• FICHEAD 'S A DHÀ
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SAIGHEAD BOIREANNACH
XXII. Pláticas de escocés a escocés.
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Jamie se topó de bruces con su padrino al salir de la espesura del bosque, sintiéndose como un niño al que acaban de descubrir robando o cometiendo una acción digna de una reprimenda vergonzosa o de una golpiza correctiva.
Intentó caminar haciéndose el desentendido pero Murtagh Fitzgibbons era un hombre al que no le importaba dar su opinión –aunque no se la hubiesen pedido–, además corría con ventaja, puesto que ser el padrino del joven pelirrojo lo convertía en la figura paterna más cercana que tenía; por ende este podía dar consejos incómodos por mucho que a este no le parecieran.
—No creas que pasaste desapercibido, sé perfectamente a dónde estabas, Jamie.
—No estaba haciendo nada, Murtagh. Déjalo ya, además quiero recordarte que no soy un niñito indefenso —rebatió con aquel tono de voz característico que usaba cuando no estaba de humor para una reprimenda.
Murtagh entornó sus ojos implorando paciencia a Dios, vaya que sabía lo terco que podía llegar a ser Jamie y su intención nunca sería pelear con él, nada más intentar hacer el labor que sus padres no podían por obvias razones. De no ser por él, el pelirrojo estaría completamente solo, nadie se interesaría realmente por su bienestar, debido a que sus tíos a pesar de ser su familia, tenían que lidiar con el hecho de que amenazaba sus títulos de Lairds si este se llegase a levantar en rebelión por derecho legítimo.
El hombre sobó su barba y se sentó al lado del muchacho, entregándole una petaca que contenía un poco de whisky escocés. No era un hombre de muchas palabras o de sermones innecesarios, sólo intervenía cuando se percataba que su ahijado estaba a punto de cometer una locura y ahora podía ver con claridad que así era.
—No te molestes conmigo. No es mi intención ser entrometido como un grano en tu trasero indeseable, pero sabes que no puedo evitar no preocuparme por ti —se excusó mientras observaba el fuego.
Jamie suspiró, consideraba al escocés como a un padre, era el único que lo trataba con el debido respeto y cariño, sin embargo en ocasiones estaba demasiado atento a las tonterías que podía cometer y coartaba su esencia aventurera y propensa a meterse en problemas. Algo que a todas luces, Jamie necesitaba en ocasiones.
¿Qué sería la vida sin un poco de aventura que puede terminar de manera catastrófica?
—No estoy enojado contigo. Estoy molesto con Dougal y pues eso me provoca estar irritable y comportarme como imbécil —reconoció —, es humillante hacer esto, hacer todo lo que Dougal pide por la dichosa causa jacobita, sabes cuánto detesto la lástima. No me molesta apoyar al rey Carlos, pero me gustaría hacerlo debido a mi valía, no por la pena que inspiro a las personas de la región, no es grato para ningún hombre.
Murtagh asintió con pesar, los latigazos que Jamie llevaba habían sido recibidos de manera gratuita hacia años atrás y habían causado más que sólo la tragedia de su deformada espalda. Los Fraser vivieron en carne propia lo que implicaba la fragmentación de una familia en todos los sentidos habidos y por haber de la palabra, por lo que no era quien para juzgar su comportamiento y enojo.
—No me preocupa que quieras mandar a Dougal al demonio, eso lo queremos hacer todos en muchos momentos del día.
—¿Entonces? No entiendo cuál es tu problema.
—Mi problema es que te escapas del campamento como un chiquillo al que sus padres han castigado para ir a reunirte con esa chiquilla. Esa chiquilla de la que no sabemos absolutamente nada, esa es mi mayor preocupación ¿Por qué te expones de esa manera? No conocemos muy bien esta zona, desconocemos donde se guarecen los casacas rojas y tú te antojas de salir a dar paseos nocturnos porque al parecer decidiste comenzar a pensar con la entrepierna.
James Fraser no era un niño, se había convertido en un hombre hace muchos años, cuando tuvo que pelear en las batallas contra los ingleses en Francia, la vida lo había golpeado muchas veces; sin embargo todavía era muy inexperto con respecto a las mujeres, sinceramente, jamás había sentido un real afecto o amor por alguna, simple curiosidad o cariño, además de querer experimentar las típicas sensaciones que todo adolescente anhelaba conocer años atrás cuando crecía.
En realidad, debía darle crédito a su padrino, no estaba comportándose de manera muy juiciosa, pero en respuesta a eso debía justificar su actuar con que Marlenne realmente era un enigma para él. Había estado en contacto con mujeres muy diferentes y también interesantes en lo que llevaba de juventud, sólo que la mayoría solían ser o sumisas o con una visión demasiado romántica de la vida. En Marlenne podía notar el desafío y la aventura, además de un aura de misterio.
Habían cosas que no podía hablar con su padrino, pero estaba seguro de tener una extraña sensación de haberla conocido en otra parte, de haberla visto en algún camino o tal vez haber escuchado su voz en alguno de sus sueños; algo que para cualquier escocés no sería más que simples caprichos o peroratas baratas a la hora de conquistar a una dama.
No conocía a Marlenne de nada, sólo habían tenido extraños encuentros donde solían interrumpirlos con frecuencia, sin contar la vez en que se encontraron en la iglesia negra, jamás habían podido mantener una charla donde pudieran conocerse más sin que alguien saliera al camino para buscarles e irrumpir en sus pláticas. Debía admitir que tampoco se sentía feliz de admitir que había ido a espiar al campamento de aquellas extrañas mujeres de la isla Skye.
¿Qué era lo que hacían? ¿Acaso eran brujas haciendo rituales? ¿Eso era lo que hacían las druidas? ¿Eran druidas realmente y por eso vivían apartadas de todo? ¿Era Marlenne también una de ellas y por eso había llegado donde Blaire Paganon o estaba en las tierras altas por otros motivos?
—No debí hacerlo, lo admito. Sólo quería ver si podía hablar con la señorita Fitzgerald.
—¿Y de qué si es que se puede saber?— interrogó Murtagh con expresión aprehensiva— no sabía que ella y tú se habían vuelto amigos inseparables o que estuviera en problemas para que tengas que fugarte en mitad de la noche a verla. No me parece que ninguna de las mujeres de ese campamento sean damiselas en apuros.
El pelirrojo torció el gesto, ahora entendía el viejo refrán; más sabía el diablo por viejo que por ser el mismo diablo. Era imposible engañar a un hombre que ya había vivido todas esas aventuras y todas esas vivencias años atrás. Si bien su padrino no había contraído matrimonio, Jamie estaba completamente seguro de que había estado enamorado de alguna mujer que se convirtió en un imposible y eso había llevado a Murtagh a ser un escocés ermitaño y mal humorado en ocasiones.
—Quería saber si había pensado en la propuesta de Colum— dijo finalmente, muy consciente de que tendría que dar aún más explicaciones.
—Esa muchacha ha ido al castillo Leoch si no me equivoco en tan sólo una ocasión ¿Qué propuesta tendría para con ella el Laird?
—La señorita Fitzgerald es una excelente cantante y trovadora, ella podría relevar a Gwyllyn los días en que no canta en el castillo. Colum lo ha tomado en consideración.
—¿Y cómo es que Colum sabe de estos dotes tan extraordinarios?— preguntó con inevitable sarcasmo, sabía muy bien lo que Jamie se traía entre manos y no se sentía nada tranquilo —y lo que se me hace más extraño ¿Cómo es que tú conoces aquellos maravillosos dotes?
—Murtagh, no tienes que saber todas las cosas que hago durante el día. Un día la escuché cantar cuando iba rumbo al castillo Leoch— Jamie se percató de lo idiota que estaba siendo al tener que dar explicaciones, por estar compartiendo aquellas vivencias que deseaba que fueran personales, por lo que se quedó callado nuevamente de golpe—, la situación es que tiene una voz privilegiada, estoy seguro de que te gustaría mucho si la oyeras, además ¿qué más te da? ¿de cuándo quieres saberlo todo? Creo que te estás juntando mucho con la señora Fitz— terció, dando a entender que estaba siendo un chismoso y que no seguiría contestando a sus interrogantes.
El hombre frunció el ceño, no obstante de su rostro no se quitó aquella expresión socarrona ni esa sonrisilla cínica que lo acompañaba, acto que causó la irritación del joven escocés. Le dio nuevamente un trago a la petaca con whiskey y le dedicó una mirada furibunda, puesto que su padrino se estaba burlando de él.
—¿Qué es tan gracioso? ¿Acaso ahora eres como Angus y Rupert?
—No, no me compares con esos idiotas, ellos no tienen remedio. Sólo que me causa mucha curiosidad en la manera que buscas complicar tu vida.
—No estoy haciendo nada, no entiendo por qué insistes en que estoy complicando mi vida.
—A ver, Jamie. Seamos sinceros— comentó con tono autoritario—, asumo que invitaste a Marlenne al castillo Leoch por varios motivos, me dirás que es para el entretenimiento del clan y del Laird, también me dirás que es para que ella pueda tener otra fuente de ingresos y todas las causas en las que te conviertes en un buen samaritano y te ganas el cielo— le indicó haciendo gala de todo su conocimiento sobre comportamiento masculino—. Sólo que estás hablando conmigo y no me engañas, sé que estás haciendo esto para poder pasar más tiempo con aquella chica sin que las personas puedan sospechar de tus intenciones.
—¿Y cuáles serían mis intenciones? ¿Piensas mal de mi?
—¡No, claro que no! No me refiero a eso, sólo creo que estás demasiado interesado en ella como para que se trate de alguien con la que tienes meramente una amistad; sin contar de que no eres una persona que se rodee de demasiados amigos— señaló dejándolo en evidencia—, por ende sólo puedo deducir que por el motivo que sea, esa chiquilla te gusta.
Jamie se sintió abrumado, jamás había tenido una conversación tan abierta con su padrino, no al menos que tuviera que ver con mujeres.
—Murtagh...
—Espera— comentó levantando la mano en señal de que se detuviera—, quiero darte un consejo, tú verás si lo tomas o lo dejas. Las mujeres siempre— volvió a hacer una pausa—, las mujeres siempre, aunque nosotros no sepamos de que forma, siempre averiguan la verdad, Jamie.
El pelirrojo no supo qué decir, no lograba entender el motivo por el que su padrino decía tal cosa. Frunció los labios y entornó sus ojos con confusión. Se distrajo unos segundos debido a las tonterías que Rupert y Angus hacían unos metros más allá, evidenciando el hecho de que la reunión con el clan anfitrión ya se había convertido en una borrachera descontrolada entre escoceses.
—¿Y? —preguntó con algo de desconfianza —, creo que ella ya conoce varias cosas sobre mí, entre ellas que mi cabeza tiene precio.
—Oh, no me refiero a eso, ese es sólo uno de los problemas que tienes que afrontar y creo que debería ser el que más te preocupe. Pero has decidido incurrir en ponerte curioso con otros temas mucho más interesantes que el capitán Randall, créeme que te entiendo.
—Entonces, hacia donde va esta plática...
—Esta plática va hacia el jueguito ridículo que tienes con Loaghaire— farfulló el hombre acariciando su barba contundente.
Jamie palideció, no se sentía orgulloso por haberlo olvidado por completo y tampoco por haber iniciado en él. Ambas lo convertían en un mal hombre en ese sentido y él no buscaba causarle daño a nadie, solamente que en ocasiones las cosas sólo pasan y después son irrefrenables.
Loaghaire Mackenzie era nieta de la ama de llaves del castillo, hija de uno de los hombres del Laird. Una jovencita romántica que había estado enamorada de Jamie desde que tenía memoria. El pelirrojo se ofreció para recibir un castigo que se le había impuesto, no por ser caballero con ella, sólo quería demostrar su hombría y honor delante de sus tíos, darles un poco de dolor de cabeza, nunca pensó que después de hacer eso la chica pensaría que él sentía lo mismo. El hecho de haber permitido que le besara y seguir con ese juego no había contribuido en nada.
Sabía que había hecho mal, pero también sabía que la familia de la joven jamás permitiría que se casara con él mientras fuera un blanco de la corona inglesa. Por ende si podría decirse que había aprovechado la oportunidad para capear la soledad.
—Bueno, creo que no lo había pensado.
—Evidentemente no lo habías hecho. Por lo que me has contado, la señorita Fitzgerald es una mujer de armas tomar, quiero saber si es que a alguna de estas mujeres les has prometido más que una grata compañía, Jamie.
—No, no soy un aprovechador, Murtagh. Aunque ahora las circunstancias no se encuentren a mi favor. Me he equivocado y pienso enmendarlo.
—Osea que estás reconociendo que la forastera te gusta.
—No estoy reconociendo nada, sólo admito que no es correcta la situación que se dio con Loaghaire, no tendré nada con ella. Eso es seguro, no puedo ofrecer nada y es una buena joven, merece poder salir del brazo de un caballero que no tenga la cabeza en la horca.
Ambos hombres se miraron con franqueza aunque las palabras de pelirrojo no lo fueran completamente. Jamie no sabía a ciencia cierta qué tipo de sentimientos estaba desarrollando por Marlenne y no correspondía que su padrino fuera la primera persona en saberlo. Sólo que el hombre tenía razón, no podría llegar a conocer más a la irlandesa si entre ellos existía la presencia de la rubia escocesa con la que anteriormente se había besado en Leoch.
Y siendo completamente honesto con él mismo, a quien deseaba conocer plenamente era a Marlenne, sin importar si ella quisiera hacerlo o después ya no quisiera frecuentarlo debido a su desafortunada condición con el rey y el ejército inglés.
—Creo que las mujeres suelen ser más peligrosas que las armas en muchas ocasiones, Murtagh. Eres un hombre sabio— murmuró el pelirrojo, otorgándole una sonrisa a su tío, antes de caminar en dirección al resto de los hombres del clan.
—En eso tienes razón, sobretodo aquellas que cargan un cafete de flechas y podrían volarte los sesos antes de que te des cuenta— murmuró uniéndose a sus pasos—. No juegues con fuego si no quieres que tus pelotas sean atravesadas por la punta de plata de una flecha para ser exhibidas en las puertas del castillo Leoch.
Jamie lo miró de mala manera, aquello había sido muy explícito.
—¿Qué? ¿No fuiste tú quien dijo que esa irlandesa tenía unos dones maravillosos?
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