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Ni con todo el oro del mundo 🌋 Defteros 🌋

Su vida no había sido perfecta. Su madre murió al darlos a luz durante el parto, y ellos quedaron al cuidado de su padre, un Alpha, uno de los generales más importantes del reino.

Desde pequeños tuvieron que aprender a luchar y fueron instruidos en el arte de la guerra. Las cosas no siempre eran fáciles, los entrenamientos eran duros y los regaños aún más. Pero Defteros siempre creyó firmemente que todo era por su bien, y que su padre realmente los amaba a ambos.

Sí, su vida no era perfecta. Su padre no los llenaba de regalos y lujos, ni se la pasaba diciéndoles halagos ni inflandoles el ego todo el día. Pero un plato de comida y agua en la mesa, ropa, educación, protección, seguridad, y un techo dónde dormir, nunca les faltó.

Quizás su padre no era perfecto, pero hacía lo mejor que podía con lo que tenía, y para Defteros, eso siempre fue lo más importante. Para él, su familia era algo mucho más valioso que todo el oro del mundo, y tenía claro que preferiría mil veces quedar en la miseria total, que perder a su padre o su hermano.

Era un soldado bastante fuerte y capaz, pero tenía un defecto, y ese era ser demasiado piadoso en comparación a los demás. Su padre y varios superiores más de lo habían hecho saber, que si no se deshacía de esa bondad y misericordia en combate, un día le iba a costar la vida. Pero simplemente se sentía incapaz de hacerlo, y por eso, siempre quedaba a la sombra de su hermano.

No le importaba realmente. Toda su vida había sido así después de todo. No importaba cuán bueno fuera en algo, Aspros siempre era mejor. Tampoco le molestaba, sabía que su hermano no hacía nada de eso a propósito, simplemente cumplía sus obligaciones y era quién era, no podía odiarlo por eso. Además, Aspros y su padre eran su única familia, los amaba por encima de cualquier cosa, y haría lo que fuera por ellos.

Lo único que le pedía a diario a la vida, era permitirle tener a su padre y hermano a su lado por muchos años más. Pero una visita inusual cambió por completo el curso de su destino.

El rey apareció un día en su puerta, pidiéndole a él y a su hermano formar parte del harem del príncipe y futuro rey Omega.

Defteros sintió un escalofrío recorrerle todo el cuerpo ante semejante propuesta, y no pudo evitar comenzar a temblar. No quería irse lejos de su familia, no quería dejar su vida atrás, ni aceptar ser el trofeo de alguien. Pensó que Aspros tampoco aceptaría, pero se equivocó.

A Aspros no tuvieron que pedírselo dos veces para que se arrodillara aceptando la propuesta. Él, aún con todo en contra, dió una negativa.

El rey dijo se puso de pie y se acercó a él, que no dejaba de temblar.

- Comprendo que esta petición puede resultar algo abrumadora, pero por favor, piénsalo mejor antes de dar una respuesta definitiva.- Pidió el anciano monarca.- Mi hijo va a necesitar de alguien como tú, y me gustaría que aceptaras.

- Y-Yo...

- Volveré en tres días. Si para entonces, tu respuesta sigue siendo un "no", la aceptaré.

Defteros se quedó temblando, pensando en el posible desenlace, pero su padre le dijo que todo estaría bien, y que el rey entendería.

Eso lo hizo quedarse tranquilo, hasta que su hermano le dijo todo lo contrario cuando se fueron a dormir a la habitación que compartían.

- Ya sabes cómo son los monarcas, Def.- Suspiró su gemelo.- Son muy caprichosos e impredecibles.

- Pero, el rey Hakurei no es así.

- Tuvo 3 esposos Omegas, Defteros. Y de esos, solo uno tuvo el funeral de un rey consorte, otro fue más modesto, y otro directamente lo despreció. Perdió a uno de sus hijos y no le importó, y a los demás ni siquiera los muestra. ¿Crees que será diferente a los demás?

- Pero...

- Bien, no me hagas caso.- Interrumpió Aspros con algunas lágrimas.- Pero si algo le pasa a papá, será tu culpa.

- ¿A papá?

- Sí.- Respondió Aspros, con la voz amenazando con quebrarse.- Cuando digas que no, y el rey se moleste, papá será quien pague las consecuencias.

No... Su padre no. Él no...

- Sí, Defteros. Él puede desde perder su rango, y quedar en la peor miseria, o incluso pagar con su vida tu osadía.- Sollozó Aspros.- Por favor, Def. Él ha hecho tanto por tí, y ahora tú eres tan ingrato para no tratar de ayudarlo ahora.

- Es... Es que yo...

- Es que eres un egoísta. Eso es lo que pasa.- Interrumpió Aspros, para después darse la vuelta en su cama, dándole la espalda.

Los tres días pasaron. Tres días en los que no pudo dormir en absoluto, pensando en lo que podría pasar si decía que no. Y tal y como prometió, el rey volvió para recibir la respuesta definitiva de Defteros.

- Yo... Acepto... Su majestad.- Respondió con nerviosismo, apretando fuerte los labios.

- Gracias, Defteros.- Respondió el monarca, haciendo una leve reverencia.- Me alegra que hayas aceptado. Será un honor que formes parte de la familia.

- Gracias, su alteza.- Asintió, intentando contener las lágrimas.

Para fortuna suya, el rey se retiró rápido, y él no tardó en salir de casa, llegando hasta los establos dónde vivían los caballos del ejército.

Fue hasta donde estaba Joséphine, su leal yegua que lo acompañó en todas sus misiones desde que decidieron que estaba listo para montar, a los 12 años. Joséphine había sido mucho más que solo su caballo de guerra, en los 14 años que llevaban juntos, habían pasado todo tipo de aventuras y desventuras.

Desde su primera misión juntos, hasta cuándo después de ser herida por una flecha en batalla, querían sacrificarla, y él no se despegó de ella para protegerla. Pasó días cuidándola, alimentándola y ayudándola a volver a ponerse de pie. Todos se dieron por vencidos con ella sin luchar, pero él no. Él jamás abandonaría a uno de los suyos.

Increíblemente, y contra todo pronóstico, Joséphine recuperó completamente su movilidad. Los cuidadores encargados de los caballos no podían creerlo, al final, Defteros sí había logrado salvar a esa yegua moribunda, y que creyeron que si vivía, quedaría lisiada.

Joséphine era su más leal compañía. Siempre que algo como lo del rey le ocurría, no lo pensaba dos veces antes de correr a las caballerías para abrazarla y contarle todo. Quizás su yegua no podía hacer nada por ayudarlo, ni decirle algo para animarlo, pero sabía que ella lo escuchaba, y se quedaba a su lado, y en ese momento, eso era más que suficiente.

- ¿Ocurre algo?

Al escuchar esa imponente y seria voz, no pudo evitar dar un respingo, para después voltear.

- No es nada, Cid.- Respondió, limpiandose los ojos con rapidez.

- No suenas como que no es nada.- Replicó el peli-negro, sin cambiar su estoico semblante.

Cid era hijo de uno de los generales y mejores guerreros del reino. Descendía de una larga línea de guerreros que habían sido fieles a la corona desde el primer rey. Habían luchado juntos en un puñado de ocasiones, y aunque no eran amigos cercanos, se conocían y habían tenido alguna que otra conversación en el pasado.

- Es que... Yo...- Murmuró Defteros, apretando los ojos.- El rey...

- ¿También te reclutó para el harem del futuro rey?

Defteros se sorprendió por las palabras de su compañero. ¿Cómo que "también"?

- El rey me mandó a llamar ayer para pedirme lo mismo.- Aclaró el peli-negro.

- ¿Qué respondiste?

- Acepté.- Respondió con simpleza.- Mi familia nació con la corona y morirá con ella. Si es la voluntad del rey, yo la cumpliré.

Defteros solo asintió. Dudaba que Cid comprendiera su sentir, después de todo, él y su familia eran más leales que un perro a la familia real y acataría la voluntad del rey sin cuestionar absolutamente nada.

- ¿Por qué aceptaste si no querías?

- Mi hermano... Él...- Dudó por un momento, pero finalmente negó.- No es nada.

El Alpha lo miró por unos segundos, pero al final solo asintió y no insistió más.

- Cierra bien las puertas cuando te vayas.- Dijo finalmente Cid, para después retirarse.

Defteros solo suspiró, y se quedó con su querida mascota y compañera de guerra por unos minutos más, hasta que la noche cayó y era hora de regresar.

El tiempo pasó, y la noticia de que el rey había enfermado y su estado era cada vez más crítico, lo puso al borde de un colapso nervioso. Tenía el tiempo al lado de su familia contado, en cuanto el anciano monarca muriera, tendría que decirle adiós a su padre, a sus compañeros, a su vida, a Joséphine, a todo para siempre. Olvidarlos a todos y tener como única prioridad al nuevo rey.

Y tal y como temía, la inevitable muerte del rey llegó, y ese mismo día, a él y a su hermano fueron a buscarlos unos guardias reales para llevarlos al palacio.

Mientras empacaba todo, no pudo contener las lágrimas, cada cosa le recordaría un fragmento de su vida que se quedaba atrás y jamás volvería a ver. Su padre entró a su habitación, ambos se miraron por unos segundos. Ninguno dijo una sola palabra, pero sus miradas decían todo.

Su padre lo abrazó y él se aferró a su espalda igual que cuando era tan solo un niño, llorando en su hombro. Ese momento era tan doloroso que parecía irreal, un horrible sueño, una pesadilla de la que despertaría en cualquier momento, pero una parte de él sabía que no era así.

- Por favor, sé fuerte.- Le dijo su padre, sin soltarlo.

- Te voy a extrañar tanto...

- Estarás bien... Estarás con tu hermano, y... Yo estaré bien.- Dijo su padre, separándose para mirarlo a los ojos.- Todos lo estaremos.

- ¿Cuidarás de Joséphine?- Preguntó, intentando calmarse.

- Lo haré. Ha sido un excelente elemento y será tratada como tal. No te preocupes por ella.- Prometió su progenitor.- Tú sigue y pase lo que pase, no mires atrás.

Defteros asintió, abrazándose a sí mismo. Debía calmarse y salir. Ya lo esperaban.

- Ahora termina de empacar y sal. Ya te están esperando.- Dijo su padre, después de limpiarse las lágrimas, volviendo a su porte serio e imponente de siempre.- Y nada de lágrimas, soldado. Eso es solo para las mujeres, los Gammas y los Omegas que lloran por sus muertos.

- Sí, señor.- Murmuró, limpiandose las lágrimas y retomando su labor.

Terminó unos minutos después, y salió al encuentro de sus escoltas y su hermano. Su padre se mantuvo a la distancia, solo observando, tan inmutable cómo siempre.

Quería correr a abrazarlo, pero sabía que no podía romper el protocolo, así que usó toda su fuerza de voluntad y abordó el carruaje que lo llevaría a su nueva vida al lado de su hermano, y viendo por la ventana, veía como su padre, su casa, y su vida entera, se quedaban cada vez más atrás, hasta perderse de su vista.

Cuando llegaron al palacio, fueron conducidos a una enorme habitación, dónde ya los esperaban algunos integrantes del harem, entre ellos, algunas caras conocidas, estaba Cid, al lado de Degel y Sísifo. A los otros dos no recordaba haberlos visto antes.

Todo el ambiente era sumamente tenso y estresante para él. Le rogaba a todos los dioses que le permitieran despertar de esa pesadilla. Quería ir a casa, quería su vida de vuelta...

Con el ánimo por los suelos, simplemente se sentó en un rincón apartado de la habitación, sobre un enorme y mullido cojín, y ahí permaneció por unos minutos, hasta que la presencia de alguien lo hizo alzar la vista.

- No esperaba volver a verte aquí.- Dijo, con una triste sonrisa el castaño, sentándose a su lado.

- Ni yo, Sísifo.- Suspiró.

Conoció a Sísifo hace unos cuatro años, cuando se pactaba el matrimonio del duque Manigoldo y el príncipe— ahora rey— del reino vecino, y él sirvió de escolta al lado de su hermano y Cid.

Desde ese momento, ambos lograron llevarse bien, e incluso hablaron un poco durante las negociaciones. También estuvo presente en la boda, y siguieron hablando.

Sísifo se quedó en el reino por un par de años por órdenes de su hermano— el anterior rey—, para servir como representante del reino vecino, y aunque no muy frecuente, solían encontrarse de casualidad en el pueblo y conversar un poco. Hasta que después de la muerte del rey Ilías, volvió para apoyar a su sobrino en su dolor.

- La verdad, no esperaba terminar aquí.- Suspiró Sísifo.- Ya sabes... Hasta hace un año era un Omega, y ahora... Estoy aquí.

Vaya que lo sabía. Todos creyeron que Sísifo era un Omega con el celo atrasado, pero cuando le llegó el celo hace más de un año, y se presentó como Alpha, todos quedaron desconcertados.

- No te culpes por eso.- Dijo, intentando animarlo.- Quizás estaremos bien.

- Al menos me da algo de alivio saber que no estoy tan sólo.- Le sonrió Sísifo.

Bueno, en algo tenía razón. Habría sido mil veces peor de lo que ya era estar en esa situación, si no conociera a nadie más que a su hermano, pero tener a dos caras conocidas y a lo más cercano que tenía a un amigo, aliviaba un poco su pesar.

Los siguientes tres días los pasó al lado de Sísifo, ya fuera hablando y poniéndose al día de sus vidas, tejiendo, bordando o haciendo cualquier cosa que Sísifo quisiera enseñarle. Hasgard, con quién también logró entablar una buena amistad, se les unía por momentos, él era médico, y a veces hablaba de eso con ellos. Otro chico, llamado Kardia, también se les unía a veces, antes de aburrirse e ir a otra cosa, ese chico era realmente una mariposa social.

Por momentos, la compañía de los demás chicos del harem lo hacía olvidarse de su temor y pesar. Quizás tanto, que durmió tan profundamente la tercera noche, que al cuarto día, él y Sísifo se despertaron al mediodía.

El tiempo pasó, todos los ritos fúnebres y la coronación terminaron, y era hora de recibir al nuevo rey. Ese día, varios sirvientes acudieron para asistirlos en su aseo y arreglo personal, y vaya que eso fue incómodo... Pero sabía que era apenas el inicio del fin.

Los minutos pasaban, y con ellos, su ansiedad iba en aumento, hasta que finalmente escucharon las puertas abrirse, y lo vió...

Un Omega de piel blanca como la leche, largos cabellos dorados como el sol, y unos bellísimos ojos tan azules como el mismo cielo.

Eso solo aumentó aún más su miedo, y su primera reacción fue quedarse al lado de Sísifo, los dos temblando de miedo, tratando de esconderse detrás de Hasgard.

Ninguno se atrevía a romper el silencio, hasta que Kardia se acercó al rey, y con una facilidad que sorprendió a todos, lo saludó con una coquetería descarada... Bueno, realmente no era tan sorprendente, sabiendo de dónde venía Kardia. Pero aún así, fue suficiente para que Aspros, Cid y Degel corrieran para intentar evitar un malentendido con el rey.

- Tranquilos. No me ha molestado en absoluto.- Dijo tranquilamente el rey.- Al contrario. Gracias por la bienvenida, Kardia.- Añadió, regálandole un leve guiño al Alpha, quién sonrió victorioso... Vaya que Kardia tenía una facilidad increíble para hacerse amar.- Los demás, ¿serían tan amables de presentarse, por favor?

- Desde luego que sí, majestad.- Respondió Aspros.- Mi nombre es Aspros, y estoy a su servicio.

Degel y Cid mantuvieron su semblante serio y sobrio, hincando una rodilla en señal de respeto, después de decir sus nombres.

El siguiente en presentarse fue Hasgard, limitándose a responder de forma respetuosa, pero dejando bastante clara y evidente su inconformidad.

Él y Sísifo estaban casi temblando, y a duras penas lograron decir sus nombres, para después quedarse sin más que decir.

El rey se retiró por unos minutos. Después de verlos, ahora debía elegir a uno como el primer esposo.

La incertidumbre y el nerviosismo de nuevo se apoderaron de él, y le fue imposible no terminar abrazándose a Sísifo, tratando de darse ánimos y calmarse mutuamente. Ninguno de los dos quería ser el primero, cada uno por sus razones.

Después de un rato, el rey volvió, resultando que el elegido había sido Degel. Hasta entonces pudieron suspirar de alivio y volver a respirar tranquilos.

Estaban a salvo, al menos por un mes, hasta que fuera hora de elegir al segundo esposo, si es que Degel no lograba preñarlo.

Jamás creyó que haría eso en su vida, pero... No hubo noche en la que no rezara a todos los dioses que se le ocurrieran, que por favor, Degel no lo soltara hasta dejarlo en cinta. Si eso pasaba, al menos tendría más tiempo garantizado para mentalizarse. Mínimo los nueves meses del embarazo, más otros seis mientras el rey se recuperaba completamente del parto.

Pero pareciera que todas sus plegarias fueron en vano, ya que pasado el mes, en el que Degel solo iba al harem por las mañanas para asearse, y las tardes y las noches las pasaba con el rey, el peli-verde volvió en compañía del rey. Era hora de elegir al segundo.

Sabía que Degel habría metido sus narices en la elección del segundo esposo, y eso no sabía si sería algo bueno o malo, pero esperaba que Degel hubiera recomendado a alguien más que no fuera él.

Para fortuna suyas, esa plegaria sí fue escuchada, y el elegido fue Cid. Al menos estaba a salvo por otro mes.

En todo ese tiempo, fue haciéndose más cercano y tomando más confianza al resto del grupo. Degel ya no dormía en la misma habitación que ellos, pero seguían estando obligados a compartir el mismo baño, y se reunían por las tardes a tomar el té.

Pero la tranquilidad volvió a terminar. El segundo mes pasó, Cid volvió al harem al lado del rey, y ésta vez no se salvó. Fue elegido como el tercer esposo. Ya podía darse por muerto.

Muriéndose de nervios, y temblando cual oveja frente a un lobo, se alistó para su cita con el rey. Sísifo lo ayudó a arreglarse y le dió ánimos, intentando calmarlo y deseándole suerte. Aspros también apareció, ofreciéndole una taza de té para ayudarlo a relajarse.

- Tranquilo. Sé que lo harás bien.- Le dijo con una amable sonrisa su gemelo.- Anda, bebe todo el té. Te hará bien, está hecho de hierbas relajantes.

- Gracias, hermano.- Respondió, bebiendo el té.- No sé qué haría sin tí.

- No es nada, querido hermano.- Dijo Aspros, abrazándolo una vez que terminó de beber todo el té.- En fin. Ya es hora. Buena suerte.

Los guardias que lo escoltarían llegaron por él, y sin más opción, fue con ellos. Lo guiaron hasta el comedor real, dónde lo esperaba el rey, quién al verlo llegar, le sonrió gentilmente.

Una vez que tomó asiento y los guardias se retiraron, solo se encogió en su lugar, guardando silencio, hasta que el rey le hizo una pregunta.

- Y cuéntame, Defteros, ¿cómo terminaste aquí?

- Yo... Sinceramente no sé porqué estoy aquí. El rey llegó a casa un día, y me pidió que tomara un lugar en el harem, igual que a mi hermano.- Respondió nervioso.- Aspros aceptó de inmediato, pero yo me negué. Fuí criado entre Alphas y Deltas, entrenado para ser un guerrero. Jamás había tratado con Omegas, y... Seamos sinceros, seré el peor de todos los del harem.

- ¿Por qué crees que será así?- Cuestionó Asmita.

- Siempre es así. Mi hermano es mucho mejor candidato que yo, no sé porqué el rey no lo eligió solo a él.

- ¿Y cómo terminaste aquí entonces?

Tuvo que respirar para calmarse lo suficiente antes de responder.- Temía que el rey lo tomara como una ofensa, y mi padre sufriera las consecuencias.

El rey pareció sorprenderse por aquella respuesta, y guardó silencio por unos segundos. Defteros comenzó a asustarse, temiendo haberlo ofendido, y de inmediato procedió a aclarar su respuesta.

- Mi hermano dijo que eso pasaría.

Asmita hizo un gesto de disgusto, y Defteros solo se puso aún más nervioso. Definitivamente, algo había hecho mal...

- Mi padre no habría hecho eso. Simplemente habría aceptado tu negativa.- Respondió tranquilo el Omega, sorprendiéndolo.- Yo no voy a forzarte a estar aquí en contra de tu voluntad. Si deseas volver con tu padre, te lo permitiré.

Defteros seguía muy asustado, y cuando Asmita alzó un poco la mano, se encogió nervioso, esperando un golpe, pero solo sintió cómo el rubio le acariciaba con suavidad la mejilla.

- Tranquilo. No voy a hacerte daño.- Sonrió gentil al ver su reacción.- Aunque admito que me gustas bastante, no voy a obligarte a hacer algo si no quieres. Podemos quedarnos aquí un poco más y solo hablar si eso es lo que quieres. O ya te dije que incluso te dejaré irte si eso deseas.

Vaya que no esperaba esa respuesta ni mucho menos esa reacción. Su hermano siempre le había dicho que si se negaba a algo, las consecuencias serían graves, pero Asmita no parecía enojado, ni siquiera un poco molesto.

Los siguientes días de conviven fueron algo difíciles al inicio, pero Asmita era alguien realmente cálido y bondadoso, todo lo contrario a lo que esperaba.

Asmita lo trataba bien, no lo obligó a nada, y simplemente se acurrucaba en su pecho, quedándose dormidos abrazados. Su presencia le daba calma y tranquilidad, lo hacía cuestionarse si realmente quería irse de ahí. Ese Omega no solo era sumamente bello, también tenía cualidades que le agrdaban.

Al final, le tomó confianza y bastante cariño y aprecio al Omega, a tal grado que le contó sobre su yegua Joséphine. No esperaba lo que Asmita hizo, pero al día siguiente, su cita de la tarde fue en los establos reales, dónde vió a su padre sosteniendo las riendas de su querida yegua.

No pudo evitar correr hasta su padre y abrazarlo, con los ojos llenos de lágrimas.

- Creo que tienen mucho de qué hablar.- Sonrió Asmita.- Defteros, tómate la tarde libre para ir a cabalgar un rato. Te veré para la cena.

- Pero...

- Es una orden.- Replicó con una gentil sonrisa.- Me retiro. General, le encargo mucho a mi tercer esposo, es realmente preciado para mí, así que espero que lo traiga de vuelta sano y salvo.

- Por supuesto que sí, su Majestad.- Respondió su padre, haciendo una reverencia.

Asmita sonrió, y sin más, se retiró.

El resto de la tarde, tal y como Asmita le ordenó, la pasó montando a caballo por las praderas del reino, al lado de su padre, igual que cuando era más jóven.

Se divirtió demasiado, hablando con su padre y poniéndose al día de qué había sido de las vidas de ambos. Su padre también preguntó por Aspros, y él le respondió que su hermano estaba bien. Se había adaptado con los demás chicos.

Al llegar el anochecer, volvieron a los establos, dónde los esperaba Asmita.

- ¿Qué tal estuvo el paseo?

- Muy bien, su alteza.- Respondió Defteros con una ligera sonrisa y un leve rubor en sus mejillas.- Muchísimas gracias.

- Me alegra, querido esposo.- Sonrió Asmita.- Porque así será cada mes. Es un decreto como rey, que pases una tarde de cada mes con tu padre. Y también, que tu yegua viva en los establos reales, y puedas venir a verla cuando quieras.

Eso... Eso era un gesto demasiado lindo de Asmita, y no sabía cómo expresarle su gratitud.

- Yo... Majestad, infinitas gracias... Yo... No sé cómo agradecerle.

- No hace falta que lo hagas, Defteros.- Sonrió el rubio.- Esposos felices, vida felíz. ¿No es así, general?

- Claro, su majestad.- Respondió el mayor.

Ese gesto de Asmita fue lo que terminó de derretir su corazón por el Omega. Realmente se daba cuenta con vergüenza que se equivocó sobre él.

Esa misma noche, después de cenar e irse a la recámara real, siguieron su misma rutina, recostándose juntos, con Asmita acostado sobre su pecho, y él rodeándole la cintura con los brazos. Pero hubo algo diferente...

Sus miradas chocaron, y dejándose llevar por un pequeño impulso, se besaron por primera vez. Un beso suave, dulce y algo torpe por la inexperiencia de Defteros, pero que poco a poco fue cobrando intensidad.

Esa noche finalmente pudo consumarse oficialmente como el tercer esposo. Pudo hacer suyo a Asmita. Ahora era el tercer esposo.

Fue difícil hacer que olvidara sus miedos, bajara sus barreras y tomara confianza, pero al final, Asmita lo logró.

Logró que desistiera de la idea de marcharse. Logró que se sintiera felíz de formar parte del harem. Logró enamorarlo...

Pero el tercer mes pasó, y tampoco se había logrado el embarazo. Así que era hora de elegir al cuarto esposo.

Defteros era consciente de que Asmita era esposo también de los demás, y aunque a veces se sentía algo celoso por sentirse desplazado, Asmita lograba demostrarle que su amor era el mismo para todos.

¡Al diablo!, ¿qué importaba si tenía que compartirlo? Todos los chicos le agradaban, eran buenas personas después de todo. Asmita los quería igual a todos, y perfectamente podrían ser una gran familia. Y al final decidió que estaba bien con eso.

Los años pasaron, y once años después, Asmita quedó en cinta de su primer cachorro juntos. Y nació Shaka, su pequeño y adorado Beta, una pequeña copia de su madre Omega.

Su pequeño se volvió la luz de su mundo. Desde que supo que venía en camino, se prometió a sí mismo que lo protegería de todo mal y lo amaría incondicionalmente. Y así había sido.

Había dedicado su vida entera a cuidar a su pequeño hijo. A educarlo, cuidarlo, protegerlo y amarlo. Asmita había demostrado amar a todos sus hijos por igual, pero para él era importante que Shaka supiera que los dos le amaban.

No le importaba si su hijo heredaba la corona, se quedaba con un puesto funcionario, o si decidía casarse con un noble de otro reino o con un plebeyo. A él solo le importaba que su hijo fuera felíz y viviera en paz.

Pero Shaka no solo había heredado la apariencia de su madre, sino también su carácter. Y desde que tuvo uso de razón, comenzó a decir que se esforzaría y lucharía por ser el heredero al trono, aún siendo el penúltimo hijo, y compitiendo contra Alphas por el puesto.

Ahora, siete años después de la llegada al mundo de su pequeño tesoro del cielo, estaban todos reunidos en un mismo lugar, esperando que Asmita diera su veredicto final sobre quién sería su sucesor.

Shura y Camus habían denunciado  voluntariamente al trono, y quedado a cargo del comando de las fuerzas armadas y la tesorería del reino, respectivamente.

Aioros y Alde ya estaban comprometidos con nobles de otros reinos, por lo que tampoco competirían por el puesto.

Pero Saga, Kanon, Aioros, Shaka y el pequeño Milo, competían por el puesto.

Aspros desde siempre les inculcó a sus gemelos la idea de que debían obtener el trono a como diera lugar. Los llevó al límite tanto físico como mental, haciéndolos entrenar y estudiar de sol a sol, sin descanso alguno. Siempre sometiéndolos a crueles castigos y muchísima presión.

Sísifo siempre apoyó a sus hijos en sus decisiones. A Aioria de casarse y a Aioros de intentar hacerse merecedor del trono. Pero aunque algo estricto a la hora de educarlos y enseñarles lo correcto, jamás los sometió a una presión como Aspros con sus hijos.

Por el contrario, Kardia y él habían hecho todo por sacarle a sus hijos esa idea de la cabeza, pero de nada sirvió. Al menos Kardia aún tenía a su favor que Milo era muy pequeño todavía, y aún tenía la esperanza de que el niño cambiase de opinión más adelante. Pero él no con Shaka, que ya tenía 7 años y se aferraba a la idea.

Mientras todo pasaba, no dejaba de rezar que por favor, Asmita eligiera a quien sea menos a Shaka. No quería que su hijo corriera algún tipo de peligro, no soportaría perderlo a él o a Asmita.

Su hijo era único e irremplazable. Su pérdida no podría ser compensada ni con todo el oro del mundo.

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Bueno, he aquí el segundo shot spin-off de "Harem". Esta vez de Defteros.

Perdón por la hora, pero tuve algunos contratiempos en la tarde y la verdad no pude esperar a mañana. Así que una disculpa por adelantado a quién le llegó la notificación de madrugada.

Al final decidí hacer los spin-off de todos los personajes, e incluso de otros que no son parte del harem, pero entran a colación. Así que eso. Quizás tarden un poco, pero llegaran.

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