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• A NIGHEAN FICHEAD

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SAIGHEAD BOIREANNACH
XXIX. Las mismas voces del futuro en el pasado.
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Las mujeres se encontraban contentas y alborotadas debido al próximo viaje que se llevaría a cabo. Debían tener en claro que había que dejar los asuntos en orden antes de partir, algunas irían y otras se quedarían en los respectivos campamentos. No todas eran tan asiduas a la aventura, por lo que Flora y Caitlin se quedarían en la Isla Skye, esto debido a que Caitlin estaba muy a gusto aprendiendo los gajes de la sanación junto a la regenta del campamento.

A su vez, Grace y Enya irían a pasar el tiempo al campamento en la campiña escocesa, era tiempo de volver y marcar presencia. Aprovechando que ambas habían establecido muy buenas relaciones, Enya dejaría la isla para acompañar a Grace a las tierras altas, tampoco estarían solas, Angus Mohr y Rupert Mackenzie podrían socorrerlas en caso de ser necesario, después de todo, ya estaban vigilando y cuidando de sus tierras en la ausencia de las mujeres.

Blaire, Nimué, Heidrun y Marlenne viajarían a Irlanda, les esperaba una ruta bastante larga; primero tenían que llegar hasta Glasgow y desde allí embarcarse a Irlanda, sin duda era una travesía digna del grupo de viajeras.

—No viajaría a Irlanda en tu barco ni aunque me pagaran, Heidrun—dijo Blaire entre risas —. Sé que es tu tesoro vikingo y todos los argumentos que me estás dando son válidos, pero no me subiré en un barco sin camarotes ni un techo sobre mi cabeza.

—¿Cuál es el fin de estar en altamar entonces? —increpó la mujer del norte —, creo que debieses tener valor, de lo contrario jamás vivirás una aventura real.

—Estoy segura de que a las muchachas tampoco les hace ilusión viajar de esa manera, sólo que son demasiado cordiales como para hacerte sentir mal por tus ideales de aventura —concluyó zanjando el tema—.Una lona sobre sus cabezas no es lo mismo que tener una estructura que soporte el viento.

Marlenne escuchaba su conversación sin intervenir, a decir verdad, se encontraba algo perdida y ansiosa por los acontecimientos que el destino le había emplazado.

¿Volver a Irlanda? ¿Aquello era lo que quería realmente?

Estaba entusiasmada, sólo que estaba en un punto de inflexión, no sabía que implicaba volver a su tierra en las condiciones en las que ella se encontraba. Había viajado en el tiempo, un monumento prehistórico la había consumido y arrojado muchos años antes de su época en una tierra que para ella era desconocida.

¿Si volvía no se rompería ninguna ley de tiempo o espacio? ¿No estaría yendo en contra de la propia naturaleza?

A pesar de todas las dudas que sentía, el impulso por conocer Irlanda en esa época era mucho más poderoso, por lo que quería ir sin pensar en si existiría alguna consecuencia. Añoraba el hecho de volver a pasear por el país donde nació, de ver la tierra en la que creció y en donde su familia se esforzó para prosperar; ser forastera en Escocia le estaba sentando bien, lo que no implicaba que no extrañara el viento remecer en su rostro al salir de su casa. 

¿Si llegaba a viajar conocería a alguien que estuviese conectada con ella años atrás?

¿Identificaría voces del futuro que conocía en ese pasado que se encontraba viviendo?

—¿Por qué tan pensativa? Estás muy callada ¿no te emociona ir a Irlanda?

Grace era muy perceptiva, a veces pasaba la mayor parte del tiempo ensimismada y escuchando las conversaciones más que participando de manera activa, lo que conseguía que pudiese identificar gestos o tener una comunicación no verbal mucho más desarrollada. Sabía cuando las personas estaban inquietas o nerviosas, relajadas o tensas.

—Sí si me emociona, no es eso. Solamente que cuando dejé Irlanda sucedieron muchas cosas.

—¿Con tu familia?

—Sí, no sé si estoy preparada para volver.

Grace en realidad no sabía exactamente a lo que Marlenne se refería, pero era empática y de buenos sentimientos.

—La vida siempre nos conduce a donde debemos estar, créeme; si debes volver a Irlanda, aunque sea de paso, es porque el destino te está conduciendo allí—farfulló con su cantarina voz dulce—.   Te lo digo yo, quien durante mucho tiempo estuvo realmente a la deriva, sin nada concreto, en realidad sin nada, nada en absoluto. 

—Creo que nadie debiese pasar por no tener nada en absoluto. Deberíamos tener al menos, compañía. 

—Al menos ahora tengo la compañía de ustedes y también la de las mujeres de la isla. 

Enya por su parte se acercó caminando hacia donde se encontraban con unos platos de barro cocido que contenían algo similar a un caldillo de pescado. Ella cocinaba bastante bien y disfrutaba de consentir a sus seres queridos dándoles de comer, por lo que solía preparar las comidas para todas en Skye.

—Perdón no quise interrumpir esta conversación—dijo sonriendo—, pero este caldillo se va a enfriar si es que no lo comen de inmediato, además deben tener todas las fuerzas necesarias para partir—señaló sonriéndole a Marlenne.

Marlenne no había tenido la oportunidad de compartir mucho con Enya, ella solía pasar su tiempo con Grace, con quien había mantenido una cercanía mucho mayor, tal como ella la había encontrado con Heidrun -a quien ahora podía considerar una amiga-  si bien todas compartían, evidentemente existían afinidades con unas más que con otras, lo que no quería decir que hubiesen enemistades. 

—Cuéntame por favor, Enya ¿Cómo aprendiste a cocinar tan bien?—preguntó Lenna mientras sentía los sabores bailando en su paladar.

La aludida se sintió sonrojar debido a que no acostumbraba a recibir cumplidos tan seguido por parte de sus compañeras, ellas se encontraban acostumbradas a halagarla debido a las preparaciones, no obstante ninguna le había preguntado directamente algo tan personal.

—Desde pequeña tuve que aprender a cocinar, mi madre se fue cuando tenía doce años—murmuró con un toque agridulce en la voz—Mi hermano mayor murió y mi padre era un ebrio que lo único que hizo fue desintegrar aún más lo desgarrada que se encontraba la familia.

Evidentemente, Marlenne no esperaba una respuesta tan íntima, inmediatamente sintió un nudo en el estómago al escuchar esa respuesta.

—No quise ser entrometida, de verdad lo lamento mucho.

—No es tu culpa, no tienes porqué lamentarlo.

Los ojos de Enya de pronto se habían llenado de lágrimas que no había podido refrenar, Grace, quien nunca tenía miedo de demostrar sus sentimientos y hacía lo que nacía de su corazón, dejó el platillo de caldo junto a ella y estiró el brazo para acariciar la mano de la pelirroja a su lado.

—Espero que ahora tengas algo de lo que deseaste en esos años—murmuró Grace, con sus ojos dulces, llenos de buenas intenciones.

Enya se fijó en la mano de la contraria que la acariciaba y pudo notar una larga cicatriz en el dorso de su mano izquierda, esta iba desde el meñique, atravesando el medio hasta llegar al costado interior de la muñeca. Eso disparó sus recuerdos y no pudo controlar el impulso de acariciar aquella piel un poco más brillante que la del resto de su piel. 

—¿Qué te sucedió?—le interrogó con interés y apremio, como si su respuesta fuese de vida o muerte.

—Honestamente no lo recuerdo, contestó Grace, sé que sucedió cuando era niña. Debo ser sincera, mis recuerdos de ese período están borrosos, pero sé que esa cicatriz la tengo desde que tengo memoria.

Marlenne pasó sus ojos de Grace a Enya lentamente mientras se sumergían en una plática algo inconsistente, cargada de las preguntas de Enya al respecto de las marcas en la mano de Grace; decidió que comería su plato y se levantaría a ver si alguien necesitaba ayuda en algún quehacer sabía que ellas habían desarrollado una amistad cercana y quizás hablaban de cosas personales y en ese preciso momento no lo podía hacer porque ella estaba presente.

—Permiso—señaló levantándose de las piedras donde se mantenían sentadas—, Enya estaba delicioso, pero debo ver si Nimué tiene listas las herraduras para los caballos y los broches para las alforjas. 

Se levantó y avanzó hasta donde se hallaba la herrería donde solía trabajar la escocesa, allí se encontraba junto al fuego, sacando chispas con los metales que golpeaba al lado de las llamas que sofocaban en lugar.

—¿Por qué tienes esas puntas? Creo que las admiras con demasiado entusiasmo.

—Si iremos a Irlanda, créeme que tendremos que tener con qué protegernos, me refiero a algo nuevo, que tenga filo, que sea pequeño de esconder y que no nos dañe por debajo de la ropa—contestó la muchacha, mientras observaba con devoción las puntas de los cuchillos que estaba fabricando. 

—¿Cómo van las herraduras?

—Ya están listas, pero necesito cuero para las alforjas, me he quedado sin material.

—Pues si quieres puedo ir por él ¿compras en el mercado?

—No precisamente, la verdad es que le compro cuero a un hombre que vive en las tierras del clan Mackenzie—señaló—, se llama Humbert O'Donell, es calvo y le falta una pierna. 

—¿Y cómo puedo llegar allí sin perderme en el camino?

—Pues sería ideal que pudieses tener al pelirrojo que siempre acompaña tus cabalgatas—farfulló molestándola, haciendo evidente alusión a Jamie. 

Marlenne frunció el ceño y puso los ojos en blanco. Aún se encontraba resentida por lo sucedido con la criada del Laird, a pesar de que sabía que no tenía nada que exigir, no pudo reprimir los celos y el instinto de salir huyendo sin decir nada. No había vuelto a hablar con el escocés, asumía que ya tendría bastante tiempo durante el viaje a Irlanda, puesto que Blaire había arreglado todo para que él y otros hombros las acompañaran en la travesía a Irlanda, sólo que no esperaba ser ella quien diera su brazo a torcer, no después de esa última mirada tan confiada que el pelirrojo le había otorgado al enterarse de esa hazaña.

—¿Quieres el cuero o no?

Nimué suspiró, dándose cuenta de que Marlenne no estaba de humor para bromear con el asunto de Jamie.

—Bien, debes cabalgar hasta pasar la iglesia negra, no debes tomar el camino al mercado central, si no que debes caminar hacia la aldea, donde se encuentra la plaza y la villa. Hay una taberna llamada las dos cabras, detrás de ese sitio verás una casa que tiene un gran manzano en el antejardín, es allí. Debes decirle que vas de mi parte, sabe muy bien lo que me gusta, no te dejes intimidar por él, a veces es algo grosero y hosco—sacó algunas monedas de un bolsillo y se las tendió a Lenna—, espero que tu camino sea provechoso. Creo que deberías salir ya, puede que se oscurezca, de ser así, te recomiendo pedir quedarte en alguna habitación en Leoch, eres la trovadora por lo que no tendrás problemas, no es seguro que vuelvas de noche hasta acá, sabes que es un camino largo. 

—Pues Flora y Caitlin están intentando hacer parir a la yegua, Blaire termina los vestidos, Heidrun tuvo que ir río arriba a pescar, Enya y Grace preparan las cosas para ir a nuestro campamento en la campiña, pero creo que saldrán mañana junto a nosotras y el cuero lo necesitamos lo antes posible.

—No te arriesgues Lenna, habla con cualquier hombre que conozcas del castillo Leoch si te encuentras en alguna situación de necesidad, ellos vendrán aquí de inmediato.

No le daba miedo viajar sola, de hecho, cabalgar se estaba volviendo de sus panoramas favoritos, la ayudaba a distraerse y pensar, sin mencionar que los parajes de Escocia eran de una belleza y resplandor inigualables.  A pesar de haber sido una cabalgata de varias horas, llegó a la aldea según las indicaciones de Nimué sin inconveniente, muchas personas todavía transitaban por las calles a pesar de que se sentía bastante frío en el exterior, por un instante deseó haberse colocado su ropa y no el vestido que usaba particularmente aquel día. Para su sorpresa tampoco tuvo problemas con el comerciante del cuero, conocía muy bien a Nimué y pareciese ser que Marlenne le había caído en gracia, supo por su acento que era irlandesa y elogió su bello rostro sin caer en decirle piropos o halagos que pudiesen ser poco apropiados para una dama. 

En efecto, tal como había dicho su compañera, estaba atardeciendo y no alcanzaría a volver a la isla. No estaba completamente segura si era una buena opción el ir al campamento de la campiña; la idea de estar con Angus y Rupert no le hacía mucha gracias, tampoco quería ir a con su presencia a Leoch, debido a que Colum ya sabía que estaría de viaje y no llevaba compañía como para sentirse menos observada allí.

Lo mejor sería quedarse en algún hostal donde pudiese cenar y después subir a descansar. No se preocupaba del todo, debido a que Nimué sabía que probablemente no llegaría y le diría a las demás chicas en la isla.

Avanzó por la plaza buscando un sitio que no pareciera un suburbio de mala muerte para poder quedarse allí.Se decidió por un edificio blanco decorado con flores en algunos maceteros situados en el pórtico, al menos ese indicio le mostraba que había allí alguna mujer que se preocupaba por ese tipo de detalles.

—¿Disculpe? —preguntó al notar que muchas personas estaban comiendo y bebiendo en la parte baja —¿el edificio tiene algún cuarto para alquilar? Sólo lo necesito una noche.

—Cinco peniques—contestó un hombre aparentemente mayor, quien parecía ser el dueño del establecimiento—, ocho con cena y desayuno.

—Tomaré la habitación, mañana partiré temprano.

El regente empezó a hablar con una mucama para que fuera a arreglar la habitación de la recién llegada. Marlenne se acomodó en un taburete junto a la barra que se encontraba disponible mientras esperaba que su cuarto se encontrara listo para después instalarse.

—Ya nos encontramos sirviendo la cena, madame— declaró el hombre—, si gusta mi esposa puede prepararla para usted de inmediato.

—La verdad, quisiera poder lavarme un poco antes de comer.

—Perfecto, la mucama no tarda en tener lista su habitación.

Para sorpresa de la irlandesa, la habitación era luminosa, con un tapiz elegante y una lámpara de araña, había un catre, un sillón tapizado algo antiguo y una mesa de noche. El baño era pequeño, pero funcional y tenía un espejo de cuerpo entero.

Marlenne se aseó, pues sentía el cuerpo acalorado con la cabalgata intensa de hace un rato.

Apareció nuevamente en la sala de la planta principal, indicando que en ese momento se serviría la cena; ya debían ser pasadas las ocho y el estómago comenzaba a reclamarle la falta de comida. Se instaló en la barra con la finalidad de pasar desapercibida y pidió el menú correspondiente.

No obstante eso no fue posible.

No dejaba de estremecerse ante el hecho de reencontrarse con personas que ya había conocido, el sargento Thomas Robinson yacía unos metros más allá en la barra, con su rostro iluminado con las lámparas y le observaba, Marlenne quiso hacer amague de no haberlo visto y beber un sorbo de la cerveza que habían puesto delante de ella junto a una canasta de bollos.

—No entiendo porqué una dama tan elegante y distinguida pudiese llegar a estar tan sola.

—Sargento— saludó reverenciando con la cabeza —, pues nada más estoy de paso—contestó abrumada, pues realmente el parecido que tenía con el que era su prometido en mil ochocientos llegaba a ser escandaloso.

—¿No se encuentra con sus parientes?

—No, vine por negocios al pueblo—. Se sintió contenta por el hecho de estar cargando su propio cuchillo debajo de sus prendas de vestir.

—La verdad considero que la suerte se encuentra de nuestro lado, imagínese, de todas las partes de la campiña en donde pude haber estado hoy, me encuentro justo en el preciso momento en donde se halla usted —declaró —, realmente me siento un privilegiado por Dios.

—No, no —respondió ella intentando no reírse histéricamente—, le aseguro que pueden haber cosas mucho más interesantes que hacer en vez de tener una charla conmigo.

—Eso debe dejar que yo lo decida, señorita. Honestamente, jamás me había sentido tan fascinado ante la compañía de una mujer.

Marlenne pudo identificar claramente que el hombre estaba seduciéndola, Evitó su mirada que la observaba fijamente, como si tratara de adivinar las ideas en su mente.

—La verdad, desearía mucho poder compartir con usted en alguna otra instancia, invitarla a cenar o a pasear en una amena cabalgata por la campiña.

¿Estaba invitándola a salir?

De ser así estaba siendo sumamente atrevido, ya que ese hombre no conocía nada sobre ella.

Antes de que pudiese responder, la voz de una mujer saludando al hombre, interrumpió aquella conversación lo que de cierta forma le había salvado.

—Señora Duncan ¿Cómo se encuentra?¿Qué puedo hacer por usted?

—Perdone por interrumpir su charla—murmuró con un tono de voz picaresco—, pero mi esposo necesitaba de su presencia, insiste en que le han robado dinero y quiere saber si puede ir a la casa para investigar la situación.

El hombre intercambió una rápida mirada con Marlenne, pero la expresión de ella no le entregó ninguna respuesta ante su interrogante anterior, por lo que debió desistir de la invitación por ese momento.

—Claro, señora Duncan—respondió colocándose de pie—, iré enseguida.

—Arthur se lo agradecerá, ya conoce lo impaciente que es —señaló la mujer en tono de disculpa.

El sargento Thomas Robinson se acomodó el sombrero del uniforme y sonrió en dirección a Marlenne.

—Agradezco su compañía, madame. Espero de corazón reencontrarnos para ir a ese paseo por la campiña.

Marlenne se despidió, incómoda.

—Qué tenga una buena jornada, sangento.

El hombre desapareció y la mujer que respondía al apellido Duncan se instaló a su lado, pidió una copa de oporto y se quedó observándola minuciosamente. Poseía una mirada inquisitiva y perspicaz, sin mencionar el evidente refinamiento en sus modales.

—No eres de aquí ¿cierto? Tienes un acento diferente.

—No, soy irlandesa.

—Tienes un porte elegante, totalmente del gusto del sargento Robinson.

Marlenne sintió que su cara ardió, aquella desconocida realmente podía percibir mucho sin haber observado en lo profundo.

—No lo creo, no nos conocemos prácticamente nada.

La escocesa era pelirroja y de unos ojos verdes muy expresivos.

—Bueno, entonces acerté en el hecho de que te encontrabas incómoda en su compañía. Cuando los hombres se notan interesados por lo general los rechazamos ¿no crees? ¿Estás comprometida?

—No, no es eso. Es sólo que no le conozco.

—Tiene mala reputación, no te involucres con un casaca roja, nunca les terminas por conocer del todo— hizo una pausa y estiró su mano—Geillis Duncan, soy la esposa del fiscal de Cranesmiur, si llegas a necesitar algo en este lugar inhóspito puedes preguntar por mí.

—Marlenne— contestó sin hacer mención a su apellido, correspondiente a su saludo —, te lo agradezco.

—Ya no quiero interrumpirte en tu cena, Marlenne. Si necesitas una amiga o compañía, puedes venir a visitarme ¿Eres de aquí o sólo estás de paso?

—Pronto viajaré a Irlanda, desconozco mi próxima aventura.

—En caso de que vuelvas a Escocia, puedo compartir mis historias y secretos contigo y así puedo escuchar los tuyos también —farfulló guiñándole el ojo.

Escocia estaba llena de rarezas.

De personas peculiares.

Y sin duda, también estaban las vivencias que antes habían sucedido.

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