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• SIA-DEUG

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SAIGHEAD BOIREANNACH
XVI. Rencores que florecen.
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Madelaine lleva sus ojos posados en los lirios amarillos que compró recientemente en el mercado del condado. Intenta ir preocupada por las compras de mercadería, frutas y algunos artículos de aseo personal. Se acerca a los puestos en donde sabe que los locatarios son buenas personas y amigos de la familia y mantienen un grato recuerdo de sus padres.

—¿Y Scotland Yard no les ha dado ninguna información o pista del paradero de Lenna?

Madelaine suspiró, siempre alguno de los vendedores era valiente y algo indiscreto para preguntar acerca de la álgida situación familiar que se encontraban viviendo. Intentó contestar de forma serena y sin entrar en detalles.

—Se encuentran con sus hombres trabajando en el sitio del suceso, investigando e interrogando a quienes pudieran haberla visto —recalcó —, no podemos comentar mayor información, pues estamos a disposición de los agentes ingleses.

—¡Oh, mi Dios! Realmente espero que la dulce Marlenne aparezca pronto ¡se imaginan fue a caer en las garras de algún corsario! ¡Dios no lo vaya a permitir!

Madelaine tomó las manzanas y las pagó sin emitir otra palabra, haciendo evidente la molestia ante los comentarios de esa insidiosa mujer. Los detestaba, detestaba a todos esos que estaban haciendo una comidilla de lo que les estaba pasando, de lo que estaban viviendo como familia.

Caminó en dirección a su casa, con el corazón retumbando dentro de su pecho, con las sienes a punto de explotar y la cara roja por el enojo.

Entró en la casa dejó las compras sobre la mesa y salió al jardín, allí permitió que las lágrimas se escurrieran por sus mejillas. Tenía tanta tristeza, sentía una agonía tremenda, que las noches en las que su almohada quedaba empapada por sus lágrimas no eran suficientes; su hermana había desaparecido sin dejar ningún rastro, sin una pista, sólo había viajado a Escocia y desde allí nadie sabía nada sobre su paradero.

¿Estaría a salvo o en manos que le hacían daño? ¿Estaría pasando frío o hambre?

¿Se encontraba viva acaso?

Cerró los ojos y dejó que ese pensamiento abandonara su mente, pues era demasiado doloroso pensar en que Lenna ya no estuviera en este mundo, que le hubiera dejado sin que pudieran despedirse, que algo la arrebatara de su mano y que por eso no pudiera volver a ver sus bellos ojos castaños.

Maddie...

No quiero estar con nadie, no quiero hablar, Adela.

—Te dije que yo podía ir al mercado si tu creías que sería demasiado.

—Demasiado... —Madelaine se quedó analizando las palabras de Adela, viendo que ahora esa sería su realidad, aunque su hermana volviera –estaba segura de que así sería – no la dejarían en paz, siempre estarían comentando sobre ella, sobre todas.

—No tenemos porqué ocultarnos, no hemos hecho nada malo. Nuestra hermana desapareció y ellos lo único que quieren es saber con qué hombre huyó o en qué clase de vida libertina decidió embarcarse.

Adela se sentó en el suelo junto a ella, mientras miraban las plantas y hierbas que crecían entre el inmenso césped que llegaba hasta la punta del bosque, nada más separado por la cerca que demarcaba su casa. La mayor de las hermanas también guardaba en su pecho un dolor enorme, la culpa.

Para el condado de Down, Marlenne Fitzgerald se había convertido en una libertina, que se embarcó rumbo a otras tierras para alejarse de la vida normal y campestre que llevaba junto a sus hermanas, o para escapar con el hombre secreto del que estaba enamorada; ese era el comentario más escuchado, hacía muy poco todos sabían del compromiso que estaba viento en popa con Elijah Robinson, nadie se explicaba su desaparición, o nadie creía que estuviera envuelta en un trágico evento, en todos los escenarios la joven era culpada de su tragedia, en ninguna era víctima.

—Aquí todavía hay muchos puritanos, sus mentes cerradas no les permiten ver más allá de su nariz —respondió Adela aclarandose la garganta, no quería derrumbarse, en ese momento más que nunca debía permanecer siendo una roca —. En lo que a mí respecta, no descansaré hasta que encontremos a Lenna —recalcó mirando sus ojos tristes —, te lo prometo, Maddie, no dejaré que Marlenne no regrese a nuestro lado, haré hasta lo imposible con tal de que ella vuelva a casa sana y salva.

—Promételo, Adela. Júrame que Marlenne va a volver a casa.

—Te lo prometo, hermana. Te lo prometo.

Adela abrazó a Madelaine entre sus brazos, sobó su cabeza y acarició los largos cabellos castaños que caían en cascada. No sabía cómo podía prometer algo así, no tenía idea la manera en que averiguaría dónde se hallaba su hermana, pero lo haría, lo haría porque no toleraría vivir con el peso de que se haya ido por ayudarle a ella, por ayudarle a ella y hacer que dejara su estilo de vida.

No soportaría vivir con ello.

Marlenne había querido evitar que ella siguiera vendiéndose y ahora estaba desaparecida.

Qué injusta era la vida.

—Asumo que interrumpí tu momento de soledad —declaró —, sabes, me sigue costando mucho asumir que todas ya son mayores, que tienen su propio pensamiento, pesares y opinión. A veces sigo creyendo que son las niñas desconcertadas y lloronas que fueron relegadas de manera obligatoria a mis brazos.

—¿Por qué me dices eso? Suenas muy apenada, ¿Acaso pasa algo más?

—No sé si he hecho todo lo que debería por ustedes, no sé si he hecho bien en este intento por criarles desde que murió mamá —susurró.

—Adela, tú también perdiste a mamá. No tuviste tiempo de llorarla, de sentir su perdida, tampoco la de papá. Y aún así te haz mantenido como un árbol fuerte, que no se cae ante la lluvia, los rayos ni el viento —contestó —, quisiera que tuvieras el tiempo para que florezcas sin pesar.

—Ahora entiendo porque Lenna disfrutaba tanto de tus pláticas, mi pequeña sabia.

Adela acarició la mejilla pálida de Madelaine y se levantó, dejando un beso en la cabeza de la chica.

—Voy a ponerme a cocinar, ¿podrías ir por Anabella? Esa chiquilla debe terminar sus quehaceres antes de hacer lo que se le venga en gana —exclamó intentando darse ánimos.

Madelaine se quedó unos momentos observando sus plantas, ninguna de ellas podía crear la infusión para evitar la tristeza, ninguna era capaz de hacer una poción para traer de vuelta a su hermana, de nada servía que llorara, sus lágrimas no cumplirían sus deseos.

Siendo completamente honesta con ella misma, por más que se esforzaba en creer en la magia, la fantasía y las leyendas de sus tierras, sabía perfectamente que la realidad era más poderosa y la hacía volver de bruces a la imperfecta vida que ahora estaba padeciendo.

Se levantó sin ningún ánimo, alisó su vestido e hizo una trenza rápida en su cabello; el sol comenzaba a abrasar a pesar de que en Irlanda jamás subía la temperatura de manera exagerada. Salió en búsqueda de su hermana, la cual ahora había desatado su lado más rebelde y descuidado para con su hogar, no estaba Marlenne para perseguirla e importunarla con regaños y discursos sobre la importancia de la familia.

Divisó a lo lejos a las chiquillas con las que siempre salía a pasar el rato o con quienes iba al mercado a ver porquerías innecesarias para comprar. No se hallaba allí y eso la inquietó, sin duda era por los recientes eventos, no toleraría vivir con la sensación de perder a dos hermanas, por eso a pesar de ser la menor, se había dado el lugar de cuidar de la escurridiza Anabella en su ausencia.

Cuando llegó a la plaza del pueblo, divisó su cabellera rubia junto a un hombre. Se quedó a la espera de que terminara la conversación, pues no quería importunar. Eso hasta que vio de quien se trataba; detrás de los abetos, se encontraba ella y Elijah, conversando de una forma que para Madelaine no fue correcta, su hermana sonreía con la clásica sonrisa que le regalaba a los chiquillos idiotas que quería impresionar, él también sonreía y la observaba no del modo en que miras a tu futura cuñada, sólo que él trataba de disimular con la fachada sombría de la pérdida y el desconcierto.

Aguardó hasta que la mano de Anabella subió hasta la mejilla del joven. Eso consiguió que la muchacha que les veía estallara en cólera y no le causó molestia ni vergüenza importunar.

—¡Anabella!

La rubia se volvió y observó a Madelaine mientras sus ojos palidecían, su rostro era un libro abierto incapaz de disimular  las  reales intenciones de sus actos. Elijah a su vez, se volvió y mostró la clásica incomodidad de estar realizando algo que ante los ojos de las personas, pudiese parecer incorrecto.

—Madelaine, ¿cómo estás? —saludó, intentando hacer que la joven cambiara algo la expresión de su rostro —, hace tiempo no te veía.

—Anabella, vamos a casa. Adela te espera para que limpies la letrina del jardín —escupió diciendo los quehaceres más vergonzosos que se le pudiesen ocurrir —, además te toca lavar la ropa sucia, por si lo habías olvidado.

—Maddie... sólo.

—Créeme no me interesa saber lo que estabas hablando con Elijah, que por cierto, repentinamente se ha colocado triste ¿sucede algo?

—Estoy muy conmocionado con lo sucedido con Marlenne, la verdad es que todavía tengo escalofríos, pienso...

—¿Enserio? No das esa impresión.

—Madelaine, estoy muy afectado.

—¿En verdad?

—¿Qué tratas de decir?

—No lo sé, dime tú. Aunque siendo honesta no me interesan tus sentimientos en lo más mínimo, somos nosotras quienes hemos pasado noches sin dormir. Porque veo que tú sales a dar paseos por la plaza para pasar las tristezas con mi hermana, quien al parecer también se encuentra muy dolida —siseó con sarcasmo —No te lo volveré a repetir, vamos Anabella.

—Espero saber noticias pronto, Madelaine —acotó Elijah.

Ella se volvió y comenzó a caminar sin despedirse del joven. Anabella se despidió de forma rápida y siguió las raudas zancadas de Maddie.

—¿Madelaine, qué te pasa? ¿Cómo se te ocurre hablar así delante de Elijah? Qué va a decir Adela...

—¿Es enserio? De verdad tienes la osadía de cuestionarte que va a decir Adela de mi forma de actuar y no de la tuya.

—No hacía nada malo, sólo hablaba con Elijah, también lo está pasando muy mal, al igual que nosotras, después de todo el iba a ser el esposo de nuestra hermana.

Madelaine dejó escapar una risita irónica. No podía creer que Anabella estuviera teniendo ese comportamiento. La conocía bien, ahora no quería asumir sus actos e intentaba bajarle el perfil.

—¡Oh, tú estás tan interesada en la desaparición de Marlenne, que de paso coqueteas con el hombre que supuestamente está devastado con su pérdida! —exclamó quedándose de pie, sin pensar en qué alguna persona fuera a oírles.

—¡Qué dices, jamás haría algo así! ¿Cómo te atreves a injuriarme?

—¿Injuriarte? ¡Te ví, te ví acariciando su mejilla! Crees que nadie se dará cuenta de tu mirada de fingida inocencia, sólo que no contabas con que yo fuera a verte en el acto, qué doloroso, podría decirte palabras peores, pero sé que después llegarás a casa y vas a victimizarte como sueles hacerlo delante de Adela, no obstante esta vez no te saldrás con la tuya, voy a tenerte entre ceja y ceja, ya verás.

—No voy a perdonarte esto, no puedo creer que me trates de esta manera, sólo le estaba consolando.

—Si él llegase a necesitar a otra persona que no fuera nuestra hermana para consolarse, créeme que esa persona no eres tú, Anabella— respondió furibunda —, no hagas que tenga que decirte palabras más explícitas que tengan relación a lo que estabas haciendo, tú y tu conciencia lo saben perfectamente.

Anabella caminó a casa, no obstante, antes de que cruzaran el umbral de la puerta, se volvió para reiniciar las llamas de la discusión.

—¿Y tú, tanto que te preocupas por Marlenne? ¿No te has puesto a pensar que quizás se fue porque quiso?

La expresión de Madelaine se endureció, Anabella no podía estar hablando enserio.

—¿Cómo puedes considerar si quiera esa posibilidad? —cuestionó exasperada.

—¿No te parece extraño que desde el minuto uno quisiera irse sin que nosotras lo supiésemos? Toda esta treta de ir a Escocia, de dejar una carta, de hacerlo a escondidas, todo es demasiado confuso como para poder creer que no hay parte de ella implicada.

Adela salió por la puerta, ya que había oído las voces nada tranquilas de sus hermanas. No comprendía qué sucedía.

—¿Qué demonios sucede? ¿Por qué están gritándole de esa manera? ¡En plena calle!

Antes de que Anabella pudiese hablar, Madelaine hizo amago de entrar a la casa, no quería seguir perpetuando la conversación.

—¡Hey! —la interrumpió Adela.

—Si quieres tener respuestas, habla con ella —indicó a su hermana con algo de desprecio —, de paso podrías explicarle de qué se trata la lealtad, creo que en estas últimas semanas se le estuvo olvidando.


Anabella salió a la mañana siguiente muy temprano. Todos los días salía a recolectar flores para poder trenzar coronas o broches para su cabello, se había convertido en una rutina que mantenía desde niña; su madre le había inculcado aquello.

La joven sabía muy bien el modo de verse siempre bella, era una de sus especialidades y vivía esmerándose en aquello. También sabía que una vez comprometida Marlenne, vendría el turno de ella, Adela haría lo imposible con tal de que un hombre de buena familia y posición se fijara en ella, aunque las Fitzgerald sólo contaran con una finca y la mano de obra que conocían.

Anabella era linda y tenía habilidades varias, sólo que uno de sus sueños más codiciados era tener un esposo adinerado que pudiera mantener todos sus gastos y darle la vida de princesa que siempre soñó con tener. Después de todo, en la época que vivían, la belleza y la gracia era lo más importante a la hora de hallar a un buen candidato como marido.

Sólo que en este instante un hombre mosqueaba en su mente a sabiendas de que no debería.

—Veo que estás acostumbrada a madrugar, buenos días Anabella.

No sabía si era algo que había buscado, o era la vida que había cambiado sus cartas con ayuda de las peticiones que solía hacerle a la piedra del destino para que le ayudara con su magia.

Las conversaciones con Elijah Robinson se habían convertido en una tendencia que para su sorpresa, le gustaba vivir día a día. Hablaban de Marlenne, conversaban sobre su trabajo con su padre y lo que su familia esperaba de él.

—Siento que no debo perder los primeros rayos de sol —contestó —, son los que me dan más energía durante el día.

El hombre se acercó y recogió una flor blanca, diferente a las lavandas que ella se esmeraba en sacar de la tierra.

—Sabes que la señora McKinnon va a enfadarse si te ve sacando las flores del condado de esta insistente manera —explicó con una sonrisa de medio lado.

—Pues ella debe saber que la belleza es lo que mueve a las mujeres en este mundo.

—De eso tienes de sobra —acotó mientras con cautela entrelazó la flor que tenía en sus manos en el cabello de la rubia —, ese lirio la resalta, no te hace hermosa, pues ya lo eres.

Anabella sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. Quiso cambiar el tema y se esforzó en que su mente no la llevara a ese cuarto oscuro que amenazaba con abrirse.

—Perdona por lo de ayer, Madelaine no debió tratarte de esa forma. Con todo lo que hemos vivido en este último tiempo se encuentra muy nerviosa, piensa cosas que no son, está herida.

—Yo espero que no hayas tenido inconvenientes con tu familia. En verdad no quise incomodar ni causar una mala impresión, no tengo malas intenciones.

Elijah al parecer no estaba familiarizado con las reglas de cortesía, tampoco con lo que implicaba ser un caballero. Probablemente sentía que permitir que la hermana de su prometida desaparecida le acariciara el rostro, otorgarle atenciones y que se generaran habladurías para el no era hacer nada malo.

Los hombres solían salirse con la suya, así había sido desde el inicio de los siglos hasta el que estaba en curso. Las intenciones que guardaban en secreto no se malinterpretaban a sus costillas, solía ser a cuestas de la mujer con la que se les involucraba.

—¿O tu crees que obré de mala forma? Si te he hecho sentir incómoda me gustaría que me lo dijeras. Lo único que he querido es hacerte compañía, creo que eres una especie de incomprendida dentro del matriarcado Fitzgerald —verbalizó con una sonrisa galante.

—Sabes, últimamente eres tú quien me ha tratado con compasión, eres quien comprende mi sentir en este tiempo de angustia.

—Debe ser porque lo compartimos, ambos estamos pasando los mismos sentimientos abrumadores.

Anabella se acercó y depositó un beso en su mejilla, quedándose pegada a la piel del hombre un poco más de lo debido. Él por su parte no se lo impidió, tampoco apartó la cercanía que ella propició.

Sin embargo, en el instante en que alguien reparara en ese comportamiento claramente inadecuado, Elijah se escudaría con su padre rico, banquero y miembro ilustre del condado y todos hablarían de Anabella, la ingrata joven que quiso acercarse al futuro marido de su hermana para robárselo, a aquella que se fue por libertina.

Esa era la hipocresía que reinaba en el condado de Down.

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