19
El cielo de Moscú estaba teñido de un gris opaco cuando Shaka y Milo se adentraron en el bosque siguiendo el rastro de los Wendigos. La explosión había sido su guía, y ahora el desierto de ruinas se extendía ante ellos como un laberinto de sombras y peligro.
Los árboles, altos y enmarañados, parecían murmurar con la brisa helada que atravesaba el bosque, arrastrando consigo el eco de los gritos distantes y la sensación de una amenaza inminente. Ambos guerreros estaban en alerta máxima, sus sentidos agudizados para captar cualquier indicio de los seres que habían devastado la ciudad.
—Shaka, ¿qué crees que ha causado esa explosión? —preguntó Milo, tratando de mantener la calma a pesar del creciente sentimiento de inquietud.
—No lo sé con certeza, pero esa energía carmesí no parece natural. Puede que haya algo más detrás de estos ataques —respondió Shaka, manteniendo su mirada fija en el oscuro camino por delante.
El brillo carmesí que se había disipado en el horizonte indicaba la presencia de un nuevo peligro, uno que Shaka y Milo no podían ignorar. Guiados por el resplandor se adentraron en el bosque, con la pequeña Alyona a salvo en un refugio improvisado cerca del borde de la ciudad. Sabían que no podían permitirse más demoras.
Mientras avanzaban entre los árboles, un viento frío y gélido se levantaba, susurrando oscuros presagios. La batalla que se avecinaba parecía tan inevitable como aterradora. La oscuridad de la noche se veía iluminada ocasionalmente por destellos de energía roja que parpadeaban en la distancia, como si el bosque mismo estuviera en llamas.
La noche estaba cargada de un silencio ominoso, roto solo por el eco de los pasos de Shaka y Milo mientras se acercaban al relicario. El frío invernal parecía no afectarles. La atmósfera se volvía más densa a cada paso, hasta que un grito desgarrador de dolor y furia resonó en la distancia, emanando del relicario.
—¡Es él! —exclamó Milo, girando hacia Shaka.
Una figura encapuchada emergió de las sombras, su presencia cargada de una oscuridad palpable. El manto que lo envolvía parecía absorber la luz misma, y el aire a su alrededor vibraba con una energía siniestra. El rostro de la figura permanecía oculto bajo la capucha, pero su voz resonó con un eco hambriento y burlesco.
—Vaya, vaya, pero si son caballeros de Athena, permítanme presentarme yo soy Avarus, el Pecado de la Gula— declaró con una voz gutural y reverberante que parecía provenir de lo más profundo de un abismo.
El aire se llenó de una sensación nauseabunda de hambre insaciable. Los ojos de Milo se fijaron en el ser frente a ellos, un semblante que parecía emanar una aura de desesperación y voracidad. Los ojos de Avarus, cuando se asomaron brevemente bajo la capucha, eran de un rojo incandescente, y su mirada estaba cargada de una crueldad insaciable. Era como si cada mirada penetrante deseara devorar no solo su esencia, sino también cualquier rastro de esperanza que pudieran tener.
Shaka, con su mirada serena, observaba con calma mientras su mente se enfocaba en el enemigo.
—Debemos actuar con rapidez —Se giró hacía Milo —Su hambre lo consume y puede que sus intenciones sean más oscuras de lo que imaginamos.
Avarus alzó las manos y el suelo tembló, dando paso a un grupo de wendigos que surgieron de las sombras, sus cuerpos retorcidos y deformes por la influencia del Pecado de la Gula. Con un gesto fluido, Avarus lanzó a los wendigos contra Shaka y Milo.
Milo se lanzó al frente y grito: —¡Aguja Escarlata!— Pronto, de su dedo índice salieron disparadas muchas agujas hacía los wendigos.
Algunos cayeron al suelo y otros permanecieron en pie atacando, Milo tuvo que emplear sus habilidades marciales para seguir peleando, su mente estaba enfocada en proteger a su buen amigo y compañero, Shaka.
Por otro lado, el rubio se movía con una calma imperturbable: —¡Kān! —exclamó, creando un poderoso campo de energía que lo protegía de los ataques violentos de los wendigos.
Avarus observaba la batalla con una sonrisa cruel, disfrutando de la desesperación de sus oponentes. De repente, se alzó con una postura imponente, sus ojos rojos resplandeciendo con una intensidad inhumana: —¡Devorador de Almas! —Una onda de energía violenta se extendió contra el caballero de Virgo.
La energía oscura chocó de forma estruendosa contra el campo de energía, pero la fuerza del ataque casi desbordó la defensa, y Shaka sintió el peso de todo ese ataque empujar contra él.
—¡Shaka, aguanta! —gritó Milo mientras avanzaba para enfrentarse a Avarus directamente, sus movimientos eran un torbellino de furia —. ¡Aguja Escarlata! —Cada una de las 14 agujas que le lanzó era para defender y desviar la atención de Avarus de su compañero.
El Pecado de la Gula parecía tener una resistencia interminable, pues no sé inmutó ante ninguna de las agujas, y continúo atacando al rubio.
—¡Furia del Abismo!— gritó, enviando tentáculos de oscuridad hacia los caballeros, cada uno lleno de una voracidad que parecía querer devorarlos ahí mismo.
Milo los esquivo y se lanzó hacia Avarus con una determinación feroz, su grito: —¡Antares! — Una esfera de color rojo brillante salió de la punta de su dedo y se dirigió hasta el centro del torso de Avarus.
La Gula tomó del cuello a uno de los wendigos y lo uso como escudo, sin embargo eso no evito que Antares atravesará su abdomen, lo que provocó que callera de rodillas y gotas de sangre cayeran en la nieve.
Milo le asestó varios golpes a los pocos wendigos que quedaban y luego corrió para acercarse a Shaka, el virgo no pudo más y dejo caer el campo de energía.
Milo y Shaka, en el umbral de la calma antes del próximo ataque
La nieve que cubría el suelo comenzaba a teñirse de un rojo oscuro mientras Milo se acercaba a Shaka. El rubio respiraba con dificultad, su energía apenas sosteniéndolo en pie. Milo colocó una mano firme sobre su hombro, el ceño fruncido con preocupación.
—¿Estás bien, Shaka? —preguntó con preocupación.
Shaka cerró los ojos por un momento, buscando recuperar su compostura: — Estaré bien. Avarus es más poderoso de lo que imaginé. Su energía... no es simplemente voraz; es un vacío que busca consumirlo todo.
Milo apretó los dientes y desvió la mirada hacia el lugar donde Avarus había caído de rodillas momentos antes. La criatura todavía estaba allí, tambaleándose, pero recobrando fuerzas. La herida en su abdomen había comenzado a cerrarse lentamente, como si su propia naturaleza insaciable devorara incluso el dolor.
—No podemos darle tiempo para recuperarse —dijo Milo, su voz endurecida—. Si se levanta de nuevo, no sé si podremos contenerlo.
Shaka asintió, enderezándose lentamente.
—Lo sé. Pero también hay algo extraño en él... No actúa como una bestia sin mente. Hay un propósito detrás de sus movimientos.
Milo frunció el ceño, mirando a Avarus mientras la criatura levantaba su cabeza y dejaba escapar una risa ronca y burlona.
—¿Propósito? —repitió, incrédulo—. ¡Ese monstruo no es más que la hambre personificada!
Shaka negó con la cabeza suavemente, sus ojos azules observando a Avarus con atención.
—No, Milo. Su hambre es un medio, no un fin. Está buscando algo, ya sea por una orden o algo para si mismo.
Avarus, como si hubiera escuchado la conversación, levantó una mano temblorosa y señaló a los caballeros con un dedo huesudo.
—Oh, pero qué perceptivo eres, Shaka de Virgo... —dijo con una sonrisa torcida, y una voz burlona—. No solo busco devorar. Yo soy la boca que abrirá el camino a mi deidad.
—¡Basta de palabras! No permitiré que hagas daño a nadie más, Avarus.
—Milo, espera —intervino Shaka, alzando una mano. Su tono era sereno, pero cargado de autoridad—. Si realmente está buscando algo, puede ser nuestra oportunidad para entender su debilidad.
—¿Debilidad? —replicó Milo, girándose hacia él—. ¿Qué debilidad podría tener algo tan... vacío como él?
—Tal vez... su propia naturaleza. Algo que consume sin límites puede terminar devorándose a sí mismo.
Milo frunció el ceño, confundido por un momento, pero luego asintió con determinación: —Si tienes un plan, Shaka, más vale que sea rápido. Porque yo no pienso quedarme quieto mientras ese monstruo se recupera y pueda dañar a más personas.
Shaka sonrió levemente, una tranquilidad casi desconcertante en su rostro.
—Confía en mí, Milo. Pero primero, mantén a los wendigos lejos de mí. Necesitaré tiempo para concentrarme.
Milo asintió, volteando hacia los wendigos que comenzaban a avanzar de nuevo desde las sombras.
—Eso puedo hacerlo. Pero no tardes demasiado.
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