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22

Luego de un rato de estar caminando sin encontrar un lugar donde quedarse, logro ver a lo lejos una cueva, a pasos lentos se dirigió hasta ese lugar. La entrada estaba envuelta en raíces nudosas, dentro no había nada excepto por las paredes de roca que se alzaban irregulares.

Shaka comenzaba a temblar y gemir de dolor, Milo lo recostó en una esquina y lo cubrió con su capa, la respiración del caballero de Virgo era errática y su piel empezaba a tornarse más pálida. Cada tanto se estremecía como si estuviera peleando con algo en su interior.

—Resiste, Shaka... No pienso dejarte morir aquí.

Milo acaricio suavemente el cabello de Shaka, no le gustaba ver en ese estado a su compañero de armas, temía que algo más le pasará, no quería perderlo. Se arrodilló junto a Shaka y colocó una mano sobre su frente, estaba ardiendo en fiebre y había algo más, una oscura energía que recorría su cosmo. No sabía cómo contrarrestarla, pero tampoco podía quedarse de brazos cruzados.

“Esto es más grave de lo que pensé. Si no hago algo, Shaka podría morir.”

· · ─ ·𖥸· ─ · ·

Hong Kong, China.

Las calles normalmente vivas estaban desiertas y los negocios parecían abandonados desde hace muchos días. Deathmask y Dohko caminaban por The Peak, una zona exclusiva ubicada en lo más alto de la isla, en ella habían lujosas mansiones y condominios de alto status.

Lo normal sería que las personas estuvieran derrochando su dinero en las tiendas de restaurantes, pero en los últimos días nadie se atrevía a visitar esa zona.

—Esto no me gusta nada —dijo Dohko, observando con desconfianza la niebla que se arremolinaba alrededor de los edificios—. Esté cosmo es poderoso pero... corrupto.

Deathmask, caminando unos pasos por delante, se detuvo y giró hacia su compañero con una expresión aburrida.

—¿Por qué siempre tienes que sonar tan filosófico, viejo? Es simple: algo oscuro está jugando con nosotros, —Se señaló a si mismo— y yo estoy aquí para arrancarle el alma y añadirla a mi colección.

Dohko lo miró con calma, ya se había acostumbrado al temperamento arrogante de Deathmask.

—Creí que ya habías aprendido la lección, Death

—Mejor cuéntame, ¿pasó algo entre tú y el patriarca?

—Terminamos.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó extrañado pues no creía que eso hubiera sucedido.

—Dijo que le preocupaba que los enemigos del templo vieran como nos amábamos libremente entre nosotros en lugar de estar con una bella mujer. Que qué pensarían los dioses.

—Se me hace que le acobarda aceptar su forma de ser. Además, a los dioses no les importa la vida de lo humanos, sin mencionar que incluso Zeus a estado con hombres cuando le han parecido atractivos.

Antes de que el guardian de Libra pudiera responder, ambos caballeros sintieron como una presencia oscura se manifestaba.

—Finalmente, nuestros invitados han llegado —dijo una voz grave y suave que resonó como si viniera de todas partes.

De entre la niebla surgió una figura alta, envuelta en una capa púrpura decorada con filigranas doradas. Bajo la capucha se veía un rostro pálido, de facciones afiladas. Jugueteba meneando cada uno de sus dedos adornados con anillos brillantes, y una sonrisa burlesca en sus labios.

—Sean bienvenidos, caballeros de Atenea —Les dirigió la mirada con sus ojos dorados llenos de codicia —. Soy Kravos, el Pecado de la Avaricia, y esta ciudad es mi nuevo tesoro.

Deathmask frunció el ceño, molesto por la arrogancia del recién llegado.

—¿El Pecado de la Avaricia? No sé de qué hablas, pero si crees que puedes darnos órdenes o fingir que eres algún tipo de rey aquí —Trono sus dedos—, te espera una lección muy dolorosa.

Kravos rió suavemente, como si estuviera ansioso por luchar contra ambos caballeros, pero sabía que debía contenerse por el momento. Su cosmo se expandió envolviendo las calles y edificios cercanos. El aire comenzó a volverse mucho más pesado, y un rayo dorado cruzó el suelo, sin más se formaron líneas tan brillantes como si fueran lingotes de oro líquido.

—Oh, no estoy aquí para luchar, al menos no todavía. Primero quiero ofrecerles un trato. Denme algo a cambio de sus vidas, y yo les permitiré marcharse.

—¿Un trato? —replicó Dohko, manteniendo la calma—. ¿Y qué crees que podríamos darte que valga más que nuestras vidas?

La sonrisa de Kravos se ensanchó, y sus ojos dorados brillaron con entusiasmo.

—Sus almas. Almas fuertes y poderosas como las suyas... En definitiva serían una adición espléndida a mi colección personal.

Deathmask soltó una carcajada, no esperaba que su contrincante también tuviera una colección similar a la suya. Avanzó un paso, su cosmo dorado comenzando a arder a su alrededor.

—¿Colección de almas? Qué coincidencia... porque también me gusta coleccionarlas. Pero a diferencia de ti, yo no hago tratos. Yo las tomo por la fuerza.

Sin esperar más, Deathmask extendió una mano y lanzó su técnica.

—¡Ondas Infernales!

La técnica avanzó como un torbellino de ondas, distorsionando el espacio a su alrededor. Sin embargo antes de que pudiera alcanzar a Kravos, éste levantó una mano y sin más una serie de columnas doradas emergieron del suelo, absorbiendo el ataque por completo.

—Interesante técnica, pero demasiado vulgar para mi gusto.

Dohko colocó una mano sobre el hombro de Deathmask.

—No te precipites. No sabemos cuánto poder oculta este tipo.

—Como si eso me importara —replicó Deathmask con una sonrisa maliciosa—. Nadie se burla de mí y se va caminando como si nada.

Kravos estaba disfrutando de la recién comenzada batalla, chasqueó los dedos y el suelo comenzó a temblar. Desde los edificios cercanos surgieron figuras humanoides brillantes hechas de oro puro, con hilos que controlaban sus movimientos.

—Si quieren enfrentarse a mí, tendrán que demostrar que son dignos de convertirse en parte de mi riqueza. Adelante, caballeros de Atenea... entreténganme.

Dohko adoptó una postura de combate, su cosmo seguía fluyendo como un arroyo sereno pero a la vez imponente.

—Prepárate, Deathmask. Esto apenas comienza.

—Eso espero —dijo el caballero de Cáncer, mientras su aura se intensificaba—. Hace tiempo que no disfruto de una buena pelea.


Pronto las figuras doradas se abalanzaron de forma violenta sobre los dos caballeros dorados, con la clara intención de acabar con la vida de ambos.

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