25. Ellos
Sentía una tenebrosa parálisis en todo su cuerpo que le impedía moverse.
Su mente estaba completamente abstraída, en blanco, mirando a la nada. El ruido de alguien pisando la nieve le devolvió a su estado normal. Se giró y vio a Emma alejándose, pesarosa, hacia el otro lado del aeropuerto. Cogió de nuevo la silla, iracundo, y la tiró por el boquete, mientras gritaba.
Le daba absolutamente igual todo. Había perdido la oportunidad de volver a ver a Ken, a Dalia.
A toda la gente que había dejado en Barcelona, en el congreso. Tenía una segunda oportunidad con ellos. Y por mucho que se echase flores, ella no tenía ningún mérito de que quisiese cambiar las cosas en su vida. Había sido él y solo él quien había aguantado todo lo que se le había puesto por delante para valorar lo que tenía a su alrededor. Él se había dado cuenta de que quería luchar por los demás, por todo lo que había compartido con ellos. Había aprendido que era la solidaridad.
Y ella... ella tan solo le había mareado la cabeza con frases sin sentido, con locuras al borde de la muerte y con una obsesión enfermiza por las cosas.
Una obsesión por él. Porque él era importante para ella, como también lo había sido ella para él. Pero tenía esas ramas psicóticas que le hacían controlarlo todo demasiado bien. Hasta tal punto de hacer cosas horribles.
Parte de la conversación que tuvo con Sagres el día que le ofreció las medicinas volvieron a su mente.
- No solo quiero a la chica para que su padre esté coaccionado y trabaje para mí. Quiero a la chica porque... suena ridículo. Puede que sea la pieza angular de algo. Un plan del que ni si quiera yo pueda llegar a comprender. Un plan divino.
- Lo que estás insinuando es que Emma es una nueva reencarnación humana de Dios. Bueno, de la virgen. Es ridículo, sí.
- Piénsalo. Su cometido es guiar un pueblo, su familia tiene una red de recursos por todas las mezquitas de Rusia... Y si ha nacido de la familia Yakolev con estos temporales alejados de la explicación de la ciencia, es posible que sea por mí.
- Y ahora estás asumiendo que el mundo gira en torno a ti. O que eres el demonio o algo así.
- El mundo solo no. Todo lo que conocemos y lo que no. Además, te recuerdo que es algo que también sueles pensar tú, querido socio.
- De forma errónea.
- ¿Seguro? - sonrió.
Matt estuvo a punto de tumbarse en el suelo y descansar de tanta energía desperdiciada, pero un sonido en la lejanía le mantuvo de pie.
Las hélices de un helicóptero sonaban incesantes, cada vez más cerca. Matt se emocionó y un arrebato de alegría le hizo asomarse por uno de los ventanales de la torre. No vio nada.
Después salió por el hueco de las escaleras y comprobó que su silueta se discernía sobre la torre de control. Cabía la posibilidad de que hubieran rastreado su señal de radio, pero no pensaba que fuera posible hasta ese momento. Pensó que igual tardarían días, semanas o incluso meses. Era realmente inconcebible que lo hubieran hecho en tan solo unos minutos, pero estaban allí.
Eran ellos, no tenía ninguna duda.
Matt saludó con la mano, sonriente, mientras daba gritos de júbilo. El helicóptero, de un negro opaco que le recordaba poco o nada a algo bueno, empezó a bajar al pavimento de los aviones. Matt bajó las escaleras todo lo rápido que pudo, pensando en lo mucho que habían cambiado las cosas de un momento a otro. Seguía sin creérselo del todo, pero la rapidez con la que habían actuado era sin duda un síntoma de que le habían buscado durante mucho tiempo.
Le echaban de menos, y no podían imaginar cuanto el chico rubio a ellos.
Matt se acercó a la puerta del helicóptero una vez tocó tierra. Vio que los cristales estaban tintados, y le pareció raro. Tampoco era su helicóptero personal, aunque este también fuera negro. No tenía sus iniciales ni el dibujo del Drac del Parc Güell que tanto le gustaba. Lo consideraba su símbolo y su seña allí donde iba.
No le dio importancia: habrían utilizado otro modelo porque estarían reconstruyendo el suyo. Como regalo de bienvenida, seguro. Lo importante era la gente que había dentro y que esperaban ansiosos salir y darle un abrazo.
Sin embargo, tardaron bastante en salir. Con bastante calma.
Ken abrió la puerta corredera del helicóptero. Lucía un traje negro con corbata dorada. Como abrigo una gabardina bastante elegante, también negra. Dentro del helicóptero también estaba Dalia sentada y vestida con varias capas de jerséis y un abrigo y gorro de pelo.
El japonés salió.
- ¡Ken! ¡Gracias a todo que estás vivo! ¡Ha sido horrible, de verdad, he descubierto tantas cosas...!
Ken Hachiro ignoró completamente la presencia de su amigo. Se limitó a cerrar la puerta del helicóptero y se dirigió hacia su derecha. Matt se quedó de piedra al ver que ni siquiera le había mirado a la cara.
- Ken. - dijo con un hilo de voz.
Repitió varias veces su nombre, pero siguió sin prestar ni un gramo de atención a Matt. Este anduvo unos metros hasta el helicóptero, mientras seguía con la mirada a Ken.
- Oye, Ken. Yo... lo siento mucho por todo, de verdad. He sido un imbécil durante mucho tiempo. He pensado tanto en vosotros y en lo que significáis para mí... me emociono cuando... miro atrás y veo todo lo que hemos pasado juntos...
Ken seguramente ya no podía oírle. El tono de su voz había ido en decadencia, hasta hablar lentamente y entre susurros, dándose cuenta de que había pasado algo en su ausencia, no sabía si por culpa suya o de quién.
Miró a través del cristal tintado del helicóptero con la cara pegada en él, para poder observar su interior. Allí estaba Dalia, mirando al suelo, moviendo las piernas con algo de nervios. Intentó abrir la puerta, pero no pudo. Toco el cristal y Dalia no miró en su dirección hasta que no hizo varios intentos.
Sin embargo, fue una mirada breve. No duró ni cuatro segundos. Y lo único que transmitía era tristeza, pesar. Ningún otro sentimiento. Un malestar consigo misma, con la situación. Matt entendió con ella que algo no iba bien.
Miró hacia Ken y corrió hacia donde estaba. A varios metros de él andaba Emma, a la que se acercaba peligrosamente. Tenía que sacar su vena más estricta para hablar con su mayordomo guardaespaldas.
- ¡Eh, Ken! ¿Qué pasa? ¿Como te presentas aquí así, sin mirarme ni siquiera a la cara?
El otro no respondió, pero Matt siguió intentándolo.
- ¡Oye, párate! ¡Tienes que obedecerme ya y decirme que es lo que está pasando! ¡Tenemos que hablar!
Él siguió hacia Emma con las manos en los bolsillos, deprisa, mientras Matt andaba a su lado, intentando que le dijese algo. La chica se volvió hacia ellos mientras oía la perturbada voz de Matt y separaba en seco, preguntándose qué pasaba.
- ¡Ken, por favor! ¿Qué es lo que pretendes? ¡No lo entiendo! ¡Hablemos! - la voz de Matt cada vez se notaba más angustiada, sufriendo.
El otro seguía en sus trece, hasta que sacó una pistola. Con ella disparó hacia la dirección de Emma.
- ¡Emma! ¡Cuidado!
Gracias al aviso de Matt, ella se ladeó hacia la derecha y empezó a correr en esa dirección, donde estaban los aviones. Se quiso escudar en uno, pero Ken había echado a correr y le había alcanzado en pocas zancadas, mientras Matt le imploraba que parase y que le dijese algo.
Emma quiso utilizar el fusil, pero ya no tenía munición para recargarla. Había estado vacía desde el primer momento en el que Matt se la había dado.
La persecución duró poco entre Ken y Emma. Ken encontró un ángulo bueno sobre el morro de una avioneta y le disparó mientras corría a esconderse a otra parte. Una especie de bala puntiaguda casi imperceptible le atravesó el cuello, mientras Matt gritaba, encolerizado, por aquella escena.
Emma se desplomó al instante y el japonés fue y se la colgó al hombro, como si hubiera ganado un trofeo.
- ¡Dime que no la has matado! ¡Dime que no! ¿Qué demonios estás haciendo, Ken? ¿Quieres que te despida?
Las palabras salían una detrás de otra por su boca sin descanso, al borde de un ataque de ansiedad, torpemente. Matt intentaba con todas sus fuerzas pegar un puñetazo que no dañara a aquel hombre, aunque le sacase más de una cabeza. Tenía motivos suficientes para estar más que cabreado con lo que había ocurrido. Si tenía que matar a alguien en ese momento de ira, ese sería Ken Hachiro al cien por cien.
Y, sin embargo, lo único que le salió fueron varios golpes contundentes pero débiles en la espalda y en el costado del hombre, que ni se inmutó.
¡Voy a matarte! - chillaba sin control, meneando brazos y piernas.
Y sus golpes ni siquiera parecían sacarle una mueca. Era una profunda seriedad, un rostro de total neutralidad. Quería asesinarle y que sufriese en lo más hondo del concepto del dolor. Quería recuperar a Emma, quería que no estuviese muerta. Quería llegar con ella hasta el final, sin irse de allí, vivir y sobrevivir con ella. Ambos eran los únicos que se entendían el uno al otro y que podían acabar con el sufrimiento de miles de personas allí. Lo sabía desde el principio.
Pero también sabía que aquello era completamente lo contrario de lo que había pensado minutos antes.
Peleó y peleó él solo, sin nadie más. El sujeto al que seguía era Ken, pero no peleaba contra él. En ninguna pelea los músculos estaban tan endebles a la hora de golpear como los suyos.
Y lo entendió. Era porque no podía hacer daño a alguien a quien quería. Que, aunque hubiera hecho algo digno de ser apalizado, no, no podía si quiera hacerle un moratón. Porque el camino que había hecho hasta allí, contra Sagres, era justamente para eso. Para ser benevolente con los suyos, pasase lo que pasase. Para luchar por y para ellos. No contra ellos.
Matt se puso delante de él, cortándole el paso, y entonces Ken tuvo que quitarle del medio con una patada demoledora en el estómago. Se derrumbó de rodillas en el suelo, llorando, impotente, casi sin respirar. Ken se montó en el helicóptero con Emma y cerró la puerta con Matt destrozado frente a ella.
Empezó a girar de nuevo sus hélices. Se elevó. Tras unos minutos empezó a dirigir su trayectoria... y Matt se levantó en un ramalazo impulsivo. Hizo un corte de manga a la aeronave y de su boca salieron todos los insultos que conocía.
Después volvió a derrumbarse en la nieve, tumbado cuan largo era, y siguió llorando, mientras la ventisca enfurecía más y más.
Sin embargo, no tardó en levantarse cuando el frío empezó a devorarle seriamente, tras unas horas.
Y anduvo hacia la ciudad, sin nada más que un rostro descolocado de ojos rojos y entrecerrados que miraban a la nada. Porque una vez más, sin ni siquiera saber cómo ni cuándo, lo había vuelto a perder todo. Tan rápido como el accidente que le había llevado hasta allí.
Primero fueron sus cosas, su poder, su antigua riqueza. Ahora las personas, que eran su nueva riqueza. Y estaba solo.
Aunque siempre lo había estado.
Todo pasaba tan rápido a su alrededor... Acontecimientos que le dejaban sin aliento, incansables, trepidantes. Sucesos que suceden imparables en una tierra congelada en el tiempo y en el aire que respira. Pero él seguía ahí, vivo, asimilándolo todo como buenamente podía. Intentando encontrar sus aspiraciones, su lado de la balanza. Intentando encontrar la cordura entre tanta paranoia.
La rabia e impotencia que había sentido antes se había transformado en una tristeza y depresión que le recordó malas épocas pasadas.
Sin embargo, continuó andando. Eso era lo único que le había hecho sobrevivir desde el primer día.
Seguir andando.
Llegó a la carretera y, antes de poner un pie sobre ella, unas palabras sonaron en sus oídos como el molesto zumbido de una mosca. Pero también como los imponentes acordes del rugido de un león.
- Te lo dije. Estás jugando a mi juego.
Matt tardó en contestar, pero cuando lo hizo, sacó una fuerza en su voz que no supo identificar de donde provenía, mientras su alma se retorcía en la más absoluta devastación.
- Y ahora hay un tablero y un oponente.
Matt escupió a los zapatos de Sagres y continuó por la carretera hacia la ciudad, sin dirigirle una sola mirada.
Noventa, noventa y dos y ochenta.
Cero.
Volvía a empezar de cero.
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