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• DEICH

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«SAIGHEAD BOIREANNACH»
X. Las culpas de Adela.
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La letra de Marlenne reposaba tranquila y sin ninguna mancha de tinta en el papel amarillo que esta había dejado para su hermana, descansando en la habitación de la aludida hace unos días atrás.

«Querida Adela:

Quiero ante cualquier cosa que estés tranquila si es que eso es posible. Probablemente en este momento vayas a estar despotricando en mi contra y blafemando ante quien sea tan osado de ponerse frente a ti.

No me han secuestrado, no me han asesinado y tampoco he huido de casa. Aunque no vayas a creerlo, esto no tiene nada que ver con el hecho de que tenga la obligación de casarme con Elijah Robinson, quizás sí.

Pero el motivo de mi ausencia no es nada más que el amor de hermana. No es otro que el profundo amor que siento por ti.

Cuando leas esto, probablemente yo estaré en llegando a Inverness, me decidí inscribir en una competencia de tiro con arco que rondaba por mi cabeza hacía algunos días. Si consigo ganar, probablemente tendremos dinero para abrir una tienda y esto nos dará una mejor calidad de vida.

Esto lo he hecho por ustedes, por todas nosotras, pero sobretodo porque no quiero que tengas que exponerte a los Thompson.

Por favor, no me juzgues por mis decisiones. No obstante te he visto, he visto lo que ese hombre ha estado obligandote a hacer y no puedo permitirlo, sé que es la forma en la que habías logrado mantener a la familia; pero tú mereces el cielo y no vivir las tristezas a las que ese malnacido te ha expuesto.

Te prometo que no le diré a nadie.

Podremos conversar a mí regreso–que juro será el lunes de la semana entrante–, todo volverá a la normalidad. Nada será como antes si logro la victoria, que no negaré, anhelo para conseguir una mejor vida.

Eres una de las personas más valiosas en mi vida y no podría estar tranquila pensando en que pude hacer algo y dejé pasar la oportunidad entre mis manos.

Te amo con todo mi corazón, hermana querida. Deseame suerte y reza por mí.

Marlenne»

La rubia suspiró recordando las palabras que leyó de su hermana y cada vez que lo recordaba sentía rabia por no haberse dado cuenta antes. Jamás le hubiera permitido viajar sola a Escocia, menos a hacer ese tipo de actividades.

Mucho menos teniendo en cuenta el propósito que había impulsado este viaje.

Sentía que todo su mundo se desmoronó al momento en que supo que Marlenne sabía sobre su gran secreto. No era agradable que otras personas supieran acerca de la manera en la que además de cuidar niños, decidió ganarse la vida. Mucho menos si esta era su hermana y había decidido actuar como superheroína para salvarla de aquellas condiciones.

No podía quitarle crédito, probablemente ella hubiese hecho lo mismo si alguna de sus hermanas se viera envuelta en algo así. Se sacrificaría por ellas antes de que tuviesen que pasar por una vida miserable.

Suspiró y tomó fuerzas para enfrentar el día a día. Era lunes, el día en que Marlenne volvería y estaba pensando en formas en las que fingir estar enojada con ella mientras contenía las lágrimas debido a la vergüenza que sentía en su interior.

En la sala se encontraba Madelaine, barriendo el polvo de la entrada y Anabella remendaba algunos calcetines. Ambas la observaron como si se tratara de una loca maniática a la que le faltaba medicación.

No se molestó en saludarlas e inmediatamente se colocó en pie de guerra; después de todo debía fingir estar sumamente molesta por la partida de su hermana.

—¿No han vuelto a venir los Robinson?— preguntó observando a las jóvenes quienes mantenían su vista y presencia lejos de Adela.

—No—se apresuró a contestar Anabella.

Tras la huida de Marlenne, la familia de Elijah constató la partida de la joven como una deslealtad y una falta de respeto total para con su familia y sobretodo para con el futura prometido de la aludida. Solían ir constantemente a preguntar si habían noticias sobre la joven; Adela había contestado que ella había ido a hacer algunos encargos debido a algunas ventas que conciliaron, una excusa que ellos claramente no creían debido a que su obligación como mujer comprometida era pedir ayuda y no aventurarse sola.

—No sé qué es lo que hará si llegan a anular el compromiso que nos ofrecieron— susurró con las manos en la cintura—, ahora lo más seguro es que dudarán de su honra y palabra y también de la nuestra como familia—espetó.

Madelaine observó a Anabella mientras fruncía los labios sin saber bien qué decir. Por lo que la joven de cabellos castaños se aclaró la garganta y emitió su opinión.

—Creo que Marlenne ya es mayor...

—¡Madelaine Fitzgerald, no te atrevas a justificar los actos de Marlenne!— chilló Adela sintiendo que el corazón se le saldría del pecho—¡Y ay de ustedes que se atrevan a hacer algo así!— declaró amenazadoramente antes de ir a la cocina por un té.

—No todos pretenden quedarse en Down para siempre— murmuró Madelaine intentando hacer entrar en razón a su hermana.

—No es la forma, no puedes llegar y desaparecer. No puedes decir que te vas a lanzar flechas por el aire donde estarás expuesta a peligros sólo porque sí...

No era sólo porque sí, lo sabía muy bien.

Por lo que decidió callar y no blasfemar en contra de su hermana.

No estaba enojada, estaba preocupada de que algo fuera a arrebatarle a su querida y terca Lenna.

—¡Ay de ella cuando atraviese ese puerta! Porque jamás habrá recibido tantos regaños.

—¿Y qué harás al respecto, no puedes castigarla o sí? —interrogó Anabella con expresión de duda.

—Pruebame y verás si soy o no capaz de darle una reprimenda que no olvidará jamás— sentenció dejando la taza de té servida, pues decidió colocarse una manta de lana para salir fuera de casa dando un portazo.

Estaba muy molesta, sentía opresión en su pecho por haber sido ingenua, por haberse dejado enredar y manipular en una situación que sabía no tendría nunca un buen final.

Recordó cuando apenas tenía dieciocho años y comenzó a trabajar cuidando niños en la casa de los Thompson, un supuesto matrimonio correcto, religioso y con una excelente posición. Isaac Thompson era el hombre más rico de la ciudad, su esposa Claudine solía pasar su días mirando los aparadores y comprando muebles caros. Ingenuamente, Adela creyó en las palabras de amor que Thompson le ofreció durante uno de los viajes por Europa de su esposa.

Jamás pensó que se convertiría en la amante de un hombre debido a que se enamorara de él. Un hombre que le ofreció sacarla de una vida sencilla pues a la vuelta de los viajes de su esposa se divorciaría. Obviamente aquello nunca sucedió y Adela cuidó a sus hijos durante mucho tiempo, de hecho hasta ahora; ella tenía un carácter carismático y los pequeños la adoraban. 

Fue cuidando uno a uno a los hijos que fueron naciendo.

Cuando murieron sus padres, el dinero escaseó en su casa y Isaac volvió a aprovecharse de su estado vulnerable. Cuando se percató de lo que sucedía, ella ya se había acostado con él a cambio de libras esterlinas que mejoraran su vida y la de sus hermanas.

Una lágrima rodó por su mejilla al recordarlo.

Nunca se alejó de la casa por miedo a que él divulgara algún rumor que la dejara en evidencia. Una cosa es que no se casara –Adela sentía que su oportunidad ya había pasado–, sin embargo no arruinaría la oportunidad de sus hermanas menores debido a una mala reputación.

Caminó por el condado y se apresuró a limpiar las lágrimas que habían escapado de sus ojos al remover aquellas vivencias desagradables para ella. Ser la amante de pago de un hombre rico jamás sería algo bueno, jamás sería honorable, siempre se sentiría rota y repudiada en caso de que alguien supiera de su historia.

Llegó a la iglesia y al entrar se sentó en el último asiento observando la cruz de madera que había en la parte más alta del techo. Quizás en algún momento Dios la perdonaría por haber corrompido su cuerpo y espíritu entregándole su templo a un hombre malvado y embustero, pues claramente la sociedad la apuntaría a ella.

Esperaba que Dios no lo hiciera.

—¿Señorita Fitzgerald?

Adela no pudo ocultar su presencia de la aguda visión del padre Ackermann quien entraba en la iglesia tras salir del confesionario. Sintió como si el hombre supiera todos sus pensamientos, todas sus emociones y sobretodo sentía que era capaz de leer su mente y con ella todos los pecados que había cometido hasta ahora.

—Padre...

—¿Te encuentras bien? ¿Qué te trae a la casa de Dios?

—Sólo quería un momento de tranquilidad y reflexión—murmuró luego de unos minutos en los que no supo que más inventar sobre su estado deprimido.

—Pues yo creo que sabes que aquí encontrarás ese espacio. Además de uno para que puedas liberar tu corazón de la opresión y la congoja.

Obviamente buscaba escudriñar más allá de sus escuetas palabras. No obstante Adela no pensaba decir nada más, sus labios estaban sellados y tampoco hablaría sobre el paradero de Marlenne.
Muchas veces los hombres buscaban extraer verdades que las mujeres, que estas no estaban dispuestas a revelar; la rubia sabía cómo guardar secretos, los hacía hace años y nadie lograría penetrar sus barreras, tampoco un hombre aunque llevara los dones de Dios encima.

—Créame, me encuentro bien.

—¿Extrañas a Marlenne? Debo admitir que los servicios no son los mismos sin su hermosa voz.

—Fue a realizar unos encargos. Vendimos unas frazadas tejidas y ella se ofreció a llevarlas, nos salía más conveniente ir en persona que enviarlas en un barco y arriesgarnos a que pudiesen perderse en el camino.

—Espero que vuelva pronto.

—Llega hoy, durante la tarde— se apresuró a decirle—. Si me disculpa, ahora quisiera realizar mis oraciones en privado.

—Oh, por supuesto. En caso de que necesites hablar no dudes en buscarme.

—Gracias, Padre Ackermann.

La joven lo observó alejarse sin quitarle los ojos de encima. Notaba la forma en que la miró, era como si desconfiara de cada una de sus palabras. Quizás sus estudios de la teología le permitían conocer los pecados de sus feligreses con sólo mirarlos a los ojos y sabía en realidad todas las malas acciones que ella llevaba cargando en su espalda.

Se arrodilló y juntó sus manos.

No es que fuera completamente devota.

Pero confiaba en la existencia de un ser superior que la cuidaba, amparaba y le guardaría un lugar en el reino de los cielos si se arrepentía de ser la ramera que era.

—«Dios, porfavor. Trae a mi hermana de vuelta a casa. No permitas que le pase nada en su viaje de retorno. Cuida de esa terca y perdona cualquier ofensa que haya realizado a propósito. No soy una mujer modelo, moral o buena tal vez, pero no busco hacerle daño a nadie. Ayuda a mi hermana y llévala por un camino seguro» —pidió con añoranza imaginando a Marlenne en el barco devuelta a Irlanda— «Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino...» Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan de cada y perdona nuestras ofensas como perdonamos a quienes nos ofenden. No nos dejes caer en tentación y libranos del mal, amén»

Se levantó y después de aquello se dió ánimo para ir a casa de los Thompson, no se podía dar el lujo de faltar al trabajo, aunque sintiera suma preocupación por el estado de su hermana. Allí el día pasaba rápido, entre los labores del hogar y el cuidado de los niños las horas volaban sin que se diera cuenta.

Justo salía a las seis presente día. La familia tenía una reunión familiar en otro condado por lo que saldría justo a tiempo para acudir al muelle donde desembarcan los viajeros que venían de distintas partes de Europa.

—¿Vas a ver a Marlenne?

—¿Por qué estás aquí, Maddie? Deberías estar en casa.

—Pensé que Lenna vendría en el último barco, por lo que quise venir a buscarte para ir juntas.

Adela suspiró y se enganchó del brazo de Madelaine mientras caminaron al muelle. Sintieron la brisa marina azotar sus rostros, el sol ya amenazaba con esconderse, por lo que se sentía más intenso el viento correr por los mares irlandeses. A lo lejos divisaron a Kennett caminar en dirección al pueblo.

El hombre venía junto a otro de su misma edad. Notó a ambas hermanas y les hizo un gesto con la mano.

—¿Ya llegó Marlenne?— preguntó en lo alto para que pudiesen oírle por encima del barullo de la gente desembarcando.

—Vamos ahora al muelle a recibir el barco.

Kennett frunció el ceño y se disculpó con el hombre que iba para acercarse a ambas damas. Se quitó el sombrero y tragó saliva.

—Vine en busca de mi amigo al puerto y fue el último en descender. Marlenne no estaba en ese barco y es el último que venía desde Escocia— habló con preocupación.

Adela intercambió una mirada con su hermana y sintió que su corazón palpitó con fuerza. Por un segundo creyó que se desvanecería, sin embargo creyó más efectivo aferrarse a su enojo que a su desesperación.

—¡Esa chiquilla! ¿Madelaine, estás segura que Marlenne no se encuentra en otro lugar? Dime de inmediato si fue a otro sitio.

—¡No!—respondió abrumada—, sé lo que me contaste.

—¡Mañana mismo tú me acompañarás a Inverness si es que no llega aquí en el primer barco de la mañana!— amenazó a Kennett—, le diste alas y ahora no regresa a casa ¿acaso fue a encontrarse con un muchacho?

—Adela, Adela... —Kennett trató de tranquilizarla—, mañana podemos ir a Inverness si eso te hace sentir mejor. Pero a ahora ya es tarde y no te sirve de nada perder los estribos.

La rubia respiró profundo y cerró los ojos. Sus orbes celestes se dirigieron hacia el horizonte, como si tuviese la esperanza de que prontamente aparecería un barco que traería a su hermana de regreso a casa.

—Mañana—dijo apuntando con el dedo al hombre, quien sabía muy bien como era el carácter de la rubia mayor de las Fitzgerald.

*

El aire frío azotaba las costas de Inverness como si un manto de hielo hubiera calado sobre el pueblo escocés.

Marlenne no apareció en casa.

Por ende Kennett y Adela arribaron en Inverness sumamente temprano, no era un lugar muy grande, por lo que no deberían tardar en buscarla o tener noticias sobre ella. Se suponía participaría en una competición para hombres, no sería complicado preguntar por una chica forastera que cargaba consigo un arco.

—¿Dónde crees que esté, Kennett?

—No te desesperes, querida. Ya verás que debe haber encontrado alguna iglesia interesante o sitios para ir de turista— afirmó —. Marlenne no es una mala joven, no tienes que desconfiar de ella.

—No desconfío de mi hermana, pero sí del resto de los hombres. Ella es tan terca, tan pasional y me da miedo que puedan aprovecharse de su espíritu aventurero. Eso no es favorable en un mundo plagado de malas intenciones.

Caminaron por los caminos costeros y fueron fijándose en algunas tabernas en donde pudiese haber algún afiche sobre la competición a la que Lenna había viajado. Esta se suponía ya había sido finalizada, no tendría que más hacer allí, sólo debía volver a casa.

Kennett la condujo por algunas calles vacías, aún era muy temprano como para preguntarle a alguna persona. Por ende solamente les quedaba como opción recorrer las calles o entrar en los locales que tuvieran abiertas sus puertas.

Otra opción era ir al mercado, no obstante era un lugar muy concurrido. No sabían cuantas personas transitaban a diario y si es que una de ellas se habría fijado en lo más mínimo en la irlandesa en caso de que hubiera atravesado por allí.

—Allí hay un hostal—murmuró Adela—, podríamos preguntar si es que la han visto.

Entraron en el sitio y Adela se acercó a la mujer que atendía, quien estaba parada tras el mostrador principal.

—¿Necesitan una habitación? —preguntó con algo de desaprobación al notar la diferencia de edad entre la joven y Kennett.

Adela se aclaró la garganta y sacó una fotografía de su cartera.

—Buenos días señora—saludó y la anfitriona la miró con gesto arisco—Sólo quiero hacerle una pregunta, busco a esta chica, no sé si usted la habrá visto por aquí estos días.

La rubia entregó la foto y la colocó sobre la madera del mesón.

—¡Claro que la conozco, es la loca de las flechas!

—¿Está hospedada aquí? ¿Puede decirle que venga? Soy su hermana y he venido a buscarla.

—Es mejor que ni vuelva si no quiere que la denuncie con la policía.

—¿Qué?

—No me pagó la última noche y se esfumó, dejó la habitación y nunca más volvió—escupió con odio—, típico de extranjeros que creen que la hospitalidad escocesa lo puede todo.

—¡Espere, espere! ¿Osea que ella no está aquí?

—¿Qué acaso no me oíste, mujer? ¡Si no pagarás la deuda de tu hermana es mejor que te vayas, antes de que denuncie a tu pariente por estafadora!

—¡Oiga que se ha creído! —terció Adela dispuesta a iniciar una persecución.

—Disculpe señora —intervino Kennett—¿podría indicarnos nada más dónde se llevaría a cabo la competencia?

—En el bosque afueras de la ciudad. Pregunta en la taberna de Elise unas calles más abajo, ella era quien lo organizaba con otro hombre. Ahora largo, no quiero a ningún estafador aquí.

Adela salió algo perturbada, sintió que el color escapó de su rostro. Sólo veía calles y pasadizos eternos en los que no sabía dónde comenzar a buscar.

Kennett la sostuvo y ella se abrazó al hombre, pues sintió en el fondo de su corazón que definitivamente su hermana no estaba allí, tenía aquel presentimiento.

—¡Oigan! —Una voz juvenil resonó encima del sonido de las olas.

Ambos se volvieron.

—Lo siento, pero no pude evitar escuchar que preguntaban por Marlenne.

—¿Conoces a mi hermana?—interrogó Adela al notar que la chica se veía dulce y apacible.

—Soy Elsie—mencionó—disculpen por favor a mi patrona, Martha suele ser desagradable con quienes no son Escoceses.

—¿Sabes dónde podría estar Marlenne?

—No, no ha vuelto al hostal hace tres días. Tampoco llegó al final de la competencia, era finalista.

Adela sintió el mundo dar vueltas.

—¿Estás segura?—preguntó Kennett

—Al notar que no llegó, fui a la taberna que mi patrona les indicó— susurró —, nos hicimos amigas durante su visita. Sus cosas no están en la habitación, aunque jamás llegó a la final de la competencia, a todos les extrañó porque era evidente que ganaría, pensé que después de ganar había viajado inmediatamente, no se despidió.

Adela y Kennett intercambiaron una mirada de preocupación.

—¿Podrías decirnos dónde hallar una oficina de Scotland Yard? —interrogó el hombre—, ella no ha vuelto a casa.

Las palabras de Kennett quedaron bailando en el aire.

¿Dónde estaba Marlenne en realidad?

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