Conocí a Asmita cuando teníamos unos siete años de edad.

Recuerdo que mi hermano, otros niños y yo jugábamos en el parque, cuando vimos llegar a un niño nuevo. Nunca antes lo habíamos visto, y por sus rasgos, dedujimos que se trataba de un extranjero, al igual que Degel y Albafica, un par de compañeros de escuela, procedentes de Francia y Groenlandia respectivamente. Probablemente recién llegado a Grecia.

Él iba tomando la mano del que deduje debía ser su hermano mayor, ya que se veía demasiado joven para ser su padre. A lo mucho habría unos siete años de diferencia entre ellos.

Mi hermano Aspros no le dió importancia, y continuó jugando en el sube y baja con Sísifo.

Manigoldo y Kardia estaban intrigados por aquel niño, particularmente por su cabello rubio, y porque les había parecido lindo.

Yo estaba intrigado, y como pocas veces en mi vida, me atreví a acercarme a él.

Al acercarme, fue imposible no notar el bastón que el pequeño rubio sostenía en una de sus manos, pero no dije nada, pensando que quizás lo necesitaba por una lesión en la pierna o algo así.

Lo invité a jugar con nosotros, y él, aunque al inicio se mostró nervioso y tímido, refugiándose detrás de su hermano, finalmente accedió y fue conmigo.

Entonces descubrí que la razón de su nerviosismo era su discapacidad visual. Ese niño rubio, del que ahora sabía, su nombre era Asmita, era ciego de nacimiento. Sin embargo, yo solo le dije que no había ningún problema y que yo lo cuidaría.

Así comenzó nuestra amistad.

Y ahora, díez años después, ni siquiera yo puedo creer lo increíble que es Asmita.

Cuando escribe en un teclado, lo hace muchísimo más rápido que yo o cualquier otra persona que conozca, y sin equivocarse. También puede saber la distancia a la que se encuentra, y hasta el modelo de un auto solo con escuchar el sonido del motor.

Pero lo que más me sorprende, es cuando se queda a dormir en mi casa. Cuando camina por la casa, lo hace como si pudiera ver todo.

Sabe de memoria dónde está el baño, la cocina, las escaleras, mi recámara, la de mis padres y la de mi hermano.

Este chico es totalmente genial.

- ¿En qué piensas, Deuteros?

- E-En nada.- Tartamudeé nervioso al tenerlo de frente y tan cerca de mí.

Él solo sonrió, acercándose aún más a mí.

- Está bien. Si tú lo dices, te creo.- Dijo, con esa misma sonrisa, para después alejarse.

A veces siento que, a pesar de ser ciego, Asmita ve mucho más de lo que cualquiera puede. Él me gusta desde hace años, no pude evitar enamorarme de él por todas sus cualidades, pero jamás le he dicho nada.

Creía que era algo que solo yo sabía, pero desde hace un par de semanas, Asmita no deja de acercarse mucho más de la cuenta, otras a recargarse en mi hombro, otras a colarse en mi saco de dormir y abrazarme mientras duermo, e incluso llegar a besarme la mejilla.

A veces siento que él ya sabe que me gusta, y solo hace todo eso para ponerme nervioso.