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•DÁ UAIR-DHEUG

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SAIGHEAD BOIREANNACH
XI.El fugitivo
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La primera noche en el campamento que dio cobijo a Marlenne fue extraña, alerta y sorprendentemente cómoda. La cama que Grace armó para ella se sintió muy blanda y caliente para su sorpresa, pues creía que pasaría frío ya que no veía que tuvieran un gran sistema de calefacción, añoraba la salamandra en medio del salón de su casa.

Observó que cuando despertó, la cama de Grace ya estaba vacía, asumiendo que se levantó bastante antes. No tenía idea de la hora, sólo sabía que era día sábado y que ayer había vivido la experiencia más extraña que jamás habría llegado a imaginar, tampoco la hubiera creído si alguien se la contaba en medio de alguna conversación.

Se sentó en medio de las cobijas y sobó sus ojos con los dedos de sus manos tratando de espantar el sueño que aún poseía su cuerpo. Revisó sus pertenencias que yacían a su lado en un desconfiado instinto de supervivencia aprendido de Adela, sintiéndose algo avergonzada por el hecho de dudar de quienes le dieron una mano cuando no tenía idea de a donde concurrir de no ser por la mágica aparición de Grace el día de ayer.

Ni siquiera tenía la mayoría de las pertenencias, sólo un poco de dinero–dudando que sirviera en esta época– una chaqueta, sus armas y alguna que otra tontería que llevaba en el bolso de cuero, el resto debía de estar descansando en el hostal de Inverness.

Antes de salir de la cabaña de Grace, se dedicó a observar sin caer en husmear en sus cosas, pues había aprendido que aquello era incorrecto a pesar de la curiosidad que se sintiera. Habían algunos símbolos colgados en las paredes, velas en los muebles de madera rústicos y algunos inciensos de distintos colores, alfombras decorativas de diversas pieles. El ambiente era agradable.

Al abrir la puerta vio a una mujer en donde se encontraba la fogata; yacía acuclillada y al parecer cocinaba algunos alimentos en una especie de cocinilla a leña muy rudimentaria. Al verla le regaló una breve sonrisa y Marlenne se dio el valor para acercarse a donde una de sus anfitrionas permanecía dando vueltas los palos con carne insertada en ellos.

—Buenos días— masculló de forma breve—, ¿dónde están...? —dejó la frase sin terminar, pues se sintió algo intimidada en la presencia de aquella hermosa mujer.

—Asumo que Grace está recolectando murtas silvestres y bueno, Blaire jamás le dice a nadie a donde va, si no hasta que se encuentra nuevamente en casa—respondió sin apartar la vista de la comida—. Asumo que debes tener hambre.

Marlenne asintió y la joven se puso de pie para luego ofrecerle un plato de sopa que yacía sobre los leños encendidos. Sintió el delicioso aroma de la preparación y comenzó a comer, obviando por completo los detalles que habían tallados en la cuchara con la que comía. Su estómago gruñía y no era para menos, llevaba varias horas sin comer y la sopa estaba realmente buena.

—Gracias— pronunció después de haber sorbido unas cuantas cucharadas—, está delicioso.

La joven asintió y Lenna se dedicó a observarla más detalladamente, intentando no parecer muy invasiva hasta el punto de incomodarla por sus miradas escrutadoras.

Caitlin era una joven que debía de tener su edad, poseía la piel tan blanca como la nieve y sus mejillas tomaban un hermoso tono rosado al calor de los hervores, su mentón era redondeado finamente y sus ojos eran como dos pozos de agua cristalina. Su cabello era ondulado y castaño, cuando los rayos del sol impactaban en él, conseguía que se vieran algunos reflejos más claros. Sus manos eran finas y sus facciones eran enmarcadas bellamente por la melena de rizos que poseía. Llevaba puesto un vestido tan bello como el que Blaire y Grace usaban y sintió deseos de preguntar a donde conseguían aquellas piezas que resaltaban aún más su belleza.

—Ten— le entregó una cesta con unas frutas y una hogaza de pan untada con lo que parecía mantequilla—, un sólo plato de sopa no va a llenar tu estómago.

Era una joven callada, o eso era lo que lograba percibir Lenna, evidentemente no le contaría su vida a una desconocida. Sin embargo, Caitlin no tenía una plática tan rápida y tampoco buscaba llenar los silencios como Grace. Se dedicaba a picar verduras y hierbas para después echarlas en un caldero donde al parecer habían trozos de carne.

—¿Todas ustedes son hermanas?— preguntó Marlenne, una vez que se atrevió a formular alguna pregunta no muy intimidante ni muy estúpida.

—En teoría, no tenemos lazos sanguíneos. Pero la vida nos convirtió en hermanas y supongo que eso es lo que importa—contestó posando sus celestes ojos en Lenna, quien degustaba de forma casi impaciente la comida que esta le ofreció—¿y tú, tienes familia cerca, Marlenne?

Qué triste era recordar que no tenía idea de dónde estaba su familia en ese momento. No había forma en la que ella pudiese contactarse con sus hermanas a menos que volviera a pasar por el círculo de piedras y averiguara que era lo que le había sucedido en realidad. Mientras tanto, no le quedaba más que asumir que no tenía familia en ese instante, que no tenía nadie cerca a quien acudir si necesitaba ayuda o se encontraba en peligro.

—Sí, pero están muy lejos de aquí—fue lo que consideró apropiado contestar—, así que podría decirse que me encuentro conmigo misma— dijo con pesar.

Caitlin sonrió sin saber qué decir; pues ambas mujeres sabían que todavía ninguna confiaba en la otra como para entablar una conversación tan emotiva sobre sus familias en ese instante. Por lo que la mujer de rizos se excusó un instante para ir a su cabaña y después de eso volvió con algunas cosas en sus manos y en medio de una sonrisa se las acercó a Lenna, quien las recibió con agrado.

Caitlin y Grace le parecieron personas muy gentiles y amables, cada una en sus formas. Blaire le causaba miedo, debía admitirlo, agradecía que no estuviese allí pues su sola presencia conseguía intimidarla.

—Debes bañarte ahora, el sol salió temprano y el calor se siente palpable. Si lo retrasas más, sentirás mucho frío.

Marlenne analizó los objetos que tenía en sus manos, era una toalla, una barra de jabón que parecía ser natural y la otra era un frasco que poseía pétalos se caléndula suspendidos, por lo que infirió, sería shampoo. Había un vestido  y unas blusas, enaguas y pantys gruesas de lana de color blanco.

—La ropa es de mis pertenecias, tienes un cuerpo muy parecido al mío por lo que te quedará bien— aclaró—, hay jabón y especias para que te asees. Si caminas unos metros más allá encontrarás el lago que se mantiene más tibio que el torrente del río.

Marlenne sintió su corazón palpitar, jamás en su vida se había bañado con agua fría y ya podía imaginar lo congelada que estaba, teniendo en consideración la geografía y el clima de las tierras altas. Al notar su perturbación, Caitlin soltó una risotada y negó con la cabeza.

—¡Veo que alguien aquí jamás ha tenido que bañarse en un río! No te preocupes, coge una tetera y la vacías en la palangana grande que hay dentro de ese cuarto de madera— indicó la joven—. Que te he hecho esa broma para ver qué tal reaccionabas nada más, Blaire te hubiese enviado a hacerlo y después te avisaba que puedes calentar agua.

Marlenne mostró su alivio y agradecimiento para con su acompañante. No le provocaba nada de placer o gracia tener que sumergirse en las aguas gélidas de ninguna corriente en ese momento.

Sintiéndose tímida se deslizó alrededor de la fogata donde cocinaban y cogió unas cuantas ollas y recipientes para calentar agua y bañarse después. Sentía que su piel y su cabello necesitaban de algún tipo de higiene pues lo sentía algo grasoso y brillante.

Poco a poco fue vertiendo el agua que se calentaba en la tinaja de madera y luego de unos minutos logró tener una cantidad adecuada para poder sumergirse dentro. Sentir el agua caliente en su piel, fue una sensación reconfortante y consiguió que bajara la guardia por unos minutos. Cada vez se sintió más consciente de su respiración y trató de que esta fuese pausada en todo instante mientras usaba la barra de jabón y el shampoo natural que había sido proporcionado para ella, la fragancia la invadió y añoró haber tenido su crema de rosas y la loción que usaba en ocasiones importantes.

No quería dar por terminado ese ritual tan reconfortante, pero pudo oír afuera la voz de Blaire y sin lugar a dudas sintió que nuevamente se convertía en un manojo de nervios. Aquella intimidante chica era sin dudar una de las personas más imponentes que había conocido y no quería enojarla, su estadía y posible retorno a su tiempo dependían de que esta le indicara como volver a las piedras o en su defecto, hablara sobre la naturaleza de la colina de las hadas.

Salió de la tinaja y se secó con agilidad, sin prestar mucha atención a lo que hacía. Lo que captó todo su interés, fue la linda decoración y piedras que tenía el vestido que Caitlin le había entregado para que usara. Era prácticamente para una fiesta, era de un color crudo muy bello, con algunos bordados a juego, mangas acampanadas y caída muy medieval, tenía ojetillos en la parte delantera y la tela era suave. Las enaguas y corsés eran de un tono más puro, su vestuario en su época era parecido a ese, no obstante los vestidos intentaban ser más refinados, estos eran más audaces, como si fueran hechos por criaturas de fantasía; la blusa aglobada le pareció preciosa, era la ropa de una criatura salida del bosque.

Se calzó sus botas que eran cubiertas por su nueva ropa, sus cabellos aún estaban húmedos, no obstante la brisa y los rayos del sol ayudarían a secarlo pronto. Decidió recogerse algunos mechones, torciendolos y usando un pasador por detrás de su cabeza para verse un poco más ordenada.

Cuando salió del lugar, sintió de inmediato la mirada airada de Blaire, quien se cruzó de brazos al verla con aquellas prendas que eran familiares para ella. Su mirada fue de arriba a abajo escaneando el atuendo y apariencia de Marlenne, quien a su vez, en esta ocasión no bajó la vista, pues no estaba haciendo nada malo.

—No sabía que ahora estabas desechando tus vestidos, Caitlin— mencionó con sarcasmo al notar que el vestido era uno que probablemente la nombrada le regaló para que Lenna pudiera cambiarse.

—No empieces, Blaire. La chica también necesita descansar un poco.

¿Qué haría si es que a la intimidante joven le bajaban ganas por interogarla?

¿Podría responder a sus cuestionamientos o sólo tendría que darle evasivas?

—Pues estás de suerte— le espetó—, vengo muy cansada y no hallé liebres en el mercado, por lo que tendremos que ir río arriba en unas horas más— habló ignorandola y dirigiendo su vista a Caitlin.

—No entiendo para qué quieres más conejo...

—¡Pues me gusta demasiado! ¿O acaso es un pecado querer comer mi comida favorita?— se quejó entre risas.

Marlenne sintió que era su oportunidad para poder demostrar que no era ninguna princesa de alta sociedad o una mujer que no sabía nada del mundo. Sabía cómo manejarse en el bosque, no tanto como ellas quienes vivían allí, pero sí sabía la manera en cómo se debía cazar para obtener la presa deseada, por lo que no sería una tarea tan difícil, teniendo en consideración su poco conocimiento de la época en donde se hallaban, no obstante, el arco y las flechas se usaban de la misma forma en todos los siglos.

—Puedo ir al bosque y cazar— dijo en voz alta—, podría traer provisión para algunos días de ser necesario, se puede congelar de ser prudente.

Los ojos inquisidores de Blaire se volvieron de inmediato. No podía ocultar que la presencia de aquella desconocida no le hacía gracia alguna y que su inquietante misterio le provocaban ganas de torturarla para conocer sobre su real historia y paradero en medio de la nada. Sin embargo, Blaire Paganon no era ninguna mujer que perdía los estribos.

Se acercó a ella con paso seguro y le hizo frente intentando causar intimidación. Marlenne no cedería, se lo había hecho como una propuesta personal antes de salir del baño. No era una demente o alguien que le hiciera daño a alguien, por lo que merecía un trato cordial por parte de sus anfitrionas, de lo contrario, esa misma noche se iría y buscaría asilo en otro sitio.

—¿Qué te hace pensar que yo podría encargarte conejos a ti?

—¿Pues tengo un arco y flechas?— respondió con más sarcasmo del que pretendía, pero la actitud desdeñosa de Blaire comenzaba a irritarla.

—Y un vestido con el que pareciera que vas a casarte ¿estás dispuesta a arruinar el atuendo que acaban de prestarte? Me parece un poco descortés de tu parte.

—A mi me parece descortés la actitud que mantienes para conmigo sin siquiera darte el tiempo para conocerme— respondió hastiada—, sé cómo cazar y una forma de agradecer el que me hayan dado cobijo aquí, es intentar hacer algo productivo para vuestro hogar, ¿tanto te cuesta ser un poco amable y aceptar que vaya a buscar a los malditos conejos?

El ambiente de pronto podía cortarse con un cuchillo. Eso hasta que Caitlin estalló en una carcajada sonora que causó la total irritación de Blaire, quien quedó tan impactada con las palabras de la irlandesa que no contestó nada ya que todavía lo procesaba hasta oír las risotadas de su hermana.

—Dios, lo siento. Eso sí que fue reconfortante— farfulló mientras se colocaba de pie para remover el caldero en los leños al fuego—, Blaire...

—Mira, si fueras una desconocida en el mercado, créeme que te hubiese abofeteado, pues no sé qué te has creído para hablarme así— murmuró sintiendo la indignación en el rostro—, pero tienes carácter, pienso que me irritan más las chicas que van por la vida con la expresión panfila que tenías ayer cuando Grace te encontró, así que bien— dijo con la cara repleta de ironía—, intenta ir a por ellos, ya veremos qué tan bien se te da el tiro con las flechas.

Marlenne quería abofetearla también, era tan hermosa como arrogante. Sabía cuál era su posición en ese momento y no podía darse el lujo de agarrarse por los cabellos con la mujer que lideraba el campamento en el que estaba durmiendo; por lo que decidió ir a la cabaña donde yacían sus cosas y cogió el arco y el gajete con las flechas, sería un buen instante para pensar en lo que había sucedido ayer y planear una manera óptima de cómo regresar a su época cuanto antes.

Se colocó el abrigo y cruzó su bolso de cuero para guardar algunas provisiones, le rogó al cielo de que tuviera una cacería exitosa, de lo contrario tendría que volver con la cabeza gacha y afrontar los ácidos e hirientes comentarios de la posesiva Blaire. Debía hacer algo para ganar mínimamente su confianza o lograr que bajara su estado de alerta con respecto a ella.

—Qué tengas una buena caza, Marlenne— se despidió Caitlin—, intenta volver temprano, no conoces estos bosques y suelen merodear los casacas rojas. Entenderás que los soldados no son los mejores amigos de una mujer cuando ella anda sola, es bonita y ellos están hambrientos como perros— soltó sin tapujos.

Marlenne asintió y se fijó en Blaire, quien estaba en el arroyo más arriba, fregando lo que debían ser algunas de sus prendas. No se despidió de ella, o probablemente volviera a ponerse en postura de ataque, por lo que decidió dejar los límites del claro para adentrarse en los caminos y parajes que el bosque le ofrecía.

Sintió una sensación reconfortante a medida que caminaba por aquellos lugares repletos de vegetación y sonidos de aves silvestres. Era como estar en el bosque junto al condado de Down, era como haberse transportado nuevamente a su Irlanda y a su casa. Durante años le había desesperado el verde de las planicies que rodeaban su casa, siempre pensando en las oportunidades que le hacían falta para surgir, oportunidades que no tuvieran el rostro de un hombre.

Ahora añoraba el viento que movía el césped y la forma en que el sol se posaba en los valles después del mediodía. Deseaba estar en el bosque cazando para poder cocinar para sus hermanas, recolectar hierbas con Madelaine y regañar a Anabella por holgazanear.

Las lágrimas comenzaron a anegar sus ojos, pues el sentimiento de extrañar su vida había comenzado a ser demasiado fuerte. La vida solía tener giros inesperados, sin embargo Marlenne jamás creyó que se vería en aquella situación, sola, lejos de casa, siendo una forastera, sin conocer a nadie y más encima, viviendo prácticamente un suceso paranormal.

¿Realmente era 1743? ¿O todo era un invento de su cabeza? ¿Si alguien la pellizcaba abriría los ojos en medio del hostal en Inverness? ¿O es que las piedras verdaderamente habían conseguido que traspasara las barreras de lo real y lo irreal?

Cuando encontró un sitio a donde las características eran las requeridas para hallar liebres y conejos, se detuvo. Estrategicamente sacó de su morral un sebo para que estos pudieran sentir el olor a pellett y salieran de las madrigueras en caso de que se hallaran ocultos y aguardó, no era difícil cazarlos, lo más importante era darles en el ojo, para evitar perder carne, teniendo en consideración lo pequeño que era el animal.

Solía venderlos en el mercado de Down, obteniendo elogios por su buena puntería. Ahora podría vanagloriarse de ella de forma simulada al volver al campamento.

No había sido necesario alejarse mucho.

Al poco rato salió uno y las flechas de Marlenne ya se encontraban listas para poder atraparlos con agilidad y presicion. Una vez que tuvo cinco conejos en la bolsa, decidió que era un tiempo prudente para emprender el viaje regreso. Si bien creyó no haberse alejado del campamento y saber el camino, no dejaba de manifiesto el hecho que tenía que caminar la cantidad de tiempo suficiente como para encontrar muchos acontecimientos por el trayecto, sobretodo si su instinto le decía que se adentrara un poco más y explorara el área, que después de todo, ahora sería su territorio conocido, al menos por unos días.

La vasta naturaleza la impresionó y de pronto se encontró a ella misma, con los ojos cerrados, disfrutando los sonidos de las aves, el sonido que emitía el río a unos pocos metros, y de los cálidos rayos del sol que se colaban a través de las prominentes copas de los árboles. En ese sentido pudo sentir la conexión de la que muchas veces hablaba Madelaine, no obstante su minuto de conversación con la naturaleza fue interrumpido nuevamente.

—Veo que al parecer el destino está empeñado en reunirnos, mujer. Sólo que no pensé que esto sucedería tan pronto.

Marlenne abrió los ojos rauda y estos se deleitaron con la figura de aquel singular pelirrojo que ya había visto el día anterior antes de ser rescatada por Grace.

—Usted... si no lo conociera de nada—habló después de salir de una especie de encandilamiento—, pensaría que me está siguiendo.

El joven sonrió de lado y sus rizos pelirrojos fueron sacudidos en un rápido movimiento de cabeza que dio para quitárselos de la cara. Marlenne observó sus facciones con mucha más claridad que la vez anterior –donde estaba turbada por el descontrol y el estado de shock– y se sorprendió al percatarse de que era un escocés muy apuesto y fornido. Su cabello pelirrojo hacia resaltar su tez clara y algo sonrojada en sus mejillas, poseía pómulos atractivos y unos labios delgados y carnosos. Sus ojos azules podían simular al océano que bañaba las costas de las tierras altas, eran cristalinos y puros.

Tuvo que obligarse a apartar la mirada para no quedar expuesta ante las virtudes físicas del joven, que además complementaba esos encantos con sus botas y un tartán de colores significativos.

El escocés ignoró su ácido comentario y se acercó a ella lo suficiente como para verla muy bien.

—¿Por qué está sola nuevamente, milady? ¿Acaso se ha perdido?

Si voz varonil la tenía algo embelesada, no obstante sabía muy bien cómo comportarse con hombres extraños que parecían ser caballerosos.

—No, no estoy perdida ¿Qué le hace pensar aquello?

El joven esbozó una sonrisa, comprendiendo que la chica no le daría mayor información sobre ella o sus actividades en dicho lugar. No obstante sabía que era una persona para nada indefensa, tenía varios conejos metidos en la bolsa, por lo que las armas con las que la vio la vez pasada y en esta ocasión, sabía usarlas a la perfección.

—Que la última vez la vi algo confundida y sin saber a donde ir.

—Pues sólo busco provinciones para mí y el campamento a donde me alojo.

—Me alegro que haya encontrado un lugar seguro a donde dormir. El bosque nunca será el mejor sitio para una dama, milady— correspondió siendo galante, sin apartar los ojos de ella.

Por unos segundos, tuvieron un intercambio de miradas muy profundo. Ese contacto visual que se producía cuando observar algo que te interesa mucho o que te agrada a la vista. Seguramente era lo que ambos pensaron inicialmente sobre el otro.

—Sin embargo, no debe usted preocuparse. He aprendido a cazar desde muy pequeña y me sé orientar en el bosque a la perfección.

—Me alegra escuchar eso y honestamente, me siento tranquilo de saber que se encuentra bien— susurró estirando una mano delante de ella—, James Fraser, milady. Si llegase a necesitar algo y me encuentra nuevamente en los caminos de este bosque, no dude en pedírmelo, no dudaré en socorrerla si llegase a necesitarlo.

La irlandesa fue incapaz de contenerse y correspondió de forma algo insegura a ese saludo.

—Marlenne, Marlenne Fitzgerald, gracias señor Fraser.

Después de haberse presentado, ambos sintieron la calidez de las manos del contrario, Marlenne sintió la áspera textura de sus manos, probablemente trabajadoras del campo desde muy niño. No obstante tenían una temperatura muy agradable al tacto.

—Y ahora si no es mucho el atrevimiento, ¿podría yo tener el gusto de guiarla hasta su refugio? Me dejaría mucho más tranquilo saber que ha llegado sin novedad a su destino— musitó con caballerosidad.

Estuvo a punto de aceptar cuando recordó dos cosas. A su hermana, prácticamente gritándole por estar hablando ahí llena de confianza con un desconocido que podría ser todo menos quien dice ser. Y a Blaire, que la arrojaría a la cazuela de la comida si llegaba con alguien más hasta donde se encontraba el campamento.

Por lo que mejor podía hacer, era desechar aquella propuesta aunque se muriera de curiosidad por saber quien era ese joven misterioso que se parecía prácticamente en todo al hombre de las visiones en sus sueños.

—La verdad no creo que eso sea una buena idea— contestó poniendo una expresión altiva—. Usted es un desconocido para mí. Disculpe mi atrevimiento; pero podría ser uno de aquellos falsos caballeros que suelen engatusar mujeres con labia y líricas de ensueño— respondió con una leve sonrisa.

—Oh, ya veo. Tiene usted un muy buen juicio... —La sonrisa de Jamie se evaporó cuando de repente sus ojos azules se quedaron pegados en un punto tras la cabeza de Marlenne.

Rápidamente la tomó de la mano y la obligó a seguirlo a la espesura de los arbustos, saliendo del camino donde hacía segundos habían estado conversando.

—¿Qué demonios hace? ¡Suélteme ahora!—Las protestas de Marlenne fueron silenciadas de inmediato cuando el joven le colocó una mano sobre la boca y le habló en el oído.

—Vienen cabalgando tres casacas rojas— declaró y la chica lo miró sin entender muy bien, su expresión debió indicarlo, pues el pelirrojo agregó en su oído—, ninguna mujer puede tener armas sin estar en compañía de algún familiar varón, no está permitido en ningún lugar de Inglaterra ¿acaso no lo sabe?

De pronto se vio golpeada de la realidad y asintió con la cabeza, prometiendo con ese gesto que no emitiría ningún sonido en lo que pasaban los blancos corseles con los hombres sobre ellos.

Marlenne se quedó muy quieta, sintiendo el cuerpo grande y fornido de su acompañante tras ella, manteniéndola oculta fácilmente, sintió su aroma agradable a vegetación mezclada con el rocío de la mañana y le dijo a su cerebro que sería algo que le gustaría recordar más adelante cuando estuviera sola con sus ideas.

Hasta que su corazón comenzó a latir exasperado por la visión de sus ojos. Sobre uno de los caballos, iba un hombre de tez morena, ojos almendrados oscuroa y mentón pronunciado, su cabello negro era peinado con una coleta bajo el sombrero de la milicia. No obstante ella le conocía o eso era lo que su cerebro le decía.

—¿Elijah? —susurró más que para los demás, para ella misma—, no, no no.

Cuando se alejaron, Jamie la soltó y ella pareció perturbada otra vez.

—Señorita Fitzgerald...

Ella le observó de nuevo y trató de fingir calma otra vez.

—¿Usted conoce a uno de aquellos hombres? ¿Le ha hecho daño en alguna ocasión?

No, no podía decirle que ese hombre era del que venía escapando desde Irlanda hace más de cien años antes.

Y en ese momento lo entendió.

Quizás estar en esa época era la respuesta de la petición que había rogado a la vida frente al espejo de su baño el día de su cena de compromiso.

Quizás haber viajado cien años antes era la respuesta a su petición de que prefería cualquier cosa antes de casarse con Elijah Robinson.

Pero si así lo era ¿quién era ese hombre que acababa de ver?

No podía ser él, pero sí tenía que ver con su persona, claramente.

—No, solamente me he puesto nerviosa pues creí que era otra persona, pero dígame, ¿sólo se escondió de los casacas rojas por mis armas, o acaso usted es un fugitivo del ejército británico?

Las facciones del joven se ensombrecieron un poco, sorprendido por la habilidad y perspicacia de la joven. Las mujeres muchas veces dejaban pasar esos detalles o simplemente no preguntaban para no meterse en problemas.

Los ojos del chico se posaron sobre los de ella nuevamente.

—Puedo asegurarle, que el ejército británico siempre busca razones para decir que uno es culpable de algo.

Antes de que Marlenne pudiera contestar, dos hombres salieron de la espesura del bosque. Ella se colocó alerta, no obstante no fue necesario atacar.

—¡Jamie! ¿Dónde carajos estabas? ¡Dougal te busca! ¿Acaso no viste a los casacas rojas?

—¡Ya voy!— gritó algo hastiado con la repentina interrupción, de una y otra forma, habían roto una especie de ambiente creado en la conversación con la joven de las flechas.

Los hombres repararon en ella, no obstante no hicieron más preguntas al respecto.

—Bueno, teniendo en consideración que rechazó mi oferta, debo volver con los hombres.

—No hay cuidado, señor Fraser.

—Ha sido un placer, señorita Fitzgerald.

Marlenne asintió y después de eso se giró para emprender el camino devuelta al campamento, sintiendo la piel arder por todas las emociones que había vivido en muy poco tiempo.

¿Estaba lista para la aventura que la vida se esmeró en darle en vez de ese despreciable arreglo matrimonial?

No lo sabía, pero debía averiguarlo a cómo de lugar.

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