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Capítulo 03

—¡Saiki! —gritó con emoción el pequeño chico de rasgados ojos carmín. Se notaba emocionado, o al menos eso sintió Saiki cuando éste se acercó notablemente a él, en el instante en que logró sentarse en su respectivo lugar.

«No puede ser, ¿tan temprano? Vaya, vaya», pensó para sí mismo el joven psíquico, fingiendo que lo ignoraría, sin importar lo tan entusiasmado que se notara la pequeña cara de emoción de ese chico.

—¿Adivina qué me pasó, Saiki? —declaró su pregunta, luchando fuertemente para esconder su alegría tras una mirada seria y sus ansias en un tono de voz aterrado. Pero no lo lograba, todo lo contrario: una pequeña parte de él mostraba cómo la curva de sus labios luchaba para alzarse para arriba, sus mejillas estaban de color rojizo y sus ojos mostraban una ilusión tan infantil y dulce. Kusuo tuvo que mirarlo a la cara, sólo para que éste no siguiera de molesto—. ¿Te interesa saber esto, Saiki? —preguntó, más insistente que de costumbre, colocando sus dos manos vendadas sobre el pupitre ajeno.

«No», respondió sin titubear mentalmente. Pero Shun simplemente ignoró su respuesta.

—Oye, Saiki, estoy metido en un grave problema —exclamó, dando un silbido de golpe y agitando sus sentidos cuando por accidente él y su primer amor cruzaron miradas—. ¡Estoy bajo una maldición! ¡Es terrible! —cantó, dejando que su tono de voz algo acaramelado y emocionado lo delatara: era obvio que fingía, y por esa misma razón Kusuo no mostró ningún tipo de emoción en su cara.

«Estás mintiendo».

—No, tengo una maldición —aludió con seguridad, forzando a enseñar con su mano izquierda el pequeño dibujo que se había hecho de un tercer ojo en su frente, al apartar sus hebras azules de su frente.

Saiki sintió de cierta forma una extraña gracia, al verlo actuar tan desesperado, mostrando lo obvio que era que eso se había hecho con maquillaje, el arma homicida que atrapó la maldición estaba en alguna parte del uniforme de Kaido, y su rostro no se mostraba genuinamente asustado, como lo estaría alguien a quien realmente sí le cayó una maldición.

Saiki decidió indagar en los pensamientos ajenos, sólo para saber de qué se trataba el intento de conquista actual que él evadiría con éxito como todas las tres veces anteriores: la primera había sido una un tanto directa y atrevida, Kaido fingió que le quedaba poco tiempo de vida y simulaba que su única salvación era recibir un beso de su persona amada; la segunda fue un cliché total, Kaido fingió que el paraguas se le olvidó en casa durante un día lluvioso; y la tercera fue su torpe intento en el que intentó hacer el trabajo escolar en pareja con él. Todas fueron un fracaso, excepto la última, ambos sí realizaron la actividad en pareja, pero realmente no ocurrió nada romántico.

«Esta vez trataré de conquistarte, Saiki. Espero y me notes», escuchó rápidamente lo que venía dentro de su corazón. Pero, oh, sí, claro, por supuesto, se notaba que tenía una tremenda maldición dentro de su cuerpo. Posiblemente era mortal, era quizás el amor.

Saiki no lo sabía, nunca lo había experimentado ni quería hacerlo.

Honestamente no le importaba que Kaido fuera otro hombre, creía fielmente que esa situación tan romántica en la que se veía envuelto era igual a la que tenía con Teruhashi y con la que tuvo con Chiyo, antes de que ésta se rindiera. Pero posiblemente, la única razón por la que se daba el lujo de escuchar sus ideas alocadas más que con las otras dos féminas, era porque había la sospecha de que si bien no eran amigos, eran un tanto más cercanos. Lo mismo ocurría con Nendo y Aren, extrañamente.

Pero eso no quería decir que estuviera interesado en él.

«Ya veo, es terrible», soltó sin más. Kaido se sintió extraño al sólo recibir esa respuesta. Como si el mundo se le cayera y no pudiera ser reconstruido.

—Ah... ¿sólo dirás eso? —cuestionó, un tanto temeroso, soltando sus cabellos y ocultando la pequeña marca creada a base de mentira y maquillaje.

De cierta manera estaba decepcionado. El indescifrable rostro de Kusuo Saiki seguía siendo el mismo.

«Si es una maldición, no es algo que yo pueda hacer aunque quisiera», dijo, con un sarcasmo tan puro y poco sutil, porque el meticuloso y serio de Saiki había olvidado por unos momentos que Kaido no entendía el sarcasmo.

Oh, no.

—Ya veo. —Fue lo único que pudo decir, antes de girar sobre sus talones e intentar ir directo a su pupitre—. Nos vemos en el descanso, Saiki.

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