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4. Karmaskaly

Abrió los ojos.

Muchas horas antes, al borde de la inconsciencia, un pensamiento le había susurrado que no volvería a hacerlo nunca más.

Los pudo abrir sin demasiado esfuerzo, con una sensación de descanso inimaginable: lenta y relajadamente. Sin embargo, poco después, el dolor de sus heridas volvió a resurgir. Emitió unos quejidos de dolor, y aunque le salía una voz ronca y desafinada, al menos sus cuerdas vocales funcionaban sin tener que echar sangre por la boca.

Se encontraba en una casa enladrillada, posiblemente la misma que había visto justo antes de desmayarse. Estaba tumbado en un sofá algo antiguo, al igual que los muebles de toda aquella casa, sucios y desgastados por el tiempo. Parecía encontrarse en el salón, aunque un salón bastante espacioso para una casa normal. A su lado, una chimenea servía de cobijo a un fuego que llameaba con brío y crepitaba al consumir unos troncos. La habitación no estaba demasiado iluminada, tan solo por el fuego y lo que parecían ser unos pequeños candelabros en una mesa alejada. Por la ventana se veía el exterior nocturno y helado de Rusia. Una fuerte ventisca azotaba los cristales con golpes bruscos.

Matt se quiso levantar, pero cuando los músculos le respondieron y se dobló sobre si mismo, tuvo que echarse hacia atrás de nuevo, mientras las heridas le ardían por el esfuerzo y se mareaba. Volvió a emitir varios rugidos de dolor, y cuando por fin se calmó un poco, una figura le sobresaltó pasando al lado suyo.

Era una chica de un año o dos menor que él, con el pelo teñido de rojo, el cual le llegaba hasta los hombros, y con flequillo recto, que le tapaba la frente. Tenía ojos azules, y su piel parecía igual de fina y blanca como aquella fastidiosa nieve del exterior. No era para nada alta; más bien bajita, y su rostro, bañado en pecas, terminaba en una barbilla picuda. Sus pómulos eran suaves y ondulados, y sus ojos grandes y redondos, aunque ligeramente inclinados.

Se miraron unos segundos en silencio. Ella sonreía con gracia, mostrando el reflejo optimista de su alma, casi burlona. Él la observaba con desconfianza, asustado por la situación, a pesar de que aquella chica probablemente le hubiera salvado.

Por fin uno de ellos rompió el hielo y dijo unas palabras en otro idioma que no entendió Matt. El chico se limitó a negar con la cabeza despacio, todavía desconfiado, mirándola como una presa lo haría a su depredador. La desconfianza iba tornándose en miedo dentro del joven.

De nuevo se quedaron unos segundos en silencio. La chica volvió a hablar de nuevo en ruso, y Matt tuvo que forzar la voz para hablar en inglés, intentando disimular una angustia que le hacía imaginar cosas horribles sobre el porqué estaba allí. Nadie sabía si le iban a descuartizar o si la chica solo quería conversación.

- No hablo ruso. Solo español e inglés. - dijo con un terrible esfuerzo.

La joven pelirroja se quedó atónita al escuchar aquello.

- ¿Sabes hablar español? - dijo en el propio idioma, gritando con una euforia que dejó descuadrado a Matt. -

- Sí, claro, soy español.

- ¿De verdad? ¡Eres el segundo español que conozco, después de mi madre!

Matt asintió sin saber que decir ni que hacer, ante la extraña situación. Sin embargo, la joven no paró de hablar. Su actitud cambió tan bruscamente que Matt sintió quedarse mudo por el miedo. Reía y se expresaba como si ambos estuvieran tomando algo en una cafetería, en un día normal y corriente.

- Mi madre es española y mi padre ruso. ¡Se conocieron aquí mientras mi madre trabajaba junto con mi padre! Y entonces me tuvieron a mí. Así que tengo la doble nacionalidad y sé hablar fluido en los dos idiomas. Inglés también sé pero no al cien por cien. ¿No es genial haber coincidido? Menos mal que te he salvado, estabas a punto de congelarte, literalmente.

Matt la observaba sin creerse del todo lo que estaba sucediendo. Aquella chica había aparecido de la nada y le había salvado. De nuevo había tenido muchísima suerte, junto con el hecho de sobrevivir al accidente de avión. Eso podía pasarlo, aunque el porcentaje de que ocurriera fuese muy cercano al número cero. Pero que empezase a hablar en español con las maneras de una cría de diez años después de todo lo que había pasado, le parecía más allá de lo surrealista.

Haciéndola caso omiso, se palpó con mucho tiento las heridas. Estaban cubiertas con vendas nuevas, y seguramente rociadas con remedios mejores. Suspiró con alivio por aquello. Se intentó volver a levantar, pero la chica se lo impidió.

- ¡Eh! ¿A dónde vas? Todavía no estás bien. Y, por cierto, ¿qué demonios te ha pasado?

Matt fue a contestar, pero la pelirroja le cortó.

- Ah y me llamo Emma Yakolev, no me he presentado. ¿Tú?

- Lo de los nombres es lo de menos. - alcanzó a decir rápidamente. - Lo importante es si tienes algún modo de contactar con alguien. ¿Hay más gente en este pueblo?

- Vale, vale... - dijo moviendo la cabeza con resignación– Pues no, no creo que haya nadie.

- ¿No crees?

- No creo porque acabo de llegar. Como tú, supongo. Y he tenido que estar todo un día pendiente de ti.

- ¿Todo un día? - repitió atónito. -

- Sí. Te he curado las heridas y también te he cambiado las vendas. Creo que tienes varias costillas rotas, y el hombro derecho. La cadera también la tienes mal, pero no creo que esté rota.

- ¿Eres médica?

- No, pero...

- Pues claro que no eres médica. No tienes ni idea de si me he roto algo. Así que mejor que no inventes y te calles.

Matt suspiró al instante y Emma salió con otra conversación después de estar en silencio unos segundos.

- Voy hacia Ufá. Sé que allí hay gente. Tienen una pequeña colonia.

- ¿Ufá? ¿Eso es una ciudad?

Claro. Es la capital de la república de donde estamos. Tenemos conocidos en todos lados que nos ayudan, pero allí hay gente de verdadera confianza.

- Y... ¿tú también te perdiste o...?

Emma dudó unos segundos antes de responder.

- Sí.

Matt esperó a que la chica, que parecía habladora, diese más detalles. Sin embargo, no lo hizo, así que siguió hablando él.

- Yo tuve un accidente de avión. Me dirigía a Moscú. No sé ni como he podido sobrevivir.

- ¿Un accidente de avión? - dijo emocionada de repente. - ¿Y has ido sobreviviendo hasta llegar aquí? ¡Increíble!

Su sonrisa chocaba con el aciago destino que había sufrido Matt. A pesar de estar convaleciente, no dudó en sacar su lado más antipático, ya acostumbrado a ello. Los soleados ojos de la chica eran una provocación intolerable para las borrascas de Matt, que se había aclimatado con éxito al temporal ruso.

- ¿Cómo que increíble? ¿Tú sabes lo que he tenido que pasar? ¡He atravesado tres pueblos medio moribundo! - dijo, irritado, enfadándose lo que sus fuerzas le permitían – No se lo deseo ni a mi peor enemigo.

- Pero sigues vivo, que es lo que cuenta.

- Dímelo mañana, si es que sobrevivo.

Los golpes en la ventana sonaron con más fuerza, y ambos se volvieron a quedar callados. Sin embargo, poco después, Emma volvió a reír.

- ¿Cuál es tu nombre?

- No te lo voy a decir.

- ¿Por qué?

- Porque mi nombre solo lo conocen aquellos que merecen conocerlo. Soy una persona demasiado importante como para ir dando mi nombre por ahí.

- Pues yo no te conozco, si de verdad dices ser una persona tan importante.

- Importante, que no famosa. ¿Conoces el caso Sagres?

- ¿Sagres? Claro que lo conozco.

- ¿Tú que vas a saber? - dijo, arrogante. - Seguro que llevas perdida toda tu vida por Rusia.

- Pues claro que llevo perdida toda mi vida por toda Rusia. ¿Y?

Matt le miró escéptico.

- Entonces explícame como conoces el caso Sagres.

- Porque mi padre trabajaba con él.

Se produjo un silencio que al poco tiempo cortó el chico con una risa demoledora. Se quería reír bien, con ganas, pero su pecho no se lo permitía por el dolor. Tras un largo rato riendo a medias, la volvió a mirar.

- Tu padre trabajó con Sagres. ¿Algo más?

- Tienes una manera de reír muy rara. - respondió, riendo ella también. -

Él la miró con desprecio y se intentó levantar con rabia, para irse, pero no pudo. Emma le echó hacia atrás y continuó hablando, con una sonrisa sincera, sin que la conversación le hubiera propiciado algún tipo de sentimiento negativo.

- ¿Quieres algo? ¿Agua? ¿Algo de comer?

- Quiero ir a Moscú o morir en el intento. - respondió, para después fijar la vista hacia la manta que le cubría. -

- Vale. - dijo, mientras reía y se alejaba. - Espera, tengo que llamarte de alguna manera.

Matt volvió a suspirar, molesto.

- ¿Señorito Sagres? ¡Sí, es un buen nombre! ¡Te llamaré así, señorito Sagres!

- ¡No te atrevas a llamarme así! - dijo, forzando la voz y provocándose tos. - Sagres solo hay uno, ¿entiendes? No te lo tomes a broma.

"Que va a entender" se dijo a sí mismo. "Nada". Aquella chica que le había salvado le faltaba un par de clases sobre lo que ocurría en el mundo, porque no llegaba a darse cuenta de la importancia de lo que le estaba contando.

Era irritante. El buen humor que desprendía en su presencia le quemaba por dentro más de lo que ya lo hacían las heridas. Parecía que se estuviese mofando de él y de su mala suerte. Tan solo quería morir como un guerrero en busca de su éxito, ¿tan difícil era eso? Ahora tendría que soportar otro dolor más. El insufrible dolor de una desconocida medio española llamada Emma Yakolev.

Pasó toda la noche en vela, sin poder conciliar el sueño, pensando en las dos veces que había estado a punto de morir y en las que finalmente sobrevivió. Una por el lado más milagroso del azar, la otra por la intervención de aquella chica y su extraño carácter. Ella decía que tenía el hombro fracturado, pero él no había notado nada.

Pero lo que sí que se creía o quería creer era lo de Ufá. Si había gente, tendrían un modo de contactar con el exterior: un teléfono, un fax, radio, internet. Algo. Entonces podría contactar con Dalia y con suerte también con Ken; les explicaría todo lo sucedido, vendrían a recogerle, irían a un hospital y si todavía no había muerto proseguirían su búsqueda de Sagres.

Volvería a su vida. Su cómoda y relajada vida. A tal y como estaba en ese momento, tumbado en el sofá. Pero sin dolor alguno, sin sufrir, a salvo. Sin frío.

A la mañana siguiente Emma se presentó ante él con otra ropa distinta a la que llevaba el anterior día. Los pantalones eran de montaña, anchos y marrones con cuatro bolsillos; las botas azules eran las mismas, y se había puesto tres jerséis encima y un anorak azul claro. Con su particular sonrisa, Emma se dirigió a Matt con un tono alegre.

- ¡Buenos días! ¿Qué te parece esto que he encontrado?

- ¿Hay ropa así en este sitio? - dijo sorprendido y algo animado. -

- ¿Eh? Sí, claro. Pero yo me refería al conjunto. ¿Hace juego con mis ojos, no crees?

Matt la miró en silencio, sin responder. No podía creer lo que estaba escuchando. Le estaba pidiendo opinión sobre si le quedaba bien lo que tenía puesto, como si estuvieran en un centro comercial de compras.

- ¿Qué pasa? - dijo ella, algo molesta. -

- Estás como una cabra.

- Es por los ojos. ¿No te das cuenta, idiota?

- Pues claro que me doy cuenta, me lo has dicho. Y no me llames idiota, yo no te he faltado el respeto, y no tenemos confianza.

- ¿Y qué es eso de la cabra? ¿Es... un halago o algo así?

- ¿Qué? ¡Pues claro que no! ¡Eso significa que estás loca!

Emma acabó riendo, y Matt desorientado por ello.

- Venga, a ver si puedes levantarte, señorito Sagres.

Antes de que Matt pudiera replicar ante ello, Emma le cogió por el hombro y, entre quejidos, le ayudó a incorporarse en el sofá. Después, tras un rato intentándolo, le ayudó a ponerse de pie. Realmente se notaba una mejoría, pero aún le seguía doliendo todo el cuerpo al moverse.

- Creo que, de momento, podrás aguantar con esas heridas, pero debería verlas un médico.

- Buen apunte. Me he dado cuenta en el momento en el que casi me desangro por el camino. Gracias.

Con gesto tosco, se apartó de la chica y continuó andando solo por la habitación, con ligereza, pero cojeando y ladeándose.

Tuvo la oportunidad de ver mejor, gracias a la luz del día, el lugar donde se encontraba. No parecía en absoluto una casa familiar como las que había visto hasta ese momento, si no algo más grande y que en otros tiempos pudo ser hasta suntuoso. Las paredes, como en el exterior, estaban construidas con ladrillos rojizos, y de ellas colgaban ciervos y renos disecados que se habían presentado a Matt como sombras misteriosas en la noche. En una de las múltiples mesas que había estaba el candelabro que había podido vislumbrar la noche anterior. También había bastantes cuadros y carteles con letras en ruso, además de sillones con el forro de cuero rajado. Más allá del lugar se extendía un mostrador con un gran estante detrás, vacío.

Matt se volvió hacia la pelirroja.

- ¿Qué se supone que es esto? ¿Un hotel?

La chica rió y se acercó a él, mientras le hacía un gesto con la mano para decirle que casi había acertado.

- No se puede considerar hotel. Es una casa rural para huéspedes. Al parecer solo de alojamiento, porque no hay cocina, y para pocas personas.

- ¿Y has encontrado provisiones y ropa?

- Sí. Bueno, en realidad son nuestras propias provisiones y abrigos. Digamos que... tenemos varios puntos de referencia por todos los pueblos y ciudades abandonadas de Rusia por si pasamos por allí. Esta casa rural era una de ellas. ¡Escondimos todo eso dentro del colchón de una cama vieja!

Matt atendió con admiración las explicaciones de Emma, obviando su tono risueño y excesivamente alegre. Era impresionante como la gente que se negaba a salir de su país organizaba tan bien sus recursos por todos lados. Rusia era muy grande, pero con una buena organización, el estudio de sus mapas y preferiblemente un vehículo de transporte, podían sobrevivir perfectamente y recorrer el país de un lado a otro.

La pregunta era, ¿en busca de qué?

A Matt se le pasó por la cabeza un solo motivo, y aunque se había reído de lo que pensaba que era una mentira, cabía una mínima posibilidad de que estuviese relacionado con ello.

- ¿Y por qué estabais recorriendo toda Rusia? ¿Tú y quién más?

Ella giró la cabeza y le miró seriamente, con preocupación. Él hizo lo mismo, pero con curiosidad. Se hizo el silencio.

- Huíamos.

- ¿De quién? - se lanzó a decir.

Ella prolongó el silencio y se fue acercando a la cara de Matt, mientras este se echaba hacia atrás, incómodo. Llegó un momento en el que ambos se miraron fijamente a los ojos. Extrañamente, ninguno sintió la necesidad de romper el contacto visual; se sostenían la mirada el uno al otro como si se estuvieran mirando a ellos mismos.

- De ti, señorito Sagres. - dijo lentamente ella, con un tono dramático sobreactuado.

Matt se quedó a cuadros ante ello, sin entender bien que estaba sucediendo, y durante varios segundos se le pasó por la cabeza que Emma lo decía en serio. Miles de elucubraciones fugaces sobre su persona le torturaron hasta que Emma rompió a reír a carcajadas.

El chico no sabía que decir ni cómo actuar, y tras balbucear algo sin sentido, volvió a exasperarse con ella.

- ¡Ibais detrás de Sagres! ¡Y por eso, de alguna manera, me encontraste para que te diga lo que sé! ¡Me has raptado!

- ¿Qué? - dijo todavía riendo. - Eh, ¿a dónde vas?

Matt corrió como pudo hacia fuera de la casa rural, maldiciendo todo lo que veía a su paso, enfadado.

Al salir a la calle notó el cambio de temperatura e instintivamente se llevó las manos a las axilas, cruzando los brazos y encogiendo el cuerpo. Se quedó en el porche de la casa, sin moverse, temblando de frío, deseando volver a pasar dentro pero igualmente negándose a ello.

Tras un rato, algo le tiró de la chaqueta y le hizo volver a dentro. No opuso resistencia alguna, ya que el frío le había dejado petrificado, y si la oponía no llegaría muy lejos en su estado. Emma cerró la puerta y se le quedó mirando sonriente, mientras Matt la miraba asustado. Su voz sonó acelerada, torpe y cobarde.

- ¿Qué quieres de mí? ¡Yo solo sé que está en Moscú, nada más!

- No está en Moscú. Nunca sabes dónde puede estar. - dijo algo más seria. -

- ¡Ves! - replicó, señalándola con el dedo y con una mirada desorbitada - ¡Te has descubierto tú sola! ¡Estás detrás de él!

- Pero si ayer dijiste que era imposible que supiese nada sobre el tema ¿no? - dijo, riendo levemente. -

Matt se quedó callado durante unos segundos, inmóvil, con la misma cara descompuesta.

- He cambiado de opinión.

- Mira, será mejor que te quedes aquí, mientras voy a Ufá y vuelvo con un médico. Hay suficiente alimento para...

- No, no, no. - respondió, nervioso. - Ni soñando me quedo aquí. Voy a acompañarte, y me aseguraré de saber quién eres y que no planeas nada contra mí.

- Ah, ¿es que tienes miedo de estar solo? - volvió a reír la chica -

- ¡Pues claro que no! ¡Y deja de reírte! Me parece muy sospechoso todo.

- ¿Sospechoso? -

- Sí. Que sepas hablar español, que conozcas el caso Sagres y que tengas contactos cerca. Me da que pensar sobre el "accidente" de mi avión, ¿sabes?

- Si estás insinuando que yo hice que tu avión se estrellase, tienes una imaginación preocupante. - habló con seriedad. -

- Pues no creo. Quizás me hayas tomado por tonto, pero soy más inteligente que tú, eso seguro.

- Ah, ¿sí? Es decir, me quieres acompañar, pero si te quedas aquí tienes más probabilidades de escapar de este "rapto", ¿no? ¿Cómo te tengo que tomar?

Matt pareció quedarse en jaque tras aquella fatídica respuesta.

- Como una persona superior a ti en todos los aspectos, idiota de las nieves. No sé ni por qué sigo hablando contigo.

- ¿Porque te he salvado la vida a lo mejor?

- Porque tengo que sobrevivir. No me importa una mierda si la ropa te queda bien o no. Eres una muerta de hambre, preocúpate más por ello.

Tras haber dado por finalizada la conversación sin ningún argumento más que aportar, Matt se giró, impetuoso, y subió las escaleras al segundo piso de aquella gran casa. Mientras murmuraba para sí mismo, malhumorado, oía gritos de Emma que no le apetecía escuchar; ella también se había enfadado a raíz de sus últimas palabras.

No tardó en encontrar la ropa que andaba buscando y de la que le había hablado la chica, que estaba desperdigada por el suelo del pasillo. Con brusquedad, y lamentando con toda su alma el dolor de sus heridas al hacerlo, se calzó las botas, las camisetas y sudaderas térmicas, los guantes, el gorro y un anorak negro bien acolchado.

Cuando bajó por las escaleras se encontró a Emma protegiendo la puerta, de brazos cruzados y con una cara completamente intimidante. Sin embargo, Matt no dudó en aguantar su mirada cuando se puso delante de ella, mientras imitaba su rostro.

Sin mediar palabra, tras unos segundos, él intentó apartarla a la fuerza, y esta se resistió durante un rato. La puerta se abrió finalmente para Matt, y salió, mientras Emma le retenía por el brazo. El frío de los copos que caían acuchilló su cara. El resto de su cuerpo permanecía en una temperatura aguantable, a pesar de seguir sintiendo algo la helada.

- Oye, ¿quieres hacerme caso? ¿O es que quieres morir? Tienes que quedarte, de verdad, estás mal.

Matt se giró hacia ella, convulso, tras haber avanzado unos metros más allá del porche del edificio.

- ¿Dices que me fie de una chica que empieza a comportarse de esa forma con una persona que acaba de sobrevivir a la hipotermia y al desangramiento?

- Solo intentaba animarte, nada más.

- ¿Animarme? - dijo incrédulo - ¿Cuántos años tienes? ¿Diez? Creo que tienes ya una edad para dejar de ser tan inmadura.

- He dicho que traería un médico para que te viese ¿eso es ser inmadura? - decía, sin demasiada convicción, y con un pequeño atisbo de tristeza impregnada en sus palabras. -

- No. Pero no me transmites nada bueno, y no me fío nada de ti. Por eso, si quieres ir a Ufá, vas a tener que ir...

De repente, un disparo de escopeta en la lejanía cortó las palabras de Matt. Durante unos largos segundos, con el eco resonando en el aire, Matt miró a su interlocutora con la boca entreabierta, desconcertado ante aquello. Las piernas le temblaron y un escalofrío, a pesar de ir bien tapado, recorrió todo su cuerpo. Las imágenes y sensaciones de la explosión del avión, que por momentos parecían déjà vu, amenazaban con irrumpir en el control de su cerebro. Sudores fríos recorrieron su frente mientras las ganas de romper a llorar y vomitar iban alimentándose de él.

Pudo reprimir aquel horrible pavor de sus carnes durante un largo minuto, mientras observaba, de manera casi borrosa, como Emma oteaba sus alrededores y el horizonte de Karmaskaly, totalmente vacío, en busca de algún movimiento sospechoso. El disparo había sido cercano, lo suficiente como para saber que el que lo había efectuado se encontraba en aquel pueblo. Para Emma, la buena noticia es que el pueblo era grande, y no parecía que estuviese cerca el disparador.

La mala era que la habían encontrado antes de lo que pensaba.

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