• CÓIG
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«SAIGHEAD BOIREANNACH»
V. Inverness.
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—¡Madelaine!— gritó Adela.
La aludida entró con las manos llenas de tierra pues estaba sembrando semillas de calabaza. Se asustó al oír a su hermana tan inquieta, sobretodo considerando que anoche había llegado exhausta y no había si quiera cenado.
—¿Todo bien?
Adela la observó de pies a cabeza, sorprendida por verla levantada tan temprano. Notó que su rostro estaba algo sonrosado debido a las bajas temperaturas.
—¿Qué haces afuera tan temprano?
—Pues necesitaba hacer el almacigo y después iré a ayudar a la señora Sauniere con las plantas— explicó—, por eso me levanté apenas noté que la mañana empezó a clarear.
Su hermana frunció el ceño ante aquella contestación, consideraba que Maddie aún era pequeña como para ponerse a trabajar aunque fueran labores pequeñas y sin mayor desgaste.
—¿A qué se deben tantos gritos? Me asustaste, creí que te había pasado algo a ti o a Anabella.
—¿Dónde está tu hermana?
—¿Cuál de todas?
—No juegues conmigo Madelaine, quiero saber a dónde está Marlenne.
Madelaine no percibió nada extraño en el semblante de la rubia mayor, sólo un atisbo de curiosidad inminente.
Ahí estaba Adela Fitzgerald controlando todo a su paso.
—No lo sé, cuando desperté ya no estaba y tampoco estaban ni su arco y la bolsa de cuero dónde están las flechas— respondió sin inmutarse—, lo más seguro es que haya ido a cazar, anoche mencionó que tenía ganas de comer carne de ciervo.
Ante la respuesta, la mayor de las Fitzgerald se quedó algo más tranquila. Su inquietud se había disparado al notar que su cama estaba pulcramente estirada, eso no era raro en Lenna, sin embargo, la noche anterior había estado particularmente callada y cariñosa con ella. No es que fuera algo totalmente ajeno a la joven, no obstante, Adela durante los años había desarrollado el instinto maternal y podía percatarse perfectamente de que a Marlenne algo la tenía fuera de sí misma, con los pensamientos atolondrados y en desorden.
—Bien, entra a desayunar pronto— declaró al fin —, ni creas que vas a salir sin comer como se te ocurrió hacer el otro día, después andarás desmayándote por la fatiga.
Adela entró y siguió bebiendo el café de grano que había comprado, mientras trataba de olvidarse de las oscuras visiones que volvían a su mente cada cierto tiempo; luchaba contra las cavilaciones y recuerdos de ella y Isaac Thompson, no podía darle lugar a esas sentencias si no quería derrumbarse por completo en la miseria de haber escogido ese modo de vida. Se acercó al montón de ropa que había en una de las sillas y comenzó a coserla con calma, prolijamente para que los hilos no se vieran descuidados o hechos a la rápida.
Cada cierto tiempo pensaba en sus padres, sobre todo en Joseph; aunque tratara de negarlo ella siempre había sido su favorita, recordaba sus caricias en el cabello, los apodos dulces que le colocaba, los listones que le traía para el cabello, las horas eternas que pasaban juntos leyendo frente a la chimenea durante los inviernos, la manera en que él hizo crecer el amor de ella por enseñar y aprender cosas nuevas todos los días.
En el rato en que la mente de Adela divagó entre los hermosos recuerdos que tenía sobre Joseph Fitzgerald y el amor que siempre sentiría por él, pasó alrededor de una hora y media; entre costuras y uno que otro lagrimeo trémulo. Ana llegó a la cocina para ordenar un poco debido que los deberes en la cocina eran su turno esa semana.
—¿Estuviste llorando?— le preguntó tratando de no sonar sólo curiosa y sonar también preocupada—, ¿Estás bien?
Adela sonrió y asintió con la cabeza, Anabella era su mayor desafío en relación a la crianza; a veces era demasiado cariñosa y abierta y en ocasiones era como una caja de pandora de donde sólo salen catástrofes si te atreves a provocarla. La rubia menor pasó con la escoba barriendo las esquinas donde el polvo era más difícil de quitar.
—Ana...¿puedo preguntarte algo?
La aludida se detuvo, pues percibió la melancolía en el tono de voz de su hermana.
—¿Addie, te encuentras bien?
—Creo que hoy es uno de aquellos días en los que extraño a nuestros padres y pienso que todo lo que hago por ustedes no es suficiente para hacerlas felices...
Anabella era una muchacha joven, superflua e individualista; no obstante Adela lo único que recordaba de su madre, por lo que verla triste era lo único que la descolocaba a tal punto de salir de los constantes viajes que tenía en sus mundos de fantasía donde era una condesa o una esposa rica de algún duque.
—Adela, no llores— mencionó arrodillándose a sus pies—, tú eres todo lo que todas y cada una tiene. Eres demasiado importante, no sé qué haríamos sin ti— susurró—. Sabes que eres quien une esta familia, sin ti nosotras quedaríamos desprotegidas, desalentadas, fuera de nosotras. Jamás te cuestiones el cómo lo haz hecho con Lenna, Maddie y yo, porque estoy segura de que ninguna tiene quejas con respecto a lo que haces por nosotras.
—Quisiera darles más— refutó—. Veo las ganas y las ilusiones que tienes de conocer Londres, de ir a los castillos, de conocer gente que pueda hacerte llegar más alto y siento impotencia de sólo ser una institutriz a la que ni si quiera tiene tiempo para compartir la cena con ustedes.
Ana acarició una de sus manos y la besó reiteradas ocasiones para tratar de consolarla. Sabía que muchas veces ella era la causante de los dolores de cabeza y las penas de su hermana mayor y en ese instante se sentía pésimo debido al sentir que notaba en el fondo del corazón de la rubia .
—Pues eso déjalo al destino Adela, no puedes darnos todo lo que deseamos; nosotras también tenemos que volar y buscar lo que queremos por nuestros medios.
—Es mi deber guiarlas en eso, que no sufran, que no cometan errores.
—Tu misma haz dicho que los errores son parte de la vida, que lo importante es salir adelante y aprender de ellos— declaró Ana mostrando una madurez que Adela desconocía que poseía—, permítenos equivocarnos y verás que tu carga se hace más liviana hermana.
Aquellas palabras, esa conversación hizo sentir el corazón de Adela mucho más calmo, menos dolorido por todo lo que enfrentaba en silencio. Percibió que después de todo, sus hermanas sí recogían los valores y enseñanzas que ella había procurado darles durante los años, quienes más le preocupaban eran Ana, siempre tan extrovertida, estaba segura que escondía sus dolores bajo la máscara de la superficialidad y también Maddie; tan comprensiva, tan compasiva y con esa manía de querer ayudar a todos para sentir menos tristeza de la que sabía experimentaba.
—Te quedas a cargo de la casa Ana, iré a dejar flores a la tumba de nuestros padres— musitó la mayor a su hermana que después de darle un cálido abrazo regresó a sus labores domésticas.
Una vez en el cementerio Adela volvió a llorar cuando decoró sus lápidas y cuando les habló de la linda conversación que había mantenido con Anabella, mencionó que estaba creciendo y que al parecer tenía ciertas nociones de la vida. También les relató que Madelaine les había enviado las flores y que eran de las que ella misma sembraba en los huertos de la señora Sauniere, también mencionó que Lenna se encontraba cazando para disgusto de ella y sabía que también de su madre, sin embargo algo le decía que su padre se encontraría feliz de aquel hecho. Mencionó que lo más seguro fuera que comiera asado de venado el día de hoy después de muchos días en los que no probaba esa delicia. Limpió los jarrones, regó las flores y los pequeños arbustos de césped que se había esforzado por sembrar junto a Maddie.
Ese simple paseo le había calentado el alma de tal manera que podía decir que se encontraba feliz por el simple hecho de sentirse cerca de sus padres a pesar de que desgraciadamente las habían dejado hace ya tantos años. Sin embargo se sintió en casa, como cuando era mimada por ellos y la felicidad reinaba en la familia a pesar de no vivir con lujos. Volvió a casa con una sonrisa, anhelando reencontrarse con sus hermanas para almorzar y pasar el día juntas, pensó que podrían tomarse la tarde libre y salir de picnic al borde de la playa que estaba cercana a la casa.
—¿Ya llegó Lenna?— le preguntó Adela a Ana quien estaba encaramada en una silla limpiando los especieros con un paño.
—No, sigo aquí limpiando y no hay nadie más que yo.
—¡Esa niña va a oírme!— expresó con tono algo autoritario. No podía impedir que Lenna se fuera al bosque por horas, sólo le pedía que avisara a a hora que estaría en caso y lo mínimo era que volviera para almorzar—, más le vale traer ciervo para la cena o estaré furiosa y soy capaz de lanzar a las brazas ese arco del demonio.
—¡No blasfemes, Addie!—gritó Ana desde la silla, haciendo la señal de la cruz.
Adela se quitó el abrigo y en eso sintió en el bolsillo un sonido similar al de los pergaminos. Lo sacó con curiosidad y de pronto se percató que en el sobre estaba la caligrafía perfecta de Lenna.
El sobre sólo tenía una palabra y estaba sellado.
Adela
Sintió que su corazón le dio un vuelco, Marlenne no se encontraba en el bosque.
*
Los rayos del sol tenue calentaron de manera suave las mejillas de Marlenne, había arribado en el muelle entre los islotes del fiordo Beauly Firth a eso de las seis de la tarde. Había un clima cálido para la zona en donde se encontraba; Inverness era al punto más alto del Reino Unido y sus parajes eran hermosos, no tenía nada que envidiarle a Glasgow o a Edimburgo.
Lo primero que debía hacer esa buscar una habitación en alguna posada u hostal que no fuera tan caro, pero tampoco de mala muerte. Decidió tomarse un tiempo para ver pasar las aves que sobrevolaban los peñascos y rocas que se entrelazaban a las orillas del muelle, el aire costero le generó calma y tranquilidad.
Anoche había sido difícil, salir en la mañana sin despedirse de nadie también. Sin embargo sabía que no podría enfrentar a Adela y darle los motivos cara a cara, por eso usó la carta para mencionarlo y no quedara con la incertidumbre de que había desaparecido sin decirle nada a nadie, tampoco podría haberle dicho algo a Maddie; pues lo más seguro fuera que quisiera ir con ella y no podía permitirlo.
Se dejó cautivar al mirar los adoquines y la arquitectura tan bella, habían construcciones que parecían talladas por verdaderos magos o dioses, pues era imposible que alguna persona humana pudiera hacerlas por sí sola. A lo lejos pudo ver el castillo de Inverness, que había sido erguido hacía ya unos cincuenta años sobre las aguas tranquilas del río Ness y era sede de la policía de Scotland Yard.
Estaba totalmente segura de que la actividad a la que estaba acudiendo era ilícita por donde se le mirara, que asistirían personajes de mala muerte y que su integridad física y emocional estaría a prueba constantemente desde el punto en que pusiera un pie en la taberna a donde había que dirigirse para pagar la inscripción.
Puso cuidado en buscar primeramente un hostal, se decidió por uno que se veía limpio a pesar de ser humilde, la dueña –Martha– la atendió con cariño y esmero. Era una mujer de unos setenta años, no obstante estaba en pie y no necesitaba de la ayuda de nadie al parecer. El sitio llamado «Remainds» era un lugar que estaba junto al río, a unos pocos metros del muelle a donde llegó.
Allí le consultó a la mujer donde encontraba la taberna en cuestión. Ella la observó con algo de reproche, no obstante por miedo a que la chica se fuera y le pidiera el dinero de vuelta no mencionó nada a cerca de lo que pensaba realmente. A regañadientes le entregó las indicaciones y la dirección de este sitio y Marlenne le regaló eternos agradecimientos a pesar de que ahora Martha creía que era una mujer que posiblemente andaba buscando a algún hombre.
Antes de salir se acomodó en la habitación, era pequeña pero tenía una ventana con vistas al río Ness, habían jardineras de las que brotaban plantas sin orden ni control. La cama tenía ropa que estaba evidentemente limpia, una mesa de noche, un armario y un baño privado; cosa que agradó mucho a la joven. Guardó sus cosas y echó llave a la puerta una vez que se instaló, pero no podía quedarse mucho tiempo descansando, debía buscar a la mujer a cargo de la competición y no quería volver con la noche encima.
Siguió las instrucciones de la mujer del hostal y se introdujo entre las callecitas decoradas de Inverness. El pueblo se veía bastante tranquilo y hermoso tras el pasar del tiempo; no se podía ignorar lo estigmatizado que había sido Inverness después de todos los enfrentamientos jacobitas que tuvieron lugar hace más de cien años, la mayoría de los escoceses que antes habían sido terratenientes y dueños de las tierras altas habían tenido que buscar otros rumbos tanto en su oficio como vivienda, ahora el sitio era un pueblo casi marítimo, que sobrevivía gracias a la pesca de salmón luego de ser arduamente perseguido por la corona inglesa.
Cuando llegó a la numeración correspondiente, se acobardó por unos momentos. El lugar no se veía nada iluminado y pensó que podía tratarse de una trampa para atraer a viajeros y caballeros intrépidos que buscaban dinero fácil. Suspiró y miró en los alrededores, notando que de igual forma habían varias mujeres que transitaban por allí, por lo que tampoco debía ser un sector donde gobernara la delincuencia.
—¿A quién buscas? —le gritó una mujer que venía caminando con bolsas de pescado pues el aroma se percibía hasta donde se hallaba parada la joven.
Marlenne tragó saliva y sonrió de la forma más educada que pudo.
—Busco a Elise Banks— contestó con voz firme.
—Soy yo, ¿Qué quieres? —le preguntó algo a la defensiva.
Marlenne se tomó un tiempo para no balbucear.
—Quiero inscribirme en la competencia de tiradores.
La mujer la miró de pies a cabeza y tuvo que reprimir una carcajada. Claramente Marlenne no tenía el perfil para entrar en aquel embrollo.
—¿Tú? ¿Estás segura?
—Sí, lo estoy ¿Acaso no recibe mujeres?
La mujer guardó silencio mientras con el cuerpo empujaba las puertas, acto seguido entró, por lo que Marlenne dedujo que debía entrar tras ella.
—Bueno, si quieres desperdiciar dinero, allá tú, princesita.
Marlenne detestaba a la gente prejuiciosa, por lo que mordió su lengua para no ser mal educada al igual que la mujer.
—Asumo que tienes el dinero.
—Sí— mencionó y lo sacó de la bolsa de cuero que llevaba.
La mujer lo contó tres veces y después de echarle una mirada, tomó un papel donde anotó una dirección y lo firmó con una extraña maraña.
—Esta es la dirección a donde debes presentarte en la fecha y hora indicados, debes llevar tus propios implementos, nadie te va prestar nada.
—Tengo mis propias flechas y arco, no tienes que preocuparte— contestó mordaz y de forma desagradable.
La mujer sonrió al oírla y notar que no era quizás el tipo de chica que había pensado.
—Te deseo suerte, la vas a necesitar. Asumo que si vienes hasta aquí, haz de estar muy desesperada.
La joven no caería en contarle su vida a una desconocida, probablemente estaba acostumbrada a eso para después estafar a los turistas o viajeros más ricos.
—Que considerada, gracias—. Esas fueron las últimas palabras de la chica y la mujer.
Salió del lugar y comenzó a caminar rápidamente para llegar al centro de la ciudad, divisó un salón de té y decidió que sería bueno sentarse allí a tomar un respiro.
Acababa de llegar a Inverness y no había tenido mayor tiempo en mirar a su alrededor, de maravillarse con el lugar y todas las tradiciones que se llevaban a cabo allí.
Inverness era donde siempre comenzaba todo, era el punto más alto de las tierras escocesas.
Era el comienzo de los nuevos inicios.
De las nuevas oportunidades.
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