Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Le Rois du Monde [🦂Milo x Camus❄️]

Cumplir itinerarios imposibles, llenar todas las expectativas sobre sus hombros, ser el mejor en todo...

Toda su miserable vida se resumía a ser lo que otros deseaban, y obedecer todas las órdenes que se le daban. Bueno, era el precio de vivir en la cima del mundo después de todo.

Tras recibir todos los cuidados de varios sirvientes, niñeras y nodrizas durante sus primeros tres años de vida, fue enviado a las más prestigiosas escuelas de élite. Siempre dejando hasta su alma en cada clase.

¿Amigos? Para la gente común quizás, como siempre decían sus padres. En el mundo en el que él vivía, no existían los amigos, lo máximo a lo que podía aspirar era socios de negocios.

Después de todo, en el mundo de la élite, cada uno estaba por su cuenta. Absolutamente todos velaban únicamente por sus intereses individuales, sin importarles un carajo a quien tuvieran que llevarse en el proceso. Todos eran enemigos en potencia, esperando el momento de atacarlo y hacerlo pedazos. No podía permitir que eso sucediera.

Ahora, a sus diecisiete años, era uno de los nobles solteros más codiciados. Con su porte, su gracia en absolutamente todo lo que hacía, su exquisito intelecto, su enorme belleza, y su noble procedencia.

Había aprendido todo lo que las academias más exclusivas podían enseñarle. Pero su educación continuaba, ahora a manos de tutores particulares, en la gigantesca biblioteca del palacio.

— ¿Todo en orden, señor Legrand?

Al escuchar la voz de su mentor, soltó un pesado suspiro, obligándose a volver a su deprimente realidad.

— Sí, señor Meursault.

— Creo que podemos dejar la lección hasta aquí por hoy.- Suspiró el profesor.- Parece algo cansado.

— De acuerdo, señor Meursault.

Tras despedir a su tutor, y solicitarle a la ama de llaves que lo escoltara hasta la salida, Camus decidió permanecer un momento más en la solitaria biblioteca.

Cientos de libros, todos los estantes repletos, un hermoso escritorio de madera importada, bellos candelabros en el techo, y enormes ventanales que permitían el paso de la luz natural a través de los vitrales... Sí, sin duda un lugar precioso, pero que lo llenaba de una profunda amargura.

Decidió salir de la biblioteca, y comenzar su recorrido por los pasillos del castillo, con su alcoba como destino, llevando en los brazos el libro que debía repasar para la siguiente lección.

De nuevo, la enorme sensación de desolación lo asaltaba. Las paredes de un blanco inmaculado, los azulejos de mármol en el suelo, los bellos ventanales... Pero solo le recordaban su suerte.

¿Ingrato? Quizás era la mejor palabra para definirlo, al menos así lo sentía él. Tenía absolutamente todo desde su nacimiento, pero siempre se sintió demasiado sólo.

No podía recordar una sola vez en que su madre o su padre se sentaran a conversar con él, a menos que de un asunto oficial se tratara. En fin, en unos meses más, después de su cumpleaños número dieciocho, debería casarse con la hija de un noble aliado, de la que no sabía ni su nombre, asumir todas sus responsabilidades como duque, esposo y padre, tener varios herederos, y prepararlos para legar el puesto... Sí, la vida perfecta.

— ¿Todo en orden, señor?

— Sí, señora Dupont.- Respondió cortante a la pregunta de su ama de llaves.- ¿Necesita algo?

— No, señor. Solo que lo he notado algo... Distraído los últimos días.- Respondió la mujer.- ¿Se siente enfermo?

— No es nada. Simplemente he estado algo cansado.- Afirmó con desgano.- Es todo.

— ¿Por qué no aprovecha el resto del día para salir a caminar un rato por el ducado?

Meditó por unos segundos la propuesta de la anciana. No parecía tan mala idea, después de todo, era casi un prisionero en su castillo desde su nacimiento. No sería tan difícil pasar desapercibido entre los civiles, además de que podría ser una buena excusa para observar de cerca la situación actual del Estado que gobernaría. Después de todo, sus padres se encontraban fuera del reino, no se enterarían de su pequeña evaluación encubierta.

— Por favor ordene que ensillen mi caballo, señora Dupont.- Respondido finalmente.- Saldré a cabalgar un par de horas. Volveré para la hora de la cena.

— Como ordene, señor.

Sin más, se retiró a su alcoba, únicamente para cambiar sus ropas por unas más adecuadas para la ocasión, recoger sus largos cabellos, y dejar el libro resguardado. Una vez finalizadas aquellas tareas, se dirigió al establo, dónde ya lo esperaba uno de los mozos, sosteniendo las riendas del equino elegido.

Sin más que un breve intercambio de palabras, montó en el animal, y emprendió su camino, rumbo al poblado.

Ciertamente, no había nada que captara demasiado su atención, o que no esperara ver. Gente haciendo sus actividades diarias, comerciantes vendiendo sus productos en el mercado, amas de casa y mucamas realizando la compra de alimentos, niños jugando...

Cubierto por la seguridad que la capucha le brindaba, se desplazó por los alrededores, manteniéndose aferrado a las riendas de su corcel. Comenzaba a creer que esa cabalgata había sido una completa pérdida de tiempo.

Por un momento pensó que ya nada podría sorprenderlo, hasta que un can cruzó justo enfrente suyo a toda velocidad, alterando a su caballo, ocasionando que perdiera el control del animal.

— ¡Oh, tranquilo!

Por suerte, los que supuso debían ser dueños del perro que causó todo ese desastre, aparecieron justo a tiempo para ayudar a sujetar al corcel y controlarlo, justo antes de que terminara herido de gravedad. Aunque la caída fue inevitable.

— ¿Estás bien?

— Sí. Fue solo un golpe.- Afirmó, aceptando la ayuda del desconocido para ponerse de pie.- Gracias.

— Lamentamos el inconveniente, pero el cachorro se emocionó demás y salió corriendo demasiado rápido.- Explicó con una cálida sonrisa.- ¿Estás seguro de que no necesitas ayuda?

— Gracias, pero ya dije que estoy bien.

Tras decir aquellas palabras, estaba dispuesto a retirarse, volviendo a montar su caballo, a pesar del dolor presente en su espalda baja, sin lograr evitar gesticular.

— De acuerdo, pero si yo fuera tú, tomaría un baño de agua fría por si acaso después de esa caída.

— Lo tendré en cuenta.

— No eres alguien muy amigable, ¿verdad?

Las palabras, acompañadas por la pequeña risa burlesca del peli-violeta que tenía enfrente, lograron molestarlo un poco, pero decidió simplemente dejarlo pasar, dispuesto a marcharse.

— Oye, no lo dije como ofensa.- Le sonrió el plebeyo.- Toma, como compensación por la travesura del perro de mi amigo.

Miró la manzana que el joven le ofrecía. Ciertamente, lucía deliciosa. Muy roja, brillante, fresca, y probablemente recién cortada.

Dirigió una breve mirada a su interlocutor, y después de nuevo a la fruta, antes de finalmente aceptar el presente y tomarla entre sus manos.

El joven pareció complacido con ese simple gesto, mostrándole una dulce sonrisa, comenzando su andar.

— ¡Oye!, ¿cuál era tu nombre?

— Milo.- Respondió el peli-violeta.- ¿Y tú?

— Camus.

— Bueno, Camus, un gusto conocerte.- Rió enternecido.- Nos vemos. Que tengas buen regreso a casa.

Solo pudo asentir en silencio, observando a Milo alejarse entre bromas y juegos con el chico de cabellos castaños, y el can que los acompañaba.

Extraño... Solo así podía definir ese encuentro, y todo ese paseo en general.

Sabía que era común que varios hombres y jóvenes súbditos de clase media y baja supieran tratar con equinos y bestias de carga en general, por algo la ganadería era una de las principales actividades económicas del ducado, pero negar lo sorprendente que había sido observar la facilidad con la que Milo y su acompañante lograron calmar a un caballo asustado, sería mentir.

Por la forma de vestir de ambos jóvenes, podía deducir que oscilaban la clase media. Seguramente no les faltaba pan en la mesa, pero probablemente tampoco les sobraba como para regalar comida a un desconocido solo por un accidente.

Pero, quizás lo que más impactante le parecía, era la confianza y facilidad con la que personas como Milo se relacionaban con completos desconocidos. Tales actitudes no serían bien vistas ni en mil años dentro de la corte.

Sin contar lo felices que parecían con algo tan insignificante, como jugar con un perro o caminar por las calles bromeando... Era realmente intrigante.

Por ese día había sido suficiente, y volvió a Palacio, con muchas más dudas en la cabeza.

Los siguientes días, su ánimo estaba un poco mejor, aunque visiblemente más distraído. Ese plebeyo había despertado una inusual intriga en él, y después de luchar contra sus impulsos por días, decidió salir de nuevo al ducado, con la esperanza de volver a verlo y satisfacer su curiosidad.

— ¡Hey, Cam!

Para bien o para mal, no tardó mucho en encontrarlo mientras se aventuraba caminando por el centro del poblado, acompañado del mismo castaño que la vez anterior.

— Qué sorpresa encontrarte aquí.

— Solo estaba de paso.- Replicó, intentando mantener la serenidad.- Tampoco esperaba volver a verte.

— Oh, ¿entonces no eres nuevo en el ducado?

— No, no vivo aquí.- Mintió.- Solo vine a entregar unos encargos al hijo del duque.- Contó su falsa historia premeditada.- Me iré en un par de días más.

Quería saber más sobre la vida de un súbdito normal, y si se presentaba como el hijo del regente, no lo conseguiría. Así que, usaría ese álter ego como un simple mensajero para acercarse.

— Oh, ya veo.- Asintió Milo, creyendo su mentira.- Debe ser interesante viajar constantemente de un lugar a otro, y convivir con, ya sabes, los "reyes del mundo".- Añadió con una pequeña sonrisa.

— Podría decirse.- Respondió, rememorando todas las veces que había salido del ducado, únicamente para llegar a enjaularse en otro palacio por horas o días.- No es la gran cosa en realidad.

— Debes estar bromeando.- Contradijo Milo, riendo suavemente.- Quedarse en un palacio, conocer todos los rincones del reino...

Su respuesta fue mantenerse en silencio, observando de reojo los alrededores.

— ¿Tienes planes para hoy?

— No realmente. Solo pensé en conocer el ducado y sus costumbres.

— En ese caso, ¿quieres venir con nosotros al festival de otoño?

Sabía que cada año, tras el fin de la temporada otoñal, cuando las cosechas ya habían sido recogidas y las reservas almacenadas para el invierno, en el ducado se llevaba a cabo una fiesta que duraba alrededor de una semana, para celebrar y agradecer por las bondades de la tierra.

Sabía que se instalaba un carnaval con gran variedad de juegos y comida, y por las noches se llevaban a cabo bailes,  y diversos concursos. Pero nunca había asistido a nada de eso.

— Si es algo tradicional, supongo que está bien.

— ¡Ya está decidido entonces!- Celebró Milo, alzando la voz más de lo que Camus esperaba, a la para que lo abrazaba por los hombros.- Oh, cierto, casi olvido presentarlos. Camus, él es Aioria. Creo que ya lo habías visto el día que su perro asustó a tu caballo.

El joven de cabello castaño solo asintió, esbozando una muy sutil sonrisa. Era evidente que solo estaba siendo cortés, pero no confiaba en él en absoluto.

Una vez terminadas las presentaciones rápidas, los tres iniciaron su travesía, hasta llegar al centro del ducado, dónde todo estaba hermosamente decorado. Varias tiras de banderines de tela ondeando entre los tejados, carpas coloridas por todo el lugar, ofreciendo infinidad de golosinas, bebidas y artículos, incluso personas con instrumentos alistando cosas en un escenario. Parecería que toda la gente estaba reunida ahí por esa noche...

Todo era nuevo, increíble, pero fascinante.

— Discúlpalo. Aioria es algo arisco al comienzo, pero es un gran amigo.- La voz de Milo a su lado, ofreciéndole un tarro de alguna bebida, lo hizo salir de su ensoñación.- No es nada personal contigo.

— Supongo que es normal no ser gran amigo de un desconocido.- Respondió Camus, aceptando el tarro, sorprendiendose por el peso y la dificultad que representaba sostenerlo con una sola mano a causa del tamaño.- Gracias.

— ¿Te gusta la cidra de manzana?- Cuestionó Milo con una pequeña risa divertida al verlo lidiar con el tarro.

— No suelo beber con frecuencia.- Explicó.- Pero la he bebido un par de veces.

— Salud entonces.

A pesar de su inexperiencia, inseguridad y ligero temor, imitó lo mejor que pudo la acción de Milo, chocando los bordes de los tarros, para, seguidamente, beber todo el contenido.

Realmente, solo había probado la cidra de manzana un par de veces, como una pequeña entrada durante las veladas celebradas en el palacio. Sin embargo, la bebida estrella siempre era el vino y el champagne. Beber una cantidad tan exorbitante de cidra era simplemente alucinante, y al final terminó con un ligero mareo.

Milo no dejaba de hablar, mientras lo guiaba por todo el lugar, acompañados por Aioria y el can que siempre los seguía a todos lados, durante varios minutos, hasta que el castaño se retiró para ir a ayudar a su hermano con algo.

No esperaba entretenerse tanto aprendiendo de primera mano las tradiciones de su pueblo, como para perder la noción del tiempo, viéndose atrapado por la noche, aún en compañía de Milo.

— Ya va a comenzar el baile.

— ¿Baile?

— Los músicos del ducado tocan toda la noche, hasta que no haya absolutamente nadie bailando.- Explicó Milo con un cautivador brillo en los ojos.- Es una forma de celebrar las buenas cosechas, y premiarnos por todo el esfuerzo del año.

Mientras Milo daba esa breve explicación, todo el lugar se vió lleno de personas, y los músicos en el escenario comenzaron su función.

Era completamente diferente a los bailes a los que Camus estaba acostumbrado. No había absolutamente nada de gracia ni delicadeza, ni siquiera una coreografía o lugares a respetar. Había parejas, pero también personas bailando por su cuenta, o incluso grupos pequeños formando rondas y dando giros.

— ¿Bailas?- Le sonrió Milo, ofreciéndole su mano.

— ¿Cuáles son las reglas?- Inquirió, antes de siquiera pensar en aceptar la invitación.

— La única regla es divertirse.- Respondió el peli-violeta, tomándolo de la mano para llevarlo hasta la multitud.

Completamente nervioso, desorientado y sin tener la menor idea de qué hacer, siguió a Milo a tropezones, hasta quedar en medio de un mar de gente.

¿Divertirse? No tenía la menor idea de cómo funcionaba eso. Toda su vida había tomado clases de baile, pero ninguna contemplaba diversión. Cada movimiento debía ser grácil, delicado y perfecto, y eso requería concentración.

— Solo déjate llevar por la música.- Le alentó Milo, mostrándole algunos pasos.- No seas tímido.

Miró a su alrededor, dándose cuenta de que todos estaban demasiado centrados en sus propias danzas. Absolutamente nadie tenía sus ojos sobre él, listos para juzgarlo hasta por una postura ligeramente encorvada... Finalmente, después de tomar un profundo respiro, decidió aceptar tomar la mano de Milo nuevamente, y dejarse guiar por su compañero y la alegre melodía.

Tal vez era la cidra en su sistema, o quizás las vibrantes tonadas de acompañamiento, o simplemente la compañía de ese alocado muchacho de hebras violetas... Antes de ser consciente de su entorno, ya estaba dando giros y saltos por todo el lugar, siendo secundado por Milo en todo momento.

Por primera vez en su vida, podía sentirse libre, felíz, pleno... Vivo.

Ya avanzada la noche, y con el calor del festejo aún ardiente, decidieron tomar un pequeño descanso, alejándose a un rincón más solitario y libre del ajetreo.

— Lo sabía.- Sonrió Milo, mirándolo fijamente.

— ¿Qué?

— Tienes una sonrisa hermosa.- Respondió.- Deberías hacerlo más seguido.

— Qué cosas dices...- Rió el peli-aqua, sintiendo un ligero sonrojo, negando con la cabeza.

— Apuesto a que si supieras lo bello que te miras cuando sonríes, lo harías más seguido.- Te queda mucho mejor que la cara de amargado habitual que tienes.

Solo por esa ocasión, las palabras de Milo no lo ofendieron. Solo consiguieron ampliar su sonrisa, perdiéndose por unos segundos en los ojos ajenos.

Hasta ahora se daba cuenta del inusual color que poseían. Eran como un par de brillantes jades, irradiantes y llenos de color.

— ¿Qué pasa?

— Nada. Solo me parece curioso el color de tus ojos.- Admitió con una tenue sonrisa.- Son como el jade verde.

— ¿Gracias?... Supongo.- Rió Milo, probablemente sin tener idea de qué hablaba.- Nunca he visto jade en mi vida, así que ni idea de cómo luce. Pero si tú lo dices, debe ser algo bueno.

Camus no pudo evitar conmoverse ligeramente. Seguramente Milo jamás había visto un jade, y muy probablemente, jamás lo haría... Al menos que él lo cambiara personalmente.

— Esto es jade verde.- Explicó, sacando un anillo de su bolsillo.- ¿Lo ves? Es un color muy parecido al de tus ojos.

Milo miraba la joya con incredulidad, casi con temor. Esa pieza de oro sólido, con unos grabados, y una piedra brillante de color turquesa incrustada en el centro, se veía demasiado costosa. Algo que solo un noble podría permitirse.

— Creo que sí es de tu talla.

— ¡¿Qué?!- Exclamó nervioso el peli-violeta ante las palabras de Camus. Nervios que se convirtieron en terror cuando el "mensajero" le colocó el anillo en la mano derecha.- ¿Cómo se te ocurre, Camus? Esto se ve endemoniadamente caro.

— Lo es, pero no es de mi talla.- Asintió el joven noble.- Me lo obsequiaron como premio por mi dedicación y trabajo duro, pero me queda demasiado grande.- Añadió, inventando una pequeña coartada sobre la marcha.- Pero a ti te queda perfecto. Quédatelo.

— Pero-

— Insisto.- Interrumpió Camus, impidiéndole quitarse el anillo.- No me quedaré mucho tiempo, quizás no volvamos a vernos... Así que tómalo como un agradecimiento por haberme ayudado con el caballo la primera vez que nos vimos, y por haberme enseñado el ducado y sus costumbres.

— Es un pago un poco excesivo, ¿no lo crees?

— En absoluto.- Negó con una suave sonrisa.- Mi abuela solía decir que se debe recompensar adecuadamente a quiénes ayudan a otros sin esperar una retribución a cambio, y la vida no tiene precio.- Añadió, recordando las palabras de la señora Dupont. Aquella ama de llaves que prácticamente lo había criado.- De no ser por tu intervención, quizás el caballo habría perdido por completo el control, y no estaríamos teniendo esta conversación.

— No hice la gran cosa. Solo sujetar las riendas y acariciarlo un poco.- Negó Milo, algo nervioso.- Funciona con prácticamente todos los animales de carga.

— ¿Sabes cómo se le conoce al jade?- Cuestionó Camus. Milo solo negó.- Se le suele llamar la "piedra de la buena suerte". Se cree que ayuda a mejorar los vínculos, la armonía y el amor entre las personas, y también a atraer buena suerte, prosperidad y abundancia a quién la posee.

Milo seguía dudoso de aceptar aquel regalo, pero ante la insistencia de Camus, terminó aceptándolo. El antiguo propietario del anillo solo sonrió complacido de lograr su objetivo.

— Combina a la perfección con tus ojos.- Mencionó Camus al observar a Milo con el anillo puesto.

— ¿Tú crees?

— Sin duda.

Una pequeña sonrisa surcó los labios de Milo, contagiando a su acompañante, sin lograr romper el contacto visual.

Tal vez la música alegre, quizás un deseo oculto, la tibieza de la noche, o la seguridad de privacidad que su manto oscuro ofrecía a los amantes... Fuera cuál fuera la razón, no tuvo importancia alguna cuando sus labios se encontraron en un ansiado beso.

Ambos sabían bien que era un encuentro fugaz, una oportunidad que no se repetiría, así que no quedaba espacio para arrepentimientos. Después se atormentarían con la culpa, la tristeza y el dolor de la despedida y la separación. Por ahora, la noche era joven, el tiempo se había detenido, y solo existían dos personas amándose.

Al amanecer, ambos volverían a sus vidas, a sus mundos, completamente opuestos uno al otro, conservando con ellos eternamente el recuerdo de ese encuentro y ese fugaz pero cálido amor de otoño.

•=•=•=•=•=•=•=•=•=•=•=•

Pedido para haidee24dory
Cómo dije, el Milo x Camus no es mi especialidad, pero es bueno salir de la zona de confort de vez en cuando, y una vez al año no hace daño(? Así que quise tomar el reto.

Espero que te haya gustado 🤍

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro