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Ataque al corazón [🎶OrpheoxShaka📿]

En modo de defensa estoy
No creo más en el amor
Si lo hago sé que soy
Como un ataque al corazón

Era un día común en el santuario de Athena, los santos y cadetes entrenaban sin descanso, con el ardiente sol en su máximo esplendor.

Entre toda la actividad y ajetreo del santuario, nadie notaba la ausencia de cierto santo de plata.

Orpheo era su nombre. El jóven santo de plata de la lira, quién hace apenas unas semanas era el hombre más feliz del mundo, ahora no era ni la sombra de aquel joven alegre y lleno de energía.

El jóven había perdido al amor de su vida hace un par de semanas, y su corazón estaba hecho pedazos.

Eurídice era su nombre, una hermosa joven rubia, pura, dulce, amable, gentil y de buen corazón, que definitivamente no merecía el destino tan cruel que corrió. Muerta por la mordida de una serpiente, y nadie pudo hacer nada al respecto.

Desde ese fatídico día, Orpheo pasaba sus días en medio de un bosque que rodeaba el santuario, escondido en la copa de algún árbol, tocando únicamente melodías tristes con su siempre leal lira.

Parecía que nadie en el santuario notaba ni notaría jamás su ausencia, mucho menos su lamentable estado anímico... O al menos eso pensaba él.

Nunca entregaría todo mi amor
Y a la chica correcta digo no
Puedo conseguir lo que quiera hoy
Si se trata de tí nada tengo yo

- Oye...

Durante días no había estado durmiendo casi nada, mucho menos alimentándose adecuadamente, y su cuerpo comenzaba a resentirlo.

La tristeza y melancolía lo sobrepasaban, y se perdía en sus pensamientos, haciendo sonar las cuerdas de su lira.

Se sentía débil, y que sus ojos se cerraban poco a poco, hasta que la voz de alguien lo trajo de vuelta a la realidad.

- ¡Oye!

Estaba desorientado, y a duras penas reaccionó, casi cayendo del árbol en el proceso.

- ¿Necesitas ayuda?

Quién lo había sacado de sus pensamientos era un chico de larga melena rubia, delgado, y de tez blanca. Con una pequeña peculiaridad; mantenía sus ojos cerrados.

- Estoy bien.- Respondió irritado por la presencia del jóven.

- Será mejor que bajes de ahí antes de que te duermas y te hagas daño.- Volvió a hablar el rubio.

Por alguna razón se le hacía familiar ese rubio, pero no conseguía recordar exactamente dónde lo había visto antes.

- Ya te dije que estoy bien.- Volvió a gruñir el peli-celeste.- Ahora, si no te molesta, déjame solo.

Se dispuso a volver a tocar su lira, desafinando un par de veces, tan solo para después ajustar una y otra vez las cuerdas, irritandose aún más.

- Parece que algo te aqueja.

- Dedícate a tus asuntos.- Bufó enfado cuándo ese entrometido rubio volvió a dirigirle la palabra.

El rubio solo sonrió tranquilamente, sin abrir sus ojos en ningún momento.

- Está bien, Orpheo. No me escuches si no quieres.- Se sorprendió de que aquel rubio supiera su nombre. ¿De dónde lo conocía?- Pero será mejor que vuelvas al santuario, o el patriarca no tardará mucho más en notar tu ausencia.

El joven rubio dió media vuelta, comenzando a alejarse a paso lento y tranquilo.
Orpheo no aguantó la curiosidad, y decidió preguntarle directamente cómo sabía su nombre.

- Espera.- El rubio detuvo su paso.- ¿Quién eres y cómo sabes mi nombre?

- ¿No me recuerdas, Orpheo?- Le sonrió el rubio.- Solías ir al templo del patriarca a tocar la lira para nosotros.

Ahora lo recordaba, ¿cómo no lo había notado?. Quién tenía enfrente era uno de los doce caballeros dorados.

Antes de la muerte de Eurídice, solía ir de vez en cuándo a los apocentos del patriarca para tocar su lira para el pontífice y los santos de más alto rango en el santuario.

Solo recordaba un par de nombres, pero no sabía los nombres de todos ellos. No tenía idea de cuál era cuál. De hecho, jamás había intercambiado palabras con ninguno, hasta ahora.

Siempre se limitaba a presentarse con el pontífice, hacer su interpretación, y retirarse, sin cruzar una sola palabra con nadie más que con las doncellas encargadas de llevar alimentos o ropajes, o con los guardias.

- Señor, yo...- Intentó disculparse por su actitud tan irrespetuosa, al darse cuenta de su error.

- Tranquilízate.- Le interrumpió el desconocido.- No me has ofendido, así que no te preocupes.

- Lo lamento, yo... ¿Necesita algo?

Vió sonreír nuevamente a ese rubio.- Ya te lo dije, Orpheo. Será mejor que vuelvas al santuario antes de que el patriarca note tu ausencia y envíe a alguien a buscarte.

El peli-celeste bajó la mirada, no estaba de ánimos para aguantar a nadie, pero tampoco quería ofender al patriarca o a un caballero dorado y ganarse más problemas.

- Mi nombre es Shaka. Caballero dorado de virgo.- Lo sacó de sus pensamientos el rubio.- Veo que algo te tiene bastante afligido. En fin, no me corresponde inmiscuirme dónde nadie me llamó, pero si necesitas algo, búscame en el templo de virgo.

Orpheo no supo que responder, y aún de haberlo sabido, de nada habría servido, ya que, así como apareció se fue, el que ahora sabía, era el santo de virgo, sin hacer el menor ruido ni dejar un solo rastro.

Si fuera alguien más
Y con el corazón herido
Podría jugar todo un partido de basckteball

Los días pasaron lenta y tortuosamente. Orpheo seguía dándole vueltas a las palabras de Shaka, reflexionando una y otra vez si sería una buena idea, o siquiera algo prudente presentarse en uno de los doce templos sin haber sido llamado por el patriarca.

Pero en todo el tiempo que llevaba de luto, lamentando la muerte de su amada en silencio, nadie parecía percatarse de su dolor, mucho menos interesarse en él, hasta que apareció Shaka.

Luego de pasar horas meditándolo, finalmente tomó una decisión, y se armó de valor para acudir a dónde el santo de virgo le dijo que lo encontraría.

El camino no era tan largo, y no tuvo mayor problema para llegar hasta el sexto templo. La mayoría de los templos estaban vacíos, probablemente sus guardianes estaban en misiones o entrenando a jóvenes aspirantes.

Al llegar al templo de la virgen, todo era silencio y paz total. Casi podía escuchar los latidos de su propio corazón.

Por alguna razón, no se atrevió a romper el sagrado silencio, y siguió avanzando por el templo, tratando de hacer el menor ruido posible al caminar.

- Veo que al fin decidiste venir.- Escuchó de pronto la voz del custodio del templo.

Se giró sobre sus talones, tratando de encontrarlo con la vista, sin éxito en su misión.

- Lo lamento, debí haber pedido permiso antes de entrar.- Se apresuró a disculparse por su intromisión.

- Al menos sabes respetar el silencio.- Escuchó nuevamente la voz de Shaka a sus espaldas, y al girarse, pudo verlo sentado en posición de loto.- El silencio es un tesoro valioso que muy pocos saben apreciar.

Orpheo solo asintió. Realmente no sabía que debía responder.

- Dime, Orpheo, ¿te encuentras mejor?

El menor guardó silencio un momento antes de hablar.- No realmente.

- Entonces asumo que sigues afligido por la pérdida de alguien a quién amaste, ¿no es así?

Orpheo se sorprendió de que Shaka supiera aquello, ¿acaso su relación no era tan secreta como él pensaba?

- Eurídice era su nombre, ¿cierto?

- ¿C-Cómo sabe eso?

- Tu mente es tan fácil de leer como un libro abierto, Orpheo.- Respondió el mayor, sin perder su serenidad en ningún momento.- Hay algo que deberías saber, pero que por lo visto, ignoras completamente, y es lo que te causa tanto sufrimiento.

El peli-celeste guardó silencio, dejándole continuar.

- Orpheo, deberías saber que la muerte no es el final.- Continuó el rubio.- La muerte no es nada más que una transformación más. Si logras comprender eso, entenderás que no hay razón para sufrir.

- ¿Qué quiere decir con eso?

- Tendrás que comprenderlo por tí mismo, Orpheo.- Le respondió calmo el rubio.- Si quieres puedo enseñarte a meditar para que seas capa de encontrar tu respuesta, pero solo eso.

Por ti soy como una niña que hoy
Vuelve suplicando más de ti por tí
Tu mano sostenerla, soltarla nunca más

Habían pasado unos cuántos días desde su primera visita al templo de virgo.

Llevaba ya algunos días tratando de entender las palabras de Shaka, sin tener éxito en su cometido.
Después de darse por vencido, decidió aceptar la oferta que el santo de virgo le había hecho de meditar juntos.

No tenía mucho tiempo de haber comenzado, y a comparación de Shaka, era todo un novato en el arte de la meditación.

Por más que intentaba concentrarse como Shaka le indicaba, simplemente no lo conseguía, y se distraía o perturbaba muy fácilmente.

- Con esa actitud jamás conseguirás nada.- Le habló Shaka al notar su distracción.- Olvida el pasado, y concéntrate en el ahora. Tus problemas para hallar la paz son los mismos que tiene la mayoría de las personas.

- ¿Cuáles son "mis problemas"?- Preguntó el menor, algo cansado.

- Hablas demasiado, piensas demasiado, y sientes demasiado.

Orpheo no comprendió qué quería darle a entender Shaka. Nunca era lo suficientemente claro con lo que decía, y parecía que hablaba con acertijos.

Shaka notó los pensamientos del más joven, y procedió a explicarle de una forma más clara.

- ¿Recuerdas el día que te encontré en el bosque, Orpheo?

Orpheo asintió.

- Deducir el problema que te aquejaba fue tan fácil como cortar una flor. Y todo porque no eras capaz de mantenerte callado, tus palabras y el tono de tu voz te delataron.- Añadió Shaka, mientras con una de sus manos acariciaba el césped a su alrededor.- Ahora bien, por lo que he observado, no eres capaz de concentrarte en tu meditación porque piensas demasiado. Dejas que pensamientos innecesarios nublen tu juicio, piensas en qué pasará más tarde, o mañana, en cosas que quizás nunca sucederán, o que ya sucedieron y no tienen arreglo alguno. Las cosas a veces solo suceden, Orpheo. No todo tiene un porqué, y está bien que de vez en cuándo las cosas solo pasen, no te tortures a tí mismo pensando en lo que pudo ser y no fue.- Parecía que ese caballero dorado podía leerle la mente.- Y por último, Orpheo; sientes demasiado. Es un problema que tienen muchas personas; enojo fácil, desesperación fácil, preocupación fácil, tristeza fácil... Te sumerges demasiado en tus emociones, las sientes demasiado y dejas que te controlen. Tienes que sobreponerte a ellas, pensar con la cabeza fría, y aprender a diferenciar las emociones de los sentimientos.

- ¿Cuál es la diferencia entre una emoción y un sentimiento?

Shaka sonrió levemente.- Una emoción es una sensación momentánea, esporádica, como viene se va. Por el contrario, un sentimiento, es algo más profundo, duradero, quizás puedes saber cuándo aparece, pero nunca desaparece.- Explicó.- Por ejemplo, puedes discutir con alguien que amas, y lo que sientes en ese momento es, quizás enojo, molestia, quizás hasta algo de tristeza, pero son solo momentáneas, causadas por la situación. Una vez que te calmas, desaparecen, y te das cuenta de que pelear con esa persona fue una tontería, porque amas a esa persona. Y ese amor persiste a pesar de discusiones o desacuerdos. ¿Entiendes la diferencia?

Orpheo escuchaba atento a Shaka. Ciertamente, había entendido hasta cierto punto el ejemplo del mayor, pero aún tenía dudas sobre cómo diferenciar una emoción de un sentimiento. Shaka pareció notarlo, y siguió hablando.

- Orpheo, el amor que sentías por esa jóven es un sentimiento, porque a pesar de que hubieran existido discusiones y desacuerdos entre ustedes, o incluso que ella muriera, tú la sigues amando. Ella podrá no estar más en éste mundo, pero el amor que ella te profesó en vida sigue contigo.- Decidió dar un ejemplo más claro.- Pero la tristeza, el enojo y la impotencia que sientes son emociones, porque como viene una, se va, y llega otra a sustituirla, pero si aprendes a controlarlas, eventualmente se irán y tendrás la paz que necesitas.

- Creo que lo entiendo.- Habló Orpheo.

Me haces brillar
Y lo estoy tratando de ocultar
Sé que en modo de defensa estoy
No creo más en el amor
Si lo hago sé que soy
Como un ataque al corazón

Los días siguieron su curso, convirtiéndose en meses sin que siquiera lo notaran.

Orpheo siguió meditando con Shaka, y después de muchos intentos, por fin había conseguido encontrar paz en su corazón nuevamente.

Algunas veces tocaba su lira, compartiendo sus melodías con su nuevo amigo.

Llevaba días componiendo una nueva pieza, quería que fuera la más hermosa de todas, ya que el cumpleaños de Shaka estaba cerca, sería un regalo para ese joven rubio que tanto lo había apoyado en esos meses.

- Cada día suena mejor esa melodía.- Le felicitó Shaka, cuándo terminó de entonar su creación en proceso.- Me alegra que estés mejor, Orpheo.

- Muchas gracias, Shaka.- Agradeció sonriendo.- La verdad es que me ayudaste muchísimo, y realmente te lo agradezco.

- Yo no hice nada, Orpheo. Fuiste tú quién ha conseguido superar su dolor y recuperarse de ese golpe del destino.- Le sonrió de vuelta el mayor.- Estoy seguro de que serás un guerrero excepcional cuándo llegue tu momento de luchar.

Orpheo asintió mientras sonreía, agradeciendo los halagos de Shaka.

- Por cierto, Shaka.- Le llamó el peli-celeste.- Tu cumpleaños es dentro de un mes, ¿verdad?

- Sí, ¿por qué?

- Por nada. Solo preguntaba.

Shaka asintió, conforme con la respuesta del peli-celeste.- ¿Cómo la llamarás?

- ¿A qué?

- A la melodía que estás componiendo. ¿Cómo la llamarás cuándo esté terminada?

Orpheo lo pensó por un momento, no había pensado en un nombre aún.- Aún no lo sé.- Admitió.- Le pondré nombre una vez que esté terminada.

- Me parece bien.

Nunca había llorado por nadie más
Quedo paralizado si te acercas
Y cuando intento ser más natural
Parece como si rogara ayuda y ya
No es justo ver tus problemas me quieres ceder
Respiro tu aire me quema pero se siente tan bien

El mes restante para el cumpleaños de Shaka transcurrió más rápido de lo esperado. Orpheo había terminado su composición, pero aún no tenía un nombre para ella.

Aún así, se presentó al lugar del bosque dónde siempre se encontraban, y dónde había citado a Shaka ese día para pasar su cumpleaños.

Ese día tenía planeado ofrecerle el regalo que había creado para él, pero también deseaba confesarle al rubio algo que había descubierto hace poco, pero que no quería callar más.

Sin saber bien cómo o cuándo, había surgido un sentimiento en su ser por ese hermoso y enigmático hombre. No había sentido algo así desde que perdió a su amada Eurídice, su primer amor.

No le había sido fácil reconocerlo, pero ahora estaba seguro de lo que sentía, y quería que Shaka lo supiera.

- ¿Para qué me citaste aquí, Orpheo?

Shaka había llegado, y Orpheo no pudo evitar sentir un revoloteo en su estómago por los nervios.

- Shaka... Yo, bueno... Hoy es tu cumpleaños, y yo... Tengo un regalo para tí.

Shaka alzó sus cejas, un poco sorprendido.- Orpheo... No tenías porqué molestarte, yo...

- No es ninguna molestia.- Le interrumpió el peli-celeste.- Es solo una pequeña muestra de mi agradecimiento y aprecio... Estuve componiendo una melodía para tí, sé que no es mucho, pero lo hice con todo mi corazón.

Shaka le sonrió como siempre hacía, y se sentó en su típica pose de loto.- Te escucho.

Orpheo sonrió alegre, y sin esperar más, se sentó enfrente de Shaka y comenzó a tocar las cuerdas de su lira, haciéndolas resonar.

Ese día puso todo su empeño en tocar su instrumento, su interpretación tenía que ser perfecta.

Cuándo terminó su interpretación, alzó la vista, y se topó con el hermoso rostro de ese ser casi divino. Con esa sonrisa preciosa decorándolo.

- ¿Qué te pareció?- Preguntó nervioso.

- Llevas meses trabajando en esa melodía, jamás había escuchado algo tan hermoso.- Sonrió Shaka.- Muchas gracias.

Orpheo sintió su corazón saltar de alegría, y como sus mejillas tomaban un ligero tono carmesí. En momentos como ese agradecía profundamente que Shaka siempre mantuviera los ojos cerrados.

- Shaka... Hay algo que quiero decirte.

- ¿Qué pasa, Orpheo?

- Shaka... Hace unos meses, cuándo te conocí, yo estaba muy afectado por la muerte de Eurídice.- Comenzó el menor.- Y... Tú me ayudaste a aprender a diferenciar entre un sentimiento y una emoción... Y yo... Estoy seguro de que lo que siento ahora es un sentimiento.

Shaka no decía nada, permanecía tan neutro como siempre.

- Shaka... No sé cómo, cuándo ni porqué... Pero te amo.- Confesó finalmente.

Shaka seguía sin decir nada, parecía que estaba en shock. Su expresión permanecía inmutable, y sus ojos cerrados tan pacíficos como siempre.

Orpheo suspiró, aceptando su derrota.- Entiendo. Espero que me permitas al menos ser tu amigo.

- Orpheo... Yo...- Por primera vez desde que lo conoció, vió a Shaka nervioso.- Orpheo... Quisiera poder corresponder tus sentimientos... Pero no puedo.

- No te preocupes.- Se esforzó en sonreír el peli-celeste.- De seguro tienes a alguien especial en tu vida, ¿no es así?

Shaka negó con la cabeza.- No es eso, Orpheo.

- ¿Entonces qué es?- Preguntó curioso Orpheo.

- Orpheo, hace años hice un voto de castidad.- Explicó el rubio.- Juré conservar mi pureza de por vida... No tengo permitido éste tipo de relaciones, con nadie.

- Entiendo.- Aceptó Orpheo.- Lo siento, no quería incomodarte.

Shaka negó.- Solo hagamos como que ésto no pasó, ¿de acuerdo?

Orpheo asintió, en cierto modo aliviado, aunque también con el corazón herido.

Por ti soy como una niña que hoy
Vuelve suplicando más de ti por tí
Tu mano sostenerla, soltarla nunca más

Los meses avanzaron desde ese día. Parecía que tal y como dijo Shaka, todo seguiría como si nada hubiera pasado.

Pero Orpheo no podía evitar sus sentimientos por Shaka. Por más que lo intentó, ese sentimiento seguía vivo y parecía hacerse más fuerte con cada día que pasaba.

Ese día estaban como casi todos los días desde que se conocieron, en medio del bosque, escuchando las melodías de Orpheo, justamente la que compuso para Shaka.

El rubio, como siempre, sonreía relajado. Orpheo no podía evitar mirarlo hipnotizado.

No pudo contenerse, y al finalizar su melodía, se acercó tímidamente al rubio de sus sueños, con cuidado de no alertarlo.

En un ágil movimiento, junto sus labios con los ajenos. Esperaba que Shaka se molestara y le respondiera con un golpe o algo peor, pero fue todo lo contrario.

Sintió como Shaka le correspondía el beso, moviendo sus labios a la par de los suyos.

Lo que inició como un tímido beso, pronto se convirtió en uno demandante y hambriento. Poco a poco fue inclinándose hacía adelante, hasta que Shaka terminó recostado en el césped, con Orpheo encima de él.

Se separaron cuándo el aire escaseó, y por primera vez, Orpheo pudo ver los ojos de Shaka.

Tan azules como el cielo y brillantes como la luz misma. Ese par de luceros estaban mirándolo fijamente, con sentimientos que no supo descifrar al instante, como esperando alguna acción de su parte.

- S-Shaka... Yo...- Tartamudeó Orpheo.

No esperaba ser silenciado por el mismo Shaka con un segundo beso.

No hicieron falta palabras, solo se dejó llevar por lo que sentía. Besándolo, acariciando su cabello, y disfrutando de la cercanía.

Ahí, en medio del bosque, solo los rayos del sol fueron los únicos testigos de su entrega, cómo dos almas se amaron, como se unieron.

Me haces brillar
Y lo estoy tratando de ocultar
Sé que en modo de defensa estoy
No creo más en el amor
Si lo hago sé que soy
Como un ataque al corazón

Después de ese día, las cosas cambiaron entre ellos.

Shaka había roto su voto de castidad, pero nadie más que ellos dos lo sabían, era su secreto, uno que no podía salir a la luz.

Enfrente de todos los demás santos y el patriarca, no eran más que compañeros de armas, amigos cercanos.

Pero en medio del bosque, cuándo solo estaban ellos dos, daban rienda suelta a su amor, se entregaban en cuerpo y alma hasta quedar sin aliento.

Era difícil vivir así, tener que fingir ser solo amigos, pero sabían que no tenían otra opción.

Los santos de Athena no tenían permitido tener pareja, debían dedicar sus vidas únicamente a proteger a su diosa y la paz de la tierra.

Si un caballero era descubierto teniendo una pareja, solo tenía dos opciones; renunciaba a su puesto, y era exiliado del santuario. O terminaba con esa relación inmediatamente, recibiendo también un escarmiento por su atrevimiento.

No querían abandonar sus puestos como santos, tanto esfuerzo habría sido para nada. Y no querían exponer al otro a recibir ningún tipo de castigo por parte del santuario.

- ¿Te arrepientes de ésto?- Le preguntaba Orpheo a Shaka.

El rubio negó.- Fuí yo quién permitió ésto. Y no me arrepiento.

Todos los sentimientos de ayer
Se han marchado y no me rendiré
No hay ningún culpable
Sé que nunca me alejaré
Cerca del sol siempre te amaré, sólo mí cúlpame

Orpheo se encontraba caminando por el bosque, dónde se encontraría con Shaka.

Llegó a su lugar secreto, y al no ver rastro de su amado, se sentó bajo la sombra de un árbol a tocar su lira.

Se sumió en su música, hasta que una voz desconocida lo sacó de su ensoñación.

- Orpheo...

- ¿Quién está ahí?

Buscó con la vista, pero no pudo ver a nadie.

- Escúchame, Orpheo.- Volvió a oír esa misteriosa voz, que parecía ser de un anciano.- Sé lo que ocultan el caballero de virgo y tú.

Orpheo comenzó a alterarse al escuchar aquellas palabras.

- Tranquilízate. No tengo intenciones de meterme en esos asuntos.- Volvió a hablar esa voz.- Pero la guerra contra Hades está a tan solo unos años de comenzar. Y necesito que realices una encomienda sumamente importante.

- ¿Quién eres?

- Mi nombre es Dohko.- Le respondió. Reconoció ese nombre al instante.

- ¿Dohko de libra?, ¿el viejo maestro de los cinco picos?

Lo siguiente que escuchó fue una risa. Giró su vista a la dirección dónde la escuchó, y pudo apreciar la pequeña figura de un anciano.

- Gusto en conocerte, Orpheo.

- ¿De qué encomienda habla, maestro?

Dohko procedió a explicarle lo que sucedía, y lo que sucedería en un futuro cercano. Así como la misión que llevaría sobre sus hombros, y a la que Orpheo decidió acceder.

- Has lo que debas hacer antes de partir, Orpheo.- Finalizó el viejo maestro.- Nos veremos en unos años... Y por cierto, recuerda que amar no tiene nada de malo. Después de todo, uno no puede decirle a su corazón a quién amar y a quién no.

Y después de eso, desapareció tal y como apareció, sin dejar rastro.

Shaka apareció unos minutos después. Cómo siempre, se demostraron su amor, Orpheo sabiendo que sería la última.

Después, cada uno volvió a su recinto, aunque Orpheo tomó un camino diferente.

Me haces brillar
Y lo estoy tratando de ocultar
Sé que en modo de defensa estoy
No creo más en el amor
Si lo hago sé que soy
Como un ataque al corazón

Así fue como llegó al Inframundo, con la excusa de recuperar el alma de su amada fallecida.

Pero su verdadero propósito fue bajar hasta el Inframundo, infiltrarse entre los espectros, y enviar información sobre los movimientos del ejército de Hades al viejo maestro.

Y ahora estaba en su batalla final, enfrentando a ese juez del Inframundo; Radamanthys. Y lo hizo, tocando aquella melodía que años atrás compuso para su último amor en vida.

- ¡Death trip serenade!

Con ese último ataque consiguió debilitar a Radamanthys, lo suficiente para conseguir retenerlo y que Seiya lo golpeara, aún a costa de sacrificar su propia vida.

Su última serenata llegó hasta los oídos de la persona para la que fue compuesta en un inicio, y que no pudo contener sus lágrimas.

- Así que finalmente le pusiste un nombre a tu melodía... Nuestra melodía, Orpheo.- Hablaba para sí mismo aquel santo de virgo.- Ahora todo tiene sentido... Jamás te fuiste solo porque sí. Todo éste tiempo, soportaste este tormento para poder ayudarnos... Gracias, Orpheo... Te prometo que ninguno de tus sacrificios será en vano.

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