¿Qué es el amor para... Una rosa solitaria? [🥀Albafica 🥀]
La noche finalmente llegó, y con ella, la hora de abandonar su templo para ir a hacer guardia al lado de otros Santos. En esta ocasión le había tocado patrullar con Albafica, en las afueras de Rodorio.
Las guardias al lado del santo de Piscis eran un tanto distintas, por describirlas de algún modo. Albafica lo hacía mantener una distancia de casi un metro, y no acercarse ni tocarlo bajo ninguna circunstancia.
Piscis tampoco era un hombre de demasiadas palabras, aunque tampoco era tan serio y reservado como Cid. De cierta forma, era algo similar a la personalidad de Asmita, solo que mucho menos ácida que la del custodio de Virgo.
- Albafica, ¿puedo preguntarte algo?
- ¿Qué necesitas, Regulus?- Respondió el peli-celeste.
- ¿Qué es el amor?- Hizo Regulus la temida pregunta, haciendo dar un respingo a Albafica.- ¿Qué entiendes tú por amor?, ¿qué es el amor para tí?
Después de Shion, había decidido que eran suficientes respuestas, pero no podía dejar ir la oportunidad de preguntarle a Albafica. Después de todo, no sabía hasta cuándo volvería a tocarles patrullar juntos, y Albafica rara vez abandonaba su templo.
- Albafica... ¿Estás bien?- Preguntó Regulus al verlo agachar la vista.
- Sí.- Suspiró el peli-celeste.- Te responderé solo si tú me respondes algo primero.
- Bien.- Aceptó Regulus.
- ¿Por qué quieres saber eso?- Cuestionó Albafica.- Y quiero la verdad.
Regulus desvió la mirada nervioso y con un suave rubor en las mejillas. No quería explicar el porqué, pero un trato era un trato, y su padre le había enseñado que debía ser un hombre fiel a su palabra.
- Tengo ciertas dudas.- Respondió finalmente.- Hay muchas cosas que se me dificulta entender, y estoy algo confundido. Así que antes de dar un paso en falso, quiero tratar de aclararme las cosas. Si mi padre siguiera vivo, recurriría a él, pero bueno... No puedo. Y a todos ustedes los considero mi familia, así que quiero saber su opinión al respecto.
- ¿Nos consideras?
- Sí, quiero saber la opinión de todos los Santos dorados.- Sonrió Regulus.
Albafica parecía conforme con la respuesta, así que se dispuso a cumplir su palabra. Regulus había cumplido con la suya.
- La verdad, creo que el amor es un sentimiento muy fuerte, que no se entiende hasta que se siente, y que viene en diferentes presentaciones.
- ¿Qué quieres decir?
- Pues, la gente tiende a centrarse demasiado en el amor del tipo romántico, pero se olvida del amor que puede haber entre los miembros de una familia, un grupo de amigos, o incluso entre un discípulo y su maestro.- Explicó Albafica.- Estoy seguro de que el amor que sientes por Athena no es el mismo que sientes por tu padre, y ese no es el mismo que sientes por nosotros, ni tampoco el que sentirías por una posible pareja, ¿verdad?- Añadió, con una leve sonrisa.
- Algo así dijo Kardia cuando le pregunté a él.- Mencionó Regulus.- Pero, ¿cómo sabes que amas a alguien?, ¿y cómo sabés exactamente de qué forma lo amas?, ¿y cómo es la forma correcta de demostrárselo?
- Tú sabes a quiénes amas y de qué forma, Regulus, no necesitas un manual para eso.- Sonrió el peli-celeste.- En cuánto a formas de expresarlo, no hay una regla unánime. Cada quién tiene su forma de demostrar su amor. Athena demuestra su amor a la humanidad, reencarnando en una de ellos y luchando por su bienestar. Nosotros se lo demostramos a ella y a nuestros compañeros, luchando a su lado y dando nuestras vidas por Athena y nuestra causa.- Puso un ejemplo.- Una madre o un padre demuestra su amor a su hijo cuidando de él, guiándolo en este viaje llamado vida, aconsejandolo, impulsándolo a ser mejor... Al igual que puede hacerlo un maestro...
Albafica cerró los ojos suavemente, y Regulus vió como el aire mecía suavemente los largos y suaves cabellos de Piscis, arrastrando con él algunos pétalos de rosas.
Una de las tantas cosas que le enseñó su padre antes de partir de este mundo: entender los mensajes de la naturaleza.
- ¿Extrañas mucho a tu maestro?
- Él fue la primera persona que me enseñó lo que es el amor, que me brindó calor y protección, que me forjó como el hombre que soy, como un guerrero...- Suspiró Albafica, permitiéndose sentir esa suave corriente de aire.- Él fue la persona más importante de mi vida. El primero en brindarme su amor, y también el primero en romperme el corazón con su partida.
Regulus observaba a Albafica en silencio. Entendía lo que debía sentir el caballero de Piscis, después de todo, según lo que él propio Albafica le había contado, su maestro fue casi un padre para él, al cuidarlo desde que era solo un recién nacido que fue abandonado en el jardín de rosas envenenadas.
- Sé que él me amaba. Jamás olvidaré todos los momentos que pasé a su lado, sus consejos, sus enseñanzas, su voz, incluso su aroma...- Dijo Albafica.- Sé que él jamás volverá, y mentiría si te dijera que no me duele estar sin él, y a veces desearía volver en el tiempo para verlo y abrazarlo una vez más, aún si fuera por solo unos minutos... Eso sería más que suficiente para mí.- Suspiró.- Pero... Sé que las cosas que pasaron es cómo debían pasar, no había otra forma. Por eso es que a pesar de que mi sangre me condene a la soledad, no la maldigo ni me quejo. Al final del día, es el último regalo de mi maestro. Es una prueba de cuánto me amó, cuánto confiaba en mí para encomendarme esta misión, todas las esperanzas, sueños e ideales que depositó en mí... Por eso, mi sangre envenenada jamás será una maldición para mí, y no la cambiaría en absoluto.
- Entiendo cómo te sientes.- Suspiró Regulus.- Yo perdí a mi padre, y aunque sé que debo ser fuerte y seguir adelante cómo él habría querido... Hay veces en que no puedo evitar llorar por él...- Añadió, con algunas lágrimas en los ojos.- A veces... A veces sueño que él vuelve... Qué va hasta donde duermo, y... Me abraza, me da un beso en la frente, y me dice que me ama, y... Y que nunca me dejará sólo...
Albafica miraba a Regulus sollozar débilmente, y quería abrazarlo, pero sabía que eso podría poner en peligro al jóven Leo.
- Pero... Luego despierto...- Siguió Regulus.- Y él no está... Y entonces recuerdo que él se fue, que jamás volveré a escuchar su voz, ni a ver sus ojos, ni su sonrisa... Que jamás vendrá a abrazarme de nuevo... Y solo... Solo lloro hasta volver a dormirme...
- Ilías era un hombre sumamente valiente y fuerte.- Dijo Albafica, intentando reconfortar al menor con palabras, ya que no podía hacerlo con un abrazo.- Él fue un gran pilar de apoyo para todos en algún momento. Siempre sabía qué decir, no importaba la situación, él siempre tenía una solución.
- Lo sé...
- Tuve la suerte de conocer a tu padre, y créeme, Regulus. Estoy seguro de que él está orgulloso de tí, y te sigue amando, desde donde sea que se encuentre.
- ¿En serio lo crees?- Preguntó el menor, con los ojos cristalizados.
- Apostaría mi armadura a que sí.- Sonrió Albafica.- Para mí, no hay amor más puro que el que existe entre un padre y un hijo. Aún si no comparten lazos de sangre, el amor los hace familia.
Regulus sonrió, sintiéndose más tranquilo.
- Albafica, ¿puedo abrazarte?- Pidió el menor.- Solo un poquito.
El peli-celeste guardó silencio por unos segundos, pero finalmente suspiró. Se quitó la capa y la usó para cubrirse, buscando evitar cualquier roce directo que pudiera provocar siquiera una minúscula salida de sangre.
- Solo cinco segundos.- Advirtió.- Y usa tu capa para cubrirte las zonas que no protege la armadura.
Regulus asintió y sonrió feliz, limpiandose las lágrimas y acatando la orden de Albafica. Una vez que estaba cubierto por la capa, abrazó al custodio del último templo.
Albafica, por unos segundos, se permitió recordar su infancia al lado de su querido maestro. Lugonis tenía un lugar especial en su corazón al haber sido más que solo un maestro, prácticamente un padre, para él.
Jamás superas la muerte de un ser amado, solo aprendes a vivir con ella. No es que deje de doler con los años, es que te acostumbras al dolor...
Saberte amado por alguien saca la mejor versión de tí, te hace querer esforzarte por ser mejor cada día, te hace felíz y te llena de esperanza... Pero perder a ese ser al que tanto te amó y tú amaste, era como una herida profunda, que te hace sentir que podrías morirte del dolor.
Sin embargo, el mismo recuerdo de aquella persona, hace que te levantes nuevamente para curarte la herida. Lleva años aceptar que quien amaste no volverá, y solo te queda conformarte con los recuerdos.
Al final, la pérdida de alguien amado, era como una herida. Al inicio sangra, duele, te hace suplicar la muerte... Poco a poco deja de sangrar, empieza a sanar y el dolor megua, pero por momentos se reabre y se reinicia el doloroso proceso de sanación. Hasta finalmente volverse una cicatriz que te acompañará por toda la vida. Una cicatriz de amor, que al verla, te recuerda todos los momentos que pasaste con esa persona, lo felíz que fuiste a su lado y cuánto se amaron, y también cuánto dolió decirle adiós.
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