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¿Y si te elijo a tí?

One-Shot sobre qué hubiera pasado si Sorrento hubiera elegido no ayudar a los santos de Athena en la saga de Poseidón.

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Y ahí estaba ahora, después de que escuchara por la propia boca de Kanon la verdadera causa de aquella cruel batalla que costó las vidas de todos sus amigos.

Recientemente había tocado su melodía mortal contra el que hasta hace poco se hacía llamar su comandante.

Kanon había terminado de rodillas en el suelo, debilitado por sus letales notas.

Fénix intervino, haciéndolo detenerse para poder interrogar a Kanon sobre el paradero de la urna sagrada de Athena.

Kanon reveló la información más fácil de lo que Ikki pensó, probablemente sintiendo que su final a manos de Saren estaba cerca de todos modos.

El fénix dió media vuelta, y comenzó a alejarse, dejando totalmente descubierta su retaguardia, creyendo que todo había terminado, y que ahora el general marino del Atlántico Sur estaba de su lado... Qué equivocado estaba.

La misma música que segundos atrás hizo a Kanon doblegarse, ahora hacía los mismo con Ikki, con la diferencia de que a él nadie lo salvó de oír la sinfonía mortal completa, que acabó con su vida.

- No te quedes ahí.- Se dirigió a un moribundo Kanon, que se arrastraba en el suelo.- Me encargué de Andrómeda y de Fénix, pero aún quedan tres caballeros vivos, y nosotros solo somos dos. Tenemos trabajo que hacer.

- Sorrento... ¿Por qué...?

- ¿Importa acaso?- Por ese instante juró ver un brillo carmesí en los rosados ojos de Sorrento.- Estoy harto de tener que seguir la voluntad de los dioses... ¿Qué saben ellos?, ¿qué sabe Athena o Poseidón?. Una no es más que una chiquilla jugando a ser diosa, y el otro un incompetente que fue vilmente engañado por un mortal.

Nunca había escuchado al general de sirena hablar de esa forma, mucho menos había visto ese brillo de pura ira y resentimiento en su mirada.

- Solo por eso te perdoné la vida y maté a Fénix y Andrómeda.

Kanon como pudo, se incorporó, aún con su cosmos debilitado por el ataque de Sorrento.

El marino de sirena se compadeció de él, y decidió servirle como punto de apoyo para caminar, al menos hasta que sus fuerzas volvieran.

Al arribar al pilar central tan solo bastó con que Saren hiciera sonar su flauta para acabar con los caballeros de bronce restantes.

Mientras Sorrento se encargaba de los santos de Athena y de distraer a Poseidón, Kanon se infiltró hasta el gran pilar central ocultando su cosmos, y liberó a Athena.

Los dos dioses se enfrentaron, culminando con la aparente victoria de Athena al encerrar el alma de Poseidón en la vasija sagrada.

Pero justo cuándo la diosa bajó la guardia, Sorrento hizo sonar su serenata mortal una vez más, y Kanon aprovechó para hacer lo que su gemelo y Poseidón no pudieron, apuñalando en el corazón a la diosa con el tridente de Poseidón.

Una vez que la diosa de la guerra murió, Kanon avanzó con el arma asesina, aún derramando gotas de la sangre de Athena, hacía su cómplice.

- La era de los dioses se ha terminado. Hoy comienza una nueva era, la nuestra.- Dijo Kanon, con una diabólica sonrisa en los labios.- Y todo gracias a tí, Saren.

Acarició suavemente la mejilla del peli-lila, quién ni siquiera se inmutó.

- ¿Sabes, Saren? Todo rey necesita una reina.- Siguió Kanon con su discurso, apretando al menor contra su cuerpo, aún empuñando el tridente.- Y ya que tú me ayudaste a conseguir lo que quería, dime ¿te gustaría ser esa reina?

Sorrento no dijo una sola palabra, ni cambió la neutra expresión de su rostro, limitándose a asentir.

- Así me gusta, pequeño.- Sonrió Kanon, acomodándole un mechón de cabello detrás de la oreja.- Callado, sumiso y obediente.- Susurró contra sus labios, para después besarlos.

Sorrento mentiría si dijera que eligió asesinar a los santos de bronce, a Athena y traicionar a su dios por el poder y la ambición. Porque la realidad era que lo había hecho por amor.

Lo hizo cegado por el amor pasional que sentía por el dragón marino. Cambió sus convicciones, sus ideales, su dios, su honor como guerrero, por unas migajas del amor de Kanon.

Y ahora estaba en medio de la sala del templo submarino, con su mejilla pegada a uno de los pilares, mientras Kanon arremetía contra su cuerpo con potentes y rápidas embestidas.

Sabía que Kanon no era capaz de amar a nadie más que a sí mismo. Por ahora solo lo quería para desahogarse, para satisfacer sus necesidades físicas y emocionales, para no sentirse solo, pero una vez que se hartara de él, lo desecharía como a todos los demás.

Lo sabía perfectamente, y le dolía el solo pensarlo. Tanto que no pudo evitar sollozar en medio del acto.

Para fortuna, o quizás desdicha suya, Kanon a duras penas y se percató, pero se lo atribuyó a que había sido demasiado brusco, y bajó la velocidad de sus penetraciones.

Cuándo todo terminó, Kanon acomodó sus ropas, y él se dejó caer sobre sus rodillas, sintiendo como las fuerzas le abandonaban.

- Sorrento, estaremos algo ocupados de ahora en adelante.- Escuchó la voz de Kanon.- Tenemos que encargarnos de la tierra y los mares, además de hacerle saber a los caballeros de pacotilla que su diosa está muerta, y ahora nadie puede salvarlos.

- ¿Qué es lo que quieres?- Dijo sin alzar su vista.

Kanon se acercó a él, y se arrodilló hasta quedar a su altura, para después besarlo.

- Ya lo verás, pequeño.- Dijo contra sus labios.- Por ahora ve a descansar.

Sorrento asintió, para después acomodar sus ropas, ponerse de pie y retirarse.

Al llegar a su pilar, no dudó en correr a su habitación, lanzarse a su cama y comenzar a llorar amargamente.

De alguna forma se sentía utilizado, manipulado, engañado, ultrajado...

Había estado con Kanon cómo había añorado por tantos años, pero no había sido cómo imaginaba.

Lejos de sentirse bien, o satisfecho, se sentía sucio, herido. Sentía un enorme vacío en el alma al ser consciente de que Kanon solo lo veía como un subordinado, y un especie de juguete sexual con el que satisfacerse.

Quizás era el castigo de su dios por traicionarlo. O quizás era el castigo que se ponía a sí mismo por haber cometido tan atroces crímenes. Quizás un poco de ambos...

Pero ya era tarde para arrepentirse, no había marcha atrás, no había escapatoria.

Bien dicen que una vez hecho el mal, todos lo hubiéramos evitado.

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