Hijo del corazón [🐑Mu🐑]
27 de marzo... Un día más para cualquiera, un día común y corriente... Al menos así era como lo veía él desde hace años.
La tiranía de Saga había abandonado el Santuario, Athena había retomado el control, habían enfrentado y controlado la amenaza de Poseidón, todo había terminado, todo estaba cambiando para mejor poco a poco, todos estaban sanando no solo sus heridas físicas, sino también las emocionales, o al menos lo intentaban... Pero él se sentía estancado.
Ya había pasado casi un año desde la batalla por el Santuario, aquella dónde pereció más de la mitad de santos dorados vivos y debilitó al Santuario aún más. Dónde Athena recuperó lo que siempre fue suyo, y dónde los santos de bronce demostraron de qué estaban hechos. Muchas cosas habían pasado desde entonces.
Aioria había pasado de ser el hermano del traidor, a ser el hermano del mayor héroe del Santuario. Ahora todos trataban de enmendar sus errores con él.
Shaka de vez en cuando se ausentaba del Santuario o se aislaba completamente en su templo por días, y nadie sabía la razón exacta.
Dohko se comunicaba con ellos solo si había alguna indicación.
Milo trataba de retomar su vida, aunque era claro que junto con Aldebarán, era quién más había sufrido por las muertes de sus compañeros.
Cada uno estaba siguiendo con su vida, cada uno tenía un motivo para permanecer en el Santuario, para mantenerse con vida, para vivir y aprovechar cada día antes del inminente comienzo de la guerra santa... Pero él no.
Él no sufrió el desprecio y marginación de los demás santos, al menos no estando él presente, cómo Aioria.
Tampoco fue tan respetado o querido por sus compañeros de armas o la gente de Rodorio cómo Shaka, Milo o Aldebarán.
Tampoco tenía un vínculo de cariño que lo hiciera estallar en lágrimas al ver las tumbas de los caídos en batalla como Escorpio o Tauro. Más bien, sonaría cruel de su parte, pero era todo lo contrario con la mayoría de los que yacían en ese campo, pero tampoco llegando a rayar en el rencor como Aioria.
Por eso prefería pasar sus días en Jamir, a menos que el maestro Dohko le indicara lo contrario y solicitara su presencia en el Santuario, cómo ahora.
No entendía aún porqué el maestro le había pedido ir justamente ese día en específico. Había una aparente época de paz, así que quizás sería una simple misión de reconocimiento o escoltar a Saori... En fin, de ser ésta última, aprovecharía para preguntar por Kiki y de ser posible, pasar a visitarlo. Hace casi un mes, su discípulo le había pedido permitirse quedarse en el orfanato de la fundación Graude. Dudó mucho al respecto, pero al final, con varios intercediendo, aceptó darle un par de meses de vacaciones, siempre y cuando no descuidara sus estudios y entrenamiento.
Finalmente llegó al Santuario, dónde definitivamente no esperaba la sorpresa que se llevó al apenas arribar a Aries.
¡Felíz cumpleaños!
A duras penas logró ahogar un pequeño grito cuando todos gritaron ese par de palabras.
Una mesa con un pastel, cuatro de los santos de bronce, todos sus comentarios dorados, Kiki, y la misma Athena, ahí presentes, en la sala principal de su templo, era definitivamente lo último que esperaba encontrarse.
Tal fue su sorpresa, que le tomó un par de segundos reaccionar, tratando de asimilar lo que ocurría, hasta que finalmente reaccionó.
- Yo...- Murmuró, agachando la mirada.- Muchas gracias. No era necesario que se tomaran tantas molestias.
- Maestro, ¿se encuentra bien?
Al escuchar la voz de su alumno, se forzó a contener las lágrimas y dar su mejor sonrisa.
- Por supuesto.- Sonrió, despeinando con cariño el cabello rojizo de Kiki.- Es solo que no me esperaba algo como esto.
Kiki lo miró. Mu conocía esa mirada, sabía que no podía engañarlo, así que debía pensar en algo rápido.
- ¡Bueno!, ¿quién quiere pastel?. Yo estoy agotado y hambriento por el viaje hasta aquí.
Afortunadamente, esas palabras junto a una gran sonrisa, fueron suficientes para convencer y desviar la atención de todos, quiénes no lo cuestionaron más y siguieron con el pequeño festejo.
Solo fue comer el pastel todos juntos, entregarle unos pequeños presentes al cumpleañero, y después, irse retirando poco a poco.
- ¿Entonces puedo quedarme otro mes?
- No haz descuidado tu entrenamiento. Así que no tengo ningún problema.- Asintió el peli-lila a la pregunta de su alumno.- Creo que mereces un descanso después de haber trabajado tan duro.
- ¡Gracias, maestro!
Al sentir el abrazo que su discípulo le dió, Mu no pudo hacer más que sonreír, mientras correspondía el gesto.
- No des muchos problemas, y procura estudiar y entrenar al menos un par de horas al día. ¿De acuerdo?- Sonrió al separarse, mientras nuevamente despeinaba el cabello rojizo del menor, quién asintió rápidamente.- Bien. Confío en ti. Ahora ve con Seiya y los demás.
Los santos de bronce volverían a Japón al lado de Kiki, así que se retiraron. La última en abandonar Aries fue Athena, quién se marchó una vez que todos lo hicieron.
Al saberse completamente sólo, y ya con el negro velo de la noche cubriendo todo, Mu suspiró pesadamente, y fue hasta la salida de su templo, dónde se sentó.
Podía sentir el frío aire golpear su piel y jugar con sus cabellos. Ni siquiera él entendía lo que sentía, ni cómo debería sentirse, hasta que terminó derramando un par de lágrimas.
Una, dos, tres... Antes de que lo notara, las lágrimas emergían de sus ojos sin control alguno. Y su débil sollozo, estaba a nada de volverse un grito ahogado.
Se llevó ambas manos a la cara, intentando de forma inútil frenar el manantial que se habían vuelto sus ojos, así como callar el grito que quería escapar de su garganta... Hasta que sintió un gentil y cálido tacto en su hombro.
- Mu...
Maldición, ¿cómo pudo ser tan descuidado para no darse cuenta de en qué momento esa persona había llegado?. Ahora debía inventar alguna excusa lo suficientemente convincente.
- Aldebarán... No me dí cuenta en qué momento llegaste.- Admitió, limpiandose las lágrimas, forzandose a calmarse.- ¿Pasa algo?
- Eso quisiera saber yo, Mu. ¿Qué pasa?
Mu quiso decir algo, pero su mente se puso en blanco, sus cuerdas vocales se hicieron un nudo, y no pudo decir nada. Solo sintió como los ojos le escocían.
- Mu, no es necesario ser fuerte todo el tiempo.
Esas simples palabras fueron suficientes para quebrar todo su autocontrol, rompiendo nuevamente en llanto, buscando refugio en los brazos del único que podría llamar amigo.
No supo cuánto tiempo pasó así, llorando en el pecho del guardián de Tauro, pero en todo ese tiempo, Aldebarán no dijo nada, limitándose a acompañarlo en silencio, permitiéndole desahogarse.
Fue hasta que Mu logró calmarse que se sentaron a conversar, iluminados por la luz de la luna y las estrellas.
- Hace tiempo que no celebraba mi cumpleaños.- Contó Mu con un suspiro.- No... Desde... Que tuve que huir a Jamir.- Añadió, conteniendose al recordar aquella noche, la última en la que vió a su maestro con vida.- Kiki me preguntó mi fecha de cumpleaños cuando tenía 6 años, y desde entonces, él buscaba alguna flor en Jamir para regalarme. Pero solo eso... Ya no recordaba lo que era estar acompañado de más personas, y ¿sabes?, todo esto es tan... Raro.
- Te entiendo.- Le sonrió cálido el castaño.- Sí, ya no somos los niños que se despidieron hace años, y que disfrutaban pasar sus cumpleaños juntos, compartiendo el pastel que el Patriarca nos regalaba... Muchas cosas han cambiado desde entonces.
Mu esbozó una sonrisa triste, recordando con pesar a su maestro. En sus cumpleaños, Shion siempre les obsequiaba a todos un pastel de su sabor favorito, les daba el día libre de entrenamiento y un pequeño regalo. Nada ostentoso o caro, cosas más simples como unos nuevos protectores para el entrenamiento, algún libro, o una golosina. Quizás sonaba poco, pero para ellos lo era todo.
Aún recordaba con tristeza el último cumpleaños que celebró al lado de su maestro, su cumpleaños número 7, cuando le dió como regalo las herramientas para la reparación de armaduras. Le dijo que a partir de ese día eran suyas... No tenía ni idea de qué apenas unas semanas después, se vería forzado a huir como un cobarde, dejando a su maestro atrás.
- Sé que es duro, Mu, y no está mal que te sientas mal por eso.- Le dijo Aldebarán, palmeandole el hombro.
- Lo sé. Es solo que... Si hubiera sido más fuerte...
- Siempre haz sido fuerte, Mu.- Le Interrumpió su amigo.- Digo, no cualquiera habría tenido el valor de enfrentar al Santuario siendo una minoría de uno, de esperar el momento de atacar, guiar a jóvenes guerreros, y mientras todo eso pasaba, criar como prácticamente un hijo a un niño desprotegido.- Enlistó el brasileño las cualidades de su amigo.- Pero incluso los más fuertes necesitan llorar, y permitirse ser vulnerables de vez en cuando.
- Tú no cambias.- Sonrió, volteando a verlo.- Sigues siendo aquel niño que siempre estuvo a mi lado, y que sin importar cuan difícil fuera la situación, siempre sabía exactamente qué decir.
- Siempre estaré para darte una mano, Mu. De eso no tengas duda. Seré tu hombro para llorar las veces que los necesites.- Rió, mostrando la típica sonrisa amable que lo caracterizaba desde siempre.- Siempre me tendrás ahí para recordarte cómo volar.
Mu correspondió felíz esa sonrisa, sintiendo como si aquel pesar en sus hombros de pronto se fuera, y una paz que hace tiempo no sentía, reapareciera en él.
Al fin, después de tantos años, era su cumpleaños, y se sentía felíz y con un motivo para celebrarlo.
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Bueno, bueno, bueno... Hoy es el cumpleaños de Mu, pero como Lauren tiende a ser bastante olvidadiza y progestina todo hasta que es imposible, terminé haciendo este shot corriendo.
Aún así, aquí está. Así que eso.
Felíz cumple a Mu, y a todos los santos de Aries.🎉♈
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