueron demasiado cercanos, a decir verdad, la personalidad de su padre no ayudaba mucho. Siendo un reconocido cazador, no podía darse el lujo de mostrar debilidad alguna, pero aún así, a veces Mime extrañaba a su padre. Jamás conoció a su madre, en palabras de su padre, ella murió al dar a luz.

Ellos consiguieron entenderse y llevarse bien en poco tiempo, a decir verdad, eran bastante parecidos. Ambos habían pasado por vidas duras en las que no habían conocido el amor, ni aprendido a expresar sus emociones. No estaban acostumbrados a mostrar abiertamente lo que sentían, ni a encariñarse con otros, pero entre ellos consiguieron formar un espacio seguro mutuamente. Uno donde podían ser como eran, sin miedos ni tapujos.

Se volvieron mejores amigos, inseparables, siempre cómplices.

Esa amistad creció y se fortaleció conforme pasaron los años, pasaron el resto de su infancia, y comienzo de su adolescencia juntos.

Y ahora, ambos con dieciséis años, seguían viviendo en el orfanato, ayudando a cuidar de otros niños.

La mayoría de los niños que crecieron junto a ellos fueron adoptados, pero ellos siempre rechazaron a todos los que quisieron adoptarlos. Hicieron la promesa de mantenerse siempre juntos, y cuando fueran adultos, vivir juntos, y Mime juraba que sería una promesa eterna... Al menos hasta ese día.

- ¿Qué acabas de decir?

Fue lo único que pudo pronunciar, después de que Alberich le diera esa noticia.

- Me voy a casar en un mes.

Reafirma Alberich, despedazando aún más su ya roto corazón.

- Mime, ¿estás llorando?

¡¿Cómo diablos no iba a llorar ante semejante noticia?!

- ¿Por lo menos la amas?

Alberich lo miró por unos segundos, guardando silencio antes de responder.

- No.

Respondió Alberich, con su siempre inmutable expresión.

- ¡¿Entonces por qué te casarás con ella?!, ¡¿por qué romperás nuestra promesa si ni siquiera la amas?!

Escudarse en la promesa fue lo único que se le ocurrió para no dejar expuestos sus verdaderos sentimientos, y al parecer dió resultado.

- Lo hago por nosotros, Mime.

Le respondió Alberich, sujetándolo de los hombros, obligándolo a verlo a los ojos.

- Freya es la hija del rey, me quiere para ser su esposo, y su padre accedió con tal de casar a su hija y tener un heredero. Si me caso con ella, nuestra suerte va a cambiar.

Mime se soltó de su agarre, intentando limpiar sus lágrimas.

- ¿Qué cambiaría?, ¡solo estás pensando en tí!

- Mime, cuándo me nombren príncipe, a tí te daré el puesto que quieras. No tendrás que volver a trabajar ni a pasar ningún tipo de necesidad en tu vida.

Mime limpió sus lágrimas, para después empujar levemente a Alberich.

- Olvídate de mí. Suerte con su boda, príncipe.

Fue lo único que dijo Mime, para después marcharse, dejando a Alberich con las palabras en la boca.

Dice mucha gente que los hombres nunca lloran
Pero yo he tenido que volver a mi niñez, una vez más
Me sigo preguntando
¿Por qué te sigo amando y dejas desangrando mis heridas?

Alberich le dió aquella noticia por la tarde, después de que el peli-rosa volviera al orfanato luego de pasar toda la mañana en el palacio, y él pasó el resto del día evitándolo.

Era primavera, así que cuando llegaba el el atardecer, éste comenzaba a teñir de tonos levemente anaranjados las heladas tierras de Asgard.

Mime contemplaba como los últimos rayos del sol pintaban de naranja la nieve desde el jardín del orfanato, sentado a los pies del enorme árbol que tenían en medio de éste, mientras intentaba frenar sus lágrimas.

Mime aún recordaba todos los momentos al lado de su "amigo", y también el momento en el que todo comenzó a irse al diablo.

Un día, cuando eran unos niños de 13 años, acompañaron a Hilda al mercado del pueblo para comprar provisiones. Ese día, mientras compraban la comida para dos semanas, Alberich chocó contra una muchacha de cabello rubio.

Nada tenía de especial, piel blanca, cabellos rubios, ojos azules... Nada que no tuviera la mayoría de las mujeres de Asgard. Incluso la hermana de Hilda compartía características físicas similares a las de aquella joven.

Alberich, movido únicamente por no desear un regaño de Mime por no ser cortés con una mujer, ayudó a aquella chica a ponerse de pie.

Pero pronto descubrirían que aquella muchachita no destacaba por su físico, sino por su posición. Cuándo Hilda vió a la jóven, la reconoció como "Freya", la princesa y única heredera de la corona de Asgard, después de que el príncipe falleciera años atrás.

Hilda y ellos acompañaron a la princesa de vuelta al palacio, dónde los guardias, el rey y toda la corte estaban desesperados por encontrarla. El rey les agradeció haber cuidado de su hija y haberla llevado sana y salva de vuelta al palacio, dándoles a ellos unas monedas de oro.

Mime creyó que eso quedaría como una simple historia inusual, pero no fue así. Al otro día, un mensajero del rey llegó a tocar la puerta del orfanato, siendo recibido por Hilda.

Después, le dieron a Alberich la noticia de que la princesa y el rey deseaban verlo. El peli-rosa no tuvo más opción que aceptar, no podía rechazar una invitación de la princesa, mucho menos del rey.

Esa misma noche, Alberich volvió al orfanato con la novedad de haber sido nombrado aprendiz de guardia por el rey, con el fin de que algún día se convirtiera en el guardia personal de la princesa.

Alberich continuó viviendo en el orfanato, pero a diario asistía al palacio para recibir su entrenamiento, y había logrado ser nombrado guardia real hace poco más de un año. El rey también notó la inteligencia innata que Alberich poseía, y le proporcionó una educación muy superior a la que cualquier jóven en su situación habría recibido.

A sus dieciséis años, Alberich era un guardia real a cargo de la seguridad de la princesa, un erudito, y uno de los hombres más cercanos y de mayor confianza del rey. A Mime no le sorprendía, Alberich siempre conseguía lo que quería, y nadie había sido capaz de negarle nada.

Mime había aceptado que Alberich sería un guardia real y él ayudaría a Hilda y Fler a criar a los niños del orfanato, pero cuando ambos fueran adultos, vivirían juntos y lo estarían por siempre... Pero la noticia de la boda de Alberich tiró abajo todos esos sueños.

Tan solo de recordar cómo esa princesa berrinchuda y caprichosa se había topado con Alberich, deseaba poder volver en el tiempo e impedir que ella siquiera lo viera.

Porque Mime estaba seguro de que ella no veía más que la innegable belleza de Alberich. Ella no tenía una vida de conocerlo, no sabía su pasado, sus miedos, sus sueños... No sabía nada de él. Para ella, de seguro Alberich solo era un objeto más con el que entretenerse.

- ¿No decías que los hombres no lloran?

Escuchó la voz de Alberich, e inevitablemente alzó la vista, viéndolo de pie frente a él, pero no le respondió nada.

- Mime, ¿hasta cuándo vas a ignorarme?

Mime siguió sin decir una palabra. Intentó ponerse de pie para marcharse, pero Alberich se lo impidió, agachándose a su altura, sujetando sus manos contra el suelo.

- Mime, por favor no seas infantil.

- Ya déjame en paz.- Murmuró el pelirojo.- ¿Por qué no vas con tu futura esposa y me dejas tranquilo?

Alberich lo miró con incredulidad, pero después vió esa peculiar sonrisa formarse en sus labios.

- ¿En serio estás celoso de ella, Mime?

Mime se sobresaltó al escuchar aquellas palabras. No podía expresar aquello, después de todo, no era algo correcto.

- ¡Claro que no!- Responder exaltado.- ¿Por qué debería estarlo?, los dos somos hombres, no digas semejante estupidez.

- ¿Entonces te gusta ella?

- ¡No!- Negó rotunda y rápidamente.

Alberich lo miró fijamente, y Mime sintió como si prácticamente lo estuviera desvistiendo con la mirada.

- Ya suéltame, tengo que ir a ayudar a servirles la cena a los niños.- Intentó escapar Mime de aquella incómoda situación.

Alberich no dijo nada, simplemente lo sujetó de la muñeca, haciéndolo ponerse de pie. Mime intentó soltarse, pero antes de que pudiera hacerlo, Alberich comenzó a arrastrarlo con él, hasta llegar a la habitación que ambos compartían desde niños.

Apenas estuvieron dentro, Alberich cerró la puerta por dentro. Mime intentó escapar nuevamente, pero antes de que pudiera hacerlo, Alberich lo empujó hasta la cama más cercana, acorralandolo contra el colchón.

Mime se removió con fuerza, nervioso por la cercanía de Alberich, pero también por todos los sentimientos que lo invadían. Intentó escapar, pero Alberich consiguió inmovilizarlo, vaya que los entrenamientos no habían sido en vano.

- Mime, por favor escúchame.- Le dijo Alberich, para después obligarlo a mirarle a los ojos.- Eres la persona más importante de mi vida, y te juro que eso jamás cambiará.

La visión de Mime se tornó borrosa por las lágrimas, y no pudo hacer más que llorar.

Terminó cerrando sus ojos, en un vano intento de cesar su llanto, cuándo sintió los brazos de Alberich rodear su cintura, apretándolo contra su pecho.

- Mim, eres la única persona que siempre ha estado a mi lado a pesar de todo.- Le susurró Alberich al oído, acariciando su espalda, y Mime sintió un pequeño escalofrío recorrerle el cuerpo.- Eres mi mejor amigo y te amo como no tienes idea, y eso jamás cambiará. Tú siempre serás mi prioridad.

Mime se abrazó con fuerza a Alberich, sin poder dejar de temblar por los sollozos y el nerviosismo. Alberich le correspondió el abrazo, y continuó acariciando su espalda y cabello hasta que se calmó.

No puedo colmarte ni de joyas, ni dinero
Pero puedo darte un corazón que es verdadero
Mis alas en el viento, necesitan de tus besos
Acompáñame en el viaje que volar solo no puedo

- ¿Por qué aceptaste casarte con ella?- Preguntó Mime, después de calmarse, aún abrazándose al torso de Alberich.

Alberich suspiró pesado antes de responder.- No puedo decir que no, Mime... No a una petición de la princesa, mucho menos a una del rey.- Murmuró el peli-rosa.- Ella dice que está enamorada de mí desde que nos conocimos ese día en el mercado.- "¡Lo sabía!", fue el pensamiento que cruzó la mente de Mime al escuchar aquello.- Pero no la amo, ella no me interesa en lo más mínimo, es odiosa, caprichosa, berrinchuda y algo estúpida.

- Aún así, la aceptaste como tu esposa.- Le reprochó Mime.

- No, aún no. Eso será dentro de un mes.- Respondió Alberich con esa sonrisa felina que lo caracterizaba.- Solo aguantaré sus estupideces por los beneficios que nos traerá a tí y a mí.

Mime guardó silencio. Alberich era así, desde niño había sentido una fijación por las riquezas y el poder. Incluso recordaba que cuando eran niños, Alberich juraba que algún día gobernaría Asgard.

Siempre habían sido solo palabras, y Mime creyó que Alberich había superado ya esa obsesión por el poder, pero le acababa de confirmar que no era así.

- ¿Entonces aceptarás atarte a un matrimonio sin amor, solo por el dinero?- Le reprochó Mime, haciendo que sus miradas chocaran.- Prefiero mil veces vivir en las calles por el resto de mi vida, antes que permitir que arruines la tuya.

Alberich no apartó la vista en ningún momento, incluso se acercó aún más a Mime.- Todo estará bien. Solo confía en mí.- Afirmó Alberich, susurrando tan cerca de su rostro, que Mime podía sentir su cálido aliento chocar contra sus labios.- El rey quiere alguien sensato y apto para heredar la corona, y no a la idiota que tiene por hija, además de alguien que pueda engendrar un buen sucesor para el linaje. Ella solo quiere un esposo lindo para presumir con sus amigas. Y yo quiero una buena vida para tí y para mí... Si lo piensas así, todos ganamos y nadie pierde nada.

Mime tenía tantas cosas qué decir, pero que no se atrevía. En esa ecuación sí había alguien que perdía y mucho, y era él.

Él perdía a la persona que más amaba en la vida. Él vería al objeto de su amor unirse en matrimonio con otra persona. Él tenía que renunciar para siempre a ese amor. Él tendría que contener las lágrimas el día de la boda, y por el resto de su vida.

Era verdad que no podía darle a Alberich ni siquiera una milésima parte de lo que podría otorgarle el rey al nombrarlo su sucesor, o la princesa al desposarlo. Pero estaba seguro de que sí podía darle algo que ellos no podrían darle nunca: su amor incondicional y sincero.

- Mim...- Escuchó la voz de Alberich llamándolo suavemente.- Estaré bien... Estaremos bien, así que no llores.- Dijo el peli-rosa, tomando su mano, posándola sobre su pecho.- Siempre hemos sido y seremos tú y yo contra el mundo, ¿no es así?

Mime podía sentir en su mano los suaves latidos del corazón de Alberich, y recuerdos de su infancia invadieron su mente nuevamente.

Alberich lo miró con una sonrisa, y al instante supo porqué.

- Ven.- Dijo Alberich con una cálida sonrisa en los labios, para después recostarse boca arriba en la cama, dejando a Mime sobre él.

Desde que eran unos niños, a Mime le gustaba recostarse en el pecho de su amigo y escuchar su corazón. Alberich aún recordaba que cuando Mime tenía una pesadilla, dejarlo recostarse en su pecho y acariciar sus cabellos siempre era más que suficiente para calmarlo y que se quedara profundamente dormido.

Mime tenía muchas cosas qué decir, pero sentía que las palabras se atorarían en su garganta apenas intentara decir algo. Aún así, por esa ocasión, y como rara vez pasaba, se dejó llevar por sus impulsos, y actuar antes de pensar.

Se incorporó un poco, aún sobre el pecho de Alberich. Estiró un poco su cuello, y sus miradas chocaron. Y después, simplemente estampó sus labios contra los contrarios.

Era una pésima idea, lo sabía. Ese enamoramiento era un error, una aberración, una blasfemia contra la naturaleza y los dioses, también lo sabía. Era más que probable que después de eso, Alberich jamás quisiera volver a verlo siquiera, pero aún así, no se apartó. Si de todos modos iba a perderlo, al menos que mereciera la pena.

Sin embargo, y para sorpresa suya, Alberich no lo apartó, sino todo lo contrario. Sintió las manos de Alberich posarse, una sobre su cuello, y la otra sobre su nuca, atrayéndolo aún más hacía él. También sintió como el peli-rosa le correspondía el beso, con la misma inexperiencia que él, pero igualmente, lleno de pasión y deseo.

Sus lenguas se rozaron enmedio de aquel beso, arrancándoles un par de suspiros y jadeos a ambos. Hasta que la falta de aire fue insoportable.

Se separaron lentamente, solo unos centímetros, mirándose a los ojos.

Mime no sabía qué hacer o decir, estaba muerto de los nervios, Alberich lo sabía, así que fue él quién tomó la palabra.

- Lo sabía.- Dijo con esa sonrisa altanera que lo caracterizaba.- Sabía que ni siquiera tú podrías resistirte a mis encantos.

Mime sintió sus mejillas arder, y no pudo hacer más que desviar la vista. Escuchó a Alberich reír por lo bajo, pero no tenía nada que argumentar para contradecirlo. Se moría de amor por él desde hace años, y al enterarse de la boda, casi se muere de celos.

- Ey, Mim, no es para que te pongas así.- Le llamó Alberich, acariciando su mejilla, haciéndolo voltear a verlo.- ¿Sabes algo?, a pesar de todo, yo no pude evitar caer por tí.- Añadió el peli-rosa, con una tierna sonrisa.- ¿Puedo besarte otra vez?

Mime estuvo por negarse, más dominado por los nervios que por otra cosa, pero Alberich lo interrumpió.

- ¿Sabes qué?, no me importa.- Agregó Alberich, colgándose de su cuello.- Cuando quiero algo, siempre lo consigo.- Dijo, para después volver a besarlo, enredando sus dedos en los suaves y rojizos cabellos.

Mime dudó por unos segundos, pero no pudo resistirse a los labios de Alberich y terminó cediendo.

- Alberich...- Decía enmedio de besos.- Para... Yo... No sé qué pueda pasar... Si continúas... Con ésto.

Alberich lo miró a los ojos, y Mime se sentía hipnotizado por esos dos hermosos zafiros verdes. Incapaz de apartar la vista.

- Entonces quiero averiguarlo.- Susurró cerca de sus labios.- Muéstrame lo que tienes.

Y nuevamente, el oji-verde volvió a adueñarse de sus labios, terminando ambos completamente acostados sobre el colchón.

Alberich mantenía sus manos aferradas a la nuca y el cuello de Mime, y no tardó en enredar sus piernas en la cintura del pelirojo, como si intentara evitar a toda costa cualquier intento de huida.

- Alberich...- Murmuró Mime después de separarse para tomar aire, con las mejillas tan rojas como su cabello.- Yo...

- No sabes qué hacer, ¿cierto?- Completó Alberich. Tan directo y asertivo como siempre.- No te preocupes, yo tampoco tengo experiencia. Pero supongo que esas novelas y relatos que leí a escondidas de todos deberían servir de algo.

- ¿Q-Qué clase de novelas?

Alberich lo miró con esa sonrisa con aires de superioridad, pero sumamente encantadora.- ¿Tú qué crees?, eróticas por supuesto.

Mime volvió a sentirse nervioso. Sabía que leer ese tipo de textos era algo mal visto por muchas personas, especialmente si lo hacía un hombre, así que perfectamente entendía porqué Alberich jamás le había hablado de esos textos.

Se perdió en esos pensamientos, que al sentir una cálida humedad en su cuello casi hizo que se erizara como un gato.

Alberich había comenzado a dar pequeños besos por todo su cuello, comenzando desde su mandíbula, y bajando hasta su clavícula, que mordió suavemente.

Pequeños jadeos y suspiros involuntarios comenzaron a salir de su boca, sin que pudiera hacer algo para impedirlo. Era extraño, pero a la vez sumamente agradable... Era una sensación difícil de explicar, especialmente al ser la primera vez que la experimentaba.

Alberich volvió a besarlo, y él le correspondió gustoso, pasando sus manos por la cintura ajena.

Entre besos, caricias y roces sutiles de piel con piel, las prendas fueron desapareciendo poco a poco, hasta quedar completamente expuestos ante la mirada del otro.

Alberich no tardó en posar su atención en el despierto miembro del pelirojo, para después tomarlo entre sus manos, comenzando a acariciar la extensión de carne en un suave vaivén de arriba a abajo.

Mime jadeó el nombre del peli-rosa, mientras su cuello era atacado por pequeños besos y mordidas por parte del contrario. Alberich lo estaba haciendo perder la cordura.

Si continuaban, no habría marcha atrás, ambos lo sabían perfectamente. Pero en ese momento no les importaba nada más que entregarse el uno al otro.

Así que, con los rayos de la luna y el frío aire que se colaban por la ventana, y las sábanas como testigos, ambos se entregaron, disfrutando los placeres carnales del amor por primera vez, haciendo su máximo esfuerzo por guardar silencio y evitar ser descubiertos.

Sabían que el precio a pagar era muy alto, pero ya no había marcha atrás. Ya lo habían comenzado, y ahora debían llevarlo hasta las últimas consecuencias.

Y sabes que eres la princesa de mis sueños encantados
¡Cuántas guerras he librado por tenerte aquí a mi lado!
No me canso de buscarte, no me importaría arriesgarme
Si al final de esta aventura, yo lograra conquistarte

Los días siguieron su curso. Aquel horrible día estaba cada vez más cerca. La noticia de la boda de la princesa era lo único de lo que se hablaba en todo Asgard.

Alberich pasaba aún más tiempo en el palacio, preparando todo para su boda. Mime lo veía únicamente cuando el oji-verde llegaba por la noche a dormir. Después de todo, había evadido al rey, jurando que no compartiría hogar con la princesa hasta estar casados, por respeto al honor de la doncella. Y el soberano, persuadido por las palabras de Alberich, accedió.

Para todo el pueblo, Mime era un amigo muy cercano al futuro príncipe de Asgard, casi un hermano. Todos, incluídos el rey y la propia princesa, hablaban de lo hermosa que era su "amistad", y el cómo se trataban casi como dos hermanos.

"Si supieran...- Era lo que cruzaba por la mente de Mime ante cada comentario.- Si supieran que yo lo he amado desde mucho antes de que ella siquiera supiera de su existencia...- Pensaba ante los comentarios de los aldeanos.- Si supiera que a quién él ama realmente es a mí, y no a su estúpida hija...- Pensaba cuando el rey comentaba algo al respecto.- Si supieras que quién lo hace gritar todas las noches, suplicándome que lo toque y lo bese... Quién le eriza la piel, a quién desea es a mí, y no a tí... Si supieras que quién probó primero su forma de amar y entregarse, y con quién compartió la cama por primera vez, fue conmigo...- Pensaba cada vez que la princesa Freya le sonreía, colgándose del brazo de Alberich.

Era difícil vivir de esa manera. Odiaba verlo al lado de esa mujer. Odiaba que ella lo besara y lo tocara. Odiaba tener que fingir ser solo su amigo. Odiaba que las cosas tuvieran que ser así... Pero por él, aguantaría lo que fuera.

Para el pueblo, la princesa Freya era la persona más importante del reino desde que su hermano mayor y heredero al trono, el príncipe Frey, falleciera a causa de una enfermedad hace casi cinco años. De ella dependía la estabilidad del reino, asegurando un heredero al trono.

Si, por eso todos adoraban a la princesa y hacían todo para complacerla y cuidarla. Pero si Freya con su posición de princesa era casi una divinidad para la gente de Asgard, entonces para Mime, Alberich era como la princesa de su propio mundo.

Sonaba algo estúpido su lo decía en voz alta, y estaba seguro de que Alberich lo habría golpeado en la cabeza por llamarlo "princesa", pero era lo que sentía.

De Freya dependía la estabilidad, prosperidad y felicidad del reino. De Alberich dependía la felicidad de Mime.

Freya era la sucesora del trono, y por lo tanto, dueña de todo Asgard. Alberich era desde hace tiempo dueño de Mime, en todos los sentidos. Desde sus sentimientos, hasta su cuerpo, todo por voluntad propia de Mime.

Para muchos hombres de Asgard, Freya era la mujer más hermosa del reino. Para Mime, Alberich era el ser más hermoso y perfecto jamás antes visto.

Y así podría seguir todo el día, encontrando similitudes entre aquella mujer a la que en secreto detestaba, y el hombre al que amaba con todo su ser, amor que solo podía expresarle en la privacidad de su habitación.

Y esa noche no fue la excepción, no hubo noche en la que no se entregara a Alberich. No dejaban pasar ni una sola noche, y menos ésta, que sería la última por tiempo indefinido.

Ambos se besaban con desespero, en una insaciables afán de demostrarse su amor y apaciguar el fuego interno que sentían.

- Mim...- Jadeó Alberich, después de la fuerte sesión de besos y toques del juego previo.- Hazlo tú ésta vez.

- ¿Qué?

Se sorprendió por lo que Alberich había dicho, y estuvo por decir algo más, pero el peli-rosa lo silenció con un nuevo beso, acompañado de toques en su miembro.

- Quiero sentir lo que tú sientes al menos una vez.- Jadeó el oji-verde.- Por favor...

- ¿Estás seguro?- Preguntó el pelirojo.- La primera vez me dolió bastante, y mañana tienes que estar en perfectas condiciones.

- Tú solo pon tu pene en mi trasero y cállate.- Lo interrumpió Alberich, después de darle un leve empujón, quedando sentado a horcadas sobre él.- ¿O prefieres que lo haga yo mismo?

Mime podía ver la lujuria en los ojos de Alberich, así como esa sonrisa felina, y de inmediato supo las intenciones del contrario.

En cuestión de segundos, Alberich había comenzado a dar lamidas por todo el largo de su miembro, para segundos después llevarse la erección a la boca, tragándosela casi por completo.

Aún le era difícil creer que a Alberich le gustara hacer eso, casi ahogarse. Él lo intentó una vez, y al igual que Alberich, terminó casi ahogándose. Pero al contrario de él, el peli-rosa parecía disfrutar aquella sensación de asfixia.

Era... Curioso, pero, aunque odiara admitirlo, le gustaba la sensación que Alberich le producía con su boca, y por eso no le negaba hacerle al menos una felación.

Después de unos minutos, Alberich le dió una pequeña tregua, mientras se besaban nuevamente.

- Creo que ya está lo suficientemente lubricado.- Jadeó Alberich contra sus labios.- Ya no tienes de qué preocuparte.

Alberich sabía cómo someterlo a su voluntad, y Mime era incapaz de negarle algo. Así que comenzó a intentar abrirse paso en el interior del peli-rosa.

Apenas consiguió entrar la punta del glande, escuchó a Alberich soltar un quejido, y sintió las uñas del contrario clavarse en su espalda.

- Te dije que dolía.- Susurró en el oído de Alberich, mientras acariciaba su espalda para ayudarlo a calmarse.

- Sigue...- Jadeó el peli-rosa.- Puedo aguantar.

Hizo lo que Alberich le indicó, con todo el cuidado que podía. Lo escuchó quejarse por el dolor, y le preguntó si quería parar, pero Alberich se negó.

Cuando todo estuvo dentro, ambos soltaron un jadeo. Era la primera vez que intercambiaban posiciones, la sensación era nueva para ambos.

Sus miradas chocaron, y segundos después, se besaron, comenzando el vaivén.

Alberich se quejó por lo bajo por el dolor durante los primeros movimientos, pero después, cuando su cuerpo se adaptó al intruso, no dejaba de moverse encima del regazo de Mime, en busca de más sensaciones.

- Oh, Mime...- Gemía el nombre del pelirojo en medio de ardientes besos.- Ésto se siente genial... ¡Oh, muévete más rápido!

El resto de esa noche fue entregarse al deseo, la pasión y el amor hasta quedar rendidos, durmiendo apenas un par de horas, apenas el tiempo suficiente para alistarse para la boda.

Y he pintado a mi princesa en un cuadro imaginario
Le cantaba en el oído, susurrando muy despacio

Tanto tiempo he naufragado y yo sé que no fue en vano
No he dejado de intentarlo
P

orque creo en los milagros

El día de la boda llegó, y Mime se encontraba en primera fila para ver a Alberich desposarse con otra persona.

Sentía que los celos se lo comían vivo, incluso tuvo que cerrar los ojos y agachar la cabeza cuando Alberich debía besar a su esposa.

La situación en la fiesta no mejoró. Alberich tuvo que quedarse al lado de aquella mujer todo el tiempo, incluso tuvo que bailar con ella.

Mime sentía que se iba a morir de celos si seguía ahí, pero también sabía que Alberich lo necesitaba. Así que, solo por eso aguantó.

Cuando la pareja anunció que se retiraba de la fiesta para pasar su primera noche de bodas, Mime deseó con todas sus fuerzas que del cielo cayera un rato y partiera a la princesa en dos.

Odiaba la sola idea de que Alberich durmiera con esa mujer. Que ella lo tocara, que lo besara, o que siquiera lo mirara.

Decidió esperar unos minutos, incluso accedió a bailar con un par de doncellas que se lo pidieron, solo para no levantar ningún tipo de sospecha. Pero en cuanto terminó de bailar con una joven de cabellos celestes, anunció que se retiraba a casa.

Cuando llegó al orfanato, ya todos se encontraban dormidos, así que simplemente fue hasta su habitación y se echó sobre su cama a dormir.

En la almohada y las sábanas aún quedaba algo del aroma de Alberich, y sin que pudiera impedirlo, terminó llorando, abrazando aquella almohada, envuelto en las sábanas.

No podía evitar cuestionarse si Alberich lo seguiría amando, o si acaso terminaría enamorándose de Freya. Después de todo, ella era ahora su esposa, y en un futuro, la madre de sus hijos.

Quería aferrarse a la idea de qué Alberich cumpliría su promesa, y lo amaría. Pero una parte de su mente no dejaba de gritarle lo contrario.

Aún recordaba como susurraba siempre en el oído de Alberich, mientras le cantaba. Sin duda alguna, Alberich lo tenía completamente a su Merced.

Sigo caminando en el desierto del deseo
Tantas madrugadas me he perdido en el recuerdo
Viviendo el desespero
Muriendo en la tristeza por no ver cambiar este destino

Los meses pasaron. Alberich fue nombrado heredero de la corona de Asgard, y no tardó nada en nombrar a Mime su consejero personal.

Mime se había mudado a palacio, y le fueron asignadas ciertas tareas, como ayudar al futuro rey en sus obligaciones y sus estudios. También tenía que ayudar a Alberich a organizar algunos documentos, entre otras obligaciones.

Era difícil vivir de esa manera. Tenerlo tan cerca, y a la vez tan lejos...

Veía a Alberich todos los días, por varias horas, pero no podía tocarlo, ni siquiera mirarlo como quería. No con todo el personal de palacio, que podía sorprenderlos en el peor momento.

Alberich de vez en cuando le pasaba pequeñas notas con palabras de amor, mismas que guardaba en su habitación bajo llave, implorando a los dioses que nadie jamás las descubriera.

Alberich también le dejaba algunos mensajes ocultos en libros y textos que le encargaba revisar. Resaltando algunas letras o palabras, que Mime después unía, obteniendo un texto.

Esas deberían ser pruebas de que Alberich cumpliría su palabra, y él debería creerle. Pero no pudo evitar los celos que lo invadieron cuando la princesa confirmó su embarazo.

Ese día, esperó apenas una hora para solicitar permiso de retirarse a su alcoba, declarando sentirse indispuesto.

Alberich no era tonto, rápidamente se dió cuenta de lo que realmente le pasaba, pero también sabía lo irracional que podía ser Mime cuando algo le molestaba, así que decidió darle su espacio para que pudiera calmarse.

[...]

Ya era de madrugada, y Mime no podía dejar de removerse en su cama, sintiendo que se ahogaba de la rabia y la frustración.

Ya había perdido la cuenta de cuántas noches llevaba así.

Desde que Freya anunció su embarazo, hace dos meses, todo había cambiado para mal. A diferencia de cuando Alberich se casó, ésta vez no podía aplacar sus sentimientos.

Se había distanciado demasiado de Alberich, comenzando a actuar genuinamente como un simple consejero. Dejó de tomar las notas de Alberich, también de prestar atención a los mensajes ocultos en textos, no intercambiaba más que monosílabos con Alberich, a menos que se hubiera otros presentes o fuera algún asunto oficial.

El haber adoptado esa actitud le lastimaba, pero a la vez, le parecía lo mejor. Alberich, al poco paso de los días, dejó de insistir, y a corresponderle el trato.

Sabía que Alberich jamás rogaría absolutamente nada, ni siquiera amor. Sabía que en parte era su culpa, por haberse imaginado algún día ser algo más que un amante, un juego para Alberich, por haberse enamorado de alguien con quién jamás podría estar libremente... Pero no dejaba de dolerle la indiferencia de Alberich.

Se perdió tanto en sus pensamientos, que no se percató de que la puerta de su habitación había sido abierta, dejando entrar a alguien, sino hasta que el intruso le cubrió la boca, impidiéndole gritar.

- ¡Shh!, todos están dormidos.- Reconoció esa voz de inmediato, y esas ganas de llorar y a la vez de golpearlo, le invadieron de nuevo.- Mime, tenemos que hablar.

No tardó nada en deshacer el agarre de Alberich, para después incorporarse.

- No tenemos nada de que hablar, porque no hay nada pendiente entre nosotros, su majestad.- Contraatacó, haciendo su máximo esfuerzo por no gritar de la rabia.- Hice todas las tareas que me encargó durante el día, así que si requiere algo, deberá esperar hasta la mañana. Así que por favor salga de mi habitación, y déjeme descansar. Buenas noches.

- Mime, ¿qué diablos pasa contigo?- Le interrogó Alberich, sujetándolo del brazo.

- ¡¿Qué pasa conmigo?!- Respondió, ya sin conseguir contener su enfado.- ¡¿Qué diablos pasa contigo, Alberich?!, ¡¿crees que puedes jugar con los sentimientos de la gente, usarla y después solo desecharla cuando ya no te sirva?!

- Mime-

- ¡Nada de Mime!- Siguió el pelirojo.- ¡Si tu esposa es tan ingenua para no darse cuenta de con quién se casó, y te sigue ciegamente, es problema de ella no mío!, ¡¿y sabes algo?, estoy harto de ésto!

Alberich no dijo nada, sabiendo que era inútil intentar razonar con Mime en ese estado.

- ¡Renuncio!, ¡mañana mismo me largo de aquí, de vuelta al orfanato!- Siguió gritoneando Mime, sin darse cuenta de las pequeñas lágrimas que comenzaban a escapar de sus ojos.- ¡Ojalá que seas muy feliz con tu corona, tu reino, tus riquezas, tu esposa, y todos tus hijos!... No sé porqué pensé que de verdad me amabas. Fuí un estúpido al creerte.

Alberich guardó silencio, mientras Mime sollozaba, intentando limpiar sus lágrimas, y calmarse abrazándose a sí mismo.

- ¿Ya terminaste?- Fue lo que dijo Alberich después de unos segundos.- ¿Te sientes mejor ahora?

Mime lo miró, con sus ojos irritados por las lágrimas.

- Ese es tu maldito problema, Mime.- Continuó hablando Alberich.- Sientes demasiado, pero jamás sacas esas emociones. Por eso terminan controlándote, y terminas haciendo y diciendo estupideces.

Mime se mordió el labio por la rabia. Aunque sintiera unas inmensas ganas de darle al menos una bofetada a Alberich, sabía que jamás sería capaz de lastimarlo.

- Tienes razón.- Murmuró Mime.- Soy un completo estúpido por confiar en tí, y creer que ésto funcionaría. Pero ahora me doy cuenta de que todo ésto fue un jodido error.

- Ahora dímelo a los ojos.- Escuchó susurrar a Alberich.- Si de verdad crees eso, y te soy tan repugnante, mírame a los ojos y dímelo. Solo así te creeré.

Mime no fue capaz de siquiera alzar la mirada. En el fondo sabía que ni siquiera él se creía sus propias palabras, pero no dejaría ganar tan fácilmente al contrario.

- Ahora que ya dijiste todo lo que tenías que decir, déjame hablar a mí. Es lo justo, ¿no?

Mime a veces detestaba la capacidad sobrehumana de Alberich para controlar sus emociones, y de dominar a los demás únicamente con sus palabras. Sabía que no podía contra eso, y simplemente guardó silencio.

- Sabías que todo ésto era necesario y algún día tenía que pasar, Mime.- Comenzó a hablar el peli-rosa.- La razón por la que el rey buscó un esposo a su hija, fue para conseguir un heredero. Yo tenía que cumplir mi parte del trato tarde o temprano, por más que la sola idea me hiciera sentir náuseas.

Mime se quedó callado, dándole la espalda a Alberich.

- Mime, sabes que odio este matrimonio tanto como tú. Pero sabes que no podía decirle que "no" al rey.- Siguió hablando Alberich, sujetando del hombro a Mime.- Créeme que si hubiera otra opción, no dudaría en casarme y vivir el resto de mi vida contigo.- Mime se sobresaltó un poco al escuchar el leve temblor en la voz de Alberich, era la primera vez que Alberich mostraba su parte más débil.- Desearía poder mirarte, acariciarte, tocarte, besarte y decirte cuánto te amo enfrente de todos... No tener que esconder lo que siento por tí... Pero sabes tan bien como yo que es imposible dejar que el mundo lo sepa, ellos no lo entenderían jamás.

Mime giró la vista, topándose con la inusual imagen de Alberich llorando, y entonces una pequeña parte de su ser quería creer en Alberich.

- ¿Cuándo estuviste con ella... Acaso sentiste lo mismo que conmigo?- Preguntó Mime con dificultad, mirándolo a los ojos.

- Por supuesto que no.- Respondió Alberich, pareciendo avergonzado.- No me importa si es anormal, antinatural, o un pecado, ella no me atrae de ninguna forma... Solo tú eres capaz de despertar esa clase de deseos en mí.

Alberich intentó besarlo, pero Mime se inclinó hacía atrás, esquivando el contacto.

- Si fuiste capaz de engañar al rey y a la princesa por saciar tu hambre de riqueza y poder, ¿qué me asegura que no me estás mintiendo a mí también para satisfacer otro tipo de deseos?- Cuestionó Mime la pregunta que llevaba días y meses dándole vueltas en la cabeza.- ¿Qué pruebas puedes darme para que te crea?

- No puedo leer tu mente, Mime. No sé qué sería lo suficientemente fuerte como para hacerte cambiar de opinión.- Respondió Alberich.- Solo dime qué quieres exactamente y lo tendrás.

Mime se quedó callado. Ni siquiera él estaba seguro de qué sería suficiente para convencerlo... O más bien, sabía que era una estupidez, que los terminaría matando a ambos.

El tacto de Alberich en su mano lo hizo salir de sus pensamientos, y volver al presente.

- Si lo que quieres, es que deje a Freya, lo siento, pero sabes que es algo que está fuera de mi alcance.- Susurró Alberich, mientras se acercaba a sus labios, y Mime sintió sus ojos arder por las lágrimas que amenazaban con surgir nuevamente.- Si siquiera lo intento, todo se nos iría en contra. Pero lo que sí puedo hacer, es ésto.

Alberich rompió la corta distancia entre ellos, besando los labios contrarios.

Mime al principio se resistió, pero apenas unos segundos después, terminó correspondiendo con desespero, pasando sus brazos por el cuello de Alberich.

Una mirada le fue suficiente para disipar todas sus dudas e inseguridades. Alberich se mostraba vulnerable ante él, llorando en sus brazos, diciéndole cuánto lo amaba, y Mime sintió su corazón dar un vuelco de alegría.

Esa noche la aprovecharon al máximo, haciendo todo su esfuerzo por guardar silencio, para evitar ser atrapados.

No puedo colmarte ni de joyas, ni dinero
Pero puedo darte un corazón que es verdadero
Mis alas en el viento, necesitan de tus besos
Acompáñame en el viaje que volar solo no puedo

Los meses pasaron, las cosas se habían arreglado entre ellos, y todo transcurría tan bien como podía para ellos.

Alberich debía pasar sus días atendiendo asuntos que el rey le encomendaba, y sus ratos libres con su esposa. Mime de vez en cuando hablaba con la princesa, que a veces recurría a él para "ayudarla a sorprender a Alberich", y él, como consejero y mejor amigo de su marido, debía acceder.

Pero por las noches, cuando todos dormían, Alberich se escabullía hasta la habitación de Mime.

No todas las noches eran encuentros carnales, algunas era simplemente pasar horas juntos, hablando y riendo igual que cuándo eran niños. Disfrutando el amor que existía entre ellos, con la noche como único testigo.

Cuando el amanecer estaba cerca, antes de que siquiera las aves despertaran, Alberich volvía a la alcoba que compartía con su esposa, para fingir que había pasado toda la noche ahí.

Así fue, hasta que un día, por la mañana, Freya entró en trabajo de parto.

Ese día fue un completo caos para todos. Las parteras que fueron convocadas para ayudar a la princesa a dar a luz, dijeron que, por ser una mujer primeriza, el parto podía durar horas, o incluso un par de días.

El rey y Alberich pasaron horas encerrados en la alcoba de la princesa, al igual que sus damas de compañía y algunas sirvientas del palacio, probablemente consolándola.

Mime, otros miembros de la corte y el resto de la servidumbre tuvieron que continuar sus labores, cubriendo por ese día al rey y al príncipe.

Todos estaban emocionados por la llegada del ansiado heredero, y era de lo único que se hablaba en todo Asgard.

Mime se vió forzado a fingir alegría, aunque por dentro se moría de celos, sabiendo que con la llegada de ese bebé, Freya se quedaría con aún más atención de Alberich.

Sabía que estaba mal culpar de sus desgracias a un niño, que no nacido todavía, mucho menos había siquiera pedido ser concebido. Y solo por eso se había hecho a sí mismo la promesa de al menos respetar a ese niño, después de todo, era también hijo de Alberich.

[...]

Las horas pasaron, y cuando estaba cerca el atardecer, el rey y Alberich salieron de la alcoba, con la noticia de que el bebé nacería en unas cuántas horas.

Todos los miembros de la corte cercanos al rey, se acercaron al soberano para felicitarlo por el pronto nacimiento de su primer nieto. Y Mime se acercó a Alberich con la misma excusa; felicitar a su amigo por el pronto nacimiento de su primogénito.

- ¿Cómo está todo?- Preguntó, logrando sonar bastante natural.

- Las parteras dijeron que ya era hora de comenzar.- Respondió Alberich, tan inamovible como siempre.- Podría tardar unas cuatro horas más como mínimo.

Mime asintió, y sin más, acudió a cenar al lado de Alberich y el resto de la corte.

[...]

Horas después, ya entrada la madrugada, una de las parteras finalmente salió de la alcoba, para anunciarle al rey que el bebé había nacido.

Todo fue alegría y dicha por unos segundos, hasta que el rey recibió una noticia.

- Tiene que estar bromeando.- Pensó Mime para sí mismo, cuando la partera les dió a todos aquella noticia.

Freya había dado a luz a una niña. Y eso solo significaba que debían ponerse en marcha cuanto antes para engendrar al ansiado heredero varón.

[...]

Los días pasaron, Freya se recuperó favorablemente del parto. Y para sorpresa de todos, el rey se había tomado mejor de lo que esperaban el que su hija haya parido una niña.

Mime sabía que Alberich había tenido algo que ver en ello, él mismo se lo confesó.

Para Mime no fue una novedad que Freya no tuviera la menor idea de qué hacer con un bebé, y Alberich se había estado haciendo cargo de cuidar de la recién nacida.

- ¿No crees que deberías dejar que las damas de compañía de la princesa Freya la cuiden al menos unas horas?- Preguntó Mime, mientras Alberich sostenía a la pequeña dormida en brazos.

- Ellas están cuidando de Freya mientras se recupera completamente.- Respondió el peli-rosa, sin levantar la vista de los documentos que revisaba.- Además, yo soy su padre, y quiero cuidar de ella.

Mime solo suspiró.- ¿Puedo sostenerla un momento?

Alberich accedió, entregándole a la pequeña en brazos.

- ¿Ya decidiste qué nombre le pondrás?- Preguntó Mime, sosteniendo a la bebé.

- Tethys.- Respondió Alberich.

Mime miraba a la pequeña rubia, que abrió sus brillantes ojos azules, para después darle un tierna sonrisa, que Mime correspondió inconscientemente.

- Será una gran mujer algún día.- Sonrió Mime, meciendo a la bebé.- Estoy seguro de que ella sería una gran reina.

- De eso no tengo la menor duda.

[...]

Después del tiempo recomendado por las parteras, Freya se encontraba totalmente repuesta, y lista para cuidar de su hija como buena esposa y madre.

Todos en Asgard hablaban de lo hermosa que era la pequeña Tethys y lo mucho que se parecía a su abuela, la difunta reina, madre de Freya y Frey.

Mime estaba de acuerdo, esa pequeña bebé, aunque rubia, era mucho más linda que Freya. Quizás era verdad, quizás solo se dejaba cegar por el cariño que le había tomado a la pequeña Tethys, no lo sabía ni le importaba.

La princesa no sabía absolutamente nada sobre el cuidado de un recién nacido, al igual que sus damas de compañía, y más de una vez recurrió a Mime, que sabía experto en el cuidado de niños de todas las edades. Y él, como consejero y mejor amigo del futuro rey, accedía siempre a ayudar a la madre primeriza, sin importar si era al mediodía día, o ya entrada la madrugada, él siempre estaba listo para ayudar si el príncipe o la princesa lo requerían.

- Vaya que eres excelente con los niños, Mime.- Comentó Freya, mientras él dormía a la bebé.- No sé porque aún no te haz casado, serías un excelente esposo y padre.

Mime sonrió, intentando contener su risa.- No lo creo, su majestad, pero agradezco el cumplido.- "Si supieras cuántas veces tu marido me ha hecho lo que a tí no te hará jamás por gusto..."- Mi trabajo consume demasiado de mi tiempo, y no creo que haya una mujer dispuesta a soportar eso.

- Tonterías, Mime. Estoy segura de que muchas mujeres matarían por ser tu esposa.- Le sonrió la rubia.- ¿Por qué no le das una oportunidad a alguna?, quizás encuentres a la mujer indicada para tí más rápido de lo que crees.

- Quizás algún día lo haga.-"No te preocupes, princesa. Porque a la persona indicada para mí ya la encontré, y aunque está casado contigo, a quién ama es a mí."- Pero por ahora no conozco a ninguna mujer que esté interesada, y prefiero no forzar las cosas.

- Bueno... Yo conozco una.- Respondió Freya, mientras Mime le entregaba a la pequeña Tethys.- Podría presentartela.

Mime quería decir tantas cosas, pero no podía faltarle al respeto a la princesa. Así que, haciendo uso de todo su autocontrol, sonrió, y fingió interés en las palabras de la jóven.

- ¿Ah, si?, ¿y quién es esa mujer, su alteza?

- Creo que ya la conoces, ella dice que se conocieron durante nuestra boda.- Le respondió con una sonrisa la princesa.- Su nombre es Lyfia, una de mis damas de compañía. Dice que incluso te invitó a bailar durante la fiesta.

- Lo lamento, no la recuerdo, su señoría. Soy pésimo para recordar nombres.- Vaya que la recordaba, ¿cómo olvidarse de semejante mujer tan hostigosa y parlanchina?

- Tiene el cabello largo y azúl, ojos lilas, algo alta, delgada...- Describió Freya a la joven.

- ¡Oh!, creo que ya la recuerdo.- Fingió sorpresa Mime.- Sí, nos conocimos durante su boda, su majestad. Una señorita muy educada y correcta, por cierto.

- ¿Te gustaría conocerla?- Preguntó emocionada la princesa.- Es hija de uno de los ministros de mi padre, y escuché que sus padres le están buscando esposo. Creo que tú serías el indicado para ella.

Mime quería negarse, pero sabía que no podía negarse a una petición de la princesa y futura reina. Así que, por más que lo odiara, debía aceptar.

- Si su majestad así lo desea, entonces aceptaré.- Respondió, sin más escapatoria.

- Estoy seguro de que la vas a adorar.- Exclamó emocionada la rubia, para después salir rumbo a algún lugar del palacio.

Mime se quedó en el jardín del palacio, para después suspirar cansado. No quería conocer a esa chica, pero ya se lo había prometido a la princesa, y no podía faltar a su palabra.

- ¿Así que cortejarás a la hija del ministro?

Con solo escuchar su voz, sabía de quién se trataba.

- Tu esposa me lo pidió, y como dijiste, no puedo decirle que no a la princesa.- Respondió, sintiéndose cansado.- De todos modos no planeo cortejarla como tal, mucho menos casarme con ella. Solo le daré a la princesa el gusto de tomar el té con ella y su familia.

- Es de mala educación ilusionar a una doncella, Mime.- Rió Alberich, posicionándose de brazos cruzados, junto a Mime.- Y más si ella está loca por tí.

- Que esté loca no lo dudo.- Rió Mime de regreso.- Pero no me culpen a mí.

Y sabes que eres la princesa de mis sueños encantados
¡Cuántas guerras he librado por tenerte aquí a mi lado!
No me canso de buscarte, no me importaría arriesgarme
Si al final de esta aventura, yo lograra conquistarte

El tiempo pasó. Tan solo un año después de que Tethys naciera, Freya dió a luz a su segundo hijo, un niño bastante fuerte y sano, al que nombró Frey, en honor a su hermano fallecido años atrás.

Todo el pueblo se alegró por la llegada del ansiado heredero, un hermoso niño de cabellos dorados y ojos verdosos, casi idéntico a su fallecido tío, exceptuando los ojos, que heredó de su padre.

Lamentablemente, no todo fue dicha y felicidad. Un año después del nacimiento del príncipe Frey, la salud del rey comenzó a decaer poco a poco. Temiendo lo peor, el soberano nombró a Alberich y Freya rey y reina oficialmente, logrando dejarlos al mando del reino, antes de morir a los pocos días de la coronación.

Mime y Alberich continuaron con su amorío a escondidas de todos, logrando camuflajear todo como una fuerte amistad y sentimiento de hermandad, aunque con el pasar de los años, siguieron llegando más hijos al matrimonio de reyes.

Tethys fue criada mayormente entre Mime, Alberich y una que otra doncella de turno. Con la llegada de su hermano menor, la pequeña princesa se vió rápidamente desplazada de la atención de su madre y la mayoría del personal del palacio.

Pero Alberich siempre le había tenido un enorme cariño a la niña por ser su primera hija, y Mime jamás había estado de acuerdo con aquellas normas de la sociedad que excluían a las mujeres, no con Tethys, a quién sentía y crió casi como una hija.

Después de Frey, llegaron otros niños: Minos, un pequeño y frágil bebé de cabellos blancos, que en palabras de las parteras y médicos reales, de puro milagro consiguió sobrevivir. Después nació Hagen, un pequeño de cabellos rubios y piel bronceada, heredada de su abuelo. Luego siguió Sigmund, un niño casi idéntico a Frey, y después Sigfried. El siguiente fue Baldr, otro pequeño de cabellos blancos, que al igual que su hermano Minos, logró sobrevivir. La siguiente fue la segunda niña, la princesa Fler, que recibió su nombre en honor a la hermana de Hilda, quién cuidó de Alberich en el orfanato, pero la niña murió antes de cumplir los dos años de edad, a causa de una enfermedad.
El último hijo fue el príncipe Valentine, ya que la reina murió al darlo a luz.

Actualmente, la primogénita de Alberich, la princesa Tethys, tenía ya trece años de edad. Su hermano Frey contaba con doce años, Minos con díez, Hagen con nueve, Sigmund con siete, Sigfried con seis, Baldr con cuatro, y Valentine con dos años de edad.

Alberich no se volvió a casar, argumentando sentir aún la pérdida de su "amada" esposa y reina, que le había dado ocho maravillosos y saludables hijos. Lo menos que podía hacer por ella, era dedicarse a cuidar de los jóvenes príncipes, y guardarle luto el resto de su vida, hasta volver a encontrarse después de la muerte.

Todo Asgard se creyó aquellas palabras, y se conmovieron por el abnegado rey viudo. Pero solo Mime y él sabían la verdad que se escondía detrás de aquellas falsas palabras.

La realidad era que cuando le dieron la noticia de la muerte de la reina, Alberich sintió como si le quitaran un peso enorme de encima. Ahora, con toda la familia real fuera del juego, tenía el camino completamente libre para gobernar Asgard a su antojo, y hacer lo que le viniera en gana.

Mime, aunque muchas veces deseó deshacerse de la reina, al final le fue imposible no lamentar al menos un poco su pérdida. Después de todo, ella jamás había hecho algo lo suficientemente malo como para merecer aquel desenlace, además de que dejaba a ocho niños sin una madre.

Así que, después de que las damas de compañía de la reina dejaran de ser necesarias en el palacio a causa del deceso de la monarca, Mime asumió la responsabilidad de cuidar de los príncipes, desde la primogénita, de en aquel entonces once años, hasta el recién nacido Valentine.

Alberich, a pesar de no mostrar gran afecto en público por la mayoría de sus hijos, se encargó de brindarles a todos la mejor educación posible, y buscar que desarrollaran sus talentos y habilidades. Incluso se aseguró de que su única hija recibiera la misma educación que sus demás hijos varones, obviamente, ocultándolo de toda la sociedad.

Tethys estaba casi en edad de casarse, y el reino comenzaba a hablar al respecto. Sobre con quién comprometerían a la princesa, si ya había algún candidato o pretendiente, a quién elegiría el rey para casar a su única hija, qué pensarían los hermanos de la princesa al respecto...

Todo ese asunto tenía a Alberich al borde de la locura, aunque no permitiría jamás que alguien lo viera en ese estado. Nadie, excepto Mime.

- ¿Ya haz pensado en algo?

- No voy a forzar a mi hija a casarse con cualquier niño estúpido y mimado.- Respondió cansado Alberich, tirando levemente de sus cabellos.- Es solo una niña. Ni siquiera su madre se casó tan joven.

- Sabes bien que a mí tampoco me agrada la idea. Ella es como una hija para mí.- Suspiró Mime, intentando mantener la calma.- Pero su primera luna ya llegó desde hace dos años, no podemos ocultarlo por más tiempo, y la gente quiere una respuesta.

- ¡Me da igual lo que un montón de pueblerinos quieran!- Exclamó Alberich.- Prefiero consagrarla a Gefjun, antes que cualquier idiota la despose.

Mime suspiró, para después hacer a Alberich sentarse nuevamente, obligándolo a calmarse.

Alberich jamás permitiría que sus hijos, los sirvientes, miembros de la corte, o cualquier súbdito de Asgard lo viera en ese estado. Todos tenían una imagen de un rey fuerte, inteligente, capaz de resolver y controlar cualquier situación que se presentara, frío, y calculador, sobre él.

Pero Mime era el único que lo conocía perfectamente bien. El único que sabía todo lo que pasaba por su mente, todo lo que le preocupaba. El único que tenía permitido verlo en ese estado.

- Hablaré con ella.- Susurró Mime, intentando calmarlo.- Tethys me ha comentado que durante su última visita al reino vecino, conoció a un jóven.

Alberich alzó la vista, intrigado por aquella información.- El único muchacho que vió en esa ocasión, además de sus hermanos, fue el príncipe de ese reino.

- No sabría darte una garantía.- Confesó Mime.- Solo me dijo que la invitó a bailar durante la gala, y le había parecido muy agradable y apuesto.

- Mime, ese tipo de hombre es el que no quiero para mi hija.- Gruñó el peli-rosa, frotando el puente de su nariz.- Ese mocoso ya está comprometido, y aún así pasó toda la maldita visita detrás de Tethys. Si no respeta a su prometida, ¿por qué esperar que respete a mi hija?

Mime alzó un ceja, mirando a Alberich.- Tú tampoco respetabas mucho a tu esposa, Alberich.- Soltó finalmente el pelirojo, haciendo gruñir al contrario.- Pero sabes que Tethys es como mi hija también, y no quiero que tenga que pasar lo mismo que nosotros.

Unos golpes en la puerta interrumpieron la conversación, y al acudir al llamado, se trataba de la princesa protagonista de la charla, sosteniendo a un pequeño de cabellos rosados en brazos.

- Lamento mucho molestarlos, padre. Pero es hora de la siesta de Valentine, y por más que hemos intentado, nadie ha podido lograr que se quede dormido.- Explicó la jóven, meciendo al bebé, que no dejaba de llorar.- ¿Podría el señor Mime ayudarnos un momento?

- Por supuesto, su majestad.- Accedió Mime, para después sostener al bebé en brazos.- Vuelvo en un momento, su alteza.

Después de eso, Mime acompañó a la joven princesa, dejando a Alberich a solas por unos momentos.

- ¿Mi padre se volvió loco otra vez?- Rió bajo la jóven, una vez lejos de la oficina del rey.

- Ya sabe cómo es el rey, princesa.- Suspiró Mime, arrullando al bebé.

- No estamos en la corte, ni en un lugar público. Así que déjate de tantas formalidades, Mime. Solo dime Tethys.- Pidió la rubia.- Después de todo, casi somos familia. Quiero decir, tú cambiabas mis pañales y me alimentabas desde que era una bebé.- Añadió con una sonrisa.

Mime le correspondió la sonrisa a la jóven, antes de responder.- No fue gran cosa.

- Creo que tú cuidaste más de mí de lo que hizo la reina.- Añadido Tethys.- Creo que te siento más a tí como una madre que a ella.

- Ella solo hacía lo que le indicaban, no la culpes del todo.- Dijo el pelirojo, recostando al pequeño príncipe en la cuna.- Las reglas le indicaban enfocarse en el heredero varón, no podía hacer mucho al respecto. Pero tu padre siempre se encargó de que a tí no te hiciera falta nada.

- Lo sé, Mime.- Le sonrió la chica, tomándolo de las manos.- Pero aún así, en la mayoría de mi vida, te recuerdo mucho más a tí o a mi padre.

- Mejor cuéntame a detalle sobre el jóven que conociste durante la visita al reino vecino.- Cambió de tema Mime, sin deshacer el agarre.- Tu padre dice que es el príncipe del reino, y que ya está comprometido.

Tethys rió levemente antes de responder.- Sí, es el príncipe Julián.- Comenzó.- Y sí, estaba comprometido. Pero el abuelo de la princesa con la que su familia pactó su matrimonio, canceló el compromiso un par de semanas antes de la visita... Aunque la familia sigue tratando de ocultarlo para evitar la vergüenza.

Mime escuchó a Tethys, que le dió absolutamente todos los detalles de aquel jóven, además de lo mucho que le había gustado, y que estaría felíz de casarse con él.

Al terminar su historia, Tethys le pidió a Mime que hablara con Alberich, para que accediera a dar su mano en matrimonio al príncipe Julián.

Tethys, aunque jóven, era una chica bastante inteligente y que siempre obtenía lo que quería. La princesa argumentó que una alianza con el reino vecino traería muchos beneficios, además de aumentar la fortuna de Asgard.

Mime debía admitir que los argumentos de Tethys sonaban bastante lógicos y convincentes, sin duda, tantos años de educación no habían sido en vano. Ahora solo faltaba que Alberich accediera.

Y he pintado a mi princesa en un cuadro imaginario
Le cantaba en el oído, susurrando muy despacio
Tanto tiempo he naufragado y yo sé que no fue en vano
No he dejado de intertarlo
Porque creo en los milagros, uhh

Tres años después, a los dieciséis años de edad, la princesa Tethys se casaba con el príncipe Julián.

Fue difícil convencer a Alberich, pero entre Mime y Tethys lo consiguieron, y el compromiso se concretó rápidamente.

Para Mime y Alberich fue un momento bastante significativo ver a Tethys casarse. Aunque solo compartía sangre con Alberich, Mime había sido como una segundos figura paterna, que cuidó de ella al lado de Alberich. Para ambos era su hija, y verla emprender el vuelo era duro para ambos.

- Denme una razón para no ir por mi hija y huir de vuelta a Asgard.- Murmuró Alberich, viendo bailar a la nueva pareja.

- Padre, ya hablamos de ésto muchas veces.- Murmuraron en respuesta todos sus hijos al unísono.

- Su majestad, creí que habíamos acordado que era lo mejor para la princesa.- Añadió Mime.

Alberich solo refunfuñó algo inentendible por unos segundos, para después cruzarse de brazos.

Los príncipes y Mime suspiraron resignados. Iba a ser una larga velada conteniendo y calmando al inconforme rey.

Mime sabía que después de la fiesta, le esperaba una larga charla a solas con Alberich. El peli-rosa seguía negándose a dejar ir a sus polluelo del nido, para Mime también sería difícil, pero eventualmente tendrían que hacerlo.

[...]

Los años siguieron pasando, y las cosas cambiando.

La primogénita de Alberich, la ahora reina Tethys, tenía ya veinticuatro años de edad. Ella y el principe Julián, asumieron el control del reino vecino después de que el rey falleciera. Tethys era madre de dos niños varones, Unity y Misty, y una niña, Seraphina.

El príncipe Frey contaba con veintitrés años de edad, un par de años después que su hermana, había contraído matrimonio con una jóven llamada Saori, y se había vuelto padre de tres niños varones: Kardia, Milo y Sorrento. Aunque asumiría el puesto como rey hasta la muerte de Alberich, el jóven ayudaba a su padre en todo lo que podía, y cumplía con todas las obligaciones que le eran asignadas.

Minos con veintiun años edad, se había casado con una noble llamada Luna, y había seguido su camino en otro reino.

Hagen con veinte, Sigmund con dieciocho y Sigfried con diecisiete, habían optado por apoyar a su hermano Frey en su mandato, tomando los puestos de comandantes del ejército de Asgard.

Baldr con once, y Valentine con trece años de edad, eran los más jóvenes, y los únicos que aún no tenían un camino a seguir.

Tal y como esperaban, fue difícil ver crecer a los niños que habían terminado criando juntos. Ya eran unos adultos, y no necesitaban más de sus cuidados. Solo les quedaban los pequeños Baldr y Valentine, que más pronto que tarde seguirían sus respectivos caminos.

- Necesitamos más hijos.- Mencionó Alberich, recostado sobre el pecho de Mime, disfrutando de aquellos momentos a solas.

- Todavía tenemos a Baldr y Valentine.- Rió Mime en respuesta, acariciando el cabello de Alberich.

- Baldr y Valentine no tardarán en abandonarnos igual que sus hermanos.- Refunfuñando Alberich, inflando levemente sus mejillas, causando una discreta risa de Mime. Alberich solía exagerar demasiado ese tema, ya que, aunque solo dos de sus ocho hijos hubiesen dejado Asgard, y los otros seis siguieran incluso viviendo en el palacio, para el peli-rosa parecía ser al revés.- Además, ya son demasiado mayores, y yo quiero un bebé.

- ¿No tuviste suficiente con cuidar de ocho... Bueno, nueve contando a Fler?

Alberich alzó la mirada, viéndolo a los ojos.- Contigo a mi lado, nunca será suficiente.- Añadió, para después darle un pequeño beso en los labios al pelirojo.- ¿Crees que Hilda acepte darme uno o dos del orfanato?

Mime rió, y despeinó un poco el cabello de Alberich antes de responder.- Primero terminamos de criar a Baldr y Valentine, y después consideramos criar otro.

Ambos terminaron riendo, para después besarse con cariño.

Sin duda, no había sido nada fácil tener que vivir su amor a escondidas toda una vida. Pero, a pesar de todos los obstáculos, consiguieron lo que pocos en la misma situación: mantenerse juntos, y aún si era a solas y ocultándose de todos, eran felices.

Ambos morirían eventualmente, todos los recordarían como un par de amigos inseparables, sin que nadie jamás sospechara siquiera que su lazo de amor iba mucho más allá.

La vida que les tocó no había sido la mejor, su forma de actuar y sus métodos no siempre fueron los más correctos. Pero todo había sido por el amor que se tenían mutuamente.

No se arrepentían de haber hecho todo lo que hicieron, porque, al final, nada podían hacer contra sus sentimientos. Así que solo pedían a los dioses, que si lograban renacer, fuera en una época distinta. Una dónde no tuvieran que ocultar su amor, dónde pudieran ser quiénes eran... Una época dónde amar no fuera un crimen.

•=•=•=•=•=•=•=•=•=•

Bueno, este songfic está dedicado a Reyva23

La verdad es que este es uno de mis shipps favoritos, y desde hace tiempo tenía ganas de escribir un songfic sobre ellos, pero hasta ahora se dió la ocasión 💕😍

Espero que te haya gustado 💕

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro