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«SAIGHEAD BOIREANNACH»
III. La Piedra del destino.
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Kennett Farrell era un hombre arisco y mal humorado, sin embargo fue uno de los mejores amigos de los Fitzgerald antes de su terrible deceso. Tenía un apego fuerte con las cuatro niñas, sin embargo Marlenne siempre le cautivó debido a su personalidad y encanto natural. Ambos se parecían bastante en lo que a carácter implicaba.
El hombre también era melancólico y tenía un corazón solitario, gustaba del silencio y de la soledad del bosque, siempre y cuando fuera acompañado de whisky irlandés. Kennett no era ambicioso y disfrutaba de ver las estrellas junto al fuego, le gustaba su trabajo de herrero y extrañaba a Charlotte, su esposa.
Charlotte era una de las mujeres más dulces que jamás había pisado la faz de la tierra y Kennett solía decir que debido a eso Dios se la había llevado tan rápido del mundo donde existían tantos males. Ella había fallecido a causa de una extraña enfermedad que no tenía cura y él se mantuvo a su lado hasta que dio su último suspiro. Desde allí una especie de brillo se apagó de los ojos del hombre; después cuando vio morir a sus amigos por la ola de peste blanca, supo que debía guardar su dolor para ayudar a aquellas cuatro niñas que acababan de quedar huérfanas.
Desde aquel entonces, pudo estrechar lazos con Marlenne, quien poco a poco descubrió lo talentosa que era para lanzar flechas y con eso conseguir animales; que después iban a las manos de Adela, quien los cocinaba con algo de recelo al principio, no obstante , luego de un tiempo recibía a su hermana sonriente cuando traía una liebre o conejillos silvestres.
Kennett conoció el crecimiento de las cuatro; vio a Adela convertirse en Institutriz, a Marlenne una tiradora con la voz más bella del condado, notó cuando Anabella dejó de jugar con muñecas y lo mucho que Madelaine disfrutaba de estar entre la tierra y las semillas que sembraba.
—¿Otra vez cazando, Lenna?— le saludó un día luego de las festividades, al notar que la joven venía con el bolso de cuero cargado y el arco con las flechas al hombro—, sabes que a Adela no le ha gustado nunca que lo hagas.
Marlenne levantó la vista del suelo, pues venía concentrada en sus pensamientos; al ver al hombre se le dibujó una sonrisa en el rostro ya que sin duda alguna él era una de las personas con las que más disfrutaba.
—A ella le encanta que llegue con conejos e incluso disfruta cuando le digo que le he dado a las tórtolas o a un ciervo— señaló—, hace tiempo que dejó de lado los prejuicios, o al menos lo intenta. ¿Tú a dónde habías ido? Después de las fiestas desapareciste— le acusó con un tono reprobatorio.
Kennett le sonrió y le indicó que se acercara.
—¿Quieres tomar un té? Tu expresión delata que tienes mucho que contar. Mucho en verdad y quiere escupirlo todo, no guardar cosas como asumo debes hacer con tus hermanas.
Él estaba en lo cierto, con sus hermanas no podía echar afuera todo lo que en ese momento sentía.
—Iré a dejar esto para que se congele y después vendré para contarte todas las cosas que han sucedido en los espacios más profundos de mi corazón— terció la joven—, sabes que eres mi confidente.
Se encaminó a su casa, caminando por el gran valle, surcando el césped. Al llegar a casa se dirigió al jardín trasero donde se hallaba un armario repleto de cubos de hielo, metió las presas obtenidas en él y después de eso lavó sus manos con agua y lavaza para quitar las marcas de sangre que todavía tenía pegadas.
Al entrar a quitarse el abrigo, notó que Anabella se estaba arreglando más de lo normal. No pudo evitar golpear la puerta de la habitación que estaba entreabierta y emplazarla; sabía que aquello era tarea de Adela, no obstante ella pasaba todo el día trabajando y debía ayudar para saber en qué líos se metía su hermana, ya que por mucho que no quisiera, era demasiado inquieta y le costaba mantener la boca cerrada.
—¿Y tú? ¿A qué se debe toda esta situación?
Notó que aplicaba extraños productos en su cara y cabello. Estaba a la mitad de una sesión de belleza poco convencional.
—Pues en la noche iremos con las chicas a contar historias y cantar melodías a la Piedra del Destino.
—¿Y se puede saber a quien le haz pedido permiso?
—Pues Adela dice que si Minerva va, pues yo puedo hacerlo y para mi suerte ella y todas las chicas van a asistir.
Marlenne la analizó de pies a cabeza, sabía que podía estar inventando aquella historia, pues a todas luces podía estar pensando en irse con algún chico, en especial aquel que vivía en la casa de los madereros.
—¿Esto tiene que ver con el chico Gallaway?— preguntó Marlenne sin importarle ser grosera o impertinente.
—¡No, cómo crees!— chilló Anabella— ¿por qué habría de tratarse de él? ¿Acaso jamás en tu vida haz ido a pedir un deseo o cantar en la Piedra del Destino? Si es así dejame decirte que tu espíritu está muriendo de aburrimiento en este instante, todos quieren amor Lenna.
La piedra del destino era uno de los tantos monumentos que cargaban magia, leyenda y tradiciones de los muchos que habían en las tierras de Gran Bretaña.
Se decía que se le podían pedir deseos y que las hadas o las hechiceras saldrían de ella para cumplirlos o maldecir a alguien que no tuviera un buen corazón.
—Oh, no creo que Adela te haya dejado ir a esa tontería ¿Hablas enserio?
—Tú también debieses ir, así podrías pedir para que tu próximo matrimonio sea duradero y lleno de amor— dijo Ana apretando las mejillas de la joven, algo que no le pareció nada gracioso.
Marlenne no mencionaría nada.
No creía en que ir a cantar ante una roca de miles de años fuera a cambiar su vida y menos otorgarle cosas que sabía debía esmerarse en conseguir ella misma.
—Pues si vas no vayas a volver tarde o de lo contrario iré a buscarte, estaré con Kennett, vuelvo a la hora de cenar— avisó pero si hermana ya se encontraba ensimismada en su cabello nuevamente.
Salió de casa y caminó unos cuantos metros para llegar a la casa de Kennett quien ya estaba allí a la espera con las tazas encima de una mesa de madera que yacía en su terraza. Marlenne se instaló y aguardó a que él sirviera el agua caliente y las hierbas.
—Te ves muy molesta— indicó el hombre mientras disponía unas galletas.
—Lo que pasa es que Ana me saca de quicio...
—No me refiero a eso, tu semblante, algo en tu actitud indica que no estás feliz, que tu corazón no está en paz.
Ella pensó, él tenía razón. Y es que eran demasiadas cosas que no podía echar fuera. Eran muchos los pensamientos que consumían su mente durante las noches y que no podía calmar durante el día.
—¿Tanto se nota? —dijo al fin después de rehuír un poco la mirada.
Kennett asintió y le dió un sorbo a su té, a la espera que la muchacha lograra entrar en confianza y se abriera para contarle lo que tuviera que decir.
—Es Elijah— murmuró al fin—, es él y todo lo que implica el compromiso, me desespera el hecho de saber que tendré que casarme con un hombre al que no amo— sentenció —, casarme a la espera que el amor surja con el tiempo. ¿Qué pasa si eso no sucede nunca?
El hombre asintió, pues sabía que sus palabras no ayudarían probablemente.
—Me desespera el hecho de que me corteje en todo momento, que lo único que sepa decir es que me veo hermosa, que su padre crea que por el hecho de estar casandonos seré una esclava para él y la familia Robinson— suspiró amargamente—; odio el hecho de saber que es la única manera en la que puedo darle estabilidad a mi familia y así Adela podría dejar de trabajar tantas horas al día, podría dejar de cuidar a los niños en las noches...
—Lenna... —le interrumpió el—, tienes un corazón asombroso ¿pero porque tendrías que sacrificarte de esta forma? Elijah y su familia quizás no sean unas malas personas, pero esperan que seas quien no eres.
—Debo hacerlo Kennett—declaró tomando una postura más decidida—, siento que ya he crecido, es la manera que puedo ayudar en casa. Eso la cacería y el canto pueden ayudarme a sacar a flote a la familia, nos han tocado años duros, sin mamá, sin papá. Quiero que eso ya termine.
—¿Y vas a ser feliz?
—Eso no importa, mientras mis hermanas puedan estar más tranquilas.
—Eso es lo más importante, eres tú quien estaría sacrificando su felicidad por otros. Eso no es justo.
—Pues a los quince aprendí que la vida no era justa cuando lo hermana de diesisiete tuvo que hacerse cargo de tres niñas tristes y hambrientas sin reclamo alguno— murmuró —, digamos que es una devuelta de mano es lo que nos toca.
Kennett se quedó en silencio por unos momentos y después se aclaró la garganta.
—Debo mostrarte algo, pero debes prometer que lo conversarás con tu hermana antes de que tomes alguna decisión apresurada.
—¿De qué hablas? —señaló mientras mascaba más animada unas galletas.
Kennett sacó de su abrigo un anuncio doblado y amarillento.
—El otro día fui al condado vecino, a Ainmugh.
Ainmugh era conocido por estar plagado de hombres rudos que practicaban la herrería y la producción de cebada para la cerveza.
—Y hallé esto pegado en una de las tabernas— murmuró —, se qué no debería pasártelo, sin embargo sé que eres muy capaz.
Marlenne cogió el papel arrugado y sus ojos se abrieron al notar que era un anuncio que publicaba una competencia de tiro con arco y el premio era una cantidad ridículamente alta de libras esterlinas.
—¿Me dices que debo conversar de esto con Adela?— preguntó con el sarcasmo asomando en su voz—, ella preferiría internarme en un convento antes que permitirme ir a inscribirme.
—No pierdes nada con intentarlo.
—Quizás pierda la lengua por mencionarlo si quiera —aseguró Marlenne.
No obstante sus ojos brillaban, sus ojos no paraban de observar cada uno de los detalles y los requisitos para hacer una inscripción.
—No tengo dinero para pagar la cuota, no puedo pedirle a Adela para eso.
—¿Y acaso yo estoy pintado, mujer?—mencionó sonriendo, fingiendo indignación.
Marlenne sonrió y se echó en los brazos de Kennett para envolverse en un abrazo contenedor. Él significaba mucho para ella.
—Debes saber que todo lo que necesitas para vivir esta dentro de tí, Lenna. No necesitas de nadie más, eres fuerte, inteligente y muy audaz. Todo está a la vista, eres capaz de ponerte de pie ante la adversidad y te aseguro que la vida va a recompensarte por eso— siseó besándola en la frente.
Tras esa intensa y conmovedora charla, Marlenne se fue de vuelta a casa, ya estaba dándole hambre y sentía un hueco en el estómago. El atardecer ya estaba cayendo, dando paso a las estrellas y al frío característico de las noches de Irlanda.
Pensar en una oportunidad que no fuera casarse para ayudar a su familia le hacía sentir entusiasmada. Ganar esa competencia se había vuelto un proyecto inmediato, sabía que no sería fácil convencer a Adela quién siempre se mostraba protectora con ella, no le gustaba que tuviera que pasar por penas y dificultades.
No obstante ya era mayor y estaba en sus manos una posible decisión, tal como lo había dicho con respecto a su matrimonio.
Entró en la casa, dispuesta a hablar con ella tras la cena. Se daría ánimo para encontrar las palabras adecuadas, no obstante no sabía si mencionar que Kennett se había ofrecido a pagar por su inscripción, probablemente Adela lo encontraría incorrecto y abusar de la buena voluntad del hombre.
—¿Anabella eres tú? —escuchó preguntar a Adela desde la cocina.
Ella apareció quitándose el abrigo y sonrió.
—Soy yo, estaba junto a Kennett ¿qué necesitas?
Adela y Madelaine se encontraban preparando una cazuela de conejo que estaba desprendiendo aromas increíbles. A Marlenne se le hizo agua la boca, pero notar el ceño fruncido de su hermana mayor indicaba que no estaba contenta.
—¿Sabes donde está Ana?
—Sí, dijo que te había pedido permiso para ir con las chicas a cantar a la piedra del destino— contestó con tranquilidad.
—Necesito que vayas a buscarla de inmediato. Permiso es el que le voy a dar para fregar platos lo que queda de semana ¡Esa niña está intolerable! —se quejó mientras revolvía la olla.
Marlenne sintió su cara arder de rabia pues su hermana menor le había tomado el pelo. Ella estaba tan ensimismada en sus pensamientos que no se puso a pensar que Adela jamás habría concedido un permiso para ir a realizar semejante tontería.
Salió sin más, colocándose nuevamente el abrigo para enfrentar la temperatura que ya estaba descendiendo. Se encaminó por el prado y atravesó el centro del pueblo que aún se hallaba bastante lleno de personas puesto que no era tan tarde aún.
Se estaba oscureciendo más temprano, por ende parecía más tarde. En su mente se maldecía por haber creído en las palabras de Ana y a su vez pensaba que Adela tendría que hacer máximos esfuerzos para contenerla en sus arrebatos de juventud.
Comenzó a subir la colina que daba al lugar. Ella no solía frecuentarlo, no era asidua a la magia y todo lo que se podía esconder tras leyendas, mitos e historias. Existían un montón de cuentos que rodeaban a la piedra del destino, sólo que ella los evitaba todos, no le entregaban ninguna sensación grata; la sumergían aún más en que la realidad no era la que ella habría querido.
Cuando estuvo llegando, pudo escuchar cantos y risas de jóvenes, por lo que asumió que entre ellas se encontraba Anabella. Su respiración se estaba haciendo irregular debido a la escalada. El antiguo momento se encontraba emplazado en la cumbre de una empinada colina, casi junto a la playa.
Al llegar observó como las chicas danzaban entre las flores y rodeaban la piedra, cantaban cánticos aprendidos y que eran tradicionales de Irlanda. Además llevaban prácticamente sólo las enaguas.
Quiso llamar de inmediato a Anabella y regañarla delante de todas las chicas, para que supiera que lo que hacían es incorrecto. Podían ser tachadas de brujas si alguien mal entendía el juego que estaban llevando a cabo. Las cacerías de brujas aún estaban muy presentes y latentes en toda Europa.
Pero algo sucedió.
Su mente no podía dejar de oír los cánticos de las chicas mientras danzaban.
Y de pronto pudo oír un rugido impetuoso salir de la piedra. Sentía una vibración, un zumbido intenso que no dejaba de oírse en su cabeza.
Su respiración se detuvo.
Sus palpitaciones se incrementaron.
No obstante logró salir del trance y sacudió su cabeza.
—¡Qué demonios están haciendo!— chilló.
Las demás jóvenes se sobresaltaron y la cara de Anabella se desfiguró pues sabía que estaba en problemas.
—Lenna, yo...
—No digas nada, toma tus cosas vístete y nos vamos a casa— le espetó.
—Por favor...
—Estás en problemas, pues no pienso cubrirte en nada. Me hiciste pasar por tonta pero quien ríe último lo hace mejor, Ana.
*
Horas después en la tranquilidad de su cama, Marlenne comenzó a conciliar el sueño, pudo ver la grande piedra y escuchar el cántico de las que ella creía eran las chicas que había visto.
Pero oía algo más.
Oía la voz que creyó haber escuchado en la celebración del equinoccio, la voz de aquel joven que le pedía una vela.
Repetía la misma frase, sin embargo no le veía.
La voz de él salía desde la roca del destino.
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En el multimedia Kennett Farrell.
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