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Bésame [🦂MiloxCamus❄️]

Bésame, y a destiempo
Sin piedad y en silencio
Bésame, frena el tiempo
Haz crecer lo que siento

Era una tarde de verano en la ciudad de Atenas. Una inquieta y erizada cabellera morada se mecía con el aire, mientras se desplazaba en una bicicleta lo más rápido que podía.

Llegó hasta la casa que tenía por destino en tan solo un par de minutos, y de inmediato bajó de su pequeña bicicleta para llegar hasta la puerta y tocar el timbre.

Se quitó el casco, mientras esperaba que alguien atendiera. Fueron solo un par de minutos los que tuvo que esperar, cuándo la puerta se abrió, dejando ver a un joven de cabellos verdes.

- Oh, hola, Milo.- Le saludó el mayor.- ¿Vienes a ver a Camus?

- Si.- Respondió sonriendo.- Le prometí que iríamos a patinar al parque.

- Si, tu hermano me comentó algo ayer.- Asintió el peli-verde, acomodando los anteojos que descansaban sobre el puente de su nariz.- Pasa, está haciendo demasiado calor para esperar afuera.

- Gracias, Degel.

El pequeño de siete años entró en la vivienda, tomando asiento en uno de los suaves y lujosos sillones de la sala.

- ¿Tienes sed?

- No, gracias, Degel.- Agradeció el pequeño.- Solo venía por Camus.

- Le diré que baje.- Asintió el jóven, y después se desapareció, subiendo por las escaleras, rumbo a la habitación de su hermano menor.

Milo se quedó en la sala, golpeando su casco levemente con sus puños cerrados, mientras pensaba bien lo que haría ese día.

Llevaba ya unos días pensando en cómo decirle algo a su mejor amigo. Ese pequeño y tierno francés de mejillas rojas que lo hacía suspirar.

Aún recordaba el día que se conocieron, gracias a sus hermanos mayores. En ese entonces, Milo estaba por ingresar a su primer año de preescolar, y la familia de Camus recién se había mudado de Francia, y fue el hermano de Milo quién decidió ir a saludar a los nuevos vecinos.

Milo acompañó a su hermano, y ahí fue cuándo conoció a Camus. Cuando comenzaron a ir al preescolar juntos, se hicieron todavía más cercanos.

Y ahora, casi seis años después, eran inseparables, no podían pasar ni siquiera un solo día sin verse.

Un día, sin saber bien cuándo, Milo comenzó a sentir algo extraño al estar cerca de su amigo. Primero decidió recurrir a sus amigos, pero ellos no supieron qué responder.

Después pensó en acudir con alguno de sus hermanos, pero casi al instante desistió de la idea.

Su hermano mayor se burlaría de él. Sus hermanas no dejarían de hostigarlo día y noche, sin darle ningún consejo útil. Y su hermano menor era demasiado jóven, y probablemente aún más torpe que él.

Y finalmente, decidió pedir consejo a su madre. Aún recordaba que su mamá rió levemente, y después lo alzó en brazos.

- Ay, mi bebé ya creció.- Suspiró su madre, mientras lo estrujaba.- No te preocupes, manzanita. Simplemente estás enamorado.

Su madre pasó días dándole consejos de qué debía hacer. Pero todos llegaban a lo mismo: declararle su amor a Camus.

Decidió que ese sería el día. Pero ahora comenzaba a arrepentirse, temiendo que Camus no sintiera la mismo.

Todos sus pensamientos se vieron interrumpidos cuándo escuchó pasos bajando la escalera, y luego vió a Camus, junto a Degel.

El francés menor le sonrió, y después de saludarse, ambos salieron de la casa, tomando sus bicicletas, listos para marcharse.

- ¡No vuelvan muy tarde!- Escucharon la voz de Degel a lo lejos.

Los dos simplemente rieron levemente, y continuaron su recorrido hasta llegar al parque dónde solían ir a pasar sus ratos libres.

Fue una tarde común para ellos, dando vueltas alrededor del parque, jugando en los columpios y el tobogán, Milo intentando trucos con su bicicleta, mientras Camus lo observaba... Todo normal, pero divertido para ellos, hasta que el atardecer estaba cerca, y con él la hora de volver a casa.

Camus se colocó su casco, listo para montar su bicicleta, cuándo Milo le tomó de la mano.

- ¿Milo?

- Cam... ¿Puedo decirte algo?

- ¿Qué pasa, Milo?

Milo comenzó a sentir sus manos temblar levemente, así como las pequeñas gotas de sudor que resbalaban por su rostro.

Finalmente, y apretando sus párpados con fuerza, respiró profundo, y exclamó:

- ¡Me gustas!

No se atrevió a abrir sus ojos, todo era silencio, hasta que segundos después sintió como Camus tomaba su mano, y besaba su mejilla.

Abrió sus ojos, topándose con ese lindo rostro lleno de pecas, totalmente sonrojado.

- También me gustas.

Pudo ver la linda, pero inusual de ver, sonrisa de Camus.

En ese momento, su corazón latió más fuerte que nunca, saltando de la alegría por saber que sus sentimientos eran correspondidos.

Bésame, como si el mundo se acabara después
Bésame, y beso a beso pon el cielo al revés
Bésame, sin razón porque quiere el corazón
Bésame

- Ah, hola, Milo.- Le saludó sonriendo la madre de Camus.- ¿Vienes a ver a Camus?

- Si, señora Dubois.- Respondió sonriendo el peli-morado.- Por cierto, ¿cómo se ha sentido?

- Muy bien, Milo.- Respondió la mujer, acariciando levemente su vientre de embarazo.

- Me alegro mucho.

- Gracias, Milo. Adelante, siéntete como en casa.- Lo invitó a pasar la mujer.- Enseguida lo llamaré.

El ahora jóven de dieciséis años, ingresó a la vivienda, y se sentó en la sala, esperando a su amado, tal y como cuándo eran niños.

Se perdió tanto en sus pensamientos, rememorando toda su historia de amor, que había comenzado un día como ese, exactamente nueve años atrás, que a duras penas notó la presencia de Camus al sentir sus delgados brazos abrazarlo.

- Bonjour, mon amour.

Milo sonrió, totalmente enamorado, para después dar un rápido y corto beso en los labios de su adoración francesa. Camus solo le sonrió de vuelta.

Y luego de despedirse de la madre de Camus, ambos jóvenes salieron de la residencia Dubois.

Caminaron tomados de la mano, hasta llegar a aquel parque que fue testigo del inicio y de varios capítulos importantes de su historia. Compraron un par de helados, y después se sentaron en una de las bancas, comiendo tranquilamente, únicamente disfrutando la compañía del otro.

Milo observaba repetidamente a ese lindo francés, que hace años había robado su corazón.

- ¿Tengo algo en la cara?

Milo rió, y luego negó con la cabeza.

- Solo observo lo lindo que eres, y lo afortunado que soy de tenerte a mi lado.

Camus no pudo evitar el rubor que invadió sus mejillas.

- ¿Recuerdas cuándo tenías la cara llena de pecas?- Añadió Milo, recordando aquellos días de su tierna infancia.

- ¿Cómo voy a olvidarlo?- Respondió Camus.- Afortunadamente desaparecieron con los años.

- Me encantaban tus pecas.- Replicó el peli-morado, para después acunar el rostro del galo en sus manos.- Me encantas de la forma que sea.- Añadió, para después besar los labios ajenos.

Los años habían pasado, y muchas cosas habían cambiado, incluídos ellos.

Las pecas rojizas que poblaban casi todo el rostro de Camus, poco a poco habían ido desapareciendo, hasta quedar su rostro totalmente libre de ellas.

Perdieron la noción del tiempo, disfrutando de los besos que adoraban darse. No importaba el lugar ni la hora, cualquiera era ideal para un beso.

Camus no solía decirlo mucho, y menos lo admitiría en público, pero adoraba lo meloso y cursi que podía ser Milo. Los besos eran la especialidad del heleno, uno solo, y Camus sentía que todo le daba vueltas.

Era como si los labios de Milo tuvieran un especie de pócima mágica que lo ponía bajo un hechizo, que lo hacía enamorarse cada vez más de esas rebelde y larga cabellera morada, esos hermosos ojos turquesas, esa piel acanelada, y esos deliciosos labios rojizos.

Camus disfrutaba besar a su novio, y lo hacía como si fuera la última vez que podría hacerlo. Era su forma de demostrar su amor.

Milo sabía también que Camus no era mucho de hablar de amor, pero demostrarlo se le daba mejor. No necesitaba que Camus le repitiera mil veces al día que lo amaba, prefería por mucho los besos y abrazos del peli-aqua.

- Felíz aniversario, mon amour.- Le sonrió Milo cuándo se separaron.

- Felíz aniversario.

Después de unos minutos más, decidieron que era mejor volver a casa. Milo, como todo un romántico enamorado, llevó a su amado francés hasta la seguridad de su hogar, y después de una despedida digna de una película romántica, se retiró al suyo.

Siénteme, en el viento
Mientras yo
Muero lento
Bésame, sin motivos
Y estaré, siempre contigo

- ¿Entonces sí lo harás?

- Ya les dije mil veces que sí.- Respondió Milo la pregunta de sus hermanos.

- ¿A qué hora planeas decírselo?

- Después de cenar, Saori.

En momentos como ese, Milo no podía evitar maldecir internamente tener cuatro hermanos, y ser el segundo más chico.

- Aún no puedo terminar de creer que tú estás pensando en sentar cabeza.- Bromeó Kardia.- Aunque quizás no debería sorprenderme. Tú y Sorrento me salieron muy precoces.

Kardia, el mayor de los cinco. Siempre se habían llevado un tanto pesado entre ellos, jugando y bromeando sobre cualquier cosa, aunque de niño, Milo solía terminar llorando, y Kardia castigado por sus padres.

- ¿Y tú no haz pensado en formalizar con Degel?

- Tienen más de diez años saliendo, y se llevan increíble. ¿No crees que podría ser el indicado?

Saori y Sasha. Las que le seguían a Kardia. Un par de gemelas prácticamente idénticas a su madre. A pesar de su linda apariencia, eran bastante rudas y fuertes físicamente. Incluso solían defender a Milo de Kardia. Ellas siempre solían tratarlo como bebé, hasta que nació el menor de los cinco, desplazando a Milo de ese puesto.

- Eso no va con nosotros, ternuritas.- Rió Kardia a las preguntas de sus hermanas.- A diferencia de Milo o Sorrento, nosotros no necesitamos de un anillo que le grite a todo mundo: "Tengo dueño". Confiamos plenamente el uno en el otro, sin necesidad de tantos disparates, y así estamos bien.

- ¿Y yo qué te dije para que me metieras en ese asunto?- Preguntó un tanto ofendido el menor de los cinco.

Sorrento, el menor de los tres. No había más que cuatro años y diez meses de diferencia entre él y Milo. Ya tenía diecisiete años, pero aún así, todos seguían viéndolo como un pequeño e indefenso bebé prematuro y enfermizo al que proteger.

- ¿Podrían callarse ya?- Los silenció Milo, más nervioso que nunca.- Kardia, ya sabemos que Degel y tú le tienen miedo al compromiso. Saori y Sasha, ya déjenlo en paz. Y Sorre, luego defiendes al asalta cunas que tienes por novio.

- ¿Qué tienen hoy todos contra mí?

- Contra tí nada.- Habló Kardia, intentando contener su risa.- Pero sabes que a Milo todavía no le termina de agradar la idea de que Kanon forme parte de la familia algún día... A pesar de que él mismo fue quién los presentó.

Finalmente, el peli-morado mayor no resistió, y rompió a reír a carcajadas.

Milo rodó los ojos. Kardia no mentía, como pocas veces, su hermano mayor tenía razón, y detestaba ese hecho.

Kanon, el mejor amigo, y desde hace tres años, cuñado de Milo. Tenía la misma edad que Milo, pero aún así, el escorpiano no podía evitar detestar que él saliera con Sorrento. Aunque con el tiempo, poco a poco había aprendido a por lo menos tolerar ese hecho.

- En fin... Sobre si Sorrento es un roba tumbas, o Kanon un roba chicos hablamos luego.- Cortó la conversación Milo.- Solo tengo poco más de dos horas para estar listo. Ahora necesito que me ayuden a ensayar y preparar todas las cosas para que todo salga perfecto.

Sus cuatro hermanos suspiraron para después asentir, y poner manos a la obra.

[...]

Después de un par de horas, todo estaba listo. Kardia, Saori y Sasha se encargaron preparar la cena, ciertamente, los tres eran unos expertos en la cocina.

Sorrento se encargó de ayudar a Milo en su arreglo personal, y de practicar con él el gran momento.

- Ésto es más difícil de lo que creía.- Suspiró Milo, escondiendo su rostro entre sus brazos, a punto de darse por vencido.- Ahora, que mamá y papá se fueron a cenar, y que a Camus le dieron permisos de quedarse a dormir... Voy a arruinar todo... ¡Soy un desastre!

Sorrento rodó los ojos, para después obligar a su hermano mayor a alzar la cabeza.

- Escucha, Milo. Sé que ésto puede sonarte muy cliché, y hasta absurdo, pero simplemente sé tú mismo y deja que todo fluya.- Habló el peli-lila.- Quizás no estuve en tu lugar, pero si en el que estará Camus.- Siguió hablando.- Y por eso puedo asegurarte que él no te rechazará si solo eres tú mismo. Así se enamoró de tí, así te quiere, y así te querrá siempre.

- ¿Puedes decirme una vez más cómo fue que Kanon te propuso matrimonio a tí?

Las mejillas del peli-lila menor se tiñeron de un leve carmesí.

- Ya les dije como diez mil veces que fue cuándo me quedé a dormir en su casa en una pijamada.- Respondió.- No fue nada como lo que estás haciendo ahora. Cuándo sus hermanos se fueron a dormir, nosotros fuimos a buscar un bocadillo a la cocina, y él simplemente me preguntó si me quería casar con él, y yo le dije que sí. Después comimos unos emparedados, y nos fuimos a dormir.

- Sigo sin creer que de verdad le fue tan fácil a él pedirte algo como eso. Y aún más como es que tú te conformaste con eso.- Suspiró Milo.- Llevan casi un año comprometidos, solo están esperando a que cumplas la mayoría de edad.

Sorrento sonrió de lado, para después despeinar un poco el cabello de su hermano.

- Ya te lo dije, Milo. Solo sé tú mismo, no necesitas nada más.

Ensayaron un par de veces más, tratando de que Milo olvidara sus nervios, y lo consiguieron, al menos hasta que sonó el timbre.

Kardia fue a abrir, sabiendo de quién se trataba.

- ¡Milo, tu novio ya llegó!

El peli-morado se paralizó al saber que el momento estaba cada vez más cerca.

Sorrento lo notó, y no tardó en darle una ligera palmada en la nuca para hacerlo reaccionar.

- Suerte.- Le dijo sonriendo, para después dirigirse a la puerta, dónde ya lo esperaban sus otros hermanos.

El resto de los hermanos Areleous se retiró, dejando solos al par de tortolitos enamorados.

Milo quiso encargarse de servir la comida preparada por sus hermanos, pero al final, Camus terminó ayudándole.

Esa noche cenaron, mientras charlaban alegremente, como era habitual en ellos cuándo estaban solos.

Milo tan bien se la pasaba al lado del galo, que incluso olvidó todo su nerviosismo y preocupación.

Al tener a Camus enfrente de él, riéndose de sus tonterías, escuchándolo atentamente, bromeando con él, tomando su mano, y correspondiendo sus besos... Sentía que las palabras de Sorrento cobraban cada vez más fuerza.

"Solo sé tú mismo"

Si, quizás su hermanito tenía razón. Quizás solo debía ser él, y dejar que fuera su corazón quién hablara.

Entonces sintió una fuerte descarga de valor, y después de besar a su amado francés, se levantó de su lugar, para arrodillarse enfrente del peli-aqua.

- Cam... Tú... ¿Quieres casarte conmigo?

No recibió una respuesta con palabras. Solo sintió como Camus se lanzaba a sus brazos para besarlo, terminando ambos en el suelo.

- ¿Eso es un sí?

- Oui.- Sonrió Camus en respuesta.- Je t'aime.

- También te amo.

Bésame, como si el mundo se acabara después
Bésame, y beso a beso pon el cielo al revés
Bésame, sin razón porque quiere el corazón
Bésame

Casi un año después, finalmente había llegado el gran día, y la pareja no podía estar más feliz.

Camus estaba terminando de peinar su cabello, ayudado por sus hermanos y sus amigos más cercanos que lo acompañarían en su gran día.

- Ya estás listo.- Le anunció su mejor amigo, pasándole un pequeño espejo para que pudiera ver el resultado.- ¿Qué opinas?

- Me encanta.- Sonrió el galo, para después abrazar a sus amigos.- Muchas gracias a todos.

- No es nada, Cam.- Dijo el jóven de cabellos rojos.- No me importa si tengo que tomar un vuelo de seis horas, con tal de estar a tu lado en un día tan especial.

- Gracias, Surt.

- Ya, tranquilo. No llores, o arruinarás tu maquillaje.- Habló su otro amigo, palmeandole la espalda.

- Gracias también a tí, Afrodita.

- No es nada, tesoro. Sabes que para mí fue un placer diseñar tu traje y ayudarte con tu maquillaje.

- Te ves muy bien, hermano.- Comentó el hermano menor de Camus. Un pequeño peli-verde de apenas siete años de edad.

- Gracias, Isaac.

Camus no pudo evitar las pequeñas lágrimas que escaparon de sus ojos, siendo consolado de inmediato por su hermano mayor.

- Tranquilo, estamos contigo.- Le confortó Degel, abrazándolo.- Estoy seguro de que mamá hubiera estado felíz de acompañarte hoy.

Camus no pudo evitar sollozar levemente, al de pronto ser consciente de sentimientos escondidos que apenas salían a flote.

- Lo sé... Ya han pasado más de tres años... pero... Es solo... Que la extraño demasiado.- Tartamudeó con dificultad.

- Yo también la extraño mucho, Camus.- Le intentaba calmar Degel.- Pero anímate. Sabes que ella y Milo solían llevarse muy bien... Además de que ella querría que tú fueras felíz y siguieras adelante.

Shaina, la madre de Camus, había fallecido hace poco más de tres años, víctima de una enfermedad en la sangre de la que no se recuperó.

La peli-verde, físicamente similar a los hermanos de Camus, había partido, dejando atrás a Degel de 29 años, Camus de 21 años, y al pequeño Isaac de apenas 4 años de edad en ese entonces. Además del padre de los tres chicos, con el corazón destrozado.

- Ella no estará aquí, pero papá y nosotros sí estaremos aquí en su representación.- Le sonrió Degel.- Vamos, papá ya debe estarnos esperando abajo.

Camus asintió, para después limpiarse las lágrimas, y bajar a la sala, junto con todo su séquito.

[...]

Después de unos minutos en automóvil, finalmente habían llegado al gran salón donde la ceremonia se llevaría a cabo.

Camus estaba nervioso por tener tantas miradas sobre él, y no pudo evitar aferrarse al brazo de su padre. Pero apenas vió a lo lejos esa erizada y rebelde cabellera morada, junto a esos preciosos ojos turquesas, todo temor desapareció.

Llegó hasta el frente, al lado de su padre, y al fin, estaba al lado de su futuro esposo.

- Milo, el día de hoy te entrego a mi hijo, confiando en que sabrás valorarlo, amarlo, respetarlo, cuidarlo y hacerlo felíz por el resto de su vida.- Se dirigió Mystoria a Milo.- Yo lo he cuidado hasta ahora, pero no seré eterno, y por eso, a partir de hoy, te cedo la responsabilidad. ¿Estás dispuesto a aceptarla?

- Por supuesto que sí, señor Dubois.- Asintió Milo sin dudar ni un segundo.- Le prometo que dedicaré cada día de mi vida, cada hora, cada minuto, cada segundo en hacer feliz a Camus. Puede estar seguro de que lo deja en buenas manos.

Camus vió sonreír a Mystoria, quién luego tomó su mano para enlazarla con la de Milo.

- No esperaba menos de tí, Milo.- Dijo el mayor, sonriéndoles a ambos, y después retirarse a su lugar.

La ceremonia siguió su curso, sin ningún tipo de inconveniente, hasta que llegó la pregunta que todos esperaban.

- Acepto.- Sonrió Camus.

Después fue turno de Milo para responder.

- ¡Obvio que acepto!- Respondió enérgicamente el heleno.

Camus simplemente sonrió, no podía esperar menos de su adorado escorpión.

Unas palabras más de parte del juez, y finalmente llegó el momento del ansiado beso.

- ¡Vivan los novios!

Gritó el enérgico amigo pelirojo de Camus, siendo seguido por Afrodita, los hermanos de Milo, y el resto de invitados.

[...]

Lo que le siguió a la ceremonia fue una enorme celebración en el salón, que duró varias horas, hasta que los recién casados decidieron retirarse a su luna de miel.

No quisieron salir de Grecia, decidieron que les bastaba hospedarse unos días en un hotel spa cerca de la costa. Mientras estuvieran juntos, cualquier cosa era especial para ellos.

- ¿Qué te pareció la fiesta, Mon amour?- Preguntó Milo, abrazándolo por la espalda, enrollando sus brazos en su cintura.

- No recuerdo haberme reído tanto antes.- Rió levemente el peli-aqua.- Solo de recordar la cara que puso Degel cuándo el ramo cayó justo en sus brazos...

- Ni qué lo digas...- Le siguió Milo.- De los nervios terminó lanzándoselo a Kardia...

- Y solo para que terminaran lanzándoselo entre ellos.- Rió Camus.- Pero al final, mi hermano terminó golpeando a Surt en la cara con el ramo...

- Al menos consiguió llevarse el ramo.

Ambos terminaron riéndose un momento, para después darse un tierno beso en los labios como solo ellos sabían hacer.

- Je t'aime.- Susurró Camus cerca de los labios de su ahora esposo, para después volver a besarlo.

- También te amo.

Bésame, como si el mundo se acabara después
Bésame, y beso a beso pon el cielo al revés
Bésame, sin razón porque quiere el corazón
Bésame

Después de compartir algunos besos en el balcón con visita al océano, volvieron al interior de la habitación para continuar besando los labios contrarios.

Los roces eran cada vez menos sutiles, y más atrevidos, mientras la temperatura del ambiente iba en aumento, tanto que la ligera ropa de dormir comenzaba a estorbar.

No tardaron en retirar las prendas ajenas, sintiendo la calidez de su piel al juntarse.

No era la primera vez que estaban juntos de esa forma, mentiría si dijera lo contrario, ya que en momentos como éste resultaba algo en extremo favorable.

- ¿Aún recuerdas nuestra primera vez?- Susurró Milo contra el oído del contrario, para después besar su cuello.

Camus suspiró por los besos repartidos en su cuello antes de responder.- ¿Cómo voy a olvidar eso?- Suspiró en respuesta.- Solo de recordarlo siento que tu hermano va a volver a entrar por la puerta.

Milo no pudo evitar reír al recordar ese suceso.- Al menos a partir de ese día Kardia aprendió a tocar la puerta antes de entrar.- Mencionó, para después besar tiernamente los labios del peli-aqua.- Y nosotros a asegurar la puerta por dentro.

Camus correspondió alegremente los besos de su amado griego.

Esa noche la luna, el cielo estrellado y el mar fueron testigos de su amor, de su entrega, y si juramento de eterno amor.

Muchos comentaban que su historia parecía sacada de cualquier libro o película de romance para adolescentes: conocerse siendo niños, volverse mejores amigos, y después pareja, casarse y vivir felices para siempre.

Ciertamente, lo parecía a simple vista, pero si lo vieran desde dentro como ellos, no había sido exactamente como en ese tipo de libros o películas.

Sí se habían conocido, vuelto mejores amigos, e iniciado su relación en la infancia. Pero su relación no estuvo ininterrumpida, al contrario.

Hubo ciertas temporadas en las que se dieron su espacio, en las que conocieron a otras personas, incluso un par en las que terminaron cuándo eran adolescentes. Siempre habían preferido hablar de frente antes que ser infieles.

Además, las discusiones, desacuerdos, malos entendidos, incluso los celos, nunca fueron algo ajeno.

En más de una ocasión, los celos de Camus y la personalidad alegre y amable con todo el mundo de Milo fueron un problema, ya que chocaban una con la otra. En más de una ocasión terminaron en discusiones, y casi terminando con su relación definitivamente.

Pero Camus no iba a perder a ese griego sin luchar, pero sabía que no sería fácil recuperar la confianza y el afecto de Milo. Todos sus amigos, conocidos, incluso el mismo Milo le dijeron que debía cambiar, dejar de ser tan posesivo con Milo, y entender que él no era un objeto para pertenecrle, o mandar sobre él.

Así fue como, después de varios sermones, regaños y consejos de varias personas, además de unas cuántas sesiones con el que además de su hermano, era su terapeuta personal, pudo recuperar al que ahora sabía, era el amor de su vida.

Podían pasar mil cosas, pero siempre terminaban volviendo a buscarse el uno al otro.

Y ahora, que finalmente estaban juntos, prometían no volver a soltarse ni fallarse, hasta que la muerte los separara.

Bésame, así sin compasión
Quédate en mí sin condición
Dame tan solo un motivo
Y me quedo yo (y me quedo yo)
Y me quedo yo (y me quedo yo)

Los años habían pasado, y mil cosas habían cambiado. Ahora, un ya no tan jóven francés, se encontraba en un cementerio de Atenas, arrodillado enfrente de una tumba, después de depositar sobre ésta un hermoso ramo de flores.

- Papá.- Le llamó un jóven a sus espaldas, acercándose a él.

- Oh, Hyoga.- Respondió el anciano, girando su vista al joven.- ¿Pasa algo, hijo?

El rubio negó.- No, solo que llevas más de una hora aquí, y comencé a preocuparme.- Le tranquilizó el menor.- ¿Estás bien?

Camus asintió, sonriendo levemente.

Unos años después de casarse, él y Milo habían decidido adoptar, y el elegido fue un pequeño niño de cabellos rubios y ojos azules.

Aunque la forma en la que se habían convertido en padres había sido, por decir lo menos, inesperada.

Todo comenzó en el trabajo de Camus en la Universidad Athena's Realm de Atenas. Allí conoció a Natassia, una profesora de origen ruso, que había llegado a la universidad en un programa de intercambio para docentes.

La mujer no había llegado sola, había llevado con ella a su pequeño hijo de apenas un año de edad. La pareja y ella se hicieron amigos rápidamente, y Camus no pudo evitar encariñarse con el bebé.

Pero el destino es cruel e injusto en muchas ocasiones, eso lo había comprobado en más de una ocasión.

Natassia murió asesinada a manos de un cobarde, durante un atraco en la calle, dejando huérfano a su pequeño a la edad de tan solo tres años.

Natassia había crecido en un orfanato. Y el padre del niño había fallecido antes de que el pequeño naciera, víctima de una enfermedad degenerativa. Así que Hyoga no tenía familiares o alguien que pudiera cuidar de él, por lo que irremediablemente sería deportado a su país de origen, dónde sería enviado a un orfanato.

Camus y Milo se habían encariñado mucho con el niño, tanto que prácticamente lo veían como un hijo, y no podían permitir semejante destino para él.

Decidieron tomar la custodia del niño, convirtiéndose de esa forma en sus tutores legales y sus padres.

Hyoga recordaba con muchísimo cariño a su madre, pero en su corazón también había espacio suficiente para los dos hombres que cuidaron de él y lo amaron como a un hijo, aún sin compartir lazos sanguíneos, ni tener ninguna obligación de hacerlo.

- ¿Otra vez estás pensando en papá?- Preguntó Hyoga, arrodillándose junto a Camus.

Camus solo asintió, sin poder evitar el par de lágrimas que escaparon de sus ojos, resbalando por sus ya algo arrugadas mejillas.

Hyoga solo pudo abrazar al que había sido su padre durante casi toda su vida, y permitirse llorar en silencio.

A ambos aún les dolía la partida de Milo, a pesar de que habían pasado ya casi cuatro años.

Después de tranquilizarse, Hyoga miró las flores que Camisa había llevado, examinando una más detenidamente.

- No me olvides.- Comentó, refiriéndose al tipo de flores del que se trataba.

- Siempre fueron sus favoritas.- Suspiró Camus, sonriendo.

- Sigo sin entender porqué tuvo que ser él...- Sollozó el menor de los dos, tratando de sofocar su llanto.- Primero mi mamá, y luego...

Camus palmeó el hombro de su hijo, para después estrecharlo en brazos, igual que cuándo era tan solo un niño que lloraba desconsolado por su madre fallecida.

- Yo también lo extraño mucho, Hyoga.- Sollozó el mayor.- Prácticamente viví toda mi vida a su lado... Que cuándo supe que tendría que continuar el camino yo solo, simplemente no supe cómo continuar.

Se permitieron desahogarse unos minutos más, hasta tranquilizarse por completo.

Se despidieron de Milo, como solían hacer cada vez que acudían a visitarlo, para después retirarse.

Hyoga acompañó a su padre hasta la casa que compartió con Milo cuándo el griego aún vivía.

- ¿Seguro de que estás bien viviendo aquí tú solo?

Camus solo rodó los ojos. Desde que Milo había partido, Hyoga siempre le hacía esa pregunta.

- He hablado con Eri, y ella dice que no tendría ningún problema si decides mudarte con nosotros.- La misma cantaleta de siempre, pensó Camus.- Además, las niñas te adoran, Katya estaría muy felíz de poder leer por horas libros con su abuelo. Y Mii estaría encantada de poder jugar contigo.

- Ya estoy viejo para jugar, Hyoga.- Rió Camus.- Mii aún es jóven, tiene apenas cinco años. Katya tiene siete, y están llenas de energía. Estoy seguro de que solo se aburrían con un viejo amargado como yo.

- Qué cosas tan absurdas dices, papá- Le abrazó Hyoga.- Katya y Mii te adoran, siempre haz sido su abuelo favorito. No dejan de pedirme que te mudes con nosotros.

Camus solo sonrió y negó con la cabeza.- Te agradezco la oferta, Hyoga. Pero éste es mi hogar, y aquí quiero quedarme.

El rubio suspiró resignado. Cuándo Camus se lo proponía, podía ser tan terco como una mula.- Está bien.- Aceptó.- Pero prométeme que por lo menos lo pensarás. Ésta casa es algo grande y difícil de cuidar para una sola persona. Además de que si llegaras a lastimarte o necesitar ayuda sería difícil que alguien lo notara.

- Está bien.- Aceptó el anciano, con tal de calmar a su hijo.- Ya es algo tarde, será mejor que vuelvas a casa con tu esposa y tus hijas.

Se despidieron, y después de un rato, el jóven de cabellos rubios se retiró.

Camus tomó un baño, se puso su pijama, y después de cenar algo ligero, se fue a la cama para descansar.

Aún sentía ese vacío, no solo en el colchón, sino también en toda la casa, y en su propia vida.

Desde que su amado peli-morado había cerrado sus ojos para jamás volver a abrirlos, sentía que una parte de su alma se había ido con él.

Cuándo le dieron la noticia, tardó unos minutos en aceptarlo. Fue un impacto demasiado fuerte, tanto que incluso sufrió un preinfarto, y su hijo temió perderlo también a él ese día.

Milo siempre fue un hombre fuerte y sano, con hábitos saludables, como la buena alimentación y el ejercicio diario, cualquiera que lo haya conocido hubiera jurado que viviría por varios años, pero para el enorme dolor de Camus, no fue así.

En la familia de Milo había varios antecedentes de enfermedades relacionadas con el corazón. Sendai, la madre de Milo, padecía de una extraña enfermedad, llamada miocardiopatía hipertrófica. Kardia, el hermano mayor de Milo, padecía de una malformación arteriovenosa, y debía estar en constante monitoreo. Las hermanas de Milo padecieron de soplos durante su infancia y parte de su adolescencia. Sorrento, el hermano menor de Milo, siempre había tenido problemas de coagulación. Parecía que el único que se había saltado la regla era Milo, pero resultó no ser así.

Un día, en el que todo parecía ser normal, Milo salió de casa para ir a correr como cada fin de semana con sus amigos.

Camus no le tomó demasiada importancia, después de todo, Milo seguía practicando atletismo aún a sus 70 años de edad. Pero ese día, un par de horas de haber visto a Milo por última vez, sintió una fuerte opresión en el pecho, justo en el corazón, y no supo explicar el porqué.

Una hora después, recibió una llamada del hospital, informándole que Milo había muerto hace una hora.

Según lo que le dijeron los médicos, la autopsia reveló que, después de todo, Milo no había sido la excepción de la desafortunada genética de su familia. El heleno padecía la misma enfermedad que su progenitora: miocardiopatía hipertrófica.

La única diferencia entre Sendai y él, era que el peli-morado no había tenido la suerte de ser un caso con síntomas como su madre, sino de ser como la gran mayoría de los casos, uno asintomático.

Ese día, después de terminar el entrenamiento, y haber hecho una pequeña carrera amistosa con sus amigos, el griego había caído fulminado.

Ni sus amigos, ni los médicos pudieron hacer nada para salvarlo. Murió al instante.

Camus aún lloraba a diario por su partida, viviendo únicamente para esperar el día en que por fin pudiera reunirse otra vez con ese griego al que tanto amó.

Durante las frías y tristes noches, sentía que Milo aún estaba con él, y que tal y como le había prometido años atrás, aún seguía a su lado.

A veces incluso juraría escuchar su voz y sentir sus labios en su rostro entre sueños, pero al despertar, todo era un sueño... O quizás no.

Quizás sin saberlo, ahora tenía a alguien que lo cuidaba, y que seguía a su lado, amándolo aún después de la muerte, esperando el día para volver a estar a su lado.

Camus lloró por varios minutos, hasta que finalmente se quedó dormido.

[...]

Abrió sus ojos. No sabía cuánto tiempo había pasado, quizás ya era otro día, o quizás aún era de madrugada... Era difícil saberlo.

- Hola, Mon amour.- Escuchó cerca de él esa voz que reconocería en cualquier lado.

De inmediato se incorporó, buscando con la mirada al dueño de esa voz, hasta que logró encontrarlo, del otro lado de la habitación.

- ¡Milo!

Su primer impulso fue levantarse de la cama de un salto, y correr hasta él para abrazarlo más fuerte que nunca.

No pudo evitar los incontables sollozos que escaparon de sus labios. No le importaba si era un sueño, quería abrazarlo, darle ese beso, y decirle ese "te amo", que no pudo ese día.

- No es un sueño, Camus.- Volvió a escuchar la voz de Milo, y no pudo evitar alzar la vista, topándose con esos hermosos jades de color turquesa.- Mírame bien, mírate...

Hizo lo que Milo le indicó, y rápidamente notó a qué se refería.

Milo, no se parecía casi en nada al Milo que perdió años atrás. Era el Milo jóven con el que se casó, sin ninguna arruga o rastro de la edad en su rostro, con la piel acanelada tan suave y tersa que recordaba.

Y él... Sus manos ya no tenían esas arrugas ni pequeñas manchitas marrones.

- Es hora de partir, Cam.- Volvió a hablar Milo.

Camus entendió entonces, y no pudo evitar abrazarse con las fuerza a su amado, para después besarlo como hace años anhelaba.

- No sabes lo felíz que estoy de al fin volver a verte.

- Yo jamás me aparté de tu lado, cielo.- Le sonrió Milo, acariciando su rostro.- Te prometí que estaría contigo siempre, y lo cumplí. Perdón por haberte causado tanto dolor.

Camus entendió que todas esas veces en las que sintió cerca a Milo no eran solo imaginaciones suyas, sino que su amado peli-morado siempre estuvo con él, ni siquiera la muerte pudo separarlos totalmente.

- Eso ya no importa.- Sonrió el francés.- Al fin estamos juntos, y ésta vez nada ni nadie podrá separarnos.

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Bueno, este songfic está dedicado a Reyva23

Ya había trabajado antes con éste shipp, aunque me fue un poco difícil inventar una historia con la canción.

Espero que te haya gustado 💕

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