9. Alquimia
El joven español volvió a la planta baja de la Salavat Yulayev pensando en la tensa conversación que había tenido con aquel desagradable sujeto. No tenía ni idea de si le había contado una trola inmensa o si de verdad aquellas descripciones fantasiosas de alquimias y metales preciosos eran tan ciertas como que había sobrevivido a un accidente de avión fatal y a sus heridas de muerte. Pero al final la conversación había llevado un derrotero muy agresivo, con odio en las palabras y actitudes de los dos, sobre todo las de Skarrev.
Las dudas seguían pululando en su cabeza y no le dejaban caminar tranquilo por los rincones de aquella hermosa mezquita. Debía encontrar a Emma y hablar con ella en cuanto pudiese, que le contase todo y comparar lo que le había dicho ella con lo que había soltado la asquerosa boca de Skarrev. Sin duda alguna, lo que dijese ella tendría más sentido que cualquier historia rocambolesca que se inventase aquel loco. Y, aun así, seguía dudando severamente de lo que le dijese ella.
Si bien no habían tenido un buen primer encuentro y las discusiones habían continuado a lo largo del poco tiempo que habían estado juntos, su desentendimiento no había llegado a más, ya que se habían distanciado notablemente uno del otro.
Ahora parecía tener un temperamento mucho más frío con él que en los primeros momentos en los que se habían conocido. No era ni mucho menos un gran experto en relaciones, pero era lógico que, normalmente, sucediese justamente al contrario.
¿Emma era así con todas las personas nuevas que conocía? Le parecía extraño que fuera tan poco cuidadosa con ello sabiendo el contexto en el que estaban y más sabiendo las sorprendentes habilidades de supervivencia que tenía. Tanta confianza podría haberla salido caro en algún momento. O igual tenía cara de no ser para nada sospechoso y por eso se había presentado así.
De igual manera, como en todas aquellas cuestiones, Matt no les daba mucha importancia. Pero sí notaba que empezaba a elucubrar más sobre ello.
En ese momento ella estaba distante, pero no pensaba que fuera por las actitudes molestas que él tenía, ya que las obviaba siempre y hacía como si no hubiese ocurrido nada. Sin embargo, la cuestión principal era la relación que tenía ella con Sagres: qué demonios era eso que llevaba en el colgante y cuál era el motivo que unía esos elementos.
Habló con una mujer que se ocupaba de gestionar las camas y muebles para los forasteros. Cuando hubo acabado y obtenido un lugar para descansar aquella noche y las venideras, se dispuso a sentarse en el suelo, alrededor de una fogata que no disponía de ninguna compañía humana. Matt, melancólico, cogió un palo de los que había cerca y movió los retazos de leña, con la vista puesta en el fuego. Tras un rato levantó los ojos, y se percató de que Emma estaba en otra de las múltiples hogueras que había por todo el lugar, rodeada de gente, hablando y charlando animadamente.
Pensó en levantarse y acercarse a ella, pero algo que no supo identificar le retuvo. Quizá fuera una previsión de incomodidad, de tal manera que, si empezaba una conversación, ella actuase muy fríamente y sin interés. Puede que no quisiera entorpecerla. Puede que, si la miraba desde allí, todo sería mejor. Mirando su manera de expresarse, enérgica y risueña, pero sin exponerse exageradamente al otro, ondeando su pelo color sangre, con mechones casi esculpidos de lo lisos y rectos que eran. Una risa casi inaudible y tímida que se contradecía segundos después con una voz relampagueante, rápida y concisa, con fuerza.
Un total desastre de chica. Ingenua con los demás, o por lo menos con él, pero fuerte tanto física como mentalmente, a pesar de no dar el pego. Inteligente como una hiena hambrienta; hasta Matt, que nunca admitía un mísero atisbo de cualidades buenas en la gente, podía clamar al cielo que efectivamente era cierto.
¿Qué tipo de personalidad había adquirido aquella chica? Un figura fuerte y autosuficiente, con un nivel de seguridad en sí misma y capacidad de supervivencia digno de superdotados.
Pero luego era risueña, tierna, como una niña de diez años, en vez de los dieciséis o diecisiete que tendría. Parecía que viese aquella vida de espanto desde la perspectiva más inocente y divertida, entre temporales depresivos.
No comprendía como dos estereotipos psicológicos tan distintos entre sí convivieran en un simple cuerpo. Y... quizás fuera él quien hubiese enfriado esa manera tan distendida con la que se había presentado.
Entre pensamientos de culpabilidad que iban y venían, dirigidos por su orgullo, notó la presencia de alguien que se acercaba. Era Raf, que con un aire de misterio se había acomodado a su lado.
- He ido a reservarte cama, pero parece que ya te has adelantado tú por tú cuenta. -
Le tendió una brocheta bastante alargada con trozos de pollo y verduras, que aceptó de buen grado, aunque realmente extrañado. Siempre que iba a dar las gracias le costaba, no terminaba de arrancar, y cuando lo hacía, apartaba la mirada bruscamente o lo decía en un tono muy bajo. No solía hacerlo y acostumbrarse le llevaba un tiempo.
Raf empezó a asar la comida en el fuego y a comer la brocheta, mientras que Matt se quedó mirándole sin mover un músculo, no sabiendo bien que hacer o decir.
- ¿Esto es algún tipo de venganza? ¿Están envenenadas o...?
- Pues claro que lo están.
- Muy bien. - respondió, sin nada más que decir.
- Obviamente, si hubiera querido matarte lo hubiera hecho mientras estabas durmiendo plácidamente con el sedante.
- ¿Qué?
- No me imagino una forma mejor de matar a un niñato engreído que haciéndolo mientras no se entera de nada.
Matt fue a contestar envalentonadamente por lo que le había afirmado Raf que era, pero este le paró en seco.
- No te lo tomes a mal, hombre. Considéralo un regalo por nuestra paz. Están ricas.
- Lo consideraré una ofrenda a tu señor todopoderoso. Me gusta más la idea.
Raf empezó a reír, y aunque Matt aguantó las ganas durante bastante tiempo, acabó riendo con él. Cenó las brochetas con gusto, y tras varias bromas y charlas interesantes entre los dos jóvenes, Matt sacó el tema que le carcomía la cabeza.
- Raf, he estado hablando con Skarrev...
- Ah, ya le has interrogado. ¿Y qué tal?
- Pues, la verdad, no sé. Me ha contado una historia estúpida sobre alquimistas y un plan para convertir Rusia en un... En fin. Estúpido.
- No, no es estúpido. Es la verdad.
Hubo silencio. Matt giró lentamente su cabeza hacia él para mirarle, pasmado, con un interrogante reflejado en su rostro.
- ¿La verdad?
- Sí.
- ¿Me estás diciendo que hay unos... magos que pueden convertir la tierra en oro y los árboles en bronce? ¿Y que por eso Sagres quiere utilizarlos para ser más poderoso?
- ¿Me ves cara de vacilarte?
- Pues ya no sé qué pensar, la verdad.
- Yo te podría decir lo mismo.
Raf suspiró y Matt calló al instante. Hubo otro silencio, algo más corto.
- Mira, puedes creerte todo esto o no. Pero sí, existen tres artesanías llamadas alquimias, y están relacionadas con la ciencia. O mejor explicado, la alquimia se refugió en ella. Sólo ciertas ramas familiares del mundo, apellidos, transmiten de generación en generación la forma en las que se confeccionan. Crean su propia aleación, que da como resultado un metal precioso, y a través de la difusión de ese metal precioso pueden transformar cualquier tipo de materia en ese mismo metal. Y los Yakolev – señaló a Emma. - son una de esas familias alquimistas. Concretamente artesanos del oro, y su difusión por medio de las ondas explosivas. Eso quiere decir que todo lo que alcance la detonación de una bomba... no lo destruirá, si no que lo convertirá en oro.
- Ya. - dijo entonces Matt a medio reír, burlón. - Entonces los Yakolev fueron artificieros y Sagres necesita al padre de Emma para crear bombas con su oro. Para que Rusia sea dorada.
- Dorada, plateada y bronceada. Ya trabajan a su disposición los otros dos alquimistas. Tan solo queda que el padre de Emma trabaje para ellos con su fragmento dorado. Pero... parece que consiguió que su hija se lo llevase a buen recaudo para que perdiesen tiempo con él.
Matt no pudo evitar la risa.
- Esto es de locos.
- ¿Sigues sin creértelo?
- Pues hasta que no lo vea por mis propios ojos, creo que seguiré pensando que todo esto es una broma de mal gusto. - miró a su alrededor, indignado por la incredulidad que le sobrepasaba. -
Raf siguió comiendo, pero Matt se limitó a hundir la cara entre sus brazos, mientras emitía suspiros continuos. Se había comido la brocheta casi de un bocado del hambre que tenía, mientras su compañero le contaba aquella fascinante historieta digna de cómic. Tras un rato, el chico moreno alemán le volvió a hablar.
- Pues si no te lo crees, mejor, la verdad. Así no sufrirá tanto.
- ¿Quién? - preguntó, todavía con la cabeza entre sus manos. -
- Emma. Te preguntarás por qué es así de... extraña. No es una chica cualquiera.
Matt realmente se lo preguntaba, pero no habló.
- Es una chica que ha sufrido mucho. Nació y se crío mientras huían de las garras de Sagres. Y vivió cosas por ello... muy terribles.
- ¿Tanto tiempo estuvieron huyendo de él?
- No creo que sea la persona más indicada para hablarte de ella. Es cierto que somos amigos, pero creo que corresponde a ella hablarte de su propia vida. Tan solo te digo que... aunque la veas con ojos de duda o con malos presentimientos... tan solo quiere tratar y que la traten de la manera más dulce posible, dentro de la posición tan amarga de su vida. Tan solo quiere olvidarlo todo, aunque sean sólo unos segundos, con otra persona. Relegar las responsabilidades, los traumas, la disciplina, el desasosiego, el sufrimiento. Que todo ocurra como si nada hubiera ocurrido.
Matt levantó la vista y la miró, mientras Raf seguía hablando de ella.
- Y hazme caso que lo necesita, más que nadie. Porque... alguien con tanto corazón y sentido del optimismo no se merece que le ocurran cosas como las que le ocurrió a ella. Y creo, sinceramente, que ha visto en ti algo muy especial, diferente.
El chico español le miró, de nuevo interrogante, y preguntó, con miedo a saber la respuesta.
- ¿El qué...?
- No sé decírtelo bien. Quizás porque eres incluso más ingenuo que ella. - rió a modo de broma.
La conversación no siguió mucho más. Raf se fue a dormir y poco a poco, las personas que estaban alrededor de las fogatas, fueron apagándolas y yéndose a dormir también. Matt se quedó solo, casi a oscuras, tan solo iluminado por la luz de su propio fuego, mientras oía un silencio con cuchicheos de fondo que probablemente durarían toda la noche, pues aquello era enorme y no había habitaciones para separar los ruidos de tantas personas.
Estuvo pensando durante horas que podría haber sucedido con el pasado de Emma, cuales eran todos aquellos traumas que había dejado caer Raf que tenía la chica y cuál era la relación entre su padre y Sagres para haber estado durante tanto tiempo huyendo de él y sus secuaces. Seguía pareciéndole imposible la historia de los alquimistas, pero, si ya se lo habían confirmado dos personas completamente enfrentadas ¿qué justificación había para no fiarse de lo que ambas partes coincidían?
¿Y qué era lo que le había dicho de que le había parecido a Emma alguien muy especial?
Definitivamente, muy especial no le encontraba, porque se había ido a dormir sin ni siquiera buscarle ni preocuparse por él. Aunque tampoco le extrañaba; los sentimientos de culpabilidad le habían hecho medio convencerse de que había actuado una y otra vez como un idiota frente a ella, mientras le salvaba de todos los apuros y se preocupaba porque tuviese más mantas y más comida. Y acercarse a ella, por algún motivo, le daba demasiado pavor por la posible respuesta de frialdad que pudiese dar.
Dándose cuenta de lo tarde que era, se levantó y fue a apagar el fuego para irse adormir, cuando de repente notó un cosquilleo en la espalda que le hizo estremecerse y dar un pequeño grito de sorpresa. Detrás suya se encontraba Emma, riéndose en voz baja y mostrando su mano, con la que había asustado a Matt, haciéndole cosquillas.
El chico, totalmente avergonzado por su grito y rígido como una piedra mientras la miraba, fue a decirla algo, pero ella hizo caso omiso y se despidió de él con un hasta mañana.
Matt se quedó allí, de pie, mudo, como un idiota, mientras dejaba que aquella chica con terribles y dolorosos traumas se fuera tranquilamente hacia la oscuridad de la mezquita tras haberle asustado con cosquillas.
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