Luego de tanto beso, no tomamos el tema de mis sentimientos o si es que él siente lo mismo,  nos hacíamos los tontos, o no hablábamos o conversábamos poco de un tema nada que ver como el programa que daban en la TV y cosas así.

A la mañana siguiente, después de desayunar, Kirk me pide hablar de manera seria y privada acerca de un tema importante, yo accedí y le pedí que me contara con confianza.

- Me da un poquito de vergüenza -murmuró un tanto sonrojado-. Aunque creo que es bueno que deba confesarlo.

- Vamos, dime -insistí, inquieto.

- Que si te vendí droga en un pasado, sólo que no quería que eso arruinara nuestra amistad... Y que fui yo quien te robó la billetera esa noche, no la perdiste -rascó su nuca.

- Vaya... -musité impresionado.

- Y que... -sonrió de manera tímida- Cuando dijiste que me amabas, creí que ya se te había ido la olla -rió incómodo-, no creí que me quisieras de la misma manera que yo.

- ¿Ehh...? -abrí la boca, impactado.

- Que me gustas -aclaró-. Juré que enloqueciste en cierto punto y que me violarías ayer -suspiró-. Que bueno que no fue así.

- ¿En serio creías que te iba a violar? -consulté algo decepcionado- Lo-lo siento mucho...

- Aunque lo hubiera disfrutado si lo hacías -su sonrisa se volvió más coqueta y no pude evitar sonrojarme por ello-. ¿Entrenamos hoy? -cambió de manera brutal el tema tras un silencio incómodo.

- Claro -acepté con una sonrisa de oreja a oreja-. Sin embargo, hoy quiero practicar algo diferente.

- ¿Diferente? -alzó la ceja de esa manera que me fascina- ¿Qué quieres que hagamos?

- No sé... ¿Pelear? Me re cago aquí encerrado y no quiero pelear afuera para tener problemas.

- ¿Boxeo? -asentí- Um, no soy muy bueno golpeando...

- Puedo ayudarte, así te defiendes en la ducha, ¿no?

- Me parece bien -nos dedicamos unas sonrisas preciosas.

Primero, como siempre, calentamos para evitar cualquier tipo de lesión, hicimos los ejercicios básicos como abdominales y sentadillas, para luego poder empezar a "boxear" uno contra otro, de manera cutre, porque de verdad él era muy malo. Le ayudaba para que diera golpes al aire que no fueran tan delicados, a agarrar fuerza e impulso para que resultara en un golpe más eficaz. Íbamos aprendiendo a golpear y a esquivar, probábamos uno con el otro. Por cada golpe sin querer queriendo que nos diéramos, equivalía a un beso en los labios de consolación.

Ya se imaginarán que nos dábamos puñetazos uno al otro, tratando de ser discretos con tal de no ser descubiertos sólo por unos putos besos. Estábamos enfermos de la mente y eso era genial. Éramos tan felices él y yo, nada podía con nuestro amor. Nada de nada.

Excepto una cosa.

A la hora de la cena, él quiso salir por su cuenta a buscar comida, quise acompañarlo pero negó, dijo que me traería doble postre porque estaba consciente de mi amor a los dulces, resignado acepté y me quedé sobre mi cama admirando el techo con suma detención, aveces volteaba para mirar la televisión por mero ocio. Siempre he sido algo impaciente, ¿algo? MUY impaciente, desesperado me levanté para ir a ver qué pasaba.

Digo... ¡Más de una hora esperando! Eso no es común. Algo había pasado, no sabía qué. Una pequeña parte de mí me ordenaba levantarme. Pedí permiso para salir de la celda y me dijeron que no, que ocurrió un accidente y no era apropiado que viera la escena, insistí mucho más preocupado que antes, sintiéndome agresivo. Por las más tuve que actuar y golpeé al gendarme que me negaba la salida. Corrí como pude hacia la cafetería para encontrarme con...

Oh, Dios mío...

Comencé a gritar de manera desgarradora, lleno de ira, con ganas de matar a todo el mundo, sobretodo el responsable. ¿Por qué, oh, por qué?

Un hijo de puta acaba de asesinar a Kirk de manera sangrienta, en la cafetería.